Gramsci y el genocidio armenio

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Osvaldo Bayer*
Otro nuevo aniversario de uno de los mayores crímenes de la humanidad: el genocidio armenio cometido por Turquía. La muerte de miles y miles de niños, mujeres y hombres en manos de esbirros y de aquellos que se creían dueños de la vida y la muerte. Para recordar esto –como lo hacemos siempre para mantener la memoria de las injusticias y el terrorismo de Estado– reproduciremos hoy un hallazgo, un documento sobre ese genocidio, hasta hoy nunca publicado.

 

Es un artículo sobre este tema del gran teórico político Antonio Gramsci, muerto en las cárceles de Mussolini. Uno de los pensadores más lúcidos del siglo pasado. Y más todavía, el artículo va con una presentación del escritor y periodista Emilio Corbière, quien nos dejó para siempre no hace mucho y quien fue el que hizo este verdadero hallazgo. Leamos primero a su presentador, Emilio Corbière, y luego la fundamental opinión de Antonio Gramsci:

“Antonio Gramsci y la cuestión Armenia”, por Emilio Corbière:
“Gramsci tenía 25 años cuando escribió su condena del genocidio armenio en el marco de una Europa conmovida por la guerra, pero ignorante de la terrible tragedia que vivían los armenios masacrados sin piedad por los turcos. Quien sería la mentalidad más esclarecida del marxismo occidental, político, pensador, periodista, organizador, demostró con su actitud franca ante el genocidio sus firmes convicciones humanistas.

“Bien pudo afirmar Benedetto Croce, en 1947, sobre el mártir antifascista Gramsci: ‘Recomendaba años atrás a los jóvenes comunistas napolitanos, armados de un catecismo filosófico escrito por Stalin, levantar los ojos a las estatuas que hay en Nápoles de Tomás de Aquino, Giordano Bruno, Tommaso Campanella, Giambattista Vigo y otros grandes pensadores nuestros y dedicarse a llevar la teoría comunista, si podían, a aquella altura y empalmarla a aquella tradición. Pero ahora les señalo no una estatua de mármol sino un hombre conocido en persona por muchos de ellos y cuyo recuerdo deberían mantener vivo por algo mejor que el vacuo sonido de su nombre: Gramsci’.

“De esa altura moral fue Gramsci, a quien, con acierto, Croce comparó con el Aquinante, con Bruno –también mártir– y con Vico. Es importante recordar esta página inédita del político y filósofo de izquierda, por dos razones. La primera, para destacar su ferviente humanismo; la segunda, porque el genocidio armenio todavía es una llaga lacerante en la historia de la civilización de nuestro tiempo.
“Cuando la mayoría callaba, o era indiferente, el joven Gramsci condenó el genocidio y llamó la atención desde una modesta hoja socialista regional, llamando la atención sobre el drama que culminaría con más de un millón y medio de armenios asesinados.

“Pocas voces se habían levantado contra la agresión desde fines del siglo XIX. Los franceses Anatole France y Jean Jaurès habían hecho escuchar sus demandas aisladas. También en el campo socialdemócrata alemán lo hicieron el judeoalemán Eduard Bernstein y la revolucionaria polaca Rosa Luxemburgo. Sin embargo, se trató de testimonios personales, aislados, sin ninguna fuerza como para llegar a la conciencia de los gobiernos y las monarquías europeas. El Papa romano, los líderes religiosos, los príncipes, los gobiernos republicanos, todos callaron.

“Bernstein, en su escrito, denunció que la mano criminal había sido turca pero que había complicidades de grandes potencias, entre ellas, Gran Bretaña. El renacimiento cultural y sociopolítico de los armenios a finales y principios de siglo estaba acompañado por un fuerte contenido nacional y revolucionario. Aseguraba que muchas cancillerías y políticos imperialistas creyeron ver el fantasma de la revolución socialista que venían anunciando los intelectuales y militantes de esa concepción en el centro de Europa y en el Este eslavo, y que la misma se podría producir en Armenia. En 1915 el drama culminó con el genocidio, sobre el cual los armenios reclaman ahora justicia y verdad.

‘Las masacres armenias’ se tornaron proverbiales, pero fueron apenas palabras que sonaron huecas y fallaron en configurar las imágenes de hombres de carne y hueso. Hubiera sido posible obligar a Turquía –dependiente como era de todas las naciones europeas– a no atormentar a quienes tenían como único deseo ser dejados en paz.

“Nada fue hecho, o por lo menos nada que produjese resultados concretos. Apenas Vico Mantegazzo citó, ocasionalmente, a Armenia, en sus prolijas divulgaciones sobre política oriental. La Primera Guerra Mundial levantó, una vez más, la Cuestión Armenia, más sin mucha convicción. Cuando Erzerum cayó en poder de los rusos la retirada de los turcos de los territorios armenios recibió en nuestra prensa menor espacio que el dedicado al aterrizaje del Zeppelin en Francia.

“Los armenios que están desplegados por Europa debían habernos hablado sobre su país, su historia, su literatura. Lo mismo que aconteció en Persia, ocurrió con Armenia. ¿Quién sabe que los grandes árabes (Avicena, Averroes y otros) son en verdad persas? ¿Quién sabe que casi todas las cosas que pertenecen a la civilización árabe son en realidad persas? O aún más, ¿cuántos de vosotros tenéis conciencia de que todos los esfuerzos recientes para modernizar Turquía se deben a los judíos y a los armenios?

“Los armenios deberían haber hecho conocer Armenia. Deberían haberla traído a la vida y a las mentes de los que la ignoran, que nada saben a su respecto y que por eso no le tienen simpatía.

“Alguna cosa está siendo hecha en Turín. Una revista llamada Armenia está siendo publicada, y a través de diferentes colaboradores se habla sobre el pueblo armenio: quiénes son, qué quieren, en qué se pretenden transformar.
“En ese proyecto, debe ser incluida la publicación de varios libros que introduzcan más persuasivamente y con mayor fuerza a la historia, la cultura, la poesía y la lengua del pueblo armenio.”

Hasta allí Gramsci. Siempre un adelantado. Siempre con los que sufren. Los argentinos, en los organismos internacionales, debemos luchar para que Turquía reconozca su genocidio en todos sus detalles. Nosotros, que en nuestro territorio ocurrió el nefasto método de la “desaparición de personas”, uno de los peores crímenes masivos de la historia de la humanidad, la llamada “muerte argentina”, tenemos ese deber de conciencia.

 

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