Según el lugar común el progreso histórico alivia las miserias y cumple nuestras aspiraciones en comparación con las épocas mas primitivas. Hoy somos mas felices que en el medioevo y ellos mas felices que las tribus de cazadores y recolectores… ¿Cómo sabemos que ellos eran menos felices que nosotros? Nuevas capacidades, nuevas tecnologías y nuevas conductas no nos hacen necesariamente mas felices ni crean una vida mejor. La revolución agrícola aumento nuestro poder colectivo para controlar el medio ambiente, pero la vida se hizo mas dura comparada con la vida de la caza y recolección. Lo que trajo fueron mas horas de trabajo, menos variedad de alimentos y mayor exposición a las enfermedades y la explotación.
La época de los imperios aumento el poder humano al expandir el comercio, las ideas y las tecnologías, pero para millones de indígenas del mundo esto fue la ruina de sus culturas y el cambio de la libertad por el sometimiento colonial. La revolución industrial abrió posibilidades nunca antes soñadas como el triunfo de la medicina moderna, los derechos humanos, la disminución de las hambrunas y mecanismos para resolver conflictos internacionales. Al mismo tiempo, condeno a la clase trabajadora a una vida de pobreza, sudor y sacrificio. La época de prosperidad de la segunda mitad de siglo, aplicable solo a algunos países ricos del mundo occidental, ha servido de parámetro de progreso. La cosa, sin embargo, es esta… ¿podemos hablar de progreso cuando sus efectos son la causa de disturbios ecológicos capaces de destruir los fundamentos mismos de la sociedad industrial y la orgia consumista?
¿Qué nos hace felices? ¿Dinero, bienes materiales, familia, comunidad, amor, placeres, ideales? La idea mas común que tenemos de la felicidad es la de bienestar interior. Contentamiento con la forma en que la vida se nos da. El desafío con esta definición para los sicólogos, científicos sociales y biólogos es como cuantificar desde el exterior un sentimiento interior. La solución la encontraron en cuestionarios que la gente llena y luego ellos cuantifican. Los sociólogos, por ejemplo, pasan cuestionarios que correlacionan el bienestar con factores socio económicos tales como riqueza y libertad política. Los biólogos, con factores químicos y genéticos. La sorpresa con que se encontraron es que la felicidad depende, mayormente, de la bioquímica genética.
Al igual que los otros estados mentales el bienestar interior esta gobernado por mecanismos bioquímicos resultado de millones de años de evolución. No depende de parámetros externos como riquezas, poder social, consumo, sino por un complejo sistema de nervios, neuronas, sinapsis y sustancias químicas como serotonina, dopamina y oxitocina. El sistema bioquímico interno pareciera estar programado para mantener un nivel de felicidad relativamente constante. Cambios momentáneos nos hacen mas o menos felices, pero siempre volvemos aun punto fijo.
El sistema difiere de persona a persona. En una escala de 1 a 10 algunos nacen con una disposición alegre y su sistema bioquímico oscila entre 6 y 10 con un punto estabilizador de 8, no importa cuan mala o buena sea la oscilación. Esa persona frente a la experiencia de la adversidad, por ejemplo, recuperara su nivel de felicidad después de un tiempo. Otros con menos suerte nacen con una bioquímica que oscila entre 3 y 7, con un punto estable de 5. Estas personas pueden ganar la lotería y sentir gran excitación en ese momento, pero luego retornan a su estado melancólico. Es la bioquímica cerebral la que explica porque, a pesar de haber obtenido el trabajo soñado, ganado el concurso literario, tener un departamento en el centro y los conservadores haber perdido la elección, no somos, después de corto tiempo, mas ni menos felices que antes. Todo esto no cambia nuestro sistema cerebral.
Por supuesto, la bioquímica cerebral no es el determinante exclusivo. Los factores sicológicos y sociológicos también juegan su papel. El sistema tiene cierta libertad de movimiento dentro de sus limites predeterminados. No podemos exceder los limites emocionales superiores o inferiores, pero no significa que el incendio de nuestra casa o la perdida del trabajo no tengan un impacto entre estos dos limites. Alguien con un nivel 5 de felicidad puede disfrutar un nivel 7 de tiempo en tiempo si las cosas van viento en popa y, así, evitar el nivel 3 lo mas posible.
Si todo esto es así, como dicen los biólogos, entonces la historia no tiene mucho impacto en la felicidad ya que la mayor parte de los eventos históricos no han cambiado la química cerebral. Pueden cambiar los estímulos externos que causan la secreción de serotonina, pero no cambian los niveles de la serotonina, lo que significa que ellos no nos hacen mas felices… ¿Para que, entonces, nos preocupamos con reformas políticas y revoluciones cuando la solución esta en la manipulación de la química cerebral? ¿No seria mejor que todo el dinero que gastamos en revoluciones y guerras lo usáramos en la comprensión de los procesos cerebrales y el desarrollo de tratamientos que puedan hacernos mas felices? Prozac o marihuana es el camino a la felicidad.
Esta no es la única opción. Según el historiador Harari hay datos que muestran que la felicidad consiste en ver la vida en su totalidad como algo valioso y lleno de sentido. Si uno ha encontrado para que vivir, uno puede soportar cualquier cosa. El significado del “para qué vivir” varía ampliamente de época a época. La gente en el medioevo tuvo una vida bien dura. Pero, la creencia en la promesa de una vida eterna en el paraíso, la lectura de las escrituras y la construcción de catedrales les daba sentido a sus vidas y, seguramente, no eran menos felices que nosotros. La felicidad la encontraban en la ilusión colectiva de una vida trascendente. La cosa con esto es que, desde un punto de vista racional o científico, la vida humana no tiene ningún sentido. Somos el producto de un proceso evolucionario ciego que opera sin un fin o propósito. No somos parte de un plan divino y si mañana desaparecemos, aquí no ha pasado nada. El resto del universo continuara tranquilamente su curso.
Para nuestra época secular el significado colectivo se puede encontrar en el nacionalismo, el humanismo moderno, el capitalismo, el progreso del conocimiento humano, la creación de empresas, el arte, etc. El asunto es que creer que el sentido trascendente de la vida puede encontrarse en uno de estos fines no es menos ilusorio que la creencia en el mundo sobrenatural.
La felicidad, según esta opción, es la sincronización de nuestras ilusiones personales del sentido de la vida con las ilusiones colectivas. Si esto nos da felicidad, entonces, mientras mas ilusiones transcendentes, mitos, fantasías o creencias religiosas tengamos mas felices seremos. Al diablo con los hechos si contradice nuestra fe.
La idea común en todo esto es que la felicidad es un estado subjetivo placentero, ya esa debido a la química cerebral o a la creencia en el sentido de la vida. Esto no es sorprendente si consideramos que en nuestros días el liberalismo es la ideología dominante. Los sentimientos interiores son la fuente suprema de autoridad. Lo que es bueno o malo, feo o hermoso, lo que debe o no debe ser esta determinado por lo que sentimos… “Si siento que es bueno, es bueno. Si siento que es feo, es feo”.
¿Podemos confiar siempre en los sentimientos interiores? La idea que los sentimientos no son confiables tiene una larga historia que va desde el Templo de Apolo en Delphis, San Agustín en el medioevo, Darwin en la época moderna y Dawkins en el presente. Pero, sobre todo, ha sido el Budismo el que ha desarrollado una posición bastante singular. Nuestros sentimientos son solo vibraciones fugaces, estados momentáneos en constante cambio. Si quiero tener sentimientos placenteros tengo que perseguirlos y cuando los tenemos se evaporan rápidamente, lo que nos obliga a perseguirlos otra vez … ¿Vale la pena tanto esfuerzo por algo tan pasajero? La raíz del sufrimiento no es el dolor, la tristeza, ni siquiera el sin sentido de la vida. Es la inútil persecución de estos sentimientos fugaces que nos colocan en un estado de permanente tensión, frustración y descontento. La liberación del sufrimiento se produce cuando tomamos conciencia de la naturaleza impermanente de los sentimientos y los deseos y renunciamos a su persecución. Es en ese instante cuando la mente se relaja.
El movimiento New Age no entendió esto porque traslado el descubrimiento budista a un marco liberal… “La felicidad no depende de factores externos. Depende de lo que sentimos interiormente y en lugar de perseguir riquezas y estatus debiéramos conectarnos con nuestros sentimientos”. La visión budista es lo opuesto. La felicidad es independiente de nuestros sentimientos internos. El camino budista no solo deja de perseguir riquezas y fama, sino mas importante, abandona el deseo y los sentimientos interiores. El camino es llegar a la verdad de uno mismo… ¿No es esta también la visión del oráculo de Delphis… “Conócete a ti mismo”? Freud no estuvo muy lejos de esta visión.
El problema con la extinción budista de los deseos y los sentimientos que los acompañan es que se basa en una noción negativa del deseo. Desde la antigüedad hasta nuestros días se ha pensado que es la carencia de algo en el sujeto lo que origina el deseo. Para Sócrates el amor solo existe en relación a un objeto ausente y Lacan, en nuestros tiempos, afirmaba que el deseo es el signo de una “menesterosidad ontológica”… ¿Que tal si se rompe con la tradición y se ve esto desde otra perspectiva? El deseo, dice Deleuze, es productivo, crea su objeto y, en lugar de implicar una relación determinada por la carencia, el deseo abre nuevas posibilidades. En el amor, por ejemplo, el deseo abre nuevas e infinitas oportunidades en un mundo que
aparentemente se presentaba como algo cerrado. El deseo no se produce por el encuentro fugaz con un objeto. El deseo es una fuerza o flujo universal que existe antes de la distinción entre objeto y sujeto. Cuando se libera de los prejuicios de la tradición, la domesticación del Estado y la maquina consumista, se reconecta con nuevas aspiraciones que revitalizan el cuerpo y la mente y volvemos a sentir el flujo vital en toda su fuerza. Y esta es la fuerza que el Poder teme.
La afirmación de la vida es la fuente del goce y del sufrimiento, de la compasión y del amor, del miedo y del odio. Este es el doble vinculo al que estamos sujetos.
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