Estudiantes, la otra realidad del pesebre navideño

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Un buen sector de los estudiantes secundarios chilenos —olvidados antes incluso de que se «solucionara» la prolongada huelga estudiantil— efectivamente se ha politizado. Con ello se prueba que los peores miedos de las buenas conciencias se materializan tarde o temprano cuando ésta, la conciencia, no es recta ni justa. Lo que se plantea no es otra figura de barro o de plástico para el pesebre. Asoman, quizá, días aciagos.| LAGOS NILSSON.

La responsabilidad por la institucionalidad republicana es del gobierno, no de un sector social en particular, y menos de aquellos con legítimas razones para sentirse preteridos —en especial cuando existe unanimidad en juzgar que su reclamo se justifica.

No puede el gobierno —ningún gobierno— apelar a la indolencia, la represión, la mentira canalla para desgastar un movimiento social. Porque aun si lo logra, su victoria será la del general Pirro y luego de contadas las víctimas lloverán piedras y el resto será —por ley de la experiencia de la historia— crujir de dientes

La obligación de encontrar remedio a los males sociales que produce el aprovechamiento de la institucionalidad considerada coto de caza por algunos, en desmedro de la dignidad de la mayoría, es del gobierno, no de quienes se niegan a ser piezas cobradas.

Las formas que pueda asumir el Estado no lo hacen —no pueden convertirlo— en juez y parte (contraria) del clamor social; si así, el gobierno se tornará ilegítimo y será de acuerdo al más elemental derecho consagrado por la doctrrina un deber derrocarlo e incluso refundar el Estado abriendo paso a un nuevo contrato social.

El país de los chilenos, se diría apurado por la torpe y ciega y miserable conducción política —desde el gobierno y su oposición institucional o meramente (bi)nominal enriquecida por algún partido de «izquierdas»— parece correr en busca de un abismo para arrojarse en él. La ambición, política de algunos, en el ámbito económico de otros, despeja el camino.

Quizá todavía haya tiempo para reconstruir el tejido social rasgado hace tantos años, ojalá. Será difícil en este reino del Leviatán suelto por las calles. Y los colegios. Si es triste e injusto que cuando la guerra los padres entierren a sus hijos, en tiempos de paz corresponde al gobierno arbitrar las medidas para evitar la masacre del futuro de los jóvenes.

No se desata, por ahora, la guerra del cerdo[1], pero —con razones y más allá de ellas— hay quienes afilan el cuchillo; no puede la sociedad elegir entre sangramiento y el imperio de los trífidos[2]. Ni menos abrir las ventanas al ojo de un gran hermano.[3]
La violencia social la desatan causas sociales.

Es deber del gobierno ver más allá de lo inmediato. Es obligación del gobernante ver y cautelar los intereses de toda la sociedad, no los propios suyos, de su entorno, de su clase, de su sector, de sus asociados. De lo contrario, como viene sucediendo, quizá amanezca el país con la realidad de lo que y no en cierto modo anticipa la siguiente declaración estudiantil.

Podrá el lector estar o no de acuerdo con el planteamiento de este grupo de jóvenes; ese no es el interrogante —la cuestión, que se suele decir—; el asunto a dilucidar es el modo, el cómo, la metodología que se elija —si alguna— para resolver el dilema primario que impulsó el movimiento, y que permite, por la estulticia rayana en la vesania de las autoridades, que muchachos todavía adolescentes deban plantearse de la manera en que lo hacen.

El adjetivo, descubrió Vicente Huidobro, cuando no da vida mata. Y se ha abusado de los adjetivos; unos para descalificar lo que sienten un ataque a su status societario (y económico); otros para eludir uno de los fondos del reclamo, rara vez bien enunciado, que se refiere sin dudas a los pésimos niveles educativos y de formación ciudadana que brindan los actores protagonistas del zoco educacional chileno en todos sus niveles, que cambian el conocimiento de lo que se supone entregan por la onomatopeya del «chin-chin, caja»; otros más adjetivan en el ara de la gobernabilidad, olvidando que ésta no es más que una concesión —razonada, graciosa o temerosa— del soberano.

Adjetivan también los reclamantes, pero en hacerlo no cubren de oropel el vacío, lo hacen en un —hasta ahora fallido— intento de hacerse oír. El riesgo —el abismo a que nos referimos más atrás— es que, de persistir la soberbia idiotez gubernamental, ¿que pasará cuando esa voz comiencen a escucharla otros sectores sociales, que cansados de la travesía por el desierto a que los estudiantes, en este caso preciso, fueron condenados, resuelvan ponerse en movimiento?

Hace muchos años y en otra parte ningún revolucionario esperó que pusieran alfombras para subir las escalinatas del Palacio de Invierno; que esa revolución se haya devorado a sí misma no es excusa —incidentalmente— para que quienes se estiman sus herederos aguarden se los convide otra vez a tomar el te con los opresores.

No es tiempo de consensos gratuitos adoptados al margen de los que llevan la carga. El clamor estudiantil viene de lejos en el tiempo, criado por las desigualdades sociales a la vera del miedo a las bayonetas. ¿O acaso será necesario que otro Neruda en el futuro vuelva a establecer que su pueblo es el más humillado?

No he oído a ningún estudiante exigir soluciones «ahora», el problema es que tampoco hay voluntad en los estamentos de gobierno para iniciar el proceso correctivo necesario. El gas lacrimógeno, el manosea de las adolescentes, los golpes no son principio de solución: son el comienzo del fin.
Dios los pille confesados…


1] La guerra del cerdo, novela de Adolfo Bioy Casares, escritor argentino, publicada hacia 1968, llevada posteriormente al cine.
2] El día de los trífidos, novela de John Wyndham, escritor inglés, publicada en 195, llevada posteriormente al cine.
3] 1984, novela de George Orwell, escritor británico, publicada en 1949, llevada posteriormente al cine.

Alumnos en toma declaran

En el transcurso de las movilizaciones, cuando ya han pasado casi ocho meses de una ardua lucha contra los ladrones de terno y corbata el cansancio, y las constantes represiones, han impulsado a la mayoría de los estudiantes que mantenían sus colegios liberados del rigor y la monotonía de los dominantes, a decidir deponer sus tomas —sin dejar pasar el hecho de que los partidos políticos que se dicen populares, han manipulado e intervenido directamente para sabotear la revuelta por la dignificación de los sectores marginales.

[Frente a esta situación] Nuestro mensaje como actores sociales inmersos dentro del Liceo de Aplicación, es que los ideales no se cansan, ni nuestra actitud ardorosa y combativa para generar la revuelta que pretendemos finalizar cuando desatemos todos los lazos que nos atan al yugo opresor cesará; no se toman vacaciones, sus artimañas políticas no nos seducirán, no luchamos por un cupo en sus tronos en la realeza política.

Su dinero no nos desorbita ni nubla nuestra visual de un horizonte copado de armonía y solidaridad; su constante hostigamiento y ahora su repentina decisión de abandonar este espacio, nos dan todas las razones para  ratificar lo que señalamos y mantener todas las razones para ratificar lo que señalamos, mantener nuestros sueños y seguir adelante con este espacio que le hemos arrebatado al capital para ponerlo a disposición de toda la población.

Proseguiremos la lucha hasta conseguir lo que creemos justo para nuestra clase popular. El partido comunista y sus juventudes no tienen ningún interés en seguir al pueblo por el camino de la revolución libertaria

Nos alimentan sus ganas de sabotear el trabajo por forjar un futuro libre, nos motiva su asquerosa manipulación, sus sucias ganas de acaparar ganancias políticas —únicamente beneficiosas para la clase opresora.

Por último, hacemos un llamado a todos los actores sociales, sean estudiantes, pobladores, obreros, cesantes y excluidos a no deponer la lucha, a no dejarse cautivar por discursos políticos, por los intereses de aquellos que custodian a los perpetuadores de nuestras penurias, a dedicar todo nuestro tiempo para recuperar nuestras vidas de la boca de los lobos burgueses, a derrocar cada ladrillo de este sistema repugnante para crear una sociedad que asegure la dignidad para todos los habitantes del mundo.

La solidaridad entre nosotros, los explotados, nos dará la ansiada libertad; practícala, forja lazos con aquellos de nuestra misma condición social y ataca al capital.

Alumnos del Liceo de Aplicación en toma.

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