La decisión de Marco

Lagos Nilsson.

La decisión de Sophie estranguló las emociones de millones de espectadores cuando su estreno; ajeno al celuloide, pero frente a las cámaras digitales, en Chile y no en un campo de exterminio, el apóstol por renovación de los que haceres de la política dio a conocer la suya. Ningún malvado SS tomó a una niña en brazos y se la llevó para siempre; no había una niña y, por fortuna, la esperanza que el todavía diputado quiso despertar siempre es para siempre…

Es fácil despotricar, felicitar, aplaudir, abuchear, disculpar; en cierto modo Enríquez-Ominami hizo lo que hacen en ocasiones quienes están a la cabeza del gobierno de un Estado: usó razones, precisamente, de Estado; urgencias, motivos, cálculos que no se explican –o no pueden explicarse–. El resultado será, sin duda, más de lo mismo.

Un más de lo mismo ciertamente condicionado si la maniobra del ex candidato presidencial no terminó de espantar a ese –a estas alturas mítico– 20% del electorado que le dio su preferencia en diciembre de 2009, y se convierte, como pretende, en la cabeza de la oposición al nuevo gobierno, al margen de quién sea el morador de La Moneda.

Es explicable en la lógica bastarda y ajena a la historia del "petit monde" que merodea en torno de los centros de poder chilenos la decisión de Marco Enríquez-Ominami: eligió, tenía que elegir, fue presa del mal menor. El razonamiento no deja de tener peso: la presidencia de Piñera significa casi con seguridad el retorno a los pasillos del poder de la vieja –y la nueva– guardia pinochetista; también un lavado de sábana al espectro de Jaime Guzmán.

Se trata, es la idea, de preservar lo conseguido en 20 años de democracia representativa y concertacionista (sin cuestionar, claro, qué mierdas es la democracia representativa en el país, sin preguntarse los representantes a quiénes representan). Se trata de no entregar el "legado de Bachelet" a la derecha –y lo dicen como si fuera la izquierda la que lo sostiene. Marco Enríquez-Ominami probablemente no consideró, al tomar su decisión, que una de las cosas en juego en Chile y en América –no en esta elección, que no hay nada en juego– es el fundamento teórico mismo de la democracia representativa (y parlamentaria). Para no hablar del orden de la casa, es decir: la economía.

Sus asesores políticos seguro que no lo asesoraron en esta materia.,

Es legítimo el temor a que la derecha regrese al sarao gubernamental ya no como invitada, sino como anfitriona, cocinera del guiso, animadora y directora de la orquesta. Pero es ridículo y absurdo pensar que gestos de esa laya –los de los "meoístas-freístas-concertacionistas"– van a detener la historia. La derecha estaba condenada a volver desde el primer diálogo con la oposición a la dictadura militar-cívica todavía en tiempos del Tata. Y esa condena a volver fue certeza del desalojo cuando se perfeccionó el pacto.

Ello será evidente si el 17 de este mes obtiene a mayoría de votos el señor Piñera, pero será real también si la obtiene el señor Frei. Estos no son los tiempos carolingios y los mayordomos devenidos gobernantes cumplieron su ciclo. Otros apetitos abren nuevas puertas al botín y exigen cambiar las reglas del reparto. Ayer miércoles 12 de enero murió un trabajador al cortarse la cuerda de la plataforma colgante en la que trabajaba y cayó del piso sétimo de un edificio en un barrio elegante de Santiago. Toda una metáfora –por triste que sea.

No se necesita ser marxista –ni marxólgo–, tampoco anarquista, para apreciar que la tranquilidad social en Chile está –para usar una expresión vulgar– pegada con moco. La ilusión de que la vida es una competencia donde ganan los mejores es, desde luego, una falacia; cuando se hunde una nave en medio de la mar no se salvan necesariamente los que saben nadar, el asunto es subirse a un bote salvavidas. Y sabemos quienes tienen las llaves de los botes…

Miraremos, pues, en Chile, una fuga un horizonte hundido y gris (gris de plomo tarde o temprano). El país que vieron gallardo de gente belicosa se hunde en el crac, el copete, la educaciòn deseducadora, los hospitales donde se muere y los consultorios donde se espera hasta la muerte y las casas de 50 o 60 metros cuadrados para cuatro, cinco, seis personas. La reivindicación de la dignidad, o sea, dicen.

Enríquez-Ominami pulió la lápida de la esperanza que hizo palpitar. Reivindicó la renovaciòn y se peinó al modo antiguo. Es uno más del lote que acopia cuerdas para vender. Conocemos la profecía del último vendedor de la última cuerda.

Es legítimo el temor a más desigualdad (lo que es posible), a más falta de justicia, a más trabajo precario, a más universidades a las que lo único que les falta para que el chiste sea total son carreras para aprender a manejar ascensores de edificios. Es legítimo. Sólo que el peligro no se conjura en el juego del status quo. El peligro no se conjura. Se advierte, se combate.

Como el pueblo chino en tiempos del opio, el chileno duerme sus pesadillas; un dirigente con aspiraciones de líder (en Chle no hay líderes, salvo por mala comprensión del concepto –o traducción del inglés) tiene la obligación de correr el riesgo de despertarlo para que se levante; eso significa una ideología que de carne a una teoría y un programa social. Bajo ningún punto de vista arrojar el soma huxleyano so pretexto del consabido mal menor.

No son las buenas intenciones el soplo de la historia. Y la palabra la tiene ese 20% que lo escuchó a Enrìquez-Ominami un tanto asombrado –o desengañado–. La pregunta, entonces, es ¿cómo votará?

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