La crisis: que no exista una posibilidad inmediata, no significa perder de vista la tendencia hacia el enfrentamiento y la guerra

Juan Kornblihtt*

Asombra la unanimidad con que economistas de todas las corrientes definen la crisis mundial. De izquierda a derecha, con muy pocas excepciones, coinciden en que estaríamos frente a una crisis financiera resultado del descontrol de los especuladores y de la permisividad de los gobiernos, en particular del de Bush.

A su vez, todos –o casi todos, ya que la derecha más liberal, considera que es necesaria una depuración sin distorsiones de la Casa Blanca– plantean la necesidad de alguna intervención estatal y la reestructuración de la banca en manos del Estado. Y a la hora de discutir las consecuencias, las divergencias pasan por si la sangre llegará o no al río.

Es decir: si afectará a la economía real. Pero el crash financiero no es más que el síntoma. El problema está en el corazón mismo del sistema. Por lo tanto, no se trata de si el estallido de la burbuja va a impactar a la producción, y por lo tanto de una discusión de cuánto y cómo regular, sino de que toda la economía es la que está en problemas y no sólo una parte que se relaciona externamente con otra.

¿Qué son las finanzas?

La separación del mundo de las finanzas y el de la producción es una operación ideológica que tiene por objetivo buscar elementos progresivos dentro del capital. Así, por izquierda, se criticó la acumulación de capital a partir de la década de 1981/90 no por ser expresión de la única salida capitalista a la crisis de los setentas, sino por el dominio del “neoliberalismo” anti-industrial y financiero.

En realidad, lo que se conoce como finanzas tiene una doble dinámica. Por un lado, existe lo que podríamos denominar "finanzas normales". Se trata de los mecanismos indispensables del capital para circular entre una rama y otra y a la vez por los cuales opera la concentración y centralización de capital. Muchos capitales sueltos se juntan bajo diferentes formas (bancos, fondos de inversión, compra de acciones, etc.) y van hacia donde es más rentable, tomando las diferentes formas de crédito.

Por supuesto estos capitales a préstamo reciben una porción de la ganancia que se produce en la empresa en la que invirtieron. Dicho capital industrial acepta esto. Le conviene perder esa porción de plusvalía porque a cambio recibe una masa de riqueza que, por sí mismo, como capitalista individual, no podría obtener. Claro que buscará que esa porción sea lo más chica posible. Pero eso no significa que esté enfrentado en forma sustancial. En el fondo, se necesitan unos a otros.

Ahora bien, si –como dijimos– hay un funcionamiento normal de las finanzas, por lo tanto existe un funcionamiento anormal de las mismas. Que aparece cuando se expanden como respuesta a problemas en la producción de plusvalía que se refleja en una caída general de la tasa de ganancia.

Eso fue lo que ocurrió a partir de mediados de los setentas. ¿Por qué? Como una forma de evitar la caída de los capitales. Mediante la expansión del crédito, de las hipotecas, de las bolsas o del endeudamiento, se busca estimular a una economía que por sí misma no podría funcionar. Esto va generando una capacidad de consumo artificial por encima de la generación de plusvalía. Es decir, consumen más de lo que ganan. De no existir esa compensación, el stock de las empresas no se podría vender y estallaría una crisis de sobreproducción.

Esa masa de capital financiero que estimula a la producción ya no representa sólo una porción de plusvalía sino que ha empezado a independizarse de la misma, expandiéndose más allá. Esto, por supuesto, profundiza la imagen de que estamos frente a una esfera de la vida completamente diferente de la producción. Pero el problema es que esa separación no puede ser eterna. En algún momento, se hace evidente que las finanzas no representan una porción de plusvalía real y que, por lo tanto, nadie va a poder pagar las deudas contraídas. Marx lo llama “capital ficticio”.

Estatización de los problemas

La expansión de las hipotecas no fue la única forma de estímulo al capital que provino de la mano de capital financiero. La deuda externa de los EE.UU. creció en forma acelerada en los últimos años. Principalmente de la mano de China y Japón, que compraron Bonos del Tesoro de los EE.UU. Lo hicieron como una forma de garantizar que los EE.UU. mantuvieran su ritmo de crecimiento y de esa forma les siguieran comprando sus exportaciones.

Como hemos explicado en otras oportunidades, se puede decir que a través de este mecanismo “China se compra a sí misma”, en un circuito artificial que en algún momento va a explotar. Este mecanismo de expansión del endeudamiento externo de los EEUU es resultado inmediato de la pérdida de competitividad de su industria, lo cual se refleja en un creciente déficit comercial (es decir. importa más de lo que exporta). La misma causa que empujó a los hogares a endeudarse. El estancamiento de la industria obligó a bajar los salarios y la única fuente de ingreso fueron las hipotecas y las deudas a través de las tarjetas de crédito.

Frente al estallido de la burbuja inmobiliaria, lo que se observó es que el conjunto del capital bancario estaba metido en esa burbuja que estimulaba el consumo. Por eso la quiebra generalizada de los bancos. La salida intentada desde el Estado ha sido comprar las acciones de los bancos en riesgo, incluso el 100% de algunos.[1] Pero a pesar de los miles de millones de dólares inyectados en el mercado (no sólo en los EE.UU., sino en todo el mundo), las bolsas siguen cayendo, el crédito se contrae y la recesión ya es una realidad, con el desempleo en masa a la vuelta de la esquina en las economías más importantes.

Con todo, el problema no es la ineficacia del Estado mostrada hasta ahora. Peor aún es la situación que se incuba con la intervención de los diferentes gobiernos. El ineficiente, aunque millonario, salvataje financiero no tiene un sustento real detrás. Constituye una nueva expansión del capital ficticio. Es decir, no hay una acumulación de capital sobre la cual los gastos del Estado estén basados.

Por lo tanto, la intervención implica un aumento del déficit fiscal. Una parte buscará ser compensada con feroces recortes a los gastos sociales. Hecho que ya se observa en los países europeos y que está provocando la reacción en masa de la clase obrera.

Sin salida (capitalista)

La intervención de Bush en el mercado financiero se está haciendo sobre la base de aumentar en forma sustancial el endeudamiento externo. Quienes en realidad están tratando de salvar a EEUU son el Estado y la burguesía chinos, que a pesar de todo siguen comprando Bonos del Tesoro –lo cual produjo que éstos incluso suban de su precio a pesar de todo lo que está pasando.

¿Acaso los capitalistas y el PC chinos son tontos? Por supuesto, no. Compran esos títulos con la ilusión de evitar que EEUU se derrumbe del todo. Lo hacen tanto para garantizar sus exportaciones, como para evitar que se desvaloricen sus reservas, como ocurriría si dejaran de comprar Bonos del Tesoro.

El endeudamiento de EEUU, al igual que la burbuja hipotecaria, no es capaz de sostenerse sobre la base de la producción de plusvalía. Así como se hizo evidente que el valor de las casas no era real, y eso hizo explotar a todo el sistema financiero, más temprano que tarde se hará evidente que EEUU –como ningún país– no puede pagar sus deudas. Cuando eso ocurra y todos corran a cobrar, el estallido será total. Pero ya no estaremos hablando de una crisis financiera, sino de una crisis en el administrador mismo, el garante del sistema capitalista en su conjunto: el Estado.

El "default" de EEUU implicará la licuación del valor del dólar y con él la de todas las reservas de los países acreedores. No será un Estado el que esté en crisis, sino que todos sufrirán esta caída. Los enfrentamientos entre ellos serán inevitables. El fantasma de la guerra amenaza al mundo. El hecho de que no exista una posibilidad inmediata en la actualidad, no tiene que hacernos perder de vista la tendencia hacia el enfrentamiento.

De la mano del enfrentamiento de los Estados, se agudizará, en cada economía nacional y a nivel global, la competencia entre los capitalistas. Éstos en un contexto recesivo estarán imposibilitados de colocar su producción. Por un lado, buscarán bajar salarios y despedirán obreros en busca de abaratar costos. Pero la recesión impondrá que aquellos más ineficientes sean los que más sufran, porque además de su debilidad propia, se le sumará la debilidad del Estado para protegerlos. En este contexto las divisiones en el interior de la burguesía se agudizarán a nivel general.

Naturalmente de uno y otro lado se apelará a la acción de la clase obrera. El Estado llamará a la unidad nacional para apoyar medidas nacionalistas y ante potenciales choques con otros países. Así justificarán también medidas a favor de diferentes fracciones del capital.

Los capitales más débiles buscarán el apoyo del “pueblo” para enfrentar a los “monopolios” que los amenazan con llevarlos a la quiebra. En ese contexto las tensiones se agudizarán. Sin embargo ninguna propuesta podrá impulsar una salida. La idea de que una distribución del ingreso a través de un aumento del crédito podrá impulsar la acumulación, pierde de vista que eso fue lo que ya ocurrió en los últimos años. El boom fue un crédito “regalado” que no pudo solucionar nada. Lo mismo con la idea de una nacionalizació n de la banca. Ésta por sí sola sólo servirá para que el Estado se haga cargo de las deudas, como ya lo está haciendo.

Por esta razón, seguir a cualquier fracción de la burguesía o los intentos estatistas es colocarnos en manos de nuestros verdugos. Para poder relanzar la acumulación, el capital necesita una depuración de empresas y una derrota de la clase obrera de tal magnitud que es inimaginable. La salida de la crisis del 30 requirió de la Segunda Guerra Mundial. Piénsese que entonces la masa de capital era menor que ahora.

Hay salida (socialista)

La evidencia de la crisis volvió a colocar en escena al socialismo. En Alemania, El Capital de Marx multiplicó sus ventas. Izquierdistas antes timoratos, hoy nos llaman a pensar en el socialismo. Pero sólo lo plantean como una idea linda a futuro. Cuando proponen medidas concretas, se limitan a alinearse de uno u otro lado de la burguesía.[2] El socialismo lejos está de ser una “idea”. Su potencialidad en la actualidad reside en ser una respuesta material.

Cualquier intervención del Estado en este contexto estará limitada por la capacidad de reacción del propio capital, o sea: nula. La solución es la concentración de los medios de producción en manos de la clase obrera, empezando por la ocupación de cada empresa que cierre –y no proponer un salvataje o un privilegio como pedían los chacareros–, apuntando hacia el control de los capitales más centralizados. Recién ahí tiene sentido impulsar la expropiación de la banca y su absoluta centralización, porque si no todo lo que ésta haga irá a parar a manos de capitalistas en problemas y realimentará la crisis.

De lo que estamos hablando es de la necesidad de la toma del poder por parte del proletariado. Estrategia que es la más realista ante la situación actual, que además nos permitirá actuar en independencia de las fracciones del capital ante los ataques que ya se están efectuando.

Notas:

[1] La idea detrás de esto no es “volver al estatismo”; según argumentan desde la Casa Blanca , en cuanto se recupere el mercado, las venderán.

[2] Por ejemplo, ver Ante la crisis financiera mundial. Declaración de Caracas, Conferencia Internacional de Economía Política: Respuestas del Sur a la Crisis Económica Mundial. En este documento, se observa una fuerte esperanza en la capacidad del Estado capitalista de regular la crisis a partir del control del sistema bancario, sin mencionar la necesidad de transformar la base sobre la cual se genera la crisis, es decir expropiar el capital productivo.
La Decaración puede leerse en el portal de la agencia de noticias Alainet <a href"http://alainet.org/active/26936&lang=es">aquí</a>.

* Licenciado en Historia, investigador Universidad de Buenos Aires.

 

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