La derecha venezolana en su laberinto
El cronista le preguntó a uno de los estrategas del chavismo, el actual presidente de la Asamblea Nacional, Jorge Rodríguez, que recomendación le daría a la oposición luego de los resultados del 21N, si iniciar en 2022 el proceso para un referéndum revocatorio del mandato del presidente Maduro, o por el contrario, esperar al siguiente turno electoral, las presidenciales de 2024. “Cuando el enemigo se equivoca, no hay que darle consejos”, contestó divertido el referente oficialista.
La respuesta define, en gran medida, el estado de cosas tras la elección de alcaldes y gobernadores del último domingo. La primera radiografía de la política venezolana con participación completa de todas las oposiciones al gobierno de Nicolás Maduro dejó blanco sobre negro la crisis del antichavismo.
Adiós al mito de los “partidos grandes”
Hasta aquí, se sostenía que los partidos del llamado G4 (los que desconocieron a Maduro y abonaron en el terreno las estrategias destituyentes de la Casa Blanca contra Nicolás Maduro) eran los más grandes de la oposición venezolana. El 21N quedó claro que esto no es así.
Salvo en las victorias en el Zulia (Manuel Rosales de Un Nuevo Tiempo) y en Cojedes (Alberto Galíndez de Primero Justicia) y en el virtual empate en Barinas (Freddy Superlano de Voluntad Popular), los desempeños de los candidatos de ese sector opositor fueron más bien modestos. En algunos estados, incluso, fueron superados por los candidatos de la Alianza Democrática (los partidos que ya habían participado en las presidenciales en 2018 y en las parlamentarias de 2020).
Hay casos extremos, como el del secretario del partido Primero Justicia, Tomás Guanipa, que fracasó en su intento de llegar a la alcaldía de Caracas, quedando tercero, atrás de un dirigente local que se negó a declinar su candidatura.
La crisis de la oposición queda patente, incluso, en otra paradoja, los únicos tres vencedores son viejas caras de la política, que vuelven por más: Manuel Rosales ya había sido gobernador del Zulia entre 2000 y 2008; Alberto Galíndez dirigió Cojedes entre 1996 y 2000 y Morel Rodríguez en Nueva Esparta es el gobernador con más recorrido en la historia venezolana, ocupando el cargo por primera vez por designación presidencial hace 34 años.
El llamado a participar no conmovió
Desde 2015 hasta ahora, el G4 se abrogaba ser propietario de todos los votos de los que faltaban a las urnas en diferentes turnos electorales. Se sabía que esto no era así, en principio, porque la merma de votos incluye también al Partido Socialista Unido de Venezuela y sus aliados. Pero a partir del 21N sabemos que los partidos grandes que no lo son, además no cautivan a quienes decían dirigir.
Los índices de abstención más altos del país el 21N (alrededor del 75%) se registran invariablemente en los sectores de municipios donde caló más hondo el llamado a las guarimbas (protestas violentas) en 2017 y las aventuras destituyentes de 2019 y 2020. Esos sectores no volvieron a las urnas.
Esto lo sabe Juan Guaidó, a quien paradójicamente la elección que parecía sellar su defunción política le dio un poco de aire, al aparecer como el único referente que más o menos directamente llamó a no votar. De cualquier forma, su desgaste como presidente virtual parece ser un lastre del que difícilmente pueda escapar.
¿Revocatorio o presidenciales 2024?
La boleta de la Mesa de la Unidad Democrática, partidos del G4, alcanzó algo más de 2 millones 100 mil votos. Si se suman todos los votos de oposición en este turno electoral, se llega casi a 4 millones y medio, contra algo más de 3 millones 950 mil del chavismo, todo esto en el marco de una participación de algo más del 40 por ciento del registro electoral. Sería en principio un piso auspicioso para, en el demasiado cercano 2022, intentar el proceso para la convocatoria de un referéndum revocatorio del mandato del presidente Maduro, alternativa que prevé la Constitución.
Pero en política, no siempre dos más dos es cuatro. La convocatoria a un referéndum demandaría un importante esfuerzo de movilización de una parte de la población que -ahora se sabe- los políticos de la oposición variopinta ni conmueven ni dirigen. Además, el 21N dejó patente una crisis de liderazgo en la oposición que no resolvería una pregunta vital: aunque un revocatorio diera lugar a elecciones presidenciales anticipadas, ¿cómo garantizar que el chavismo no volvería a triunfar?
Para un intento serio de llegar al Palacio de Miraflores, la oposición debería desanudar un largo camino de construcción (o de imposición) de un liderazgo único al que, hoy por hoy, no se le ve la punta del ovillo. En rigor, para la otra opción, el turno electoral presidencial de 2024, necesitan resolver el mismo dilema. Una tarea bien compleja, en una oposición que hasta aquí ha sido un nido de víboras que invariablemente lleva a los suyos a ciclos de promesas mágicas y posteriores despechos paralizantes.
Eso sí, para la aparición intempestiva de un liderazgo aglomerador la oposición cuenta con un aliado vital: la administración Biden que, se sabe, no reducirá la asfixia del bloqueo comercial y financiero sobre Venezuela.
* Periodista argentino del equipo fundacional de Telesur. Corresponsal de HispanTV en Venezuela, editor de questiondigital.com. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)