La bomba

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¿Qué es lo que hace que el genocidio judío llevado a cabo por los nazis haya adquirido proporciones bíblicas, que se haya transformado en un caso especial en la historia de la humanidad, en el Mal Diabólico encarnado en un uniforme nazi? ¿Será debido a su magnitud y racionalidad, al hecho de que la Solución Final fue un proceso industrial y burocrático? Aun así es extraño.

Después de todo la mayoría de los humanos obtienen su carne diaria a través de un proceso similar y nadie encuentra esto lo suficientemente horripilante como para invocar explicaciones bíblicas. ¿Por qué el asesinato masivo en las cámaras de gases es mucho peor que el bombardeo de los Estados Unidos en poblaciones civiles, el holocausto nuclear de Hiroshima y Nagasaki o el asesinato dirigido de Obama? ¿Cuál es la diferencia? Se podría decir que las cámaras de gas fueron el resultado de una guerra total en donde todos los constreñimiento morales pierden su fuerza, como la historia muestra. ¿Podría ésto volver otra vez?

Es bien sabido que el lugar en donde se erigían las torres gemelas en Nueva York lleva el nombre de “Ground Zero”. Pero, lo que es menos sabido es que “Ground Zero”, nombre elegido por Robert Oppenheimer, evoca a Trinity, en New Mexico, que fue el lugar preciso en donde el 16 de Julio de 1945 la explosión de la primera bomba atómica ocurrió y que más tarde destruyó a Hiroshima y Nagasaki. El uso del mismo nombre sugiere que el ataque del 11 de Septiembre se compara con el ataque nuclear a las dos ciudades japonesas…. ¿no es ésto lo que Osama Bin Laden exactamente imaginó?

En una entrevista periodística de 1998 Bin Laden explica que el llamado a los musulmanes a matar a los Americanos cuando y donde la oportunidad se presente, sean combatientes o civiles, es un deber… los Americanos, dice, lo empezaron y la represalia y castigo sigue el principio de reciprocidad, especialmente cuando mujeres y niños son atacados. A través de la historia Estados Unidos no ha diferenciado entre la población civil y los militares o entre hombres y mujeres o adultos y niños. Los que arrojaron la bomba atómica y usaron las armas de destrucción masiva en Japón fueron norte americanos ¿Pueden las bombas diferenciar entre militares y mujeres, niños y ancianos?

Es curioso que el principio de reciprocidad al que alude Bin Laden recuerde un capítulo de “Las Estructuras Elementales del Parentesco” del antropólogo francés Claude Levi-Strauss que está dedicado justamente a esta idea. La relación, comenta el filosofo francés Jean Pierre Dupuy, se confirma si consideramos lo que Bin Laden dijo en una entrevista de televisión un mes después del ataque a las torres… “si matar a aquellos que matan a nuestros hijos es terrorismo, entonces deja que la historia sea testigo de que somos terroristas”. El periodista luego le pregunta… “Lo que usted esta diciendo es que esto es un tipo de tratamiento recíproco… ellos matan a nuestros inocentes, nosotros matamos los suyos”… a lo que Bin Laden responde… “así es”

¿No es ésta la lógica del mal, la violencia y el resentimiento? ¿La lógica que puso en marcha el Occidente cuando abandono el principio de la “guerra justa”? En otras palabras, el principio de la discriminación, que requiere que la lucha se limite a los combatientes y deje fuera del combate a niños, mujeres y ancianos y el principio de proporcionalidad, que requiere que el grado de violencia no exceda el objetivo político y estratégico que se persigue. Todo esto desaparece junto a Hiroshima.

La conjunción de los campos de exterminación masiva en Auschwitz y la quemazón nuclear masiva de los japoneses en Hiroshima y Nagasaki es el momento en que la destrucción de la humanidad a escala industrial entra en el reino de las posibilidades por primera vez. Sin disminuir el triste privilegio y singularidad del holocausto judío de encarnar el ultimo horror moral, el deber histórico obliga, sin embargo, a unirlo con el holocausto asiático, a pesar de la convención que proclama que este último fue un mal necesario clásico. Los filósofos llaman a esta justificación “argumento consecuencial”… cuando el problema es de suprema importancia las normas deontológicas, el respeto al imperativo absoluto, debe ceder al cálculo de las consecuencias.

Auschwitz no fue necesario, Hiroshima si. Y ahí radica la diferencia, dicen sus autores… ¿Cierto? No realmente… quienes ganan la batalla ven su victoria como justificación del curso de acción que ellos tomaron. Lo que algunos llaman “suerte moral”… el juicio moral acerca de una decisión incierta depende de que ocurra después de que la acción haya tomado lugar. McNamara, el secretario de defensa de Kennedy, que previamente sirvió como consejero en la guerra del Pacífico, ilustra este predicamento con meridiana claridad en el documental “The Fog of War”… “ Si hubiésemos perdido todos hubiésemos sido procesados como criminales de guerra”. El “argumento consecuencial”, en el caso de Hiroshima, es la excusa más execrable que uno pueda imaginar.

El ataque atómico a la población civil una vez ocurrido transforma lo impensable en algo real e inevitablemente invita a más atrocidades. Ahora, por primera vez, la humanidad es capaz de destruirse a si misma y nada puede eliminar este poder negativo … no un desarme general, no la desnuclearización del mundo. Podemos eliminar todo esto… lo que no podemos eliminar es el conocimiento de cómo producir la bomba. Esta puede ser recreada en unos pocos meses. Una vez abiertos los candados del Apocalipsis este queda inscrito en el futuro y nuestra mejor opción es posponerlo. La pregunta, por tanto, de si la bomba atómica es un medio al servicio de un fin racional y moral es obsoleta. La bomba, como nota Dupuy, excede todo posible fin. La cuestión de si el fin justifica los medios se vuelve, en este caso, completamente obsoleta.

Se podría argumentar que la disuasión nuclear, la amenaza de destrucción mutua entre dos poderes nucleares, ha salvado a la humanidad hasta ahora. Según la hipótesis desde el momento en que cada lado es disuadido de lanzar un primer ataque no hay necesidad de prevenir tal ataque atacando primero. La balanza del terror evita la destrucción mutua. La prueba está en que durante más de medio siglo tal catástrofe no ha ocurrido. Según McNamara lo que en realidad ha prevenido la aniquilación nuclear no ha sido la disuasión, sino la suerte. Entre veinticinco y treinta veces durante la guerra fría, dice, la humanidad estuvo a un paso del colapso total. Para que la doctrina opere la disuasión nuclear tiene que ser absolutamente efectiva.

La lógica que opera hoy día no es menos insana que la de la guerra fría… para prevenir el primer ataque es mejor atacar primero. En el actual régimen nuclear las naciones son vulnerables e invulnerables. Ellas pueden ser destruidas por el ataque de otra nación pero, al mismo, tiempo antes de morir ellas pueden aniquilar al enemigo, no importa cuan poderoso el primer ataque haya sido.

La política de prevención tiene por objeto asegurar que una acción no deseada sea relegada al reino ontológico de las potencias no actualizadas… que lo posible se haga imposible. La catástrofe, sin embargo, retiene su verdad en el sentido de que pudo haber ocurrido, como McNamara recuerda. En la dialéctica del destino y el accidente, que forma el núcleo de la disuasión existencial, el apocalipsis nuclear es algo necesario y, al mismo tiempo, improbable. La casualidad y el destino se funden y se convierten en uno. Lo que nos queda al final es un inmenso juego de riesgo y peligro.

Jugamos con fuego… Si nos acercamos demasiado quedamos convertidos en cenizas. Si nos alejamos demasiado corremos el riesgo de olvidar el peligro nuclear. Desde el momento en que el Apocalipsis es nuestro destino necesitamos mantenernos alejados de el. Según Dupuy, el mal asociado con la disuasión nuclear en su forma existencial es un mal desconectado de cualquier intención humana. Es por esta razón que la existencia del armamento nuclear es algo que debemos temer por sobre todas las cosas. La bomba se usó porque existía. Podemos usarla otra vez porque existe.

El filósofo alemán Gunther Anders, primer marido de Hannah Arendt, visitó Hiroshima y Nagasaki en 1958. Después de muchas conversaciones con los sobrevivientes de la catástrofe escribió en su diario que ellos estaban resueltos a no hablar de aquellos que fueron culpables, no decir que el evento había sido causado por seres humanos, no alimentar ningún resentimiento a pesar de que ellos fueron las víctimas del mayor crimen que uno pueda imaginar. ¿Cómo se puede comprender esto? Ellos constantemente hablaban de la catástrofe como si hubiese sido un terremoto. ¿No es esto extraño?

En el mismo momento, dice Gunther, en que el mundo se vuelve apocalíptico debido a nuestra propia culpa, presenta la imagen de un paraíso habitado por criminales sin malicia y víctimas sin odio. Ninguna guerra en la historia ha estado desprovista de odio como la guerra del crimen teledirigido. Esta ausencia de odio será la más inhumana ausencia de odio que haya existido. Ausencia de odio y ausencia de escrúpulos serán lo mismo.

El futuro que Gunther predijo ya está aquí… una nueva carrera de armas teledirigidas desde una confortable oficina a miles de kilómetros de distancia que inaugura una nueva era de súper inestabilidad con el riesgo de un final catastrófico en la forma de guerra nuclear.

 

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