Existe un sistema global de tráfico de personas comparable con el comercio de esclavos del siglo XVI

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Las dinámicas del actual sistema de comercio de trabajo forzado se evidencian claramente en el caso de Filipinas. El país es uno de los principales exportadores de mano de obra en el mundo. Cerca del 10% de su población total y un 22% de su población en edad laboral son ahora trabajadores migrantes en otros países. Con remesas que suman un total de 20.000 millones de dólares al año, Filipinas se sitúa en cuarto puesto como receptor de remesas, después de China, India y México.

 

El papel de Filipinas como exportador de mano de obra no puede ser disociado de las dinámicas del capitalismo neoliberal. El programa de exportación de mano de obra comenzó a mitad de la década de 1971/80 como un programa temporal bajo la dictadura de Marcos, con un número relativamente pequeño de trabajadores involucrados —cerca de 50.000—.

 

La ampliación de este programa hasta abarcar los nueve millones de trabajadores es consecuencia de la devastación de la economía y la pérdida de puestos de trabajo resultante de las políticas de ajuste estructural impuestas por el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, que empezaron en 1980, así como de la liberalización del comercio bajo el auspicio de la Organización Mundial del Comercio, y de la priorización del pago de la deuda en las políticas económicas nacionales desde 1986 por los gobiernos posteriores a Marcos.

 

Exportación de mano de obra y ajuste estructural

 

El ajuste estructural tomó forma de desindustrialización y de pérdida de muchos de los trabajos manufactureros; la liberalización del comercio empujó a muchos campesinos a dejar la agricultura, a un buen número de ellos directamente a buscar empleo fuera de sus fronteras; la priorización del pago de la deuda malversó los recursos que el gobierno podría haber destinado a gastos claves para actuar como motor del crecimiento económico, visto que entre el 20% y el 40% del presupuesto anual se dedicó al pago del servicio de la deuda.

 

En lo relativo al papel que jugó el ajuste estructural y la liberalización del comercio en la creación de presiones para las migraciones de mano de obra, la experiencia de Filipinas se puede comparar a la de México, otro país clave en la exportación de mano de obra.

 

Para los gobiernos de ambos países, la exportación masiva de mano de obra nunca cumplió otra función que la de válvula de escape para liberar las presiones sociales que por el contrario hubiesen sido canalizadas a través de movimientos radicales por el cambio político y social a nivel interno. Aquellas personas que emigran se encuentran a menudo entre las más intrépidas, las más hábiles y más perspicaces de las clases medias y bajas, el tipo de personas que conformarían excelentes cuadros políticos y miembros de movimientos progresistas por el cambio.

 

Junto a la crisis de socialización de infantes producida por la ausencia de las madres, este otro es uno de los más perjudiciales legados de la migración masiva de mano de obra en Filipinas: lo que ha permitido a nuestras élites seguir ignorando las tan necesitadas reformas estructurales.

 

Trabajo cautivo: el caso de Oriente Medio

La exportación de mano de obra es un negocio muy lucrativo, que ha engendrado un sinfín de instituciones parasitarias que ahora tienen un particular interés en mantener y expandir este negocio. Las redes transnacionales de exportación de mano de obra incluyen reclutadores, agencias gubernamentales y funcionarios, traficantes de mano de obra, y un inmenso servicio corporativo como por ejemplo la multinacional estadounidense Aramark, proveedora de este tipo de servicios.

 

El trafico de mano de obra se está expandiendo hasta convertirse en igual de rentable que el tráfico sexual y el tráfico de drogas. La propagación del trabajo asalariado libre ha sido a menudo asociado con la expansión del capitalismo. Pero lo que está ocurriendo en la práctica es la expansión e institucionalización de un sistema de trabajo cautivo bajo el capitalismo neoliberal contemporáneo, un proceso no alejado de la expansión del trabajo esclavo y del trabajo forzado en las fases iniciales de la expansión global del capitalismo en el siglo XVI recogidas en obras de sociólogos como Immanuel Wallerstein.

 

Este sistema expansivo que crea, mantiene y expande el trabajo cautivo es ilustrado de mejor modo en el caso de Oriente Medio. Tal y como asegura Atiya Ahmad:
“Con el florecimiento a partir de la década de los años 70 de las economías de los estados del Golfo sostenidas por los petrodólares, se consolidó un vasto conjunto de políticas gubernamentales, de instituciones sociales y políticas, y de discursos públicos desarrollados para gestionar y controlar a la población extranjera residente en la región. Apoyándose en la kefala o sistema de auspicio y garantía, este ensamblaje disciplina y ajusta a los residentes extranjeros a su carácter de ‘trabajadores migrantes temporales”.

 

Esta construcción de la identidad migrante, promovida desde las élites, favorece la internalización del papel de los migrantes como subordinados sociales y la mutilación de su condición de agentes políticos. Aunque se asume que estos migrantes se quedarán en el país, hasta hoy no han participado políticamente en las sociedades que los acogen, incluso en aquellas sociedades que están siendo sacudidas por vientos de cambio político.

 

En 2009, el 64% de un total de más de un millón de trabajadores filipinos que emigraron tuvieron como destino Oriente Medio. La mayoría de estas personas fueron mujeres y la principal ocupación laboral fue el servicio doméstico o como trabajo de criada.

 

El sistema de tráfico de mano de obra en los Estados de la península arábiga que bordean con el Golfo Pérsico funciona de la siguiente manera: la persona reclutadora en el Estado del Golfo se comunica con su contacto en Filipinas. El contacto filipino se desplaza a provincias remotas para reclutar a jóvenes mujeres prometiendo a estas un salario de 400 dólares por mes, equivalente al salario mínimo fijado por el gobierno filipino.

 

Cuando la mujer emprende su viaje, la agencia reclutadora le ofrece otro contrato en el aeropuerto antes de su partida, uno que generalmente suele estar escrito en árabe, y que indica que cobrará únicamente la mitad o menos del salario inicialmente acordado. A su llegada en destino, se le ofrece por parte del reclutador local un permiso de residencia temporal o iqama, pero este es retirado inmediatamente, al igual que su pasaporte, por su reclutador o empleador.

 

La trabajadora migrante es entregada a una familia donde trabaja bajo condiciones esclavas entre 18 y 20 horas al día. Es aislada de otras trabajadoras domésticas filipinas, haciendo que su comunicación con el mundo exterior dependa totalmente del arbitrio de su empleador. No tiene opción a abandonar a su empleador puesto que su certificado de residenca temporal, así como su pasaporte, se encuentran en manos de este. Si de todas maneras opta por huir y se dirige a su reclutador local, suele ser “vendida” de nuevo a otra familia, con un salario en ocasiones incluso inferior al que tenía previamente.

 

Con la imposibilidad de dejar el país puesto que no está en posesión de sus documentos, la huída implica en la mayor parte de los casos que la trabajadora es vendida de una familia a otra por su reclutador. Si tiene suerte puede dar con la embajada filipina, que cuenta con un refugio para personas huidas, aunque esto generalmente implica un proceso que llevará meses, sino años, donde la embajada busca obtener los permisos necesarios para permitir el regreso a casa de la trabajadora.

 

Como la regulación es subvertida

 

En su esfuerzo por poner freno a este mercado libre de esclavitud virtual, o para evitar que trabajadores se desplacen a países donde su seguridad física puede estar en peligro, como en Afganistán o Irak, el gobierno filipino requiere de permisos gubernamentales para permitir la salida de trabajadores, y en ocasiones impone prohibiciones a ciertos países. Sin embargo, los reclutadores laborales, que se encuentran en muchas ocasiones en connivencia no únicamente con los empleadores de Oriente Medio sino también con el Departamente de Defensa de los EEUU y con contratistas privados estadounidenses, han encontrado fórmulas para sortear estas regulaciones.

 

Las redes clandestinas se han desarrollado para trasladar clandestinamente a trabajadores desde el sudeste filipino a los diferentes destinos de Oriente Medio. Un buen número de trabajadoras domésticas entrevistadas en Damasco unas semanas atrás aseguraron haber salido del país a escondidas desde Zamboanga, ciudad al sur de Filipinas, por medio de un pequeño bote que las trasladó al estado malayo de Sabah. Desde ahí tomaron un barco de mayores dimensones hacia Singapur, donde desembarcaron y fueron transportadas por tierra a un lugar cerca de Kuala Lumpur. En Kula Lumpur fueron forzadas a trabajar para su subsistencia durante seis semanas. Fue únicamente tras dos meses que fueron transportadas en avión desde Kuala Lumpur hasta Dubai, y de ahi a Damasco.

 

Con tales redes transnacionales de tráfico ilegal de personas operando, la embajada de Filipinas estimó que el 90% de las 9.000 trabajadoras domésticas en Siria se encontraban en este país en situación irregular; esto es: no contaban con permisos de salida válidos expedidos por el gobierno de Filipinas. Entre otras problemáticas, esto ha hecho que fuese muy difícil localizarlas y contactarlas desde que Manila dio en enero pasado órdenes a su embajada para evacuar a todas las personas trabajadoras de Siria.
La situación es similar en Afganistán e Irak.

 

Por razones similares, no contamos con datos precisos sobre el número total de trabajadores y trabajadoras filipinas que han sido reclutadas ilegalmente por el Pentágono y los contratistas militares estadounidenses para ofrecer servicios en las bases militares estadounidenses, aunque con la cifra total de 10.000 nos estemos con seguridad quedando cortos. En el caso de Afganistán, la connivencia entre traficantes ilegales de mano de obra, el gobierno de los EEUU, y contratistas privados estadounidenses suponen un inmenso reto para el débil Estado filipino.

 

Abusos sexuales: la siempre presente amenaza

 

La predominancia de mujeres entre las personas trabajadoras que se ven inmersas en estas redes de tráfico hacia Oriente Medio ha creado un tipo de situación donde abundan los abusos sexuales. En este sistema, el tráfico de mano de obra y el tráfico sexual están crecientemente entrelazados. Se adjunta aquí un pasaje del informe del Comité Nacional sobre Trabajadores Emigrantes de Filipinas tras la visita de algunos de sus miembros a Arabia Saudí en Enero de 2011:

 

«La violación es un espectro siempre presente que acecha a las trabajadoras domésticas filipinas en Arabia Saudí… La violación y el abuso sexual son más habituales que lo que las insuficientemente desarrolladas estadísticas de la embajada reflejan, probablemente acercándose a un 15% a 20% de casos denunciados por trabajadoras en situación angustiosa.
«Si uno coge estos indicadores como reflejo aproximadamente representativo de los casos de abusos contra trabajadoras domésticas a lo largo del Reino, uno no puede sino llegar a la conclusión que la violación y el abuso sexual son habituales».

 

Uno podría ir más allá y afirmar que hay un elemento considerable de tráfico sexual en el tráfico de mujeres filipinas hacia Oriente Medio considerando que en muchos de los hogares se asume que ofrecer sexo al amo de la casa es parte de las tareas de la trabajadora doméstica. El resultado es una situación insufrible, no únicamente porque el rechazo conlleva a menudo palizas, sino también porque esto genera enfrentamientos con la esposa del amo. De hecho, en muchos casos, las trabajadoras domésticas son “prestadas” a parientes no únicamente para limpiar sus casas sino también para ser utilizadas como objetos sexuales por los hombres de la familia.

 

Se dice que la esclavitud es cosa del pasado. Sin embargo, las dinámicas del capitalismo global han reproducido un sistema global de trabajo forzado que es mantenido por prácticas tanto legales como ilegales de tráfico de mano de obra. Las mujeres trabajadoras domésticas se encuentran en lo más bajo de la jerarquía social migrante en lugares como Oriente Medio. Sus condiciones de trabajo, que a menudo incluyen violaciones y abusos sexuales, constituyen una condición prácticamente igual que la de la esclavitud.

 

Tal y como en los casos de la esclavitud tradicional en los siglos XVIII y XIX, la abolición de este sistema de trabajo cautivo y forzado debe de ser una prioridad en la agenda política del siglo XXI.
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* Sociólogo, académico y analista de asuntos internacionales filipino.
Fuente: Foreign Policy in Focus.
En www.vientosur.info – Traducción de Iván Molina Allende.

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