Hijos del Opus Dei: El dulce ingrediente de la mortificación
Javier Ropero*
¿Cómo puede llegar un joven adolescente a ducharse en invierno y verano con agua fría, flagelar su cuerpo con una disciplina, dormir en el suelo, poner piedras en sus zapatos, anudar en su muslo un cinturón de púas de alambre (cilicio), tener por almohada una guía de teléfono, hacer ayunos rigurosos, abstenerse de beber agua, dormir un insuficiente número de horas, etc.? A pesar de la aparente complejidad de la pregunta, la respuesta es lacónica: poco a poco…
Inicialmente se habla al joven de hombría, de reciedumbre, de los sacrificios que conlleva el tratar de conseguir cualquier objetivo humano. Sé recio. Sé viril. Sé hombre. Y después… sé ángel. (Camino, punto 22.) No me seas flojo, blando. Ya es hora de que rechaces esa extraña compasión que sientes de ti mismo. (Camino punto 193.)
En esta primera etapa el sacrificio representa un estímulo hacia la superación personal del muchacho. Así, éste tratará de ser más puntual al levantarse de la cama, ponerse a estudiar, ayudar en las tareas domésticas, etc.
Posteriormente se le argumentará que, puesto que Jesucristo redimió a los hombres mediante el sacrificio de la cruz, los cristianos han de continuar la redención de la humanidad aceptando con gozo los sacrificios que necesariamente conlleva la vida:
Cuando veas una pobre cruz de palo, sola, despreciable y sin valor… y sin crucifijo, no olvides que esa cruz es tu cruz: la de cada día, la escondida, sin brillo y sin consuelo… que está esperando el crucifijo que le falta: y ese crucifijo has de ser tú. (Camino, punto 178.)
A continuación se le razonará que, puesto que el cuerpo es el vehículo de todas las pasiones e instintos, hay que doblegarlo mediante la continua mortificación y penitencia:
Di a tu cuerpo: prefiero tener un esclavo a serlo tuyo (Camino, punto 214); trata a tu cuerpo con caridad, pero no con más caridad de la que se emplea con un enemigo traidor (punto 226); si sabes que tu cuerpo es tu enemigo y enemigo de la gloria de Dios, al serlo de tu santificación, ¿por qué le tratas con tanta blandura? (Camino,punto 227).
De esta manera, en un último estadio, el neófito podrá afirmar: Bendito sea el dolor. Amado sea el dolor. Santificado sea el dolor… ¡Glorificado sea el dolor! (Camino,punto 208).
Cuando el joven ya se haya incorporado al Opus Dei habiendo abandonado para ello a su familia, sus bienes, su libre albedrío y la posibilidad de contraer matrimonio, no tendrá más remedio que aceptar cada nueva mortificación que sus directores le propongan por no desertar de su primitiva e incondicional entrega. De esta manera, el nuevo adepto se duchará todos los días, nada más despertar, con agua fría:
Todo aquello -sigue Fisac- se hacía con espíritu deportivo y el buen humor propio de la juventud, sobre todo cuando en invierno nos helábamos en la ducha fría matutina. (Alberto Moncada: Historia oral del Opus Dei, Plaza & Janés, 1987, pág. 147.)
La razón de estas diarias lustraciones de agua fría es la de preservar la castidad de los socios, como ya apuntaba el escritor latino Flavio Josefo acerca de la secta judía de los esenios a la que perteneció, como vimos en un capítulo anterior:
juntanse todos y, cubiertos con unas toallas blancas de lino, lávense con agua fría sus cuerpos. (Flavio Josefo: La guerra de los judíos, Libro II, cap. VII); … bañándose, por conservar la castidad, muy a menudo de noche y de día en agua fría… (Vida de Flavio Josefo.)
Sin embargo, a los nuevos numerarios no se les explica que la finalidad de esta costumbre sea la de preservar la castidad. Se les insta a ofrecer este sacrificio por las intenciones del presidente general de la institución. El neófito también anudará en su muslo un cinturón de alambre con púas hacia adentro, llamado cilicio:
A partir de entonces me dieron mi cilicio y me lo ponía dos horas cada día. Un día en una pierna, el siguiente en la otra. Cuando me lo quitaba notaba cómo los pinchos iban arrancándose de la carne, dejándomela llena de pequeñas heridas sangrantes, una por cada pincho. Al día siguiente usaba el cilicio en la otra ingle, y así dejaba un día por medio para que se me cicatrizara. (Marie Claire, n.° 2. "La historia amarga de una numeraria del Opus Dei.")
Y, como inicialmente comentaba, continuará flagelando su cuerpo con disciplinas, durmiendo en el suelo o sobre una tabla, etc…
El primer día que dormí en una tabla, pasé la noche en vela… (Marie Claire,); la noche de guardia, la numeraria usa como almohada las guías de teléfono. La combinación tabla-guía de teléfono es una experiencia difícil de explicar (…); lo de las disciplinas se trata de otra mortificación corporal: un látigo de cuerdas que termina en varias puntas… Entras en el cuarto de baño, te bajas la ropa interior y, de rodillas, te azotas las nalgas durante el tiempo que tardas en rezar una salve. (….)
Me enseñaron ulteriores "costumbres familiares" como el usar las disciplinas semanalmente, lo cual consiste en una autoflagelación privada de cuarenta latigazos con un azote de cuerda encerada. Se nos animaba a "derramar un poco de sangre" y frecuentemente se nos decía cómo el "Padre" derramaba tanta que salpicaba las paredes y el techo con ella. Me daba escalofríos oír cómo otros se disciplinaban. Iba a la cama deprimido ante la perspectiva de tener que usar las disciplinas a la mañana siguiente. Me carcomía la conciencia el hecho de tener que disciplinarme más a menudo y por ello me acerqué a mi director con la esperanza de que limitase el que yo siguiera adelante con esta práctica. Durante los trece años siguientes usé las disciplinas tres veces a la semana. Era una fuente de depresión constante aunque en los últimos años me afectó menos. (Fergal Bowers: The Work. An investigation into the History of Opus Dei and how it operates in Ireland today, Poolberg Press Ltd., 1989, pág. 58.)
Para ocultar el patente masoquismo que representa el realizar estas prácticas, se insta al adolescente a que ofrezca sus dolores para que un amigo suyo sea más cristiano, para que su familia se aproxime más a la institución, por las ánimas del purgatorio, etc. Por eso, todo numerario cuestionado en este sentido argumentará que sus mortificaciones no son realizadas por masoquismo, sino por amor a los demás.
Sin embargo la ciencia actual contradice las anteriores consideraciones: La persona desnutrida tiende a sentir angustias, depresiones, hipocondria y sentimientos de ansiedad. También es propensa a tener visiones porque, cuando la válvula reductora del cerebro tiene mermada su eficiencia, penetra en la conciencia mucho material inútil… (Véase The Biology of Human Starvation, de A. Keys, University of Minnesotta Press, 1950. Véanse también los informes de 1955 sobre los trabajos realizados por el doctor George Watson y sus colaboradores en California del Sur sobre el papel de las deficiencias vitamínicas en las enfermedades mentales.)
Por otra parte, el dos veces premio Nobel Linus Pauling señala en "Orthomolecular Psychiatry" (Science , n°160, 1968, págs. 265-271) cómo ciertas insuficiencias vitamínicas pueden ser la causa de muchos disturbios mentales y en particular de la esquizofrenia, una de cuyas modalidades es el delirio místico. En este sentido es significativo el bien documentado caso de Mary Barnes (M. Barnes/J. Berke: Two accounts of a journey through madness), cuya esquizofrenia le sirvió para desarrollar una labor de proselitismo en un movimiento de concomitancias místicas. El debilitamiento mental producido por la mortificación continua evita por otra parte que el numerario pueda evadirse de la institución, puesto que carece de las fuerzas y las ganas necesarias para tomar una decisión que inexorablemente le llevará a replantearse toda su vida y su futuro.
Como ocurre en numerosas sectas
Dentro del proceso de adoctrinamiento tiene gran importancia el debilitamiento físico del organismo. Esto se consigue con un descanso insuficiente, se duermen pocas horas y habitualmente se hace en situaciones harto incómodas (dormir en el suelo, pasando frío en invierno, en habitaciones hacinadas de adeptos, etc.). La actividad es desmesurada; en muchas sectas se trabaja un promedio de dieciséis horas diarias, y se está siempre en una continua tensión. A mayor estrés hay menor control de la actividad sensorial y ello conduce a un deterioro del intelecto. (Pepe Rodríguez: Las sectas hoy y aquí, Editorial Tibidabo, pág. 30.)
Todas las anteriores circunstancias mencionadas por Pepe Rodríguez concurren en los miembros adolescentes del Opus Dei. Aparte de sus duchas de agua fría, de dormir en el suelo o sobre una tabla, de sus flagelaciones, ayunos y otros sacrificios han de compaginar sus estudios escolares o universitarios con el cumplimiento estricto de quince normas de piedad, durante más de tres horas cada día; han de repartir sus desvelos y su tiempo entre la casa de sus padres y su nuevo hogar (el centro de la Obra) y, por otra parte, si sus familiares no están de acuerdo con el Opus optarán, en muchas ocasiones, por la tensa situación de desarrollar su supuesta vocación en la clandestinidad.
Creo que es evidente para la mayoría de los lectores que todo lo anterior tiene muy poco o nada que ver con la doctrina predicada por Jesucristo. Tres evangelistas (Mateo, Marcos y Lucas) recogen el mismo pasaje en que el Mesías critica las prácticas ascéticas que los fariseos pretendían imponer a los apóstoles:
Ellos le dijeron: Los discípulos de Juan ayunan con frecuencia y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos; pero tus discípulos comen y beben. Respondióles Jesús: ¿Queréis vosotros hacer ayunar a los convidados a la boda mientras con ellos está el esposo? Días vendrán en que les será arrebatado el esposo; entonces en aquellos días ayunarán. (Evangelio de Lucas, 5, 33-35.)
Por otra parte el Evangelio de Tomás confirma el pasaje anterior: Sus discípulos le preguntaron; le dijeron: ¿Quieres que ayunemos? ¿Cómo hemos de rezar y dar limosna? ¿Y qué prescripciones alimenticias hemos de observar? Jesús dijo: No mintáis y no hagáis lo que detestáis, porque todo está desvelado a la faz del cielo. En efecto, no hay nada oculto que no sea manifestado y nada cubierto que quede sin ser revelado. (Evangelio de Tomás, sentencia sexta.)
Es posible que el lector se pregunte cómo pueden existir en la propia Iglesia unas prácticas tan contrarias a la predicación de Jesús. La razón estriba en que el cristianismo, en los primeros tiempos, fue especialmente sincretista, asimilando las costumbres y tradiciones de los pueblos a donde se extendía. Así, por ejemplo, el 25 de diciembre se conmemoraba en el mundo romano el nacimiento de Mitra, el dios de la luz, y fue esa misma fecha la que eligieron los primitivos cristianos para el nacimiento de Jesucristo. La asimilación de elementos de origen no cristiano se hizo especialmente importante en el tema de la liturgia, donde los actos de culto paganos aventajaban en solemnidad y esplendor a las "poco refinadas" celebraciones de la joven religión. De esta forma, a la primitiva "cena del Señor" se incorporaron elementos ornamentales como el incienso, las velas, las vestiduras y ademanes del oficiante, las letanías, los cánticos etc.
En cuanto al tema de la mortificación, estas prácticas del mundo pagano también encontraron resonancia en el incipiente cristianismo: algunas sectas judías también utilizaban los vapuleos rituales para obtener experiencias de éxtasis; tal era una de las grandes ceremonias del Día del Perdón. La flagelación voluntaria tuvo lugar como devoción extática o exaltada en casi todas las religiones. Los egipcios se azotaban a sí mismos durante los festivales anuales en honor de su diosa Isis; en Esparta, los niños eran flagelados ante el altar de Artemisa Ortia hasta hacerlos sangrar.
En Alea, en el Peloponeso, se azotaba a las mujeres en el templo de Dionisios; y en el festival romano de las lupercalias se azotaba a las mujeres en una ceremonia purificadora. (Stanley Krippner: La experiencia mística y los estados de conciencia, recopilación de textos de Aldous Huxley, A. H. Maslow, R. Bucke y otros, Editorial Kairós, 1979.)
* Agencia IPI