La historia y sus monumentos

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Si miramos la historia con paciencia descubrimos que no nos muestra ninguna verdad primordial, ningún fin trascendente, ningún sentido oculto. Sólo una sobria visión de nuestra realidad… luchas y sufrimientos, glorias breves, largas miserias, guerras y cortos períodos de paz. Este es el material con el que los historiadores crean una narración que luego llaman historia. Una disciplina que hoy es altamente controversial después de la aparición del constructivismo y el decontructivismo.

¿Cómo la realidad del pasado puede ser conocida? O mejor aún, ¿con que precisión las narrativas pueden representarla?

Tradicionalmente la mayoría de los historiadores creen que racional y objetivamente es posible tomar contacto con un pasado que es potencialmente comprensible y causalmente analizable. Implícita en esta creencia reconstructiva de la historia está la teoría empírica de la correspondencia, es decir, la creencia de que el verdadero significado de lo que ocurrió en el pasado puede ser directamente inferido de las fuentes primarias. Ésto, según esta tradición, es suficiente para constituir el objeto de la historia como algo separado e independiente de cualquier epistemología. Los poderes de la historia (y de los historiadores) | Babelia | EL PAÍS

El trabajo del historiador es acercarse cada vez más al conocimiento objetivo de lo que actualmente ocurrió a través de una investigación racional e imparcial, libre de las infecciones ideológicas y los estándares morales y metodológicos del presente. La disciplina histórica, por tanto, es independiente de cualquier teoría social o filosófica y sus conclusiones sólo se derivan de los hechos que el historiador encuentra en documentos, inscripciones, literatura, reliquias, arte, diarios y monumentos. Los hechos son los hechos y ellos hablan por sí mismos.

La convicción de que la verdad transcendente y absoluta puede ser conocida es el legado de la modernidad. El éxito del modelo de las ciencias naturales y su método experimental, desinteresado, autónomo e imparcial, pasó a ser la medida de toda verdad humana que, muy pronto, se transfiere a todas las otras investigaciones, incluyendo la historia que deviene en la búsqueda de las leyes del desarrollo humano. La fe en la razón científica, entendida como la fuente de vastos poderes y guía autorizada sobre como usarlos, le permite afirmar al occidente, no sólo la verdad, sino también la superioridad de sus valores.

Después de dos guerras mundiales, con todos sus horrores y destrucciones y una guerra fría que trajo la constante amenaza de la aniquilación nuclear, el modelo científico modernista pierde su inocencia. Ya no es posible percibirlo como una investigación totalmente libre de valores. El gusano escéptico entra en la escena plantando todo tipo de dudas, incluyendo la posibilidad de obtener un genuino, real y último conocimiento del pasado.

Cristóbal Colón, el navegante que cambió la historiaEl sentido común indica que hay ciertos hechos básicos que son los mismos para todos los historiadores y ellos forman el esqueleto de la historia. Que Cristóbal Colón descubrió el nuevo mundo el 12 de octubre de 1492 o que la Guerra del Pacífico se inició el 5 de abril de 1879 son hechos que primariamente no le conciernen al historiador. Son condiciones necesarias de su trabajo, pero no su función esencial. Estos hechos, que son los mismos para todos los historiadores, pertenecen a la categoría de la materia prima del historiador, más que a la historia misma.

Pero, estos hechos, en contra de la opinión común, no hablan por sí mismos. Solo lo hacen cuando el historiador apela a ellos. Es el quien decide que hechos van a ocupar la atención, en que orden y contexto y cuales son sus significados, lo que hace a la historia necesariamente selectiva. No hay objetividad en la selección del material y todos los juicios sobre que incluir o excluir son ideológicos, basados en estructuras narrativas preferidas. Los hechos, como dice un personaje de Pirandello, son como un saco. Solo se para cuando lo llenamos con algo.

La simple narrativa descriptiva de eventos singulares, según los construccionistas al estilo de Marx, Auguste Comte o Herbert Spencer, no es suficiente para explicar el pasado. Esto sólo es posible cuando la evidencia se coloca dentro de un marco explicativo preexistente que permita ver a los eventos singulares como expresiones de un patrón o reglas generales de acción discernible. Pero, al igual que los reconstruccionistas, también creen en la existencia de un conocimiento factible derivado de la evidencia observable. La interpretación narrativa corresponde a lo que realmente ocurrió porque ella se deriva de la cuidadosa investigación de las fuentes.

Cuando ellos escriben historia vuelven a contar y narrar las vidas, intenciones y eventos del pasado, pero, a diferencia de los reconstruccionistas, con El Pensamiento Sociológico (I): Los Fundadores — Colloquimodelos de explicación que ya están en sus mentes. Género, raza, relaciones de clase, cambios ecológicos, colonización, decolonización, industrialismo o tecnología. Sus modelos son cadenas de conceptos, construcciones altamente complejas, que emergen de la evidencia y actúan como una ayuda para su comprensión.

Hoy día la mayoría de los historiadores presuponen el uso de narrativas como vehículo para comunicar o crear conocimiento histórico. Para algunos de ellos la historia es simplemente narrativa o contiene algunos elementos narrativos. Para otros, la historia es esencialmente narrativa. Como nota Paul Ricoeur, la historia posee un “carácter narrativo irreducible” en la misma forma que lo posee la existencia humana.

Lo que complica esta historia, sin embargo, es la incómoda noción posmodernista de que no hay acceso al conocimiento si no es a través de las turbias corrientes del lenguaje. Los historiadores generalmente se rehúsan a explorar sus implicaciones, lo que hace difícil ver estas narrativas por lo que son. Explicaciones históricas significativas en ellas mismas, en lugar de simples vehículos con los que explicamos o recuperamos el pasado tal como ocurrió. Según Foucault, el historiador no puede efectivamente dar un paso fuera del flujo histórico, capturar el contexto y ser completamente objetivo.

Toda la historia escrita, dice, es un acto de creación a través de la imposición narrativa del historiador que, hasta cierto punto, es el producto ideológico de la época en que vive. Según la visión deconstructiva de la historia, la única realidad que encontramos es el significado que produce el lenguaje. Ciertamente usamos el lenguaje, pero el lenguaje también nos usa. Consecuentemente, dice Foucault, la narrativa es un discurso cuya moneda es el poder que puede servir para crear un pasado utilizable para la nación.

Foucault en su último libro • Semanario UniversidadLa narrativa, entonces, puede ser vista como una formación discursiva que existe en el presente, un aparato para la producción de significado, en lugar de ser vista sólo como una simple referencia al pasado. El “conocimiento del pasado” frecuentemente justifica el presente, o alguna versión preferida de él, razón por la cual el historiador, sea reconstruccionista o construccionista, tiene un interés ideológico en mantener la importancia del mito de la búsqueda objetiva de la verdad.

La crítica posmodernista de la historia oficial no reclama tener mejor acceso al pasado que el positivismo. Su intención es la de dirigir la atención a las ocultas agendas de poder y a las limitaciones y potencial de las narrativas históricas como medio de explicación. Su función es describir los procesos con los que la gente se construye a sí misma y su cultura a través de la producción del lenguaje. El énfasis constructivista en el valor cognitivo de la narrativa histórica no significa que de pronto tenemos acceso al pasado tal y como fue. Lo que tenemos es una versión del pasado. La narrativa puede explicarlo, pero no puede garantizar que su versión sea verdadera, como lo ilustran la variedad de narrativas que tratan de descifrar las complicadas relaciones de raza, género y clases.

Una vez que una narrativa adquiere una mayor o menor aceptación universal, como la revolución industrial, por ejemplo, se concretiza como una realidad histórica. En la práctica, esto hace imposible distinguir entre el uso del lenguaje y la realidad pasada.

Según el historiador Hayden White el lenguaje, sea el de la supuesta objetividad histórica o el del poeta, es relativista. Cuando el historiador interpreta el pasado no es que esté inventando o produciendo ficciones que juegan con hechos y vidas. Lo que hace, más bien, es imponer una estructura narrativa que tiene coherencia y unidad. Su recuento es un ejercicio figurativo, un producto de la imaginación literaria en donde el relativismo está limitado por la naturaleza de la evidencia. Lo que está en cuestión es la naturaleza de la representación, no la investigación del proceso empírico como tal.

Obviamente nadie discute la existencia de la realidad del pasado. Pero, es razonable argumentar que no podemos tener acceso a él solamente a través del método empírico. El pasado ciertamente habita “ahí afuera” independientemente del historiador y del lenguaje que usa. El problema es cómo accedemos a él y cuán confiable es la historia que leemos. Lo que los críticos cuestionan es la creencia modernista de que es posible distinguir entre una buena o mala historia apelando simplemente a “la referencia transcendente del empirismo, los anclajes del factualismo y el estudio forense de la evidencia”, sin los cuales, se dice, inevitablemente naufragamos en las oscuras y turbulentas aguas del relativismo. Rebelión contra las estatuas: los símbolos que suscitan choques en todo el mundo

La cosa, sin embargo, es que es bien difícil demarcar donde el empirismo termina y donde las hipótesis comienzan, por lo que es razonable tomar en cuenta el hecho de que los historiadores ejercen un activo papel en la creación del pasado a través de sus modelos, sus narrativas prefiguradas y sus ideologías. El hecho de que la historia escrita no esté libre de argumentos, implicaciones ideológicas o posturas morales, obliga a ver al historiador como un autor, más bien que como un reportero.

La exploración de cómo representamos la relación entre nosotros y el pasado permite vernos, no como distantes observadores de lo que fue, sino como participantes en su creación. Y esto porque el único acceso que tenemos a su significado es a través de la imaginación narrativa que coloca eventos dispares en un orden comprensible que explica por qué ellos ocurrieron.

La destrucción de las estatuas de los “héroes” de la nación que ha ocurrido en varias ciudades del mundo es evidencia de que el pasado siempre es controversial y nunca puede ser fijado.

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