El ser humano posee muchas aptitudes y habilidades, atributos y destrezas entre las cuales está la originalidad, la creatividad y la confianza en si mismo. Pero una de las cualidades más importantes para la realización como persona es la ambición, sentimiento motivador que nos estimula a lograr nuestras metas y objetivos.
El diccionario de la Real Academia Española, define a la ambición como deseo de obtener poder, riqueza o fama. El término proviene del latín ambitio y puede utilizarse de manera positiva o con sentido negativo. La ambición se considera como saludable, cuando promueve la acción y el desarrollo de proyectos y funciona en estos casos, como un motor que invita a abandonar el compromiso y la mediocridad.
Una persona que careciera por completo de toda forma de ambición sería incapaz de desear y, por tanto estaría impedido para acometer cualquier trabajo estable. Hoy por hoy, la ambición es el estimulante del trabajo. Hay una ambición sana y legítima cuando las metas a conseguir no exceden los límites de la ética y de la moral; cuando los rebasa se convierte en una acción reprobable. Sin embargo, un individuo cuya ambición no conozca límites constituiría un riesgo para los demás miembros de la comunidad. Por lo tanto hay que evaluar la medida de nuestra ambición.
La ambición comprende: el afán, que es un trabajo excesivo, solícito y penoso. Llega a convertirse en un anhelo vehemente para conseguir una cosa; el afán tiende a ella con ansiedad. Su similitud con aspiración es notoria, ya que los dos términos se dirigen a la búsqueda de un ideal, de un fin. La avidez denota un ansia y codicia que, con frecuencia, se convierte en un deseo desmesurado. La avidez es propia del comerciante que sabe calcular su compra-venta con enriquecimiento para su negocio.
La avidez se nota en la expresión de los ojos, en la gesticulación de las manos, en el mismo caminar y comportarse de la persona. Codicia es un deseo exasperado de conseguir, riquezas, poder, bienes. Es también un deseo vehemente de alcanzar algo. Orgullo es un exceso de estimación de la propia persona. El orgulloso se valora más de lo que en sí vale convirtiéndose en un ambicioso. La vanagloria es la ambición fatua de jactarse, de gloriarse de cosas de poca monta. El frenesí en cambio, en sentido de ambición, es un deseo exagerado e irracional que no tolera esperas.
Por lo tanto hay que evaluar la medida de nuestra ambición. Esto es lo que anima a los seres humanos a mejorar en todos los sentidos. Es lo que nos estimula a llevar a cabo actividades que consideramos imposibles o muy difíciles. Nos obliga a arriesgarnos por lo que queremos y pensamos sería inalcanzable. Es una conducta que podría ser considerada buena o perjudicial dependiendo de su uso y su oportunidad. Cuando esta ambición es usada de manera indebida, podemos destruir no solo nuestras vidas sino también la de las demás personas.
Cuando enfocamos en el buen sentido de la palabra ambición nos referimos a las aspiraciones y deseos de mejorar. Esta definición nos da una perspectiva mas humana y digna, el término alude así a los sueños combinados con el esfuerzo de llevarlos a cabo y hacerlos realidad. Es el deseo de ser útil, que se esfuerza en luchar contra la ignorancia, en contagiar a los demás sus ideas y actitudes positivas, llenas de esperanza y confianza en si mismo.
Las personas ambiciosas sienten un poderoso deseo de cambiar las cosas a su alrededor, y también su propia vida. Donde los otros ven obstáculos, ellos ven oportunidades. Piensan en grande y se llenan de entusiasmo con las innovaciones. Les agrada correr riesgos, evolucionar. Pero es necesario reconocer que el exceso de ambición, como en todas las cosas es siempre peligroso, por lo que es necesaria la moderación.
La ambición es una de las características de los emprendedores. Muchos de ellos consiguen transformar la pedantería en generosidad. Pero otros, se entregan a la megalomanía y al autoritarismo, errores humanos comunes que representan su lado sombrío.
A lo largo de la historia se pueden señalar numerosos ejemplos de ambiciosos, llevada a su máximo extremo, como por ejemplo el Corso Napoleón Bonaparte, que quería extender su poder desde Francia hasta el resto de Europa, o el pastor griego Eróstrato, su ambición le llevaba a querer convertirse en una de las personalidades claves del momento, en un hombre afamado en todo el mundo.
La manera que tuvo que hacerlo fue llevando a cabo el incendio en el año 356 a.C. del conocido Templo de Artemisa, que estaba catalogado como una de la siete Maravillas del Mundo. Fruto de ello existe hoy el término “erostratismo”, que se utiliza para hacer referencia a aquellas personas que tienen la manía de cometer actos vandálicos para conseguir fama.
La ambición es algo poderoso, capaz de promover una subida vertiginosa o una caída estrepitosa. Muchas veces las personas se vuelven tan seguras de su superioridad que no se dan cuenta que nadie consigue obtener éxito solo. Se sienten amenazados por las opiniones de los otros, principalmente si ésta contrasta con la de ellos.
Los romanos levantaron un templo a la Ambición, representada por una mujer con alas, a las espaldas, para expresar la extensión de sus designios y la prontitud con que quiere ejecutarlos, o para expresar las fatigas y las humillaciones que sufre el ambicioso para llenar sus fines.
La ambición equilibrada, sana y legitima hace que la persona se supere a si misma en un afán de generosidad y entusiasmo que le hace fijarse siempre nuevas metas, que no exceden los límites de la ética y la moral.
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