La próxima crisis financiera es sólo cuestión de tiempo

Roberto Savio*
 La negativa del ministro del Tesoro de Estados Unidos, Timothy Geithner, a aceptar el pedido europeo de regulación de los bonos de los ejecutivos bancarios, ha dado lugar a diferentes interpretaciones: algunas destacan la necesidad del Presidente Barack Obama de evitar nuevos enfrentamientos con la derecha norteamericana, otras resaltan la influencia de la antigua alianza con el Reino Unido, único país europeo que defiende las corporaciones financieras.

La realidad es más grave, y reside en la primacía que el capital financiero ha tomado sobre el capital productivo, desde la caída del Muro de Berlín. Los vencedores presumieron que no sólo había caído un sistema político, sino que además quedaba demostrado que el capitalismo era el único sistema posible, y procedieron a despojarlo
de todos los controles y reglamentos existentes. Emergió así un capitalismo finalmente "libre" -y a la vez autodestructivo-.

Mientras en los años 60 el sector financiero abarcaba poco más de 3% del Producto Interno Bruto (PIB) estadounidense, a mitad de los años 2000 se había más que duplicado, con 8% del PIB. Los protagonistas del mundo económico actual, con excepción de Bill Gates, provienen de las finanzas, desde Warren Buffett a George Soros y a Bernard Madoff. Ayer eran industriales como Rockefeller, Ford o Hilton. Pero ninguno de ellos soñó con un bono de 500 millones de dólares como el que se asignó, en plena crisis, el presidente del fondo de inversiones Blackwater.

Provienen de las finanzas, con pocas excepciones, los cuadros políticos y técnicos de los gobiernos. Geithner era el Presidente de la Reserva Federal de Nueva York. Laurence Summers, consejero económico de Obama, es un hombre del financiero Robert Rubin, el ministro de economía de Bill Clinton que ha sido el maestro de los defensores del libre mercado. Hoy, Obama no encuentra cuadros nuevos. No es casual que muchos de los líderes económicos europeos, como el gobernador del Banco Central de Italia o la ministra de economía de Francia, provengan de bancos norteamericanos.

Al comienzo de esta recesión, que ha aumentado el número de pobres en el mundo (en más de 200 millones según Naciones Unidas) y elevado el desempleo al 8%, muchos la vieron vieron como una crisis purificadora. Como dijo Rahm Emanuel, el principal asesor político de Obama, "nunca hay que desperdiciar una crisis".

Se habló de un nuevo Bretton Woods, la Conferencia que en 1944 creó la actual arquitectura económica internacional (Banco Mundial y Fondo Monetario Internacional). En marzo pasado Geithner pidió que se le diera al gobierno la capacidad de tomar el control de instituciones en crisis, como la Lehman Brothers, para evitar que su colapso contagiara  al sistema financiero. Nada se ha hecho hasta ahora.

El tema de la función del Estado para controlar los desmanes financieros, central en el gobierno de Franklin D. Roosevelt que tuvo que enfrentar la Gran Depresión en los años 30, ha desaparecido del discurso de Obama. Y no puede ser de otra manera, cuando una parte importante del pueblo norteamericano cree que su presidente ha nacido en Kenia, no en Hawai, que es un comunista, y que (¡horror de  los horrores!) lo que quiere es europeizar a Estados Unidos con su reforma sanitaria, que contempla la intervención del Estado para asegurar a 40 millones de ciudadanos sin cobertura médica.

Pero, ¿hubiera sido posible una reforma radical del sistema financiero? En los últimos años Estados Unidos ha cambiado tan fundamentalmente en sus creencias y tendencias, que hablar de un segundo Bretton Woods era más un sueño que una realidad.

La verdad es que Bretton Woods se sustentó sobre la idea de que la Gran Depresión había sido la partera del nazi-fascismo, ya que Adolf Hitler y Benito Mussolini se encaramaron al poder gracias a la crisis económica y social causada por actividades especulativas descontroladas, que desembocó en la tragedia de la II Guerra Mundial.

En el debate en la Cámara de Representantes estadounidense que precede a Bretton Woods, Harry Dexter White quien fue junto a John Maynard Keynes uno de los padres de la Conferencia, sostuvo que probablemente se hubiera podido evitar la II Guerra Mundial si en los años veinte se hubiera podido contar con las instituciones creadas por los acuerdos de Bretton Woods.

En una frase famosa, Keynes comparó la especulación financiera con un juego de azar: "No podemos esperar un gran bien de una situación… en la que el desarrollo de un país se convierte en el subproducto de las actividades de un casino."

Roosevelt fue igualmente explicito "Hay que establecer una supervisión muy estricta de los bancos, los créditos y las inversiones. Hay que poner fin a la especulación con el dinero de la gente". Y en su discurso inaugural fustigó "las prácticas de los mercaderes del dinero sin escrúpulos, que la opinión pública condena".

¿Es hoy posible este lenguaje bíblico y una verdadera reforma de las instituciones financieras privadas? Según las últimas estadísticas, éstas se han llevado el 75% de los recursos volcados por los gobiernos para la recuperación económica. Si nada fundamental cambia ¿cuánto tiempo se demorará la próxima crisis? Las declaraciones tonantes que inculpan a los banqueros por su irresponsabilidad -y que incluyen a Obama- poco o nada significan por sí mismas aunque se formulen en buena fe. El hecho es que las medidas dispuestas o previstas hasta ahora por los gobiernos y los bancos centrales están muy lejos de significar la reforma sistemática y profunda que es indispensable.

Si la única certeza derivada de esta tragedia es, como parece, que no se dejará quebrar a los bancos aunque sus actividades los lleven al borde de la bancarrota, quiere decir que no tienen impedimentos para volver impunemente a sus prácticas especulativas y recrear las condiciones para una nueva catástrofe que, una vez más, no pagarán ellos sino los pueblos contribuyentes.

*Fundador y presidente emérito de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).

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