¿Haciendo historia en la pobreza u otro cambio de régimen?

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El hecho es que los periódicos apenas consignan la noticia de las muertes en masa a consecuencia de la pobreza, ni diariamente, ni semanalmente, ni siquiera una vez al mes. En su lugar cubren la noticia una vez al año, o cada vez que una organización internacional emite un informe acerca de la mortalidad anual. El conteo más reciente de bajas: la pobreza mata a ocho millones  de personas cada año en África, Asia y Latinoamérica.

 
El mensaje principal del libro de Jeffrey Sachs, resumido en la edición del 14 de marzo en la revista Time, es que la mayoría de esas muertes son evitables. Podemos acabar con la extrema pobreza. La clave estriba más en el compromiso financiero de los países ricos que en la cruzada en contra de la corrupción y el mal gobierno, promovida por Estados Unidos y otros países occidentales.

 
Sachs no es un socialista. Logró su reputación como el arquitecto de las radicales reformas de mercado libre en la Polonia post-soviética. Sin embargo, después de 20 años de estudiar y practicar la economía desarrollista, Sachs, quien es también director del Instituto Tierra de la Universidad de Columbia, promueve una “economía clínica” que se diferencia totalmente del enfoque “de talla única” asociado con las instituciones financieras internacionales.

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Sachs describe ese enfoque de la manera siguiente: “Durante el último cuarto de siglo, cuando los países pobres han rogado ayuda al mundo rico los han enviado al médico del dinero, el Fondo Monetario Internacional. Durante un cuarto de siglo y con cambios sólo recientemente, las principales recetas del FMI han sido las de apretarse el cinto presupuestario para pacientes que no tienen ni para comprar su propio cinto”.

 
Vale la pena citar en extenso los principales argumentos de Sachs:

 
“Desde el 11 de septiembre de 2001, EEUU ha lanzado una guerra contra el terrorismo, pero ha olvidado las causas más profundas de la inestabilidad global. Los casi US$ 500.000 millones de gastos militares de EEUU en este año nunca comprarán una paz duradera si EEUU continúa gastando la treintava parte de esa cifra, aproximadamente US $16.000 millones, para enfrentar las necesidades de los más pobres entre los pobres, cuyas sociedades son desestabilizadas por la extrema pobreza.

Esos US$ 16 mil millones representan el 0,15 por ciento de los ingresos de EEUU, o 15 centavos por cada US$ 100 de nuestro ingreso nacional. La cantidad dedicada a ayudar a los pobres ha ido disminuyendo durante décadas y es una mínima fracción de lo que EEUU ha prometido dar y no lo ha hecho.

 
“Si los pobres son pobres porque son perezosos o sus gobiernos son corruptos, ¿cómo puede ayudar la cooperación global? Afortunadamente esas creencias comunes son erróneas –sólo una pequeña parte de la explicación de por qué los pobres son pobres. En todas partes del mundo los pobres enfrentan retos estructurales que les impiden colocar ni siquiera un pie en la escalera del desarrollo.

 
“Cuando una sociedad es económicamente dominante, es fácil para sus miembros suponer que tal dominación refleja una gran superioridad –ya sea religiosa, racial, genética, étnica, cultural o institucional– en vez de un accidente de oportunidad o geografía. Tales teorías justificaron brutales formas de explotación de los pobres durante el dominio colonial, y persisten hoy entre aquellos que carecen de una comprensión de lo que sucedió y continúa sucediendo en el Tercer Mundo.

 
“Los países que van de Bolivia a Malawi, pasando por Afganistán, se enfrentan a retos casi desconocidos en el mundo rico, retos que son horripilantes de inicio, pero que luego son alentadores en el sentido que se prestan a soluciones prácticas.

 
“El mundo exterior tiene respuestas preconcebidas con relación a los países empobrecidos, en especial los de África. Una y otra vez se regresa a la corrupción y el mal gobierno. Los funcionarios occidentales argumentan que África debe comportarse mejor, permitir que las fuerzas del mercado operen sin interferencia de líderes corruptos. Sin embargo, los críticos de la gobernabilidad africana están equivocados.

La política no puede explicar simplemente la prolongada crisis económica africana. La aseveración de que la corrupción de África es una fuente principal del problema no soporta un escrutinio serio. Durante las últimas décadas he sido testigo de cómo países relativamente bien gobernados como Ghana, Malawi, Mali y Senegal no han podido prosperar, mientras que las sociedades de Asia que se consideran extensivamente corruptas, como Bangladesh, Indonesia y Pakistán gozaron de crecimiento económico rápido.

 
“Otro mito es que el mundo desarrollado entrega mucha ayuda a los pobres del mundo… El Presidente Bush dijo en una conferencia de prensa en abril de 2004 que como ‘la mayor potencia del mundo tenemos la obligación de ayudar a la propagación de la libertad.  Tenemos la obligación de alimentar a los pobres’. Pero ¿cómo cumple EEUU con esa obligación? La asistencia de EEUU a los agricultores en países pobres para ayudarlos a cosechar más alimentos es de unos $200 millones al año, mucho menos de $1 por persona al año para los cientos de millones que viven en granjas de subsistencia.

 
“EEUU ha prometido repetidamente durante décadas, como signatario de acuerdos globales como el Consenso de Monterrey de 2002, dar una proporción mucho mayor de su riqueza, específicamente hasta el 0,7 po ciento del PIB, para la ayuda oficial al desarrollo. Por supuesto, el hecho de que EEUU no cumpla con esa obligación no tiene consecuencias en nuestro país, porque ni siquiera uno por cada millón de ciudadanos norteamericanos sabe de declaraciones como el Consenso de Monterrey. Pero no debiéramos subestimar la proyección que tiene en el exterior. Aunque mintamos en EEUU acerca de nuestra generosidad, los países pobres saben muy bien lo que no estamos haciendo.

 
“El costo de la acción es sólo una mínima fracción del costo de la inacción. Y sin embargo, debemos realizar estas tareas en un contexto de inercia global, inclinación a la guerra y escepticismo comprensible en todo el mundo de que esto pueda ser diferente a como ha sido en el pasado”.

 
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El más terrible presagio

Entre las tareas que hay que enfrentar a fin de terminar con la pobreza, Sachs cita la necesidad de “recuperar el papel de EEUU en el mundo” cumpliendo el compromiso de dar para la ayuda el 0,7 por ciento del PIB y “rescatar el FMI y el Banco Mundial” transformando su papel de agencias cobradoras de la deuda a favor de los países ricos en un papel en el que estas instituciones ayuden a “cada uno de los 182 países miembros, no sólo a los ricos, en su búsqueda de una globalización educada”.

 
Lo que está en juego –la vida de 1,1 mil millones de personas que viven en extrema pobreza, la estabilidad de veintenas de naciones, y finalmente la seguridad del mundo, incluyendo la de Estados Unidos– no podría ser mayor.  Pero ¿podemos esperar a que la visión de Jeffrey Sachs se convierta pronto en realidad? 

La nominación por el Presiente Bush de Paul Wolfowitz (izq.) a la presidencia del Banco Mundial, posiblemente la más importante organización de desarrollo del planeta, es un terrible presagio.

 
Un enfoque eficaz de la pobreza global requiere hacer de esta batalla una alta prioridad sobre otros objetivos, tales como el cambio de régimen.  Pero esta última meta, el cambio de régimen incluso al precio de la guerra, y no la promoción del desarrollo o la lucha contra la pobreza, es precisamente la razón de ser de Paul Wolfowitz.

 
Existe toda la razón del mundo para temer que, si es elegido presidente, Wolfowitz utilizaría el enorme garrote financiero del Banco Mundial en favor de una cruzada ideológica en vez de en beneficio de un plan de desarrollo. 

Joseph Stiglitz, el ex economista principal del Banco Mundial y ganador del Premio Nóbel de Economía, ha dicho que él teme que bajo el mando de Wolfowitz el Banco Mundial se convertiría “en un instrumento explícito de la política exterior de EEUU”.  A Stiglitz le preocupa específicamente que el Banco Mundial “…supuestamente tendrá un papel dirigente en la reconstrucción de Iraq, por ejemplo. Eso pondría en peligro su papel como órgano multilateral de desarrollo”.  Bajo Wolfowitz, Stiglitz cree que “el Banco Mundial una vez más sería blanco del odio.  Esto podría provocar protestas y violencia en todo el mundo en desarrollo”.

 
Es un temor bien fundado.  Bajo Wolfowitz, el excesivo enfoque de Occidente criticado por Sachs acerca de la corrupción y el mal gobierno –un enfoque que brinda a los países ricos la excusa perfecta para no sacar de sus bolsillos la ayuda eficaz para los países pobres– pudiera ser elevada al status de doctrina.  Como la perfecta gobernabilidad y la absoluta integridad gubernamental nunca pueden ser alcanzadas, una doctrina Wolfowitz del desarrollo brindaría a EEUU un pretexto aparentemente de principios y perenne para continuar entregando menos del 0,7 por ciento del PIB que ha prometido repetidamente.

 
Igualmente importante, un esfuerzo concertado por las naciones ricas es una precondición de una guerra mundial exitosa contra la pobreza. Pero Bush no podía haber escogido a alguien menos idóneo para provocar consenso que Wolfowitz, a no ser que sea un consenso en contra de su nombramiento.  Los europeos tienen que desempeñar un papel clave en cualquier guerra contra la pobreza a escala mundial.

 
Por su papel como defensor inicial y persistente de la guerra de Iraq y de la doctrina neoconservadora de la guerra preventiva, ningún funcionario de la administración Bush es más aborrecido en Europa que Wolfowitz. La mayoría de los países ricos de Europa se negaron a sumarse a la guerra conformada por Wolfowitz y sus colegas.  No es probable que les entusiasme cualquier guerra liderada por el más cerebral de los halcones de Bush, aunque sea una guerra contra la pobreza.

 
Existe incluso la posibilidad de que los europeos se opongan al nombramiento de Wolfowitz, exacerbando una vez más la brecha EEUU-Europa que estalló debido a la guerra de Iraq.  Hasta Tony Blair, el principal socio de Bush en el mundo, está preocupado por el nombramiento de Wolfowitz, según informes de prensa.  Blair está promoviendo una iniciativa para aliviar la deuda y la pobreza en África que requeriría de un importante compromiso de entrega de fondos por parte de EEUU. La designación de Wolfowitz envía un fuerte mensaje que, cuando se trata de ayudar a los pobres, Estados Unidos ni siquiera está en la misma página que su aliado más fiel.

 
Si, como Stiglitz ha dicho, la mayor parte del mundo considera la selección de Wolfowitz como “un acto de provocación o un acto tan insensible como para que parezca una provocación”, la nominación de Bush será recibida en el mundo árabe y musulmán como algo peor, un paso extremadamente hostil.  No es sólo que las conocidas opiniones de Wolfowitz acerca del conflicto israelí-palestino estén fuertemente inclinadas a favor de Israel.   Es que las posiciones de Wolfowitz han estado alineadas con lo más extremista de la política israelí, específicamente el ex Primer Ministro Benjamin Netanyahu, quien está a la derecha de Ariel Sharon. 

El nombramiento de Wolfowitz como jefe del Banco Mundial plantearía preguntas acerca de la relación entre la principal institución internacional para el desarrollo y las naciones que comprenden más de mil millones de personas, incluyendo muchas muy pobres.
 
La selección de Wolfowitz parece perversa en momentos en que se dice que Estados Unidos está realizando un importante esfuerzo público por ganarse el corazón y la mente de los árabes y musulmanes. Es más, la nominación de Wolfowitz no tiene sentido desde tantos puntos de vista que valdría la pena preguntar qué hay detrás. Dirigir el Banco Mundial no parece ser una tarea para aficionados. Sin embargo, Wolfowitz no es un experto en desarrollo, ni siquiera un aficionado inspirado. No tiene experiencia en la economía o finanzas del desarrollo ni ha mostrado ningún interés, mucho menos pasión, por los problemas que conciernen al Banco Mundial, incluyendo el SIDA/VIH y la pobreza.

 
Al anunciar la selección de Wolfowitz, el Presidente Bush describió al candidato como “un buen administrador”.  Eso es evidentemente falso, a juzgar por el desastre descubierto por investigadores gubernamentales en los programas del Departamento de Defensa, incluyendo los fracasos del Secretario Rumsfeld y el Subsecretario Wolfowitz por “mantener la supervisión, enfoque e impulso necesarios para solucionar las debilidades de las operaciones de negocios del Departamento”. 

De forma más general, la historia de Wolfowitz como administrador puede juzgarse por la debacle del Iraq de postguerra, el proyecto preferido de su carrera.  Una y otra vez –en relación con el número de tropas, bajas, costos, la actitud de los iraquíes y la proyección de la resistencia–, el juicio de Wolfowitz no sólo ha sido errado, sino que ha sido peligrosamente desastroso, trágicamente equivocado. 

El impulso para privatizar la economía de Iraq a cualquier costo y sin el consentimiento iraquí, que ha fracasado en gran medida, pudiera ser un presagio de la agenda de Wolfowitz en el Banco Mundial.  ¿Es eso lo que espera a cientos de millones de personas afectadas por el impresionante poder del Banco Mundial?

 
Vista la ausencia de credenciales de Wolfowitz y la predecible reacción negativa internacional a la selección en momentos en que EEUU aparentemente está tratando de componer sus relaciones con el mundo, ¿cuál es el motivo de Bush? Considerada conjuntamente con la selección de John Bolton para encabezar la delegación de EEUU a la ONU, la hipótesis más lógica es que Estados Unidos, en el segundo período de Bush, está dispuesto a embarcarse nuevamente en un cambio de régimen –por otros medios esta vez y con instituciones internacionales como objetivos, en vez de naciones específicas–. 

Naciones delincuentes, instituciones internacionales delincuentes; esa ha sido y es la visión neoconservadora del mundo.  Neutralizar a los delincuentes –y en el proceso eliminar cualquier foco de resistencia al poder de EEUU y al capitalismo global sin diluir–  es el objetivo neoconservador, el que han buscado en los campos de batalla de Irak y ahora tratarán de obtener en los salones de la ONU y del Banco Mundial.

 
A juzgar por el éxito anterior de la administración Bush que embutió con sus políticas al mundo y al Partido Demócrata, parece que la doctrina Bush/Wolfowitz de asegurar al mundo para la dominación por EEUU prevalecerá, al menos por ahora, por sobre la visión de Sachs de terminar con la pobreza.  A no ser, claro está, que los europeos logren conjugar la unidad y el valor para decir “no” a Bush por su nominación al Banco Mundial, y que los demócratas en el senado tengan las agallas de negar al presidente su selección para la ONU. Crucen los dedos, pero no aguanten la respiración.

 
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* En Progreso Semanal.

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