La ciencia y el capitalismo: la línea divisoria entre salvar vidas o salvar dinero
Los discursos de los gobernantes del mundo y el conjunto de los grandes medios de comunicación hablan todo el tiempo sobre el coronavirus y como enfrentarlo. Es imprescindible en primer lugar identificar que estamos en manos de una siniestra cúpula política burguesa comandada por un núcleo de países industrializados, en asociación con corporaciones financieras. Nada de lo que hoy nos pasa se explica correcta y científicamente sin partir de esta realidad, de su incidencia sobre el planeta y la vida humana. La irresponsabilidad de estos actores políticos y su clase social es total.
Estamos viendo en el plano de una crisis mundial y una pandemia, la lógica cotidiana del sistema capitalista que en todo su recorrido tiene un desprecio total por la vida, ya que está ordenado por sus ganancias.
Tanto en los países centrales como en los periféricos se han deteriorado ostensiblemente todos los parámetros presupuestarios en materia de salud pública. Y ahora se corre desde atrás y en desventaja absoluta, frente a un virus que nos lleva la delantera y nos ha sacado un enorme predominio en sus tiempos.
El capitalismo primero genera condiciones para que estos virus se propaguen. Se habla, por ejemplo, de la relación a veces no óptima entre animales y humanos o entre animales salvajes y domésticos, por el alto porcentaje de enfermedades que estas relaciones de contacto pueden producir y que se identifican como enfermedades zoonóticas.
Pero no se dice que la producción capitalista irracional empuja los desmontes, la agricultura descontrolada y la pérdida de hábitat de especies salvajes, además del debilitamiento de la tan necesaria biodiversidad, lo cual alimenta a diario la propagación de infecciones. A esto habría que agregarle el componente de agrotóxicos y todo tipo de elementos contaminantes inducidos sobre la producción masiva de alimentos.
El sistema también hace su parte cuando coloca en situación de hacinamiento a cientos de millones de personas en las grandes ciudades y en particular en masivos barrios populares en condiciones muy precarias de cuidado y alimentación, por el crecimiento inducido, a través de planes de ajuste, de la pobreza y la indigencia a nivel mundial. Se vive en pleno siglo XXI en situación de insalubridad extrema, cotidiana y masiva. A lo cual se suma que grandes franjas poblacionales tienen parámetros dramáticos de mala alimentación.
Pandemias, muerte, contagios masivos. Todo precedido por fuertes transformaciones económicas y sociales en esta desbocada carrera del capitalismo globalizador, marcada por la destrucción ambiental y el aumento de la pobreza. Un proceso de transformaciones que coloca a todo el planeta en función de un modelo de producción irracional, para que “cierren sus cuentas” abandonan toda política seria, científica y presupuestaria sobre la salud pública.
Los negocios irracionales nos trajeron hasta acá. Y ahora las grandes potencias quieren seguir ordenadas por sus ganancias en medio de la pandemia, incluida en el negocio de la búsqueda de vacunas.
Pero en realidad, la verdad es exactamente lo opuesto. Y ahora se corre desde atrás y en desventaja absoluta, frente a un virus que lleva la delantera y nos ha sacado un enorme predominio en sus tiempos. No hablamos de un escenario catástrofico, ni de designios apocalípticos. Hablamos de la realidad tangible a la cual nos trajo este sistema que, ni aún frente a la muerte y a una epidemia de contagios masivos, deja de pensar en la lógica de negocios y competencia.
La vacuna una nueva guerra comercial en ciernes
La cuestión del acceso a la hipotética vacuna futura tiene como telón de fondo la brutal guerra comercial que libran las principales potencias capitalistas del planeta por obtener una ventaja, ya sea en la vacuna o en un remedio para el coronavirus.
Recordamos que a fines de mayo la Organización Mundial de la Salud (OMS) promovió junto a una treintena de países e instituciones internacionales, una plataforma de acceso mancomunado a tecnología sobre Covid-19, con la pretensión de colectivizar derechos sobre tecnologías y explotación de productos para que estuvieran disponibles universalmente y fueran considerados «bienes públicos mundiales».
Pero casi simultáneamente, EU, anunciaba su ruptura con la OMS y el retiro de toda colaboración económica. Por otra parte la declaración en favor de la plataforma común, tampoco la suscriben Alemania, China, Inglaterra o Japón, o sea ninguna de las potencias capaces de registrar una vacuna. En realidad ni EU, ni China ni la Unión Europea están dispuestos a ceder un ápice en la guerra sin cuartel que se brindan para obtener una vacuna a como de lugar.
Por lo tanto, la reventa posterior de la vacuna a terceros países no podrá sustraerse a esa guerra sanitario-comercial. La industria farmacéutica es bien conocida por sus precios exorbitantes y por negarse a distribuir medicamentos a aquellos que no los pueden costear. Las grandes farmacéuticas tienen una historia igualmente lamentable en lo que se refiere a investigación y desarrollo en su industria.
El escenario que tuvo lugar a fines de la década de 1990 con los cócteles antirretrovirales contra el HIV con el estallido de crisis políticas y rebeliones populares por su abastecimiento, podría repetirse ahora con la eventual vacuna de la Covid-19. Al problema de la explotación de la patente de esta vacuna, se añade la de impulsar instalaciones en las que puedan ser fabricadas, lo que también limitará el suministro mundial.
Nuestras vidas valen más que sus ganancias
La competencia puede servir como un motivador para el desarrollo de nuevos productos. Pero como ya hemos visto, también puede servir como motivador para prevenir que nuevos productos jamás vean la luz del día. Las empresas no sólo se niegan a financiar investigaciones para el desarrollo de un producto que pueda herir su industria, sino que en algunos casos irán extraordinariamente lejos para prevenir que nadie más pueda realizar el mismo tipo de investigaciones.
Mientras que comprar patentes es un medio efectivo para detener o paralizar nuevas innovaciones, el sistema capitalista tiene otras maneras de detener investigaciones y desarrollo. La naturaleza misma de un sistema basado en la competencia hace que la investigación colaborativa sea cuasi imposible.
Bien sea en la industria farmacéutica, la automotriz o cualquier otra, el capitalismo divide a los mejores científicos e ingenieros entre corporaciones en competencia. Cualquiera involucrado en investigación o desarrollo de productos se ve forzado a firmar acuerdos de confidencialidad como condición de trabajo.
La revisión por pares, o el arbitraje, se supone que es una pieza fundamental del método científico. Muchas veces, los grandes avances no los realizan grupos de investigación individuales sino muchos grupos de investigadores.
Un grupo desarrolla una pieza del rompecabezas, algún otro descubre otra e incluso otro equipo más de científicos logra juntar todas las piezas. ¿Cómo puede un sistema basado en la competencia promover tales esfuerzos colaborativos? Simplemente no puede.
El primer paso en este proceso fue simplemente reconocer que la ciencia es una prioridad. Bajo el capitalismo, la habilidad de las empresas privadas para desarrollar la ciencia y la tecnología se limita por la visión estrecha de lo que es rentable. Las compañías no planifican avanzar en tecnología, sino en armar productos mercadeables y sólo harán lo mínimo necesario para llevar sus productos al mercado.
La ciencia está siendo contenida por intereses particulares de la industria capitalista. La falta de recursos para educación e investigación mantiene las puertas cerradas a estudiantes e investigadores interesados, sin olvidar la interferencia religiosa o el revisionismo que encierra a la ciencia en una jaula y declara importantes campos de estudio como prohibidos.
En este siglo XXI podemos ver cómo el capitalismo internacionalizó y globalizó a gran velocidad sus mecanismos de ganancia, comercio y transacciones financieras que pasan de continente a continente en segundos, y como los modernos mecanismos internacionales de tránsito y viaje propagaron en días una pandemia a todos los continentes. Pero esa misma velocidad no se aplica en cuanto a socialización de los avances científicos, que a cuentagotas pasa de los países centrales a los periféricos.
No se puede olvidar otro aspecto esencial de la realidad capitalista: la profundidad de las transformaciones irracionales que el modelo capitalista genera viene haciendo que diversos virus que antes se manifestaban con períodos algo más largos de tiempo entre sí, en las últimas décadas se volvieron cada vez más recurrentes.
Tomemos nota que en pocos años y con desiguales alcances internacionales, regionales o en determinados países ya tuvimos al SARS en 2002, la gripe porcina H1N1 en 2009, el MERS en 2012, el Ébola en 2014, el Zika en 2015 y el Dengue 2016.
Todas estas diversas manifestaciones virales entierran la idea errónea que viejas o nuevas plagas no nos afectarían por el avance de la sociedad. No vamos a encontrar las respuestas a este flagelo buceando en las predicciones de Nostradamus, sino comprendiendo científicamente cómo llegamos hasta acá y quiénes son los responsables de epidemias y pandemias, muchas de las cuales son evitables.
Ahora con la pandemia del coronavirus en pleno desarrollo mundial y avance constante, nos adentramos a una nueva irracionalidad: por centrarse en nuevos negocios capitalistas se condicionan las formas más rápidas, eficientes y masivas de obtener vacunas, cerrando el círculo macabro de un sistema que desprecia la vida humana y coloca a las ideas y avances científicos como una mercancía más, regida por las normas de ganancia capitalista.
Coronavirus y vacunas: la irracional competencia capitalista
Sin embargo, así como ante la irrupción de este virus el capitalismo jugó su nocivo papel al liquidar las inversiones en salud pública y generar mediante la pobreza y la destrucción ambiental, condiciones óptimas para que prolifere todo tipo de virus; ahora en torno a las posibles vacunas también el decadente sistema capitalista juega su rol regresivo contra la vida humana.
Es obvio que ante semejante flagelo todos los avances científicos tienen que coordinarse a gran velocidad, poniendo todas las estructuras de ciencia y medicina a disposición. Parece obvio que debiera hacerse, pero no es así. Estamos presenciando lo contrario, un ejemplo brutal de lo nocivo que es que la salud, incluida la investigación científica y la producción de vacunas, esté en manos privadas.
Lo que estamos presenciando es una feroz competencia interimperialista por ver quién logra primero una vacuna, se queda con sus patentes y por ende con la ganancia millonaria para venderla a nivel mundial. Además del mérito estratégico para sus futuras disputas, de haberlo logrado primero que nadie y hacerlo sentir salvando su propia población antes que a otras. O lo que es peor, salvando a quienes vayan pagando por la vacuna.
En medio de esta carrera comercial y disputa entre potencias, pudimos ver a Donald Trump anunciando varias veces que tendrían la vacuna, y también ser desmentido rápidamente por funcionarios de salud. O a varias empresas también haciendo anuncios irreales, todo como parte de una disputa irracional que adquiere dimensiones trágicas. Si bien es cierto que hay pruebas permanentes en diversos países pero nada indica que en pocos días o semanas se logre una eficacia absoluta con la vacuna.
*Periodista uruguayo acreditado en la ONU- Ginebra, miembro asociado del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)