La maldad y el neurólogo
Con toda certeza podríamos decir que de todos los seres que pueblan este fantástico planeta el animal humano es el único capaz de causarle un sufrimiento infinito a otro ser, incluyendo a su propia especie. Tristemente la evidencia es abrumadora. Según el filosofo Friedrich Nietzsche el mal sólo se crea en el momento en que percibimos algo como tal. Y tan rápido como podemos hacer el mal, si nuestra percepción cambia, puede desaparecer. Y, sin embargo, a pesar de toda esa sabiduría nietzscheana la tortura sadística, el genocidio, la quema en la hoguera, los crímenes en serie y las violaciones masivas de mujeres indefensas son cuestiones que van mas allá de la percepción.
El Holocausto fue la persecución y el asesinato sistemáticamente industrializado, patrocinado por el Estado, de seis millones de judíos europeos por parte del régimen nazi alemán y sus aliados colaboradores. Aquí el sufrimiento se nos impone con un peso material.
Cuando hablamos de la maldad humana no podemos evitar dirigir nuestra atención a Hitler, el símbolo del mal. Y con toda razón. Él perpetró todos aquellos actos que asociamos con el mal: el asesinato en masa, la destrucción, la guerra, la tortura, el discurso del odio, la ciencia sin ética, la propaganda odiosa. Como ninguna otra figura, su recuerdo ha manchado la historia del mundo para siempre. La variedad y profundidad de las devastaciones causada por sus acciones plantea, entonces, una interesante pregunta: si pudieras volver al pasado ¿matarías al bebé Hitler?
La respuesta, según la doctora germano-canadiense Julia Shaw, nos dice bastante acerca de tí. Si la respuesta es sí, probablemente crees que nacemos con la predisposición a hacer cosas terribles. El mal puede estar en nuestro ADN. Si la respuesta es no, probablemente tengas una visión menos determinista del comportamiento humano, tal vez creyendo que el medio ambiente y la educación juegan un papel fundamental en cómo llegamos a comportarnos como adultos.
Imaginemos, dice Shaw, un experimento. Si Hitler estuviera vivo hoy día y lo pusiéramos en un escáner de neuroimagenes, ¿qué encontraríamos? ¿Habrían estructuras dañadas, secciones híperactivas, ventrículos en forma de svásticas? Ya durante la II guerra mundial nos encontramos con su perfil psicológico escrito por el psicoanalista Walter Langer en 1944 para la Oficina de Servicios Estratégicos de Estados Unidos. En él se describe a Hitler como neurótico, al borde de la esquizofrenia y en búsqueda de la inmortalidad ideológica, prediciendo correctamente que se suicidaría en caso de derrota. Otro intento de perfil psicológico fue publicado en 1998 por el psiquiatra Fritz Redlich que denominó patografía. Basado en su historia médica y la de su familia, junto con discursos y otros documentos, Redlich diagnosticó que Hitler sufría de varios síntomas psiquiátricos, incluyendo paranoia, narcisismo, ansiedad, depresión e hipocondría.
Sin embargo, a pesar de todos estos síntomas, la mayor parte de su personalidad funcionó más que adecuadamente ya que Hitler sabía lo que estaba haciendo y eligió hacerlo con orgullo y entusiasmo. Según Redlich había poco que sugiriera durante la infancia que Hitler se convertiría en un político notorio y genocida. Médicamente hablando, era un niño bastante normal con una educación sin mayores problemas, por lo que podemos suponer que ésta no fue la causa de su comportamiento posterior. El hecho de que alguien haya cometido crímenes atroces, dice Redlich, no significa que tenga una enfermedad mental. Asumir que todo el que comete tales delitos es un enfermo mental elimina responsabilidad personal y estigmatiza a quienes la sufren. Entonces, si la cosa es así, ¿cómo es que gente como Hitler es capaz de tales horrores?
Los psicólogos Martin Reimann y Philip Zimbardo creen tener una respuesta. En un artículo del 2011 intentan establecer qué partes del cerebro son responsables del mal. Según ellos la desindividuación y la deshumanización son los dos procesos más importantes para entender este fenómeno. El primero ocurre cuando nos percibimos como anónimos. El otro, cuando dejamos de ver a los demás como seres humanos. El caso más obvio es cuando dividimos a la gente entre “malos” y “buenos”. La declaración deshumaniza porque asume que hay un grupo homogéneo de individuos que son “malos” y, por tanto, diferente de nosotros. En esta dicotomía, nosotros, por supuesto, somos los “buenos”, los que toman decisiones éticamente sólidas.
Esta división fue uno de los enfoques preferidos de Hitler. Para él los “malos”, representados por el pueblo judío, ni siquiera eran humanos. Eran animales, insectos y seres enfermos. Recientemente, Estados Unidos y el Reino Unido empiezan a repetir la historia con declaraciones vitriólicas en contra de los inmigrantes. En 2015 una de las personalidades de los medios británicos, Katie Hopkins, se refirió a los inmigrantes como “cucarachas” y Donald Trump, el primero de Mayo de 2017, los comparó con culebras. Con un poco de ayuda del líder las ideologías dañinas florecen fácilmente.
Según Reimann y Zimbardo la desindividualización y la deshumanización podrían involucrar potencialmente una red de áreas cerebrales, incluída la corteza prefrontal ventromedial, la amígdala y las estructuras del tronco encefálico, es decir, el hipotálamo y la sustancia gris periacueductal. La desindividuación ocurre cuando la persona deja de pensar en sí misma como individuo y se identifica como parte anónima de un grupo que los lleva a sentir que no son personalmente responsables de su comportamiento. Ésto está relacionado con una disminución de la actividad de la corteza prefrontal ventromedial. Como ya se sabía, la reducción de la actividad prefrontal está relacionada con la agresión y la mala decisión que puede llevar a un comportamiento desinhibido y antisocial.
Y es esta disminución de la actividad que va acompañada con un aumento de la actividad de la amígdala, la parte emocional del cerebro relacionada con la ira y el miedo, la que induce a la deshumanización, según estos autores. En otras palabras, ni la parte del cerebro que toma decisiones, ni su parte emocional están funcionando debidamente en los psicópatas y asesinos en particular. Debido a estos hallazgos algunos han argumentado que se podría, al menos parcialmente, culpar al cerebro cuando un psicópata toma la decisión de cometer un crimen.
Pero ¿realmente podríamos, mirando simplemente el cerebro de un psicópata, decir que va a cometer un crimen? ¿Mirando el cerebro de Hitler hubiéramos podido predecir que iba a cometer el crimen más grande de la historia? ¿No será todo esto una inquietante reducción neurológica?
El interesante caso del neurocientífico James Fallon nos puede dar alguna luz aquí. Él estudia los cerebros de asesinos psicópatas. Después de escanear los cerebros de muchos de sus participantes, sostuvo en sus manos la imagen de un cerebro claramente patológico. Al final -¡oh, sorpresa!-, resultó que este cerebro era el suyo. “Nunca he matado ni violado a nadie”, dijo Fallon en una entrevista del 2013. “Lo primero que pensé fue que tal vez mi hipótesis estaba equivocada y que estas áreas del cerebro no reflejan la psicopatía o el comportamiento asesino”.
Pero luego le preguntó a su madre y encontró que escondido en su árbol genealógico había al menos ocho personas que probablemente habían matado a alguien. Basado en esto y después de investigarse a si mismo él acepto el hecho de que actualmente podría ser un psicópata o, como él mismo dijo, un “psicópata prosocial”, alguien que tiene dificultades para sentir empatía pero se comporta de manera socialmente aceptable. No hace mucho, en el 2015, publicó un libro al respecto con el título de “The Psychopath Inside. A neuroscienti’s Personal Journey into the Dark side of the Brain». Al parecer, entonces, no todos los psicópatas son iguales y, ciertamente, no todos los psicópatas son criminales. Como el ejemplo de Fallon indica, incluso alguien nacido con el cerebro de un asesino nunca podría matar a nadie… ¿O podría?
A menos que presupongamos cierto margen de maniobra, lo que habitualmente llamamos libre albedrío no podríamos darle sentido a las nociones de obligación, conductas o maldad humana… ¿Pero, existe realmente tal cosa en un mundo en donde todos los eventos, al menos a nivel macro, aparentemente tienen condiciones antecedentes causalmente suficientes? Cada evento en este nivel parece estar determinado por causas que lo precedieron… ¿Por qué, entonces, los actos conscientes, condición básica de la libertad humana, podrían ser una excepción? Hay ciertamente una indeterminación en la naturaleza a nivel cuántico, pero ésta es aleatoria, algo que depende del puro azar, por lo que no es suficiente por sí misma para darnos libre albedrío. La verdad es que estamos bien lejos de tener una solución.
¿Por qué ésto es importante? Después de todo hay muchísimos problemas para los cuales no tenemos solución. La cosa es que el problema con el libre albedrío es diferente porque no podemos seguir con nuestras vidas sin presuponerlo. Cada vez que nos encontramos en una situación en la que debemos tomar una decisión tenemos que presuponer nuestra propia libertad. No sabemos si el libre albedrío es un hecho. Pero, la cosa es que dada la estructura de nuestra conciencia, no podemos proceder excepto con la presuposición de que éste existe.
A pesar de todo lo que la ciencia pueda enseñarnos los humanos somos mucho más complejos de lo que podríamos imaginar.
* Profesores de Filosofía chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía.