La hipocresía ante China

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Carlos París

¿No te parece maravilloso, amigo lector? De repente, se ha levantado una oleada en defensa de los derechos humanos y de la independencia de los pueblos. Un verdadero tsunami, que se extiende de un país al otro. Y alcanza desde los altos mandatarios hasta la protesta callejera. No se podía recordar tan intenso y amplio movimiento desde las manifestaciones que se produjeron contra la declaración de guerra a Irak. ¿Creías que la sociedad actual estaba dominada por el egoísmo y la búsqueda sólo del propio bienestar? Ya ves que no. Ha bastado que la antorcha olímpica se haya puesto en marcha hacia China para que los ánimos se hayan encendido en solidaridad con el Tíbet y con las víctimas de la opresión del régimen chino.
 

Hay que boicotear los Juegos Olímpicos. Las muchedumbres rodean a los portadores de la simbólica antorcha y tratan de arrebatársela. El Parlamento Europeo se reúne para debatir la conveniencia del boicot. Que no acudan los jefes de Estado a la inauguración. Que perciba el Gobierno chino con vergüenza la recriminación del mundo libre y democrático
Pero ¿ no es demasiado maravilloso todo este movimiento? ¿Por qué se concentra en China, saltando del deporte a la política? ¿ Es que este inmenso país representa una isla de represión y violencia, en medio de un mundo lleno de justicia y paz, de profundo respeto a los derechos de los individuos y de los pueblos?

No parece tal paraíso un mundo en el que cerca de mil millones de niños, mujeres y hombres no pueden satisfacer sus necesidades alimenticias, ni acceder a la cultura, ni a una vida digna, y en que –ante esta terrible situación– la política de los países ricos se concentra en encerrarse en su bienestar y blindar las fronteras.

Sin embargo los escándalos del orden mundial no se agotan en el mantenimiento de esta criminal situación. A ella se añaden recientes hechos muy concretos.

El Parlamente Europeo discute la conveniencia de boicotear los Juegos Olímpicos y muestra su preocupación por el Tíbet. Propicia una negociación del Gobierno chino con la última reencarnación del Dalai Lama. Y, en cambio, permanece indiferente a la gravísima situación del pueblo saharaui, cuyo territorio permanece ocupado por Marruecos desde hace medio siglo y cuya población es perseguida sin que se le conceda el primario derecho de autodeterminación. Con la vergonzosa complicidad de los sucesivos gobiernos democráticos españoles, especialmente responsables como representantes de la antigua potencia colonial. Y es que la monarquía marroquí, con todo su desprecio de los derechos humanos, es fiel aliada de Occidente…

Preguntémonos: ¿de que autoridad ética y jurídica pueden hacer gala el premier Brown –que ya ha anunciado su ausencia en la inauguración de los Juegos– y no digamos el presidente Bush, después de que los ejércitos de sus países hayan invadido Irak en una guerra ilegal, y sean responsables de cientos de miles de víctimas civiles? Responsabilidad que se extiende a los Estados colaboradores en la invasión y masacre. ¿Y qué diremos del infierno de Guatánamo? ¿O de los traslados de prisioneros hacia lugares de tortura con la complicidad de los gobiernos europeos?

Vivimos en un mundo inmerso en la barbarie. Una barbarie fortalecida por el desarrollo tecnológico y científico, que beneficia sólo a una parte –la dominante– de la sociedad. Evidentemente esta denuncia general no puede servir de pretexto para justificar las ejecuciones ni las deficiencias de los derechos humanos en China. Pero sí para preguntarnos: ¿por qué, en medio de esta barbarie, China se ha convertido en blanco preferente de una ofensiva crítica?

¿Por qué los JJOO, desbordando su planteamiento deportivo, están siendo motivo de explotación para levantar esta intensa campaña?

Lo primero que se puede pensar es que la maniobra forma parte del anticomunismo que recorre el mundo. Algún miembro del PP lo ha expresado rotundamente: “Hay que boicotear los Juegos porque China es un país comunista”. En mi opinión, sin embargo, el régimen chino ya no puede ser considerado como propiamente comunista.

El comunismo chino se acabó con Mao y luego ha ido evolucionando hasta terminar hoy en un capitalismo –ciertamente no liberal– dirigido por un poderoso Estado. Y que no sigue los dictados de los grandes poderes que dirigen la economía mundial. Lo cual, como ha subrayado el importante economista Stiglitz, le ha permitido el espectacular desarrollo que inquieta al capitalismo occidental. Y aquí, podemos adivinar alguna de las claves de la ofensiva antichina.

China camina hacia su elevación a primera potencia mundial. La deuda de los EEUU con China es de tal orden que, según se ha dicho gráficamente, cada ciudadano estadounidense debe 4.000 dólares a cada chino.

Ciertamente China ofrece un gran mercado para la venta de los productos occidentales: una mano de obra óptima para trasladar las industrias de los países avanzados, por su capacidad de trabajo y baratura. Y es en estos aspectos en los que se fijan quienes piensan que la negativa a boicotear los Juegos se asienta en intereses económicos.

Al mismo tiempo, la emergencia de China rompe el orden y la hegemonía de los EEUU y de Europa. Su política internacional se enfrenta en el Consejo de Seguridad (junto a Rusia) a los dictados de los gobiernos de EEUU. Es un peligro para la sumisión que Occidente aspira a imponer. Y aquí se insinúa la mano que puede mover los hilos de toda esta farsa que moviliza a los ingenuos. No son los derechos humanos lo que está en cuestión, sino la rivalidad en el poder.

*Filósofo y escritor. Su último libro es ‘Memorias sobre medio siglo’

 

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