Irán, narcotráfico y el merodeo de la guerra que aguarda

3.100

Las generaciones se suceden, la guerra contra las drogas continúa (perdiéndose) y entre los rumores sobre una «lección» a la República Islámica de Irán se filtra en el ámbito noticioso el rol que desempeña ese país en la contención del flagelo —que incluye no menos de 3.000 muertos por impedir que ese comercio use su territorio para llegar a los ávidos mercados occidentales.| RIVERA WESTERBERG.

 

En la temporal prohibición de venta de bebidas alcohólicas en Estados Unidos, entre 1920 y 1933, puede fijarse el vago inicio de la actual «guerra a las drogas», uno de los pilares de la política internacional contemporánea impulsada por sus gobernantes; una guerra que, si de sacar cuentas se trata, registra como su mayor éxito una suerte de empate callejero estratégico: no se ve que pueda ser ganada, pero perderla significaría el advenimiento de lo impensable.

 

Cabe considerar que los clanes mafiosos formados básicamente por inmigrantes italianos (genoveses, sicilianos) y judíos —sin olvidar irlandeses y de otras procedencias— constituyeron, al finalizar la prohibición puritana antialcohólica, el origen de las «familias» que enlazaron con habilidad otros negocios al margen, al filo o dentro de la ley: prostitución, juegos de azar, turismo, espectáculos (Las Vegas es su monumento), estupefacientes, control de sindicatos en áreas sensibles de la economía (transporte, minería, construcción) y en muchos casos finanzas y comercio exterior.

 

La colaboración de algunos jefes con el aparato político-militar cuando la II Guerra Mundial, en especial la batalla por Italia, contribuyó al inicio, lento y violento, de la conversión de buena parte de los negocios ilegítimos en actividades legales a través de grandes empresas y conglomerados que actuaron, y actúan, dentro y fuera de Estados Unidos: casinos, «resorts», espectáculos y prostitución en Cuba hasta 1961 son un buen ejemplo; el tráfico de opiáceos de Oriente y cocaína de América del Sur en la década de 1971/80, otro (aunque ahora las «operaciones» son monitoreadas si no dirigidas por despachos más o menos clandestinos del mismo gobierno federal para allegar fondos nunca declarados para cumplir objetivos políticos, como la ayuda a los «contras» en Nicaragua; en esa oportunidad el escándalo fue caratulado «Caso Irán-‘Contras'».

 

La guerra empantanada
De cualquier modo, el diseño de las campañas de esta guerra a las drogas, en pleno siglo XXI, por los estrategas estadounidenses es simple: cargar los dados represivos fundamentalmente en el control de ciertos segmentos de la población interna, procurar mantener a raya a los cárteles extranjeros (o pactar con ellos) y descargar todo el peso de sus aparatos militares, paramilitares y de espionaje —públicos y privados— sobre los productores de la materia prima básicamente en América latina.

 

Los mecanismos empleados demuestran cotidianamente su ineficacia a la par que alimentan, como «daño colateral», ciertas prácticas segregacionistas y discriminatorias (basta para comprobarlo ver el color de la piel de los reos rematados estadounidenses que cumplen condena por «posesión de estupefacientes» y microtráfico en el universo carcelario estatal y federal del país).

 

En el plano internacional no puede dejar de anotarse el precio que paga la población mexicana (no menos de 50.000 muertos, más que las bajas estadounidenses en Irak, Afganistán y África durante los últimos 10 años) —para no mencionar el desangre centroamericano: al fin y al cabo las maras son pandillas estructuradas en California.

 

En Colombia, a las muertes, mutilaciones y desarraigo de cientos de miles de personas, debe agregarse el daño ambiental tremendo por efectos de la fumigación de plantíos y seudoplantíos de cannabis, coca y amapola. Está por estudiarse en profundidad la alianza entre algunas organizaciones estadounidenses encubiertas, el narco y sectores políticos y judiciales colombianos, así como la composición real de las empresas agroindustriales favorecidas por la expulsión de alrededor de medio millón de campesinos de sus tierras ahora dedicadas al fatal cultivo de la palma aceitera africana.

 

No por capricho en el centro del continente suramericano el gobierno de Bolivia expulsó, por favorecer al narco y realizar laboores de espionaje, a la DEA, que es, ¡nada menos!, que la organización federal estadounidense para luchar contra las drogas ilícitas.

Estados Unidos es el principal mercado de drogas sicotrópicas —de venta autorizada, prescritas por médicos o lisa y llanamente ilegales— en el mundo; desde las «pastillas de la felicidad», como prozac y similares, hasta la dura y fatal heroína; ni los niños están a salvo de su consumo (en su caso obligado por indicación de siquiatras, sicólogos y otros integrantes del mundo médico). Y estos datos no pueden dejarse fuera de ningún recuento.

 

Si bien entre las la drogas consideradas peligrosas para la salud pública la principalmente contrabandeada es la cocaína, no es menos cierto que la de mayores consecuencias negativas sobre sus consumidores son aquellas derivadas de la adormidera, el opio: morfina, heroína, codeína y sus derivados. Los principales productores y distribuidores de opiáceas se encuentran en Asia, en un arco extenso que abarca desde Afganistán al extremo sureste del continente. Desde la derrota soviética y hasta la invasión comandada por EEUU, el gobierno talibán había logrado reducir sustancialmente el cultivo y distribución de la amapola; en la actualidad Afganistán produce más del 60% del opio que se convertirá en droga ilegal en Rusia, Europa occidental y EEUU.

 

Duro contra Irán
Llama la atención que organizaciones (ONG) como Human Rights Watch y Harm Reduction International propongan a las Naciones Unidas congelar los foindos destinados a Irán para contribuir con ese país en el control del tráfico, consumo y efectos de la corrupción que desata el comercio de drogas. Aducen las ONG que los procedimientos del poder judicial —y del gobierno—iraní hacen caso omiso a que los narco traficantes son acreedores de juicio justo. A través de las NNUU Irán para el período 2011-2014 debería recibir un total cercano a los 13 millones de dólares. Una bagatela comparada con el costo de la lucha contra el narco en Colombia.

 

Irán, en la última década ha perdido más de 3.000 agentes anti-droga, incluyendo miembros de sus fuerzas armadas; otros 100.000 heridos y mutilados hablan claro de la voluntad de de la República Islámica para procurar detener el uso de su territorio como paso de los cargamentos desde India, Afganistán, Pakistán y otros países hacia Turquía (cuyas mafias operan desde sedes en Alemania, Holanda e Inglaterra), Rusia, Kosovo —desde el desmembramiento de Yugoslavia un jugador fuerte en la materia— y algunas ex repúblicas soviéticas, donde el opio se procesa y entra a Europa para seguir rumbo a Estados Unidos y otros Estados Americanos.

 

Laboratorios de importancia en el procesamiento de opio existen también en España y Francia (donde también hay cultivos legales para fines médicos), tanto para el consumo interno como europeo y su exportación hacia América, sobre todo Estados Unidos y el Caribe. En lo fundamental la heroína causa entre cien y ciento treinta mil muertos anuales en Occidente —aunque la cifra podría ser bastante mayor—. Si Teherán, por razones políticas, de retaliación o simplemente económicas detuviera el intento de control de la «ruta del opio» adentro sus fronteras, las consecuencias serían incalculables para los mercados europeos y estadounidense.

 

Irán confisca alrededor de 30 toneladas anuales, lo que equivale a un tercio del total de drogas incautadas y destruidas en el mundo. No todo el esfuerzo iraní es por solidaridad con el mundo; el país enfrenta también un serio problema de consumo interno. Lo cierto es que Irán y la distante Colombia —y todos los países considerados solo productores y «de tránsito», como Chile o la Argentina, por ejemplo— no pueden sustraer a su población del consumo de estas sustancias, que los lo demás y dada la agresiva política «empresarial» de las mafias —triadas en el Oriente extremo— aumenta con inusitada velocidad en todo el planeta, incluso al interior de las fuerzas armadas que lo combaten y combaten las varias definiciones de terrorismo en boga, y de lo que los uniformados estadounidenses son un triste ejemplo ya desde su frustrada invasión a Vietnam cuando todavía se hablaba de Indochina.

 

Dada la realidad del mercado de consumo de drogas, los aprestos para una aparente guerra con Irán —que algunos analistas ven muy próxima y con un 100% de probabilidad— constituyen un despropósito que solo aplauden el narco, algunos políticos de dudosa cordura o a sueldo de aquel y quienes manejan y lavan los dineros de la actividad.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.