Irak: un retiro sin gloria

Sin gloria, avergonzado por los casos de tortura en la cárcel de Abu Ghraib, Estados Unidos dejó un país arruinado y sin liderazgo político al retirarse de Irak tras siete años de invasión. La aventura emprendida por el ex presidente George W. Bush, el 20 de marzo de 2003, terminó mucho antes de la fecha límite del próximo 30 de agosto establecida por el presidente demócrata Barack Obama.

La excusa para invadir Irak, tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 –sin el apoyo de Francia y de Alemania– eran las supuestas bombas de destrucción masiva que poseía el dictador Saddam Hussein. Pero las armas jamás fueron encontradas por unos 176.000 militares que desplegaron Estados Unidos y sus aliados en ese país. La guerra se transformó en una trampa mortal para Bush, cuyo gobierno logró un desprestigio sin precedentes en el mundo y culminó con una derrota republicana en las elecciones de noviembre de 2008 a manos de un joven senador demócrata de Illinois llamado Obama.

“Tortura. Corrupción. Guerra civil. Estados Unidos ciertamente ha dejado su marca en Irak”, opinó el periodista Robert Fisk. Y dijo que Washington llevó a Irak “la infección de Al Qaida, la enfermedad de la guerra civil; ellos inyectaron en Irak la corrupción en gran escala; estamparon el sello de la tortura en Abu Ghraib, después de poner su sello de tortura sobre (la base aérea de) Bagram y las prisiones negras en Afganistán”.

El saldo de la guerra es más que negativo para la Casa Blanca, ya que en siete años y cinco meses murieron 4419 soldados de ese país y más de 100.000 civiles, según cifras citadas por la prensa estadounidense. En 2007, la consultora británica ORB (Opinion Research Business) estimó que más de 1,2 millón de personas murieron durante la invasión norteamericana. Además, las fuerzas de la red Al Qaida –que no existía durante la era de Hussein en Irak– continúan sus operaciones para desestabilizar el país, luego del atentado del 17 de agosto pasado, que causó 57 muertos en un centro de reclutamiento de Bagdad.

Los dirigentes políticos iraquíes no logran consensuar la formación de un nuevo gobierno tras las elecciones del 7 de marzo, que fueron ganadas por el bloque laico liderado por el ex primer ministro Iyad Alaui, con 91 bancas. En tanto, el Estado de la Ley, el partido del primer ministro Nuri al Maliki, obtuvo 89 escaños y la coalición chiíta Alianza Nacional Iraquí, 70.

Sin embargo, a estos dos partidos les faltan 4 bancas para lograr la mayoría absoluta de 163 escaños. Más de 50.000 soldados norteamericanos permanecerán de apoyo en Irak. El Departamento de Estado entrenará a la policía iraquí y elevará a 7000 el número de contratistas privados que tendrán a su cargo la defensa de cinco barracas fortificadas, así como el control de radares para prevenir ataques con cohetes.

La retirada ha provocado algunas protestas entre los militares iraquíes, entre ellas la del jefe del Estado Mayor, Babakir Zebari, quien la calificó de “prematura” y dijo que su ejército era incapaz de garantizar la seguridad del país antes de 2020. Sin las tropas estadounidenses en su territorio, Irak enfrenta otros peligros como la posibilidad de que se repita un golpe de Estado, como los cuatro que sucedieron tras la caída de la monarquía en 1958.

Los chiítas, marginados por Hussein con el apoyo de los sunnitas, son la rama religiosa mayoritaria del país. “La aprensión socava una peligrosa combinación de fuerzas que ha aquejado a Medio Oriente: una impredecible fractura militar y la creciente frustración con una clase política que parece aislada, sin timón”, señaló desde Bagdad el analista Anthony Shadid, en una nota del diario The New York Times.

Los analistas no esperan que aparezcan liderazgos populares en Irak, salvo el caso del clérigo chiíta Moktada al Sadr, quien se convirtió en una presencia turbulenta tras el derrocamiento de Hussein.

En el escenario político iraquí surgen otros nombres, como los del chiíta Al Maliki y los ex primeros ministros Ayad Allawi e Ibrahim al Jaafari, así como Ahmad Chalabi, un ex aliado de Estados Unidos, entre otros. Estados Unidos se retira sin gloria de Irak, dejando un país con el 23 por ciento de la gente viviendo en una situación de pobreza extrema, con dos dólares por día, mientras que un 3 por ciento sufre de hambre y desnutrición, según informes de las Naciones Unidas.

La retirada tiene más sabor a derrota que a victoria, con Estados Unidos desplegando más soldados en Afganistán para hacer frente al avance de los talibán y las fuerzas de Al Qaida. Y aquella imagen de la estatua de Hussein, con la cara cubierta por la bandera de las barras y las estrellas, que tanto entusiasmaba a Bush y al ex ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, hoy forma parte de un pasado de intervención estadounidense.

 

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.