Guerra en Georgia: El eterno “Gran Juego” por la llave del mundo

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Diego Ghersi*

La estratégica zona del Caúcaso, rica en hidrocarburos e importante nudo de comunicaciones, resurge como campo de batalla por la hegemonía planetaria.

Desde que a principios del siglo XIX Sir Harold Mackinder expusiera la teoría del “corazón continental” el Asia Central ha sido considerada como la región pivote del mundo.

El estratega británico, considerado hoy como el más grande impulsor de la geopolítica anglosajona, explicó en 1919 que si Asia central era el corazón continental entonces Europa Oriental era su “llave” de acceso. En consecuencia, quién gobernara Europa oriental también sería amo de Eurasia y África y por ende, señor del mundo.

Esta concepción salta a la vista de quien observe cualquier mapa: Europa y Asia, lejos de estar separados físicamente, están unidos en una innegable continuidad que es Eurasia, pero el concepto no es utilizado –más allá de la curiosidad- porque en la historia no ha sido refrendado por una unidad política duradera.

Las ideas de Mackinder pueden explicar los esfuerzos británicos que hasta mediados del siglo XX pugnaron por evitar una alianza entre Alemania y Rusia (ex URSS) y la creación -a tal efecto- de una cantidad de estados “tapón” que separaran ambas potencias, es decir, evitaba la unión de Europa continental y el Asia.

Hoy el “Gran Juego Estratégico” sigue entendiéndose en los mismos términos aunque los protagonistas hayan cambiado de nombre o de forma. Así, la vieja política británica es continuada por Estados Unidos; Alemania debe ser considerada como “Unión Europea” y los “estados tapón” como “ampliación” de la OTAN.

Desde ese punto de vista se explica la inclusión inicial en la organización atlántica de Polonia, República Checa y Hungría. A los que luego de la Guerra Balcánica se sumaron Eslovaquia, Rumania y Bulgaria. De esta manera, Estados Unidos consiguió dominar Europa del Este y meter una cuña en medio de una más natural asociación posible entre la Unión Europea y Rusia, lo cuál según la concepción “makinderiana” les evitó perder el control del “corazón continental” eurasiano.

La intervención de Rusia en Osetia del Sur marca el regreso de la nación de los zares a la disputa por la hegemonía planetaria, luego del desconcierto inicial producido por la caída del régimen socialista y su regreso al mundo capitalista.

Rusia no viene sola, detrás de ella está el respaldo de una nueva creación post guerra fría: La Organización de Cooperación de Shangai (OCS), poderoso Bloque Regional fundado en 2001 que aglutina directamente a Rusia con China y con los también estratégicos Kazajistán, Kirguistán, Tayikistán y Uzbekistán.

Indirectamente, Mongolia, India, Irán y Pakistán son considerados “estados observadores” de la OCS, organización a la que sólo le faltaría Afganistán para crear en la política exterior estadounidense el efecto de un tumor cerebral irreversible.

Resulta evidente que uno de los objetivos principales de la OCS es contrapesar a Estados Unidos evitando conflictos que permitan la intervención de ese país en regiones limítrofes con Rusia y China.

En este marco, resulta estéril la pretendida aspiración mediática de Washington de confundir al nuevo status ruso con la vieja URSS y al conflicto por Osetia del Sur con una renovada batalla de la desaparecida “Guerra Fría”.

Así, a la hora de comentar la guerra en el Cáucaso, los analistas y funcionarios estadounidenses “la confunden” con una continuación de la infinita y cruda contienda entre rusos y georgianos o como una parte de los asuntos pendientes de la Guerra Fría. Incluso se especula con el deseo de Rusia de borrar la “humillación” nacional que experimentara tras el desplome de la Unión Soviética, restaurando su “esfera de influencia” en los territorios del sur.

La realidad y el criterio hacen descartar esas hipótesis porque el conflicto desatado en Osetia del Sur involucra claros objetivos a futuro.

A la histórica importancia estratégica que desde el punto de vista geográfico se asignó a la zona del Caúcaso contribuye la codicia generada por la administración de su riqueza económica.

Los hidrocarburos del mar Caspio son estimados en 25.000 millones de barriles de crudo y las reservas de Kazajstán, Turkmenistán y Uzbekistán igualan a las de Kuwait y superan a las de Alaska y el Mar del Norte juntas. El problema ruso-estadounidense es dirimir el control del flujo energético del Mar Caspio hacia los mercados occidentales.

El Mar Caspio no tiene salida al mar -técnicamente es el lago más grande del mundo- y eso generó un problema de transporte para las ex repúblicas soviéticas de la zona que urgentemente necesitaban exportar a occidente sus recursos naturales y que sólo podían hacerlo por oleoductos que habían quedado bajo soberanía rusa.

En ese entonces, la administración Clinton propició la construcción de un oleoducto alternativo desde Bakú (Azerbaiyán) a Tbilisi (Georgia), y desde allí hacia Ceyhan, en la costa mediterránea de Turquía. El oleoducto BTC (Bakú, Tbilisi y Ceyhan) comenzó funcionar en 2006.

A esos efectos, la Casa Blanca apoyó en 2003 la llamada “Revolución Rosa” que desplazó al entonces presidente Eduard Shevardnadze, quién por estar cercano a Moscú era un obstáculo a los intereses estadounidenses. Su posterior sucesor y actual presidente georgiano, Mijail Saakashvili es doctor en derecho de la Universidad George Washington e indudablemente proclive a Estados Unidos.

La lucha por Osetia del Sur implica entonces el control del flujo petrolero, cuestión demasiado delicada para dejarla en manos del humor moscovita que así lograría dosificar la energía de la Unión Europea y quitaría a Estados Unidos una fuente alternativa al petróleo de Medio Oriente. En ese sentido, son confirmatorias las palabras de Condoleezza Rice, secretaria de estado de Estados Unidos: “No permitiremos que Rusia dibuje una nueva línea de separación en los Estados que aún no están integrados en la estructura transatlántica".

Sin embargo, el actual balance de fuerzas lleva a pensar que Rusia no se moverá de las posiciones conquistadas y que Estados Unidos deberá trabajar mucho por condiciones más favorables a sus ambiciones. La teoría mackinderiana y la carencia de autoridad moral que los estadounidenses lograron con las invasiones de Irak y de Afganistán dejan sin sustento los dichos de Condoleezza Rice en el sentido de que “Estados Unidos tiene todo un cuadro estratégico para la cooperación con Rusia. Es el comportamiento de Rusia en esta reciente crisis la que le está aislando del principio de cooperación entre naciones cuando invade pequeñas ciudades y bombardea civiles".

De esta disputa estratégica o “Gran Juego”, que involucra a bloques de naciones, nadie en la Tierra queda aislado. Tampoco Sudamérica, gran reserva de recursos naturales a los que se echará mano más temprano que tarde, en la medida que las otras opciones se sigan recalentando como en Medio Oriente y en el Cáucaso.

*Publicado por APM

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