Europa vuelve a su pasado más tenebroso

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En 1982, en su magnífico discurso de aceptación del Premio Nobel de Literatura, Gabriel García Márquez reprochó a los europeos la soledad a la que habían condenado a América Latina. “La interpretación de nuestra realidad con esquemas ajenos sólo contribuye a hacernos cada vez más desconocidos, cada vez menos libres, cada vez más solitarios”, reflexionó el cronista de Macondo durante la ceremonia en Estocolmo. |WALTER GOOBAR.*

Y prosiguió: “Tal vez la Europa venerable sería más comprensiva si tratara de vernos en su propio pasado. Si recordara que Londres necesitó 300 años para construir su primera muralla y otros 300 para tener un obispo, que Roma se debatió en las tinieblas de la incertidumbre durante 20 siglos antes de que un rey etrusco la implantara en la historia, y que aún en el siglo XVI los pacíficos suizos de hoy, que nos deleitan con sus quesos mansos y sus relojes impávidos, ensangrentaron a Europa con soldados de fortuna. Aún en el apogeo del Renacimiento, 12 mil lansquenetes a sueldo de los ejércitos imperiales saquearon y devastaron a Roma, y pasaron a cuchillo a 8000 de sus habitantes.”

A 29 años de aquellas proféticas palabras, las estirpes de los Buendía han salido de la negra noche de las dictaduras, celebran los bicentenarios de sus gestas independentistas y avanzan en procesos integradores y democratizantes que ni la afiebrada imaginación de García Márquez se hubiera atrevido a vaticinar.

Europa, en cambio, que siempre se atribuyó a sí misma el papel de baluarte de la civilización y la democracia, está retornando a paso firme hacia los peores momentos de su más trágica historia. Con total naturalidad, aquellos que hasta hace poco se atribuían el «copyright» y el patrón de medida universal de la democracia liberal, hoy narran con total desparpajo el actual surgimiento de un “Merkozy”, es decir, de un liderazgo europeo por parte de Francia y, especialmente, Alemania. 

Omiten toda referencia al hecho —no menor— de que en ningún lugar se haya votado que dos presidentes tengan derecho a autoproclamarse como líderes de la Unión Europea. Tampoco les parece llamativo el hecho de que el banco estadounidense de inversiones Goldman Sachs esté colocando a sus directivos al frente de los poderes políticos europeos. Como Mario Draghi, presidente del Banco Central Europeo, o como Mario Monti, nuevo premier italiano, y el primer ministro griego Lucas Papademos.

A los europeos que ahora son víctimas de la colonización neoliberal de la que formaron parte, les resulta antidemocrático que indios de origen humilde como Evo Morales o [no «blancos puros» como] Hugo Chávez gobiernen en sus países, cuyas respectivas elecciones han ganado; sin embargo, no tienen el menor problema en aceptar golpes de Estado financieros que han puesto fin a cierta concepción de la democracia, y la han remplazado por gobiernos de tecnócratas impuestos por “los mercados”.

En Le Monde Diplomatique, Ignacio Ramonet explica de donde proviene el poder supranatural de los mercados: cada año, la economía real (empresas de bienes y de servicios) crea, en todo el mundo, una riqueza (PBI) estimada en unos 45 billones de euros. En el mismo tiempo, en la esfera financiera, los “mercados” mueven capitales por un valor de 3.450 billones de euros. O sea, 75 veces lo que produce la economía real.

Consecuencia: ninguna economía nacional, por poderosa que sea, puede resistir los asaltos de los mercados cuando estos deciden atacarla de forma coordinada, como lo están haciendo desde hace más de un año con los países calificados de pigs (cerdos, en inglés): Portugal, Irlanda/ Italia, Grecia y España. 

Si América Latina estuvo condenada a 100 años de soledad, Europa parece hoy condenada a retornar a una nueva Edad Media, en la que detrás de eufemismos como “los mercados” no se esconden dioses, sino banqueros, grandes empresarios, propietarios de fondos de pensiones privados o dueños de agencias de calificación de riesgo, que harán descender el ráting de los países díscolos que se nieguen a privatizarlo todo, para provocar un encarecimiento de sus futuros préstamos, incrementando drásticamente su deuda.

Esta dictadura del capital no es una cuestión ideológica o política. En la nueva Edad Media instaurada por los banqueros, parece “normal” que Grecia, Italia o España renuncien a toda idea de soberanía o autodeterminación. Tampoco suena antidemocrático que Merkel decida rechazar los eurobonos, o fuerce un Pacto del Euro que obliga a neoliberalizar las constituciones de los Estados miembros, sin debates ni plebiscitos que suenan a blasfemia en los oídos de los nuevos inquisidores.

Tampoco es antidemocrático que el Banco Central Europeo le preste a los bancos los euros que emite por cuenta de los Estados, a un 1.25% de interés, para que estos, a su vez, se lo presten a los Estados a un 6.5%, de manera que los países tengan que asumir deudas cinco o seis veces más grandes que la que contraerían si el BCE otorgara los créditos sin intermediarios.

Para algunos analistas el sueño de Hitler a la larga se ha realizado. Y no sólo porque Alemania ordena y manda en Europa a punta de deuda pública y préstamo bancario, sino porque la nueva raza superior es la de los banqueros, ante los cuales, por algún extraño motivo, Europa se postra y suplica clemencia.

Seguramente muchos creen que comparar lo que ocurre hoy en Europa con el III Reich y la barbarie nazi es una exageración y tal vez tengan razón: es incomparable. Porque entonces existía una poderosa izquierda política opuesta al sueño de Hitler mientras que ahora una mayoría de europeos continúa aletargada por el mito de un “modelo social europeo” que nunca existió. O por el prejuicio inducido de que no se puede salir de la UE ni del euro, ya que fuera de ellos sólo existe el infierno.

En la Unión Europea la brutalidad del capitalismo se muestra a cara descubierta. Los mercados ya no toleran aquella utopía del Estado de Bienestar que sirvió para frenar al comunismo y a dos décadas de la caída del Muro de Berlín quieren demoler todo vestigio de ese Estado benefactor. Esa es la misión estratégica de los tecnócratas que acceden al poder mediante la técnica del golpe de Estado financiero. 

“Europa marcha directamente hacia la desintegración de su unión. De la mano de Alemania. De la obtusa política unilateral de austeridad y de su obstinada y reiterada negativa a replantearse el papel del Banco Central Europeo”, escribe Rafael Poch en las páginas de La Vanguardia. Ese empecinamiento monetarista obedece a una mezcla de mentalidad obtusa y a una capitulación frente al sector financiero.

“Alemania no quiere dominar Europa”, dijo hace unos días la canciller Angela Merkel ante el Parlamento. Sin embargo, detrás de esa declaración se pretende disimular el derecho de ingerencia que Berlín está ejerciendo de manera cada vez más desembozada y que es una vía directa hacia una rápida desintegración europea.

Un orden absolutista en quiebra es aquel en el que una pequeña casta, digamos del uno por ciento, adopta decisiones que son vistas por el 99% como injustas y erradas. La sensación de estar viviendo en un orden absolutista, en el que una ínfima minoría acapara el grueso del poder, la riqueza y los privilegios y conduce al resto al desastre, se está haciendo cada vez más viva en la Europa de hoy.

“¿Qué pasará cuando los ciudadanos europeos constaten que sus sacrificios son vanos y que la recesión se prolonga? ¿Qué niveles de violencia alcanzará la protesta? ¿Cómo se mantendrá el orden en la economía, en las mentes y en las calles? ¿Se establecerá una triple alianza entre el poder económico, el poder mediático y el poder militar? ¿Se convertirán las democracias europeas en ‘democracias autoritarias’?”, se pregunta Ignacio Ramonet.

Nadie se atreve a imaginar una respuesta.

* Periodista. Editor de Miradas al Sur.
En www.waltergoobar.com.ar
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