Guraira Repano: La llama de la transparencia

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Magally Elvira Ramírez*

“Veo otra ruta, la ruta del instante, la ruta de la atención, despierta, incisiva, sagitaria, pico de víscera… reflejo del rayo, vigilancia, ruta real con legión de frutos vivos, cuyo remate es en ese lugar en todas partes y en ninguna”

Rafael Cadenas.

 “Sueño frente a la nada, eso somos”.

Vicente Gerbasi.

Guaraira Repano es el nombre del libro de poesía realizado por Marissa Arroyal que le canta a esa montaña venida del mar Caribe. Los textos escritos por Marissa pertenecen a los haiku, que es un espacio para poetizar que se define por su brevedad, pero esta característica afecta, esencialmente, al formato de lo inscrito, la montaña es un paisaje, el “roji” del Tao, es una galería que atraviesa un jardín que lleva del porche, que hace de vestíbulo, a la sala del té, simboliza el primer estadio de la meditación, una reflexión filosófica cuyo primer llamado lo hace la poeta y su mensaje sobre el paisaje montaña es decisivo, es hacia “los indiferentes” que “jamás encuentran” el camino del otro porque están ensimismados en la contemplación de su yo ego. Nadie que atraviese el jardín olvidará la emoción que experimenta el espíritu cuando se eleva por encima de la vulgaridad cotidiana, mientras pasea a la sombra crepuscular de los árboles de follaje siempre verde.

El haiku es poesía escrita y vívida, estamos frente a una estética que estructuralmente nos remite a un hacer rápido, a un tiempo particular, a ir hacia lo esencial, a una enunciación absoluta de asunto eterno mediante contrastes; la brevedad resuelta en intensidad y transformación, en asociaciones contradictorias, el poder de concentración de la palabra es lo que se impone en los diálogos de la poeta con el mundo. Los haiku de Marissa están asociados al momento de iluminación indecible del taoísmo, que sin duda le debe mucho al zen, que es una doctrina sin palabras; para propiciar la llama de la transparencia del conocimiento, los maestros de ese modo de descifrar el cosmos acuden a las paradojas, al contrasentido, a todas aquellas formas que tienden a disolver nuestra lógica y perspectiva normal y limitada de las cosas, pero esa destrucción no tiene por qué remitirnos al caos y al absurdo sino que a través de la experiencia del sinsentido descubrir una nueva percepción de nosotros y de lo que nos rodea, sólo que ese registro de la iluminación es incomunicable por la palabra, el humor, la poesía o la imagen. La búsqueda de la verdad relativa se transforma en un espacio infinito y la mirada se resuelve en el vacío hacia la profundidad contemplativa e inmóvil, se refugia en los abismos del kōan que conducen al satori, hay un deseo indecible de pulsar la llama de la transparencia, se acentúa el habla religada del universo, se escucha lo que dice la arena, el dolor de su huella, los cantos del follaje, el silbido del viento o la presencia relampagueante del ocaso.

La dádiva de la poeta despierta en el lector nuevos reflejos, lo transcrito en el poema del viaje de “Li Po por el río del cielo” recoge la contrastante mirada de la luna, ella ya no es la luna sino un “jazmín que se mira en aguas oscuras”, ella es y no es, la belleza transformada se expone en un nuevo significado instantáneo, las imágenes se activan para dar cuenta del espacio de sombra y luz, una nada mutada en un jeroglífico de lo animado, una sutil catarsis se opera en el lector, el cuerpo respira mejor en los signos del vacío, como visitantes fugaces de los textos escritos estamos frente a una ambrosía vegetal que nos recuerda que con la salida del sol se desvanecen los pensamientos del pasado y en medio del poema se “anuncia el inicio del sermón de la montaña” que recita las bienaventuranzas, la montaña es el lugar sagrado, un templo para la meditación y para la epifanía del filósofo chino Li Po convertido en fiel amigo, perro acompañante.

El rumor del río, el vértigo de su desplazamiento y su voz, nos informan sobre la situación de ese árbol que se convierte en un Hércules vegetal que prepara todas las fibras de su cuerpo, su apoteosis, al “darse por entero en un sagrado ir hacia arriba”, pero la cima también es el ámbito para el entierro de la figura paterna, los huesos del padre se estacionan entre “el alba y el ocaso” “bajo el árbol de mango del cortafuegos” en el borde de los extremos, allí “nadie está exiliado”, todos se unen a la totalidad sagrada, “en la pequeña estela de octubre”. El símbolo recurrente es la cumbre que “le ofrenda al visitante su corazón de agua”, hay una rosa en el Ávila, ligera, asemeja “un nido de coral” y con esa flor se aproxima la noche en Galipán y de ella sólo “queda el brillo de la luna en la azucena”, el peregrino en la oscuridad es iluminado por el resplandor que se ha apostado en una azucena, lo Otro, lo Oculto, se presenta de inmediato como espacio de transformación, “la pupila del cielo se abre un instante” y se produce entonces en el viajero un kōan, “reflexión”, de inmediato surge un vórtice de luciérnagas y en el espectador brota de nuevo una pregunta sin respuesta “¿De qué abismo regresan las luciérnagas?”, y se atisba a comprender que su luz es traída a la ladera por el Misterio desde su lugar habitual, lo abismal.

La poeta interrumpe su marcha ante el infranqueable asombro; luego continúa su viaje hacia donde nada la detenga, los espíritus guardan sus lugares solitarios y apartados, el sol, la luna y las estrellas siguen su curso regular, la simplicidad de la cima, la ausencia absoluta de trivialidad en la misma, hacen de ella un verdadero santuario contra las fricciones del mundo exterior. Allí y solamente allí, puede un hombre consagrarse sin cortapisas a la adoración de la belleza expuesta, “a la sombra del Ávila” la montaña se convierte en el maestro, en el “índice que señala” el camino, la cúspide se nos presenta como una especie de colina de las hadas de la cultura celta y nos interrogamos: ¿en el Guaraira Repano está nuevamente el Zigurat mesopotámico? Todo el ámbito se transfigura, la neblina, que todo lo oculta, es un paso para entrever “con gusto a hierba” el conocimiento de uno mismo.

En los poemas de Marissa Arroyal se advierte que la vida y la muerte forman parte de un insondable Misterio cuya incógnita, el “¿para qué?”, queda sin respuesta, como “una hilera de hormigas con un pétalo amarillo” porque el tiempo en que acaece la vida se convierte en fugacidad, es un río continuo que al atardecer “se lleva el día” y la voz de las chicharras como un “antiguo cincel” horada, suaviza y activa la belleza de “la oscura piedra de los versos” y de nuevo la incesante autoiluminación que produce el lugar sagrado se ve reflejada en los versos de cañada y claroscuro, donde “un colibrí de fuego” produce el éxtasis, y el grito final “de la bandada de loritos” diluye la ignorancia en medio de “la bruma del ocaso”. Junto al eco del agua la escritora anuncia su dolor y su consuelo dentro del “valle de Toromaymas”, viaje inmóvil al término del cual nos encontramos a nosotros mismos, la montaña le da la fuerza que fecunda en ella “jardines en su oquedad” y el arco iris es un poema que tiene un cuerpo hecho con gotas de llovizna y es una arquitectura de centelleantes átomos, bien construida, sin embargo no puedes ponerle la mano, no, ni siquiera tu mente. En un instante, inconmensurable, el silbido de un pájaro nos resguarda del habla perpetua del ayer, nos coloca sobre la escena de lo que acaece en el momento y la unidad con la montaña se concentra en un silencio sin tregua, en un diálogo de amor, la observación y lo observado se convierten en una unidad que nos abre las puertas del satori: el sentido y la ausencia del mismo, vida y muerte coexisten, dos realidades unidas e inseparables y que, no obstante, jamás se funden enteramente, el grito del pájaro y la luz del relámpago generando la contemplación que es un estado de soledad.

La belleza de la palabra arde como un fuego, desrealiza lo real, la imagen del Guaraira Repano, como libro, supone la crítica del lugar común, el lenguaje tiende a dar sentido a todo lo que decimos y en su totalidad poética es un testimonio de la pregunta creadora que todo ser humano debe alcanzar en su búsqueda del conocimiento.

Los haiku de Marissa Arroyal se sirven de la riqueza metafórica que inspira y genera el esplendor de un contraluz para describirnos el psiquismo que mantiene atenta la conciencia para dar fuerza a sus reflexiones estéticas. Es un libro que exige del lector disposición para acceder al ámbito de esas calladas iluminaciones y es una invitación, también, para asomarse al lento tiempo y al silencioso despertar del alma.

 

Bibliografía directa

  • Arroyal, Marissa: Guaraira Repano, Edit. El Perro y la Rana, 2006.
  • Bachelard, Gaston: La llama de una vela, Monte Ávila Editores, 1975.
  • Okakura, Kakuzo: El libro del té, Edit. Kairós, 1978.
  • Bashō, Matsuo: Sendas de Oku, Edit. Seix Barral, 1981.
  • Chuang-Tzu: Monte Ávila Editores, 1972.
  • Krishnamurti, J.: El despertar de la sensibilidad o el arte de ver, Edit. Orion, 1966.

 

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