La nueva izquierda… ¿otra vez?
«Cambiaremos la economía de la muerte por la economía de la vida”, dijo el nuevo presidente electo en Colombia. “No podemos aceptar que la riqueza y las reservas de divisas provengan de la exportación de tres de los venenos de la humanidad: el petróleo, el carbón y la cocaína”. El problema es que siendo estos los mayores ingresos de exportación del país, no será una transición fácil, o posible, de implementar o vender al público, especialmente en un país como Colombia.
Pero… la cosa es que Petro no es un político ordinario. Como exguerrillero es intrépido y se expone una y otra vez sin temor a las críticas y a las amenazas de muerte. Rompió con sus colegas en 2009 para formar un nuevo partido. Como miembro del parlamento expuso tratos corruptos entre sus compañeros senadores y revelaciones que implicaban al gobierno conservador de Álvaro Uribe, como a las agencias de espionajes del país. No es poca cosa considerando que en los últimos 35 años cuatro candidatos presidenciales fueron asesinados, tres de ellos de izquierda.
Su Vicepresidenta electa, Francia Márquez, ha sido igualmente valiente. Ambientalista y ganadora del Premio Goldman, lideró la lucha en contra de la minería ilegal de oro en Colombia. Ésto, que podría ser simplemente un trabajo desafiante en otro país, es extraordinariamente arriesgado en Colombia donde 138 defensores de los derechos humanos fueron asesinados el año pasado.
En la era del cambio climático y de la polarización política, Petro y Márquez en Colombia y Gabriel Boric en Chile son los recién llegados que tratan de abrirse camino a través de las diversas capas de la izquierda latinoamericana, ayudando a construir un nuevo movimiento progresista que es significativamente diferente de la vieja izquierda de Fidel Castro en Cuba y la nueva izquierda de Lula en Brasil.
Como nota John Feffer, un observador y estudioso de la política internacional, desde sus albores, la izquierda, centrada en la justicia económica, ha puesto su fe en el rápido crecimiento de la economía para lograr una distribución más igualitaria de la riqueza y el poder. La Unión Soviética sentó el precedente al transformar una sociedad mayoritariamente agraria en un gigante industrial. Igualmente los gobiernos socialdemócratas en Europa apoyaron el crecimiento económico para impulsar las tasas de empleo y tener más recursos disponibles para los programas de bienestar social.
Sin embargo, 50 años atrás expertos de todo el mundo emitieron una severa advertencia de que el planeta no podrá soportar el crecimiento exponencial de la actividad humana debido a los límites de la tierra cultivable, los recursos minerales para la industria y las consecuencias de la contaminación. Hoy día nuestros bosques se están reduciendo, los casquetes polares se están derritiendo, los corales se están muriendo, los suelos se están erosionando, el agua dulce está disminuyendo y los desiertos están avanzando. A excepción de los Verdes, que en el continente latinoamericano nunca han despegado, los progresistas han tardado en aceptar los límites del crecimiento económico.
Cuba siguió el modelo soviético de rápido crecimiento con una economía dirigida y empresas estatales que eventualmente tuvieron que abandonar debido a la desintegración de la Unión Soviética que les proporcionaba los subsidios para sostener el desarrollo económico. Y Hugo Chávez adoptó en Venezuela un modelo similar, con la ayuda del petróleo.
Igualmente la nueva izquierda comprometida a operar dentro de los marcos institucionales, comenzando con Allende en Chile, asesinado por los militares en 1973, y siguiendo con el Partido de los Trabajadores en Brasil, también equipararon el crecimiento económico sin límites con el progreso. Bajo Lula la tasa de crecimiento se disparó del 1,9 % al 5,2% y el superávit comercial se duplicó con creces. En la Argentina, Néstor Kirchner impulsó la expansión de la economía en sus primeros años devaluando el peso y acabando con la dependencia del país del Fondo Monetario Intgernacional.
Uruguay, durante los gobiernos del Frente Amplio, experimentó una importante expansión económica, especialmente en la primera década de su poder. En Bolivia, Evo Morales impulsó las industrias extractivas y logró un crecimiento promedio de casi el 5% anual durante sus 13 años de gobierno. Desde hace algún tiempo, sin embargo, ha empezado a surgir, comenzando con Rafael Correa en Ecuador, un tipo diferente de izquierda que refleja las demandas de los indígenas y de los ambientalistas al presentar al mundo en el 2007 una propuesta sin precedentes.
El Presidente se comprometía a dejar el petróleo bajo tierra si la comunidad internacional presentaba una compensación de 3.600millones de dólares, que aproximadamente correspondía a la mitad de la venta del petróleo. La recaudación alcanzó al 10% y luego el esfuerzo fracasó. Y el gobierno finalmente se asoció con una empresa china, una asociación que se ha expandido bajo el actual gobierno conservador. A pesar de ello, el enfoque inicial de Correa alumbraba un nuevo progresismo que no colocaba el crecimiento sin límites en el centro de su programa.
Esta nueva aproximación ha encontrado eco en Uruguay en donde, a pesar de las políticas económicas convencionales, el gobierno de izquierda hizo enormes inversiones en energía limpia, con casi el 95% de la electricidad provista por fuentes renovables en el 2015. Este mismo camino de decarbonización ha seguido Costa Rica bajo líderes progresistas. La nueva ola izquierdista de Petro, Márquez y Boric se enfrentan con los desafíos del cambio climático y la precariedad económica agravada por la inflación y la posible recesión mundial de la economía.
No hay aquí mucho margen de maniobra, especialmente cuando se ven enfrentados a la intromisión de Estados Unidos y a un populismo de extrema derecha como el de Jair Bolsonaro en Brasil, José Antonio Kast en Chile y Rodolfo Hernández en Colombia, que siguen siendo poderosos y listos para demolerlos si flaquean. Petro y Boric han puesto por primera vez el ambientalismo en la primera página de sus agendas. Uno de los primeros actos de Boric fue revertir la política de la administración anterior al firmar el Acuerdo de Escazú que se enfoca en el acceso a la información y la justicia ambiental y nombró a científicos en los principales cargos de su administración, como la climatóloga Maisa Rojas en el ministerio del Medio Ambiente.
El problema del clima no es una discusión abstracta en Chile, país que ha experimentado una sequía de una década, además de otras condiciones agravantes debido al calentamiento global. Ha prometido nacionalizar el litio, una de las reservas más grandes del mundo, lo que le permitiría regular las minas de manera más rigurosa en términos de consideraciones laborales y ambientales y crear más procesamiento de valor agregado, en lugar de simplemente exportar materias primas.
Sectores de la izquierda no están muy contentos con la voluntad del presidente de hablar con sus adversarios políticos, que él considera esencial en una política democrática. “No importa a quien le moleste, nuestro gobierno tendrá un compromiso total con la democracia y los derechos humanos, sin ningún apoyo a ningún tipo de dictadura o autocracia”. Maduro lo calificó de miembro de la “izquierda cobarde”. Cobarde, sin embargo, no es exactamente la palabra que podría describir a Boric, quien ha mostrado que no tiene ningún temor en abrir un sendero totalmente diferente para Chile.
En opinión de Maristella Svampa y Enrique Viale, ambientalistas argentinos, la victoria colombiana está oxigenando una política latinoamericana que se ha caracterizado por la falta de visión, como se ha visto en el obstinado progresismo en Argentina, Bolivia y muy probablemente también en Brasil, si Lula triunfa en las próximas elecciones. Son estos ambientalistas los que ayudaron a crear el Pacto Ecosocial del Sur que desafió el paradigma del crecimiento, criticó las tendencias autoritarias de la vieja izquierda, puso el ambientalismo al frente y al centro e insistió en amplificar las voces de los movimientos sociales de las comunidades indígenas, feministas, LGBTQ y antirracistas.
Todo esto está muy bien, pero… ¿cómo los ambientalistas van a resolver el dilema entre el desafío del paradigma del crecimiento y el logro de la justicia económica? Todavía no lo sabemos. La historia no es de mucha ayuda en un mundo que necesita pasar del “crecimiento” a la sostenibilidad. Aquí estamos en terreno desconocido.
En 2010 Fidel Castro dijo que “López Obrador será la persona con mayor autoridad moral y política en México cuando el sistema se derrumbe y, con el, el imperio”. El triunfo de Morena en uno de los países más grandes de Latinoamérica abrió un ciclo de esperanzas entre las fuerzas progresista de la región. El incremento en la diplomacia internacional de López Obrador ha sido paulatino y bien calculado y gradualmente los ha venido introduciendo en el debate político nacional.
Cada mañana en su conferencia de prensa introduce muchas de estas ideas. Su compromiso de construir una revolución de conciencia ha transformado la diplomacia mexicana, discutida antes a puertas cerradas, en un fenómeno público donde discute el bloqueo de Estados Unidos a Cuba, su guerra económica contra Venezuela, la violenta política antiinmigrante de Washington y la guerra entre Rusia y Ucrania, cosa que le ha ayudado a construir un consenso entre grandes sectores de la población, incluida la decisión de no asistir a la Cumbre de las Américas, debido a la decisión de EU de no invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela, que claramente viola el principio de no intervención en los asuntos de otros países.
Lo más importante de la Cumbre fue la reacción de los diferentes líderes, a excepción de los conocidos de siempre, que se sumaron a la muestra de dignidad de México y desplegaron la fuerza del poder popular y asumieron posiciones de apoyo a una nueva forma de organización regional que no requiere del apoyo de Estados Unidos. Tal vez, y solamente tal vez, con la adición de Petro, Márquez y Boric, empujados desde abajo por el Pacto Ecosocial, el continente tenga la oportunidad de deshacerse del desajuste endémico que históricamente ha existido entre las necesidades del momento y las capacidades de sus líderes.
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