En noviembre del 2008, durante una sesión informativa dada a la Reina de Inglaterra por los académicos de la Escuela de Economía de Londres acerca del debacle del mercado internacional, la Reina preguntó, después de ver los mas sofisticados modelos matemáticos … ¿ y porque nadie fue capaz de predecir la crisis?
Lo que ella puso en duda fue si la economía es realmente una ciencia como los economistas proclaman.
Si consideramos la historia de los dos últimos siglos podemos ver que cuando las instituciones religiosas empezaron a perder el control ideológico los intelectuales del Siglo de las Luces se apresuraron a adoptar los principios analíticos como base para la construcción de un orden social racional que aseguraría las mejores condiciones para la evolución social.
No tardó mucho para que los reformistas sociales también echaran mano de estos principios para crear una economía política al estilo de las ciencias. Si la Edad Media estuvo dominada por proyectos teológicos para interpretar las leyes de Dios, la era moderna puso todas sus cartas en el descubrimiento de las leyes subyacentes de la realidad económica para comprender la dinámica social. La economía se transformo así en el fundamento social a priori cuyo conocimiento se considero esencial para la construcción de una sociedad mejor.
Este optimismo de la economía política clásica se basaba en la confianza de la razón para descubrir los mecanismos objetivos de la economía. Curiosamente esta objetividad, sin embargo, no siempre fue construida de la misma manera. La economía política liberal, por ejemplo, afirmo la importancia fundamental del libre Mercado. Es solo a través de la acción de la mano invisible del mercado que el equilibrio social puede ser establecido. La economía política marxista, por el contrario, afirmo el ambito de la producción, caracterizado por la contradicción entre las fuerzas de producción y las relaciones de producción como la clave en la comprensión de lo social.
En ambos casos el objetivo era mostrar las leyes que determinan el desenlace final de la historia, el momento en que los antagonismos sociales son resueltos, ya sea por la mano invisible del mercado o por la imposición de la propiedad colectiva. La cuestión es que por muy diferente que los liberales o los marxistas construyan la objetividad económica, ellos comparten la misma problemática. Para ambos, la economía se presenta como un modelo conceptual cuya racionalidad estructura el orden social y posibilita la emancipación, el progreso moral y el fin de la historia. La ambición de la economía política, desde su origen, fue la de dominar la ambigüedad y contingencia a través de la demarcación de leyes inmutables que permitan la transparencia social mas allá de la politización y el cuestionamiento. La política, entonces, queda reducida a un mero fenómeno secundario, al servicio de la institucionalidad del poder público que debe funcionar en favor del interés privado o del interés del Estado.
Lo que esta visión encubre es la dimensión radical que todo proceso político contiene. Es esta dimensión radical, revolucionaria y disruptiva la que constituye todo sistema, incluyendo el marco social mismo. Es decir, todo sistema, por el mero hecho de ser histórico, es en última instancia arbitrario, resultado de juegos de alianzas y poder más bien que de determinaciones ontológicas. La idea de que un sistema social pueda lograr consistencia y equilibrio sin exclusión y represión ha sido el sueño racionalista desde Platón a Marx y hoy continúa en Habermas (comunicación sin distorsión) Rorty (Utopía liberal) y Fukuyama (Fin de la historia).
Lo que este sueño ignora es que el poder y el antagonismo son constitutivos de todo ser y, por eso, inerradicables y es por esta razón que la premisa que uno debiera defender es la que indica que los procesos económicos pueden usarse para la subversión, reemplazo y reconstrucción de los poderes dominantes, más que para el establecimiento de un modelo económico verdadero o último (anarco-capitalismo, economía mixta, propiedad estatal o social, etc.) El corazón de una política radical es la crítica de la idea misma de modelo último. Es esta lógica la que posibilita la creación de nuevas condiciones históricas, de nuevos proyectos de democratización social y económica. Proyectos basados en la voluntad e ideales humanos más que en fundamentos naturales.
Ciertas corrientes del pensamiento marxista contemporáneo o pos-marxismo se caracterizan por su alejamiento de la logica de la necesidad tal como se encuentra en el marxismo ortodoxo. En Marx ya era posible encontrar indicios de una logica de lo contingente que el usó para montar la crítica en contra de las concepciones naturalistas del capitalismo que ya se encontraban en Smith y Locke y que en los tiempos actuales la vimos en Friedman y hoy en la economía neo-liberal que domina y amenaza con todo tipo de calamidades si no se siguen sus prescripciones.
Esta lógica de la contingencia es posible reconocerla cada vez que Marx pone el énfasis en la economía como una construcción humana más que como un orden subyacente esperando a ser descubierto. Al des-objetivar la economía y mostrar que su realidad es el resultado de relaciones de poder que generan sus propios principios de construcción Marx expande la dimensión de lo político. Solo que, como verdadero hijo del Alumbramiento, rápidamente intenta restaurar el proyecto modernista con la afirmación de una metafísica de la historia sometida a leyes esenciales que predicen una solución última. Lo político brilla y este brillo, por intermitente que sea, es suficiente para que no pueda ser extinguido enteramente. La historia de la imaginación marxista se ha caracterizado por esta constante oscilación entre la búsqueda de la certidumbre y su negación por la acción política.
La critica a la aproximación naturalista de la economía, como dice el critico Glyn Daly, también la encontramos en Weber, Simmel, Polanyi, Keynes, Agrieta, Lipietz y Boyer, entre otros. La estabilidad económica, según ellos, depende de regulaciones sociales que trascienden la economía como tal. En mayor o menor medida, todos ellos afirman que la economía no puede ser considerada como un orden autónomo cerrado, sino que tiene que ser vista en términos contextuales y discursivos. Y es esta aproximación la que ha posibilitado el desarrollo de una economía política radical que niega el carácter natural de cualquier orden económico o identidad social, de una política que pone al descubierto a los distintos sistemas económicos que intentan encubrir el hecho de que no hay fundamento o esencia ultima que determine la realidad social.
El cierre de cualquier sistema social es un efecto puramente histórico o artificial porque cada sistema es una construcción de poder que descansa en la represión de otros, de los que se perciben como anti sistema. No se trata de que los sistemas sociales no tengan fundamentos. El fundamento existe, pero solo como una frontera histórica entre fuerzas antagónicas. Todo sistema esta marcado por una violencia originaria que busca establecer una coherencia territorial y la violencia del sistema siempre intenta justificarse con la referencia a un principio externo.
Destino, Divinidad, Progreso, Civilización, Democracia o, lo que es lo mismo, por la invocación de ciertos misteriosos agentes supra naturales o principios históricos o naturales que encubren la naturaleza meramente política de su existencia. La relativa estabilidad o inestabilidad de cualquier organización social es algo que no puede ser determinada por adelantado ya que siempre dependerá del tipo de compromiso político que exista dentro de las circunstancias en que se da. Lo que si es trans-histórico es el hecho de que todo sistema puede ser, en principio, subvertido permitiendo una eterna politización. Y es esta perspectiva la que le ofrece a la izquierda la oportunidad para desarrollar una aproximación más democrática y progresiva en las prácticas socioeconómicas comparadas con los discursos económico políticos más tradicionales.

¿Y como seria el proyecto de una transformación económica radical? En un mundo globalizado, en lugar de rechazarlo, la izquierda debería trabajar con la lógica de la globalización para subvertirla y radicalizarla. Nuevas aperturas y formas de lucha en contra de los intentos de dominio global de las Corporaciones son siempre posibles para promover una visión alternativa que vaya más allá de la pura maximización y concentración de la ganancia. Una visión que busque el aumento de la libertad y la igualdad como principio socio-económico prioritario. El lenguaje libertario del neo liberalismo debe ser subvertido en dirección de la igualdad universal. La libertad que celebra el capitalismo consumista posmodernista solo puede tener significado si la sociedad esta dispuesta a proveer los recursos a todos sus miembros para que puedan participar de esas libertades, si esta dispuesta a garantizar una participación completa en la llamada sociedad de consumo.
Para lograr esto se requiere, por supuesto, de una articulación diferente. Considérese solamente esto… las primeras doscientas corporaciones globales son ahora tan grandes que sus ventas combinadas sobrepasan las economías de 182 países y tienen casi el doble del poder económico de los cuatro quintos de la población mas pobre del mundo. De las cien más grandes economías del planeta, cincuenta y dos son ahora corporaciones multinacionales… 447 millonarios tienen una riqueza combinada más grande que el ingreso de la mitad de la humanidad.
Las tres personas mas ricas del mundo tienen bienes que exceden el producto domestico bruto de 48 países. (“Institute for Policy Studies, Washington, DC” and “1999 UN and Human Development Index Annual Report”, que hasta el día de hoy no ha variado sustancialmente). ¿No es esta grotesca concentración económica la que revela al capitalismo como un sistema profundamente antidemocrático? ¿Un sistema que requiere ser reemplazado por otro? Fácilmente podríamos usar la misma retórica neoliberal de la libertad en contra del neoliberalismo existente… la afirmación de la libertad para pluralizar, expandir y participar en los lugares en que se adoptan las decisiones económicas, para multiplicar y democratizar los espacios de representación y radicalizar y reconfigurar los ya existentes con el interés de desarrollar efectivamente los mecanismos de participación.
La reconciliación ultima de las contradicciones o el sueño de la armonía es un fin ilusorio porque el momento de la total simetría nunca llegara. Con lo que nos quedamos eternamente es con procesos de constitución y descontitucion social en donde las fronteras de lo social siempre dependen de las negociaciones y fluctuaciones de poder. Represión y poder no pueden ser erradicados. Para la izquierda esto significa la adopción de una actividad política bien paradójica y su renovación y creatividad dependerán de cómo mantiene la tensión entre uno y otro.
En lugar de encontrar el ultimo fundamento económico para la construcción de la sociedad ideal y armónica que cierra la historia nos quedamos, después de todo, con la sospecha de que esta no es posible… ni tampoco, deseable.
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