La fe y las malas ideas

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Al igual que en tiempos de los dioses aztecas, la mala idea que gobierna nuestros tiempos, la deidad del mercado, requiere de periódicos sacrificios humanos. En determinados momentos, los sumos sacerdotes exigen que  se derrame la sangre de los inocentes para que se restaure el orden mundial y se evite la ira divina. Y así se hace.
Las malas ideas nunca mueren. Las presentan en nuevo envase y las venden otra vez.| MAX J. CASTRO.*

 

En Estados Unidos, en Europa, en la mayor parte del mundo, es el momento de verter la sangre. El cuchillo de piedra pasó de moda hace siglos; en la actualidad, el espeluznante trabajo se hace con cuchillos más afilados.  Estos instrumentos aterciopelados trabajan para satisfacer las férreas leyes de mercado, chupándole la sangre a la gente por todo el mundo.

 

Primero buscaron a Grecia. Pero nosotros no somos Grecia, dijimos, y de todas maneras, los griegos son holgazanes, les gusta vivir por encima de sus posibilidades y disfrutan de la vida en vez de trabajar. Luego atacaron a España, Portugal, Irlanda, Italia, Gran Bretaña y por último, pero no menos importante, Estados Unidos.

 

¿Y ahora qué? ¿Es que una pandemia de holgazanería y despilfarro ha golpeado a casi todo el mundo occidental? ¿Será el virus griego el avatar del VIH en el siglo 21?

 

Lo dudo. Empleos que se esfuman, pensiones que se encogen, ingresos que descienden, gente que pasa hambre, familias desahuciadas: estos son sencillamente los sacrificios ofrecidos por nuestros principales sacerdotes —políticos y plutócratas— para aplacar la ira de Mercado y restablecer el balance en un mundo caótico.

 

Irlanda y el dios con pies de barro

 

¿No existe límite para el castigo que los fanáticos seguidores de Mercado están dispuestos a infligir a los humanos en nombre de su dios? Pregúntenle a los griegos. O mejor aún, pregúntenle a los irlandeses. Claro está, el tigre celta de hace unos años ha sido transformado en sangrante y castrado gatito, pero no es eso a lo que me refiero. Para calibrar realmente hasta dónde están dispuestos a llegar los seguidores del dogma de Mercado, no hay más que mirar la historia irlandesa.

 

En 1845, una devastadora plaga atacó el alimento básico de las masas irlandesas –—a papa—, de manera aún más inesperada que la implosión financiera que golpeó a Occidente en 2008. Por esa época la Isla Esmeralda, totalmente colonizada por Gran Bretaña, era principalmente un país de campesinos sin tierra gobernada por unos pocos terratenientes ingleses que obtenían enormes ganancias de alquileres, agricultura y ganado. Eso dejaba solamente a la humilde papa como sustento de los arrendatarios irlandeses.

 

El tizón de la papa arruinó casi por completo la producción de papa durante seis años. Durante esta gran hambruna, cerca de un millón de gente común murió de hambre  y un número mayor emigró. Los que permanecieron y sobrevivieron a la hambruna y el desalojo en masa de sus hogares, así como la destrucción de estos por parte de las autoridades británicas, terminaron por parecerse a los sobrevivientes de los genocidios del siglo siguiente.

 

Esa catástrofe humana no fue un desastre natural. Fue el producto de acciones, o más bien la inacción, de hombres guiados por las mismas creencias que predominan en el 2012.

 

Como escribe Terry Golway (Los irlandeses en Estados Unidos):
“Cuando faltó la papa, los pobres de Irlanda pasaron hambre. Y desde 1845 a 1851 la cosecha fracasó repetidamente, de manera desastrosa y fatal”. Sin embargo, como señala Golway, no hubo carencia de alimentos en Irlanda: “Mientras tanto, la riqueza de Irlanda —la cebada y la avena y el trigo y el ganado— era transportada por los mismos caminos que llevaron a los pobres hambrientos de Irlanda hacia los puertos”.

 

Más, un escritor británico detalló los artículos exportados desde el puerto irlandés de Cork durante un solo día en el pico de la hambruna:
“147 fardos de tocino, 135 barriles de carne de cerdo, 5 barriles de jamón, 300 sacos de harina, 300 cabezas de ganado vacuno, 234 ovejas y 542 cajas de huevos”.
Esto se hacía en momentos en que cientos de miles de irlandeses literalmente comían hierba en un desesperado e inútil intento por sobrevivir.

 

¿Cómo hicieron los mandamases británicos para justificar esta enormidad perpetrada contra sus súbditos irlandeses (una palabra, por cierto, que según el diccionario significa “desmedido, exceso de maldad, desatino” y a menudo se confunde con enorme)?
Golway: “Según la creencia, de lo que estaban convencidos con fervor religioso los gobernantes ingleses de Irlanda, que no podía interferirse con los mecanismos del libre comercio y el libre mercado, los alimentos producidos en los campos de Irlanda estaban destinados a la exportación”.

 

Al igual que nuestros plutócratas del siglo 21 —que proclaman su animosidad contra el gobierno mientras cabildean con furia por los subsidios gubernamentales para cualquier cosa, desde azúcar hasta estadios— los terratenientes británicos amantes del libre mercado hicieron su agosto con las barreras comerciales consagradas en las Leyes de Maíz, por medio de las cuales los “aristócratas propietarios de tierra tuvieron inmensas ganancias debido a la protección [gubernamental] contra la competencia extranjera, lo que les permitía fijar artificialmente altos precios a su grano”. 

 

Los dogmas del dios Mercado no permiten al gobierno ayudar a los hambrientos, pero la deidad hizo una excepción en el caso de los realmente avariciosos.

 

Un cruel desprecio por la vida de los irlandeses fue instigado y secundado por una fuerte dosis de discriminación étnica. Charles Trevelyan, el funcionario británico a cargo de la ayuda a Irlanda, escribió:
“El gran mal con el que tenemos que lidiar no es la maldad física de la hambruna, sino la maldad moral del carácter egoísta, perverso y turbulento del pueblo”. Palabras como estas fluyen muy fácilmente de los labios de los bien alimentados.

 

Tristezas más cercanas

 

Vayamos rápidamente a 2012 y actualicemos los nombres y términos, Mitt Romney por Charles Trevelyan, los palestinos por los irlandeses, cultura por carácter.
¿Se desvió Romney un ápice del guión de Trevelyan cuando culpó a la cultura de la miseria palestina (no al desplazamiento forzoso, el desposeimiento, el estrangulamiento económico, la ocupación y opresión por parte de Israel)?

 

La lógica mortal de Charles Trevelyan actualmente encuentra un eco en Estados Unidos en las acciones de la amplia lista de gobernadores republicanos que rechazan el dinero federal ofrecido con el propósito de que se use para brindar atención de salud a los pobres sin seguro. Esto no parece tener sentido, excepto para los verdaderos creyentes en Mercado como Trevelyan, Scott, Brown, Haley y sus hermanos.

 

En 1846, cuando había una débil luz de esperanza de una buena cosecha de papa en Irlanda, Charles Trevelyan no perdió tiempo en eliminar la mezquina operación británica de ayuda bajo su mando. Era, explicó, “la única manera de evitar que la gente se vuelva dependiente del gobierno”.

 

Durante los cinco años subsiguientes, gran parte de Irlanda se convirtió en cementerio; los ataúdes eran más escasos que las papas.
Las malas ideas –de espíritu maligno, desatinadas, malvadas y falsas– no mueren nunca. Ni siquiera se desvanecen. Se ocultan como un virus, esperando la primera ocasión para afligir a la humanidad.
——
Periodista
En http://progreso-semanal.com
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