El fuego pasará, quedará el viento aventando cenizas que serán fertilizante; en 100 años tal vez vuelva el bosque para bailar la larga sombra de marzo y octubre. En un millón de años las Torres seguirán observando la estupidez humana, y pasarán las bandurrias y los cisnes y esos torpes flamencos y los kaikenes. El fuego pasará. |LAGOS NILSSON.
En la memoria antiguas bestias cruzarán las edades para pastar a la vera del Dorotea y, ¿quién sabe?, será entonces también posible un vaso de vino blanco en Natales. Y habrá caballos y senos de agua camino a otros senos cuando apriete la noche y se ponga el último palo en la estufa.
Habrá peces en los ríos y niños que intenten pescarlos; alguna vieja señora cultivará rosas al abrigo de una cerca; Juan, el de la escarcha, iniciará otra vez su camino a la angostura del Estrecho para buscar lo que quiera al otro lado de las toninas, por los rumbos del Cordón Baquedano en la isla, con su montura malvinera al hombro y la boina bien encasquetada.
Y en 100 años (y después) el cielo todavía sabrá teñir de rojo y de verde y de morado y de blanco y de azul y de rosado y de amarillo los vuelos en tierra del coirón. En cien años el viento atrapará a los incautos en las esquinas de Punta Arenas y en el breve verano los campos se volverán leve frutilla cerca de los graves calafates y los ruibarbos charlatanes.
Volverán los guanacos con los chulengos, mirará el puma los resabios de Luna en 100 años, y parirán sus corderos las ovejas y en los próximos inviernos la nieve será todo. Lejos, entonces, hacia el norte donde vivo, los que mandan mirarán las fotografías del paisaje renacido; y quizá las del destruido allá en el Aysen.
En 100 años el norte seguirá lejos y tal vez, solo tal vez, se aprenda que la naturaleza no es una vitrina para turistas imbéciles y autoridades ignorantes. Y durante cada uno de esos 100 años o durante cada uno de los cien siglos que comienzan a llegar echaré de menos las noches y los amaneceres de Magallanes.
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