Extremos y extremistas

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Mi tío cura, hermano de mi madre, era acérrimo pinochetista. Abominaba de todo lo que aludiese a socialismo -comunismo, ni hablar-. Claro, esto se manifestó después del 11 de septiembre de 1973. Pero antes, hablo aquellos días de finales de 1972, cuando vivíamos en constante confrontación ideológica y también de «política aplicada»; los ánimos estaban caldeados -como ahora- y la sensibilidad se electrizaba a flor de epidermis.

Tío Mario empleaba con habilidad su ironía, a través de pullas y afirmaciones elípticas, un recurso en que los derechistas son particularmente hábiles -lo hemos apreciado en estos días-, sobre todo cuando hay que «sacarle el poto a la jeringa» o «tirar el culo para las moras».

En una cena familiar conmemorativa, mi madre nos había instado a no incurrir en alusiones de política contingente, solicitud que extendió al cura… Este venía achispado, después de una visita a los alambiques de Doñihue, y desoyó la exhortación de su hermana. Después del consomé, alzó la copa y dijo: -«A la salud del compañero Allende, que tiene a medio Chile haciendo la cola del pan».

No respondí y nadie más lo hizo. Mi padre, gallego republicano español (no de estos «socialcristianos de puñal bajo el poncho»), clavó la mirada en su impertinente cuñado. Este no se arredró, como si fuese virtual candidato ultramontano.

-Nos van a expropiar las citronetas – agregó con sorna el cura, porque hoy son autos de lujo.

No me contuve. Me puse de pie, levanté la copa y ofrecí mi propio brindis: -A la salud de Carlos Marx, que expulsó a los mercaderes del templo.

Tío Mario se descompuso, dio un golpe de puño sobre la mesa, y me gritó: -No te permito que compares a Cristo con Marx…

Le respondí, en el acto: -¿Y cómo usted compara al dictador asesino, Francisco Franco, con San Miguel Arcángel? (Pinochet irrumpiría un año más tarde).

Este cuento, paciente lectora, amable lector, me volvió a la memoria ayer, después de un comentario que hice, en esta red, a propósito de una o dos escritoras, y un escritor, que denostaban a Boric y declaraban su apoyo a Kast. Dije que me extrañaba que hubiese gente del oficio de las letras apoyando al vástago ideológico de Augusto Pinochet, neonazi ejemplar, habiendo nosotros -los marginados escribas de este país- padecido abusos, vejámenes y aun asesinatos de nuestros pares.

El colega saltó, como si fuese mi tío cura resucitado -hoy en el paraíso sin culpa de los católicos-, para espetarme que el voto es libre… A renglón seguido, me habló de Venezuela, Nicaragua y Cuba, acusándome de complicidad silenciosa con esos regímenes funestos… Luego, como si fuera poco el infundio, me echó en cara los cien millones (estadística tan certera como las de CADEM) de muertos por cuenta del comunismo estalinista, nombrando de pasada al fascismo, como que no quiere la cosa. Me cepilló por haberle yo recordado que viví en carne propia, y en la piel agujereada de nuestro gremio, los ultrajes de la única dictadura en la que he vivido y conozco de cerca: la militar empresarial, entre 1973 y 1990.

Al final de su atropellada perorata, donde parecía un caballero de triste figura, blandiendo mohosa espada para defender a sus bellas dueñas kastistas, puso como rúbrica «Viva Chile Libre». Aún no me entero si ese Chile a que alude y glorifica es el de Pinochet, el de Piñera o el de Kast… Ya nos enteraremos.

Cierro, para decir que me dolió su epíteto de «soberbio». No se lo dejaré pasar, porque a mí, como afirmaba mi progenitor emigrante: «a humilde y modesto, no me gana ni Dios».

Ciudadanas y ciudadanos, voten el domingo 19 «en conciencia», libremente, -no como en enero de 1980- aunque ya estén cansados de dilemas casuísticos.

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