Honestidad
La honestidad es el valor que determina una conducta recta, confiable y correcta, en donde privan la confianza y la sinceridad, tanto en lo que se hace como en lo que se piensa, se aprende se ejecuta y el compromiso con el que se desarrollan los deberes, mostrar respeto hacia los demás, tener integridad y conciencia de sí mismo.
Es la clave de las relaciones sociales; y mejora la toma de decisiones. Una persona honesta es veraz, ni miente ni engaña. Se comporta y expresa con coherencia y sinceridad, conforme con los valores de verdad y justicia. Puede entenderse como el respeto a la autenticidad en relación con el mundo, los hechos y las personas, también implica el vínculo entre el individuo y los demás, y del hombre consigo mismo.
Lo contrario de la honestidad es la deshonestidad, una práctica que comúnmente es repudiada en las sociedades contemporáneas, ya que se le asocia con la hipocresía, la corrupción, el delito y la falta de ética. La Biblia señala que la deshonestidad tiene recompensas mundanas, pero también conduce a más maldad y a la pérdida de todo lo que una persona tiene, incluida su vida. La falta de valores, sobre todo la honestidad, se debe a la ausencia de Dios, que hemos sacado de nuestra vida pública, privada y he aquí las consecuencias.
La honestidad, de acuerdo a Wikipedia y otros textos consultados, proviene de las raíces latinas «honestitas» y «honestitatis», que significan «compostura, decencia y moderación en la persona, acciones y palabras».
La honestidad ha sido estudiada por diferentes pensadores:
Se considera al filósofo griego, Sócrates (470-389 a.C.) como el descubridor de la definición de honestidad y determinaba que una persona honesta, es quien lleva una cualidad o valor humano propio y que se vincula con la justicia, la verdad y la integridad moral y que solamente puede ser honesto internamente con su propio “yo” cuando es razonable. Una persona honesta es aquella que procura siempre anteponer la verdad en sus pensamientos, expresiones y acciones.
Confucio, filósofo chino (551-479 a.C.) distinguía distintos niveles de honestidad y de acuerdo con su grado de profundidad, les llamó Lin, Yi y Ren.
Platón, filósofo griego (427-347, a.C.) comentaba que la honestidad es una práctica que se desmarca de la retórica, cuyo cometido es el adorno, el artífice por obtener un beneficio, es decir, la filosofía para sostener la verdad, debe sacrificar la retórica, así como la complacencia de las palabras.
Para Aristóteles (384-322 a.C.): “Verdaderamente honesto o bueno sólo es aquel para quien todos los verdaderos bienes subsisten siéndolo, y que no se deja corromper con ellos, como los hombres se dejan corromper las más veces por la riqueza y el poder”.
Marco Tulio Cicerón, (106-43 a.C.) La honradez se manifiesta con el cumplimiento de las obligaciones que se encuentran presentes en todas las actividades de la vida humana.
Posteriormente el filósofo alemán, quien era un hombre de una gran honestidad personal, Immanuel Kant, (1724-1804) estableció una serie de principios éticos generales que incluyeron la conducta honesta. Consideraba que este valor no sólo podía hacernos felices, sino que también permitía que la sociedad funcionara correctamente.
Lamentablemente cada vez menos se dan ejemplos de honradez. Expresiones actuales: “sociedad de lobos” y opiniones: “cada uno engaña al otro”, pueden resultar exageradas, pero no carecen de fundamento. En cualquier caso, todo el mundo conoce numerosos ejemplos que demuestran que nuestra actitud ya no es como debería ser: silenciar un error de cuenta del vendedor a nuestro favor, abollar el automóvil a otro al aparcar y marcharse sin más. En cualquier supermercado o tienda desaparecen diariamente artículos de considerable valor.
El robo en las empresas del Estado ha llegado a convertirse en una enfermedad maligna. Antes lo que más se valoraba era el comportamiento digno, ser una persona de bien: “Fulano de tal es una persona honrada”, “Zutano es un hombre probo, recto, honrado”. Hoy día, “póngame donde haya,” es el ideal del buscón. ¿Deterioro de la ética? ¿Nueva moral, floja y vaga?
¿Cómo se ha podido llegar a esto? ¿Qué ha pasado en la sociedad?
El comportamiento actual está delineado por la propaganda del consumismo. La industria necesita vender a como dé lugar y recurre a la publicidad. Esta convence de necesidades superfluas, el persuadido es un mentecato atento sólo a lo superficial. Existe una obligación para el consumo y ninguna predisposición para la renuncia. Se le presenta el dilema de tener y no tener. Cada uno tan sólo quiere poseer, y si no se lo puede permitir, simplemente lo toma, pues sustraer donde hay mucho no se considera delito dentro de la sociedad.
No queremos que nuestra convivencia se regule por la fuerza. Por lo tanto, debemos transmitir a nuestros hijos aquellos principios y reglas que le capaciten por un honesto comportamiento social.
La honestidad como cualidad ética o moral en la sociedad está también muy ligada a la sinceridad, la integridad, el respeto y la dignidad.
Todo el mundo ha oído la historia del famoso filósofo griego Diógenes el Cínico, (412-323 a.C.) que recorría las soleadas calles de Atenas, linterna en mano, buscando a un hombre honesto. Se dice que Diógenes llevaba siempre su lámpara encendida (incluso durante el día) y cuando caminaba por la ciudad y alguien le preguntaba: “¿Qué haces Diógenes?”, él respondía: “Busco un ser humano honesto”.
Hay un chiste que nos invita a imaginar a Diógenes recorriendo el mundo moderno.
Nunca ha sido ni cómodo ni fácil ser honesto, pero siempre ha sido un comportamiento positivo. La conducta decente se hace pagar en muchas monedas: en forma de un mejor clima interhumano; en la disminución de la desconfianza y el temor; y, por último, también en el respeto a sí mismo. Y esto es muy importante. La consideración a la personalidad y el derecho de los demás constituyen la base de las buenas costumbres y la moral del hombre.
Wikipedia a manera de anécdota, señala: Determinar quién es la persona más honesta de la historia mundial es algo subjetivo y puede variar según las creencias culturales y personales. Sin embargo, una figura que suele considerarse extremadamente honesta fue Abraham Lincoln, (1809-1865), el decimosexto presidente de los Estados Unidos. Se lo conoce comúnmente como «Abe el honesto».
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