Fahrenheit 9/11: un suceso miniestrenado

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El número de cines en los que está pautada la última película de Michael Moore, el documetal Fahrenheit 9/11, es impreciso; no serán menos de 750 ni más de 869 salas en los 50 estados de la unión norteamericana. En las últimas semanas la medición del interés del público por verla la puso en primer lugar entre las producciones de estreno inminente.

Una película que despierta la curiosidad obtenida por Fahrenheit 9/11, avalada además por el talento de su director, que obtuvo por otro filme -Bowling for Columbine- el Oscar, premio de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas estadounidense, por lo general se estrena en unas 3.000 salas.

El filme, premiado en mayo en el Festival de Cannes, que construye un sólido y demoledor argumento crítico, ético y político sobre el gobierno del actuial presidente de EEUU, había quedado sin distribución al negarse a hacerlo una subsidiaria de la conservadora Corporación Walt Disney.

Tal vez haya influido en el relativamente escuálido número de salas que la exhibirán el hecho de que Moore no oculta que su intención es aportar a impedir que Bush sea reelegido en el próximo mes de noviembre. Los distribuidores, Lions Gate Films e IFC Films, en todo caso, no podrán quejarse: el día de su preestreno en Nueva York Farenheit 9/11 batió el récord de recaudación en las dos salas donde fue mostrada.

De cualquier modo, al estrenarse el filme en un número limitado de salas queda a salvo el derecho a la libre expresión. Como sucede en algunos diarios, que esconden la información que no pueden dejar de consignar, pero que no les agrada, entre los anuncios de las páginas interiores, se cautelan las formas de la democracia y eso que alguna vez los ingleses llamaron «fair play».

Fahrenheit 9/11, el título recuerda a la novela de Ray Bradbury -publicada antes de que el escritor se inclinara, con los años, hacia el conservadurismo conformista-: Fahrenheit 451, la temperatura a la que se quema y arde el papel, ficción en la que los bomberos están encargados no de apagar incendios, sino de destruir libros: la memoria de la humanidad; obra que a su vez nos remite a 1984, el clásico de George Orwell sobre un sistema social construido sobre la relatividad de la mentira y la fuerza de la coacción.

El público para quien se filmó

Un exultante Michael Moore señaló que sus fans -palabra intraducible de la jerga del espectáculo que signfica algo algó como súper admiradores- son las personas más afectadas por las decisiones tomadas en Washington y, a la vez, las que menos votan. «Muchos de ellos han estado dormidos, han sido ignorados (por quienes ejercen el poder) y si esta película les despierta y les hace actuar, habré hecho, creo, una contribución significativa».

Moore definió como personas de la comunidad negra, jóvenes de raza blanca, ciudadanos de clase trabajadora y pobres el público para quien trabaja.

Los críticos e intelectuales -y por cierto periodistas- del stablishment estadounidense y de otros países no logran comprender la raíz de los motivos de Moore. La aparentemente asombrada pregunta que formulan urbi et orbi: ¿hizo el filme sólo por oponerse a Bush? ayuda a comprender la profunda crisis moral de los epígonos del poder imperial.

Así como los pueblos sometidos a las presiones y dictados de la superpotencia advierten la cruel arrogancia y el poder que disfraza sin disimular la pavorosa ignorancia e insensibilidad de sus capas dirigentes, éstas perciben que la columnna vertebral del país la configuran los hoy adormecidos pensamiento e ideales libertarios.

En esta dimensión la película de Moore, Fahrenheit 9/11, debe inscribirse -pero, desde luego, no confundirse- en el esfuerzo que cotidianamente realizan mujeres, intelectuales, artistas, hombres de la calle, estudiantes, militantes de organizaciones ciudadanas y políticas, en fin, para ‘despertar a Kundalin’.

El imperio no es Estados Unidos, aunque muchas de sus decisiones -la mayor parte tal vez- se tomen dentro de sus fronteras.

«Me tirarán con todo», dijo Moore a la prensa. Por lo pronto el movimiento bushista Move Forward América (algo así como Adelante América) intentará que la película fracase en la taquilla, y advierte al público que se trata de una campaña «antiamericana (estadounidense)».

El realizador afirma que lo importante en su documental no radica en el distanciamiento frente a las personalidades que enfoca, sino en lo verdadero de sus datos y la rigurosidad de la realización. «Si dices que tal cosa es un hecho, tiene que ser un hecho»; luego, a partir de los hechos presentados tras ser cuidadosamente verificados, se tiene que exponer un punto de vista que lo sustente.

El magro consuelo del bushismo estadounidnese y de sus secuaces repartidos por el mundo es que será muy poco probable que el documental se empine entre las películas más taqiulleras de la temporada debido al escaso núero de cines que la proyectarán -alrededor de un tercio de lo que es costumbre cuando un filme genera interés y controversia. Pero, aun así, todavía no está dicha la última palabra. Tal vez los que corren peligro de ser ahorcados quieran vender sus últimas sogas…

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