La guerra de Ucrania cumple 30 meses: dudas sobre el rumbo del conflicto
Juan Antonio Sanz – publico.es
Dos años y medio después del inicio del conflicto armado, el ejército ruso avanza en el este y Occidente sigue enfangado en su pugna con Moscú.
La actual ofensiva de Ucrania en Rusia ha cambiado muchas cosas, pero su consolidación es complicada y la incursión no es tan profunda como intentan hacer creer las autoridades de Kiev. Se necesitan más armas occidentales y se teme una masiva contraofensiva rusa en cualquier momento.
Esta es la estampa en estos días de una guerra que cumple treinta meses desde que el ejército ruso comenzara su invasión de Ucrania el 24 de febrero de 2022. Y el final parece muy lejano. A los dos años y medio de la invasión, la implicación occidental es cada vez mayor y la paciencia del Kremlin con la OTAN parece haber llegado a un límite.
Si hasta hace unas semanas la contienda parecía estar limitada a una guerra de posiciones, con los rusos avanzando a duras penas en la región de Donetsk, en el este de Ucrania, y con la ofensiva lanzada en Járkov, en el norte, sin mayores progresos, la incursión lanzada por Ucrania en la región rusa de Kursk el 6 de agosto dio un giro al conflicto.
Pronto ese ataque devino en una ofensiva en toda regla y, aunque sus objetivos son difusos y podría desmoronarse con un contraataque ruso a gran escala, lo cierto es que este inesperado movimiento táctico de Kiev ha permitido a Ucrania retomar la iniciativa bélica y desafiar la superioridad que estaba mostrando Moscú desde hace más de un año, con el afianzamiento del ejército ruso en el Donbás y su victoria en batallas simbólicas, como Avdivka y Bakhmut.
Kursk, una inyección de moral para los ucranianos
Esta ofensiva de Kiev, posible gracias a la llegada de más armas occidentales, sobre todo vehículos motorizados y blindados ligeros para un avance rápido en territorio enemigo, ha supuesto una inyección de moral para el ejército ucraniano, cuando las cosas estaban peor y se empezaba a mencionar la negociación y la eventual cesión de territorios a Rusia.
También ha evidenciado fallos notables en la inteligencia rusa por su aparente incapacidad para detectarla y ha recordado los errores del principio de la invasión. Asimismo ha quedado claro que la potencia que exhibe el ejército ruso en el este no se repite en el resto de su línea fronteriza con Ucrania.
La incursión masiva ucraniana ha marcado un giro a la guerra: ha convertido la frontera entre los dos países en una línea de frente, y ha abierto la posibilidad de más incursiones que aprovechen la debilidad de una Rusia demasiado centrada en blindar los territorios anexionados con esta guerra, mientras dejaba demasiados caminos expeditos desde Ucrania hacia el corazón de la Federación Rusa.
El avance de los ucranianos fue muy veloz en un principio, aunque esa celeridad se ralentizó esta semana. Pueden haber capturado ya unos 1.300 kilómetros cuadrados de territorio ruso y más de un centenar de asentamientos y cerca de 200.000 personas han sido evacuadas.
Sin embargo, la penetración en territorio ruso no ha llegado a los cuarenta kilómetros. Está claro que esta ofensiva no amenazará Moscú, al menos por tierra.
Inquieta la eventual respuesta rusa
El mando militar ruso se ha convertido de nuevo en objeto de feroces críticas, como ocurrió con la rebelión de los mercenarios Wagner en junio del año pasado. Es sorprendente la similitud entre la rapidez con la que la ofensiva ucraniana avanzó al principio en territorio ruso y la velocidad con que las tropas del oligarca Yevgueny Prigozhin se dirigían hacia Moscú sin obstáculos. Finalmente, este motín fracasó y queda la duda de si, en realidad, les dejaron avanzar hacia una trampa.
Es de comprender la ira del presidente ruso, Vladimir Putin, ante esta bofetada a su estrategia en Ucrania, que podría poner incluso en peligro su propia estabilidad si se afianzara la ofensiva y lo hiciera con apoyo occidental, con inteligencia satelital, municiones y acelerando la llegada de las decenas de cazas F-16 prometidos por los países europeos a Kiev.
Porque si esta ofensiva ucraniana no dispone de suficiente cobertura aérea, sus días estarán contados. No es suficiente volar puentes en esta región de Kursk, como está haciendo el ejército ucraniano.
La aviación, o mejor dicho, la carencia de la misma, es el talón de Aquiles de Ucrania. Los ucranianos son conscientes de que precisan golpear las líneas de abastecimiento, suministro de municiones y transporte de tropas rusas si no se quiere en breve una contraofensiva mucho más poderosa.
Y el ejército ucraniano solo puede sostener el avance terrestre si Kiev dispone de aviones de combate sobre el terreno y misiles de largo alcance con el que golpear las líneas de abastecimiento rusas y su retaguardia.
Sin mayor implicación occidental, la ofensiva fracasará
Ucrania ya dispone de muchos de esos misiles Scalp franceses, Storm Shadow británicos y ATACMS estadounidenses. Los sistemas HIMARS son también muy efectivos igualmente. Pero se necesita el permiso explícito occidental para utilizar estas armas contra blancos en el corazón de Rusia.
Y esa luz verde, si se da, empantanará mucho más a la OTAN y la Unión Europea en esta guerra hasta que la confrontación directa con Moscú sea inevitable.
Porque en el curso de estos treinta meses de guerra, Occidente ha ido cruzando todas las líneas rojas que le iba interponiendo Moscú, sin miedo a una represalia que los rusos no quieren dar. La doctrina de disuasión funciona más en Rusia que en la OTAN, que apuesta antes por la expansión que por la contención.
Rusia podrá enarbolar sus cabezas nucleares en amenaza a Occidente, pero no los utilizará, salvo que esté en peligro su integridad territorial. Y esta posibilidad podría estar a punto de suceder.
De batalla por la democracia a negocio de los emporios armamentísticos
El compromiso occidental para apoyar «la batalla de la democracia» en suelo ucraniano, como si Ucrania hubiera sido un modelo antes de la guerra y no el segundo país europeo más corrupto tras la propia Rusia, ha llevado a los aliados a pasar de la inicial entrega a Kiev de armas ligeras, cohetes antitanque y misiles portátiles, a los tanques de última generación, cazas, sistemas antiaéreos Patriot y misiles balísticos capaces de alcanzar objetivos en Rusia.
Más de 100.000 millones de euros en armas que han vaciado los arsenales europeos y han servido para hacer mucho más ricos a los fabricantes de armamento estadounidenses y a sus mercaderes de armas, para gozo de la Administración del presidente Joe Biden.
Sin embargo, el hedor de la guerra y la inutilidad de la misma han hecho mella incluso en Estados Unidos. Desde fines del año pasado hasta abril, Biden no pudo pasar en el Congreso un paquete multimillonario de ayuda a Ucrania. Se oponían los republicanos, a quienes esta guerra no acaba de convencer.
Finalmente se aprobó esa asistencia y se comprometieron 61.000 millones de dólares para Ucrania. Un enorme monto que al leer la letra pequeña no era para tanto, pues buena parte de esos millones van directamente a la industria militar estadounidense.
La incógnita estadounidense… y europea
El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, el actor devenido en político al que le han servido mucho sus dotes teatrales para recabar apoyo y dineros por todo el mundo, tiene ahora ante sí una ingente tarea en caso de que en EU cambien las tornas políticas en las elecciones presidenciales de noviembre.
Si el expresidente Donald Trump, el candidato republicano, se impusiera a su contrincante demócrata, la actual vicepresidenta de EU, Kamala Harris, las cosas se podrían poner feas para Ucrania. Trump ha prometido poner fin a esta guerra en 24 horas. No ha dicho cómo lograr ese milagro, pero desde luego es una declaración de intenciones sobre su interés en este conflicto europeo.
Y la Europa que apostó siempre por la guerra como solución a esta crisis quizá se replantee las cosas si EU reduce drásticamente su aportación.
De momento, el segundo país que más dinero entrega a Ucrania para la compra de armamento, Alemania, ya ha indicado que, aunque cumplirá con las partidas de ayuda ya aprobadas, suspenderá futuras entregas de armas para cumplir el plan de gastos de su Gobierno.
Las sospechas cada vez más evidentes de que Zelenski ordenó o al menos conocía el plan para volar en septiembre de 2022 los gasoductos Nord Stream que bombeaban gas ruso a través del mar Báltico, con Alemania como la primera perjudicada de tal acción, tampoco ayudan a solventar esta desconfianza alemana.
Ni siquiera aunque la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, o el alto representante para la Política Exterior de la Unión Europea (Ue), Josep Borrell, se desgañiten para alargar el apoyo bélico comunitario a Kiev aún a costa de la estabilidad económica y social europea.
Las dudas sobre la ofensiva ucraniana
Es en EU donde, una vez pasada la euforia de los primeros días de la ofensiva ucraniana, surgen más interrogantes sobre la misma.
Esta semana la CNN se preguntaba por el objetivo final de la ofensiva y cómo es posible que Zelenski esté jugándoselo todo a una carta y enviando el mejor material bélico hacia el interior de Rusia, país que en otras guerras ya demostró que la mejor manera de aniquilar a un enemigo es dejar que se interne en sus inmensidades y después impedir que salga.
También el momento de la ofensiva introduce ciertos recelos. Según una información de The Washington Post, con fuentes oficiales, Ucrania y Rusia iban a negociar este mes en Catar un acuerdo para suspender los ataques a las respectivas infraestructuras energéticas.
Ese pacto habría facilitado posteriores negociaciones para implantar un alto el fuego duradero en Ucrania. Sin embargo, como ocurrió en las fracasadas conversaciones de paz de marzo de 2022, finalmente todo quedó en agua de borrajas con esta ofensiva ucraniana, que pilló in albis a los rusos y a los cataríes.
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