La superabundancia de dólares financia el fortalecimiento militar de EEUU

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Michael Hudson* 

Los medios de EE.UU. guardan silencio sobre el tópico más importante discutido por los responsables políticos europeos (y sospecho que lo mismo sucede en Asia): cómo proteger sus países de tres dinámicas interrelacionadas: (1) el excedente de dólares que llueve sobre el resto del mundo para aún más especulación financiera y adquisiciones corporativas; (2) el hecho de que los bancos centrales se vean obligados a reciclar esa afluencia de dólares comprando bonos del Tesoro de EE.UU. para financiar el déficit presupuestario federal de ese país; y lo que es más importante (pero más ocultado por los medios de EE.UU.): (3) el carácter militar del déficit de pagos de EE.UU. y del déficit presupuestario federal interior.
 
Por extraño que parezca – y por irracional que sería en un sistema más lógico de diplomacia mundial – la superabundancia de dólares es lo que financia el fortalecimiento militar global de EE.UU. Obliga a los bancos centrales extranjeros a cargar los costes de la expansión del imperio militar de EE.UU. – una efectiva "tributación sin representación." Mantener reservas internacionales en "dólares" significa reciclar sus entradas en dólares para comprar valores del Tesoro de EE.UU. – deuda del gobierno de EE.UU. creada en gran parte para financiar las fuerzas armadas.
 
Hasta la fecha, los países han sido impotentes para defenderse contra el hecho de que ese financiamiento obligatorio de los gastos militares de EE.UU. esté incorporado al sistema financiero global. Economistas neoliberales lo aplauden como "equilibrio," como si formara parte de la naturaleza económica y de los "libres mercados" en lugar de ser una diplomacia implacable utilizada con creciente agresividad por funcionarios estadounidenses. Los medios de masas contribuyen, pretendiendo que el reciclaje de la superabundancia de dólares para financiar los gastos militares de EE.UU. es "mostrar su fe en la potencia económica de EE.UU." al enviar "sus" dólares para "invertirlos" en ese país. Como si fuera cosa de una decisión, no de compulsión financiera y diplomática para decidir simplemente entre el "Sí" (de China, de mala gana), "Sí, por favor" (de Japón y la Unión Europea" y "Sí, gracias" (de Gran Bretaña, Georgia y Australia).
 
No es la "fe extranjera en la economía de EE.UU." la que lleva a extranjeros a "colocar su dinero en nuestro país." Es una estúpida visión antropomórfica de una dinámica más siniestra. Los "extranjeros" en cuestión no son consumidores que compran exportaciones de EE.UU., ni son "inversionistas" del sector privado que compran acciones y bonos de EE.UU. Las mayores y más importantes entidades extranjeras que colocan "su dinero" en EE.UU. son bancos centrales, y no es para nada "su dinero". Están enviando de vuelta los dólares que exportadores extranjeros y otros destinatarios entregan a sus bancos centrales a cambio de moneda nacional.
 
Cuando el déficit de pagos de EE.UU. bombea dólares a economías extranjeras, esos bancos tienen poca alternativa fuera de comprar letras y bonos del Tesoro de EE.UU. – que el Tesoro gasta para financiar un enorme fortalecimiento militar hostil para cercar a los principales recicladores de dólares – China, Japón y productores de petróleo árabes de la OPEC. A pesar de ello esos gobiernos se ven obligados a reciclar los ingresos en dólares de un modo que financia las políticas militares de EE.UU. en cuya formulación no tienen parte, y que los amenazan de una manera más y más beligerante. Por eso China y Rusia tomaron hace algunos años la iniciativa en la formación de la Organización de Cooperación de Shanghái (SCO). Aquí en Europa existe una clara conciencia de que el déficit de pagos de EE.UU. es mucho mayor que sólo el déficit comercial. Basta simplemente una mirada a la Tabla 5 de los datos de la balanza de pagos de EE.UU. compilada por el Buró de Análisis Económico (BEA) y publicada por el Departamento de Comercio en su Survey of Current Business para ver que el déficit no proviene sólo de que los consumidores compren más bienes importados que los exportados por EE.UU. ya que el sector financiero desindustrializa su economía. Las importaciones de EE.UU. ahora caen al contraerse la economía y ahora los consumidores se ven obligados a pagar las deudas que han hecho.
 
Cualquier país que trate de hacer lo que EE.UU. ha hecho durante los últimos 150 acusado sería acusado de ser "socialista" – y eso por parte de la economía más anti-socialista del mundo, con la excepción de cuando llama rescate para sus bancos "socialismo para los ricos," es decir la oligarquía financiera. Esa inflación retórica casi no deja otra alternativa que la nacionalización directa del crédito como servicio público básico.
 
Desde luego, la palabra "nacionalización" se ha convertido en sinónimo para rescates de los mayores y más imprudentes bancos de sus préstamos tóxicos, y rescates de hedge funds y contrapartes no-bancarias de pérdidas en "capitalismo de casino," que juega con derivados que AIG y otros aseguradores o participantes al lado perdedor de esos juegos no pueden pagar. Semejantes rescates no representan una nacionalización en el sentido tradicional del término – devolver la creación de crédito y otras funciones financieras básicas al dominio público. Es lo contrario. Se imprimen más bonos del gobierno para entregarlos – junto con el poder autorregulador – al sector financiero, bloqueando la posibilidad de que la ciudadanía recupere esas funciones.
 
Al enmarcar el tema en una elección entre democracia y oligarquía el problema pasa a ser quién controla el gobierno que hace la regulación y "nacionaliza." Si el que decide es un gobierno cuyo banco central y los principales comités del Congreso que se ocupan de las finanzas son dirigidos por Wall Street, no se ayudará a dirigir el crédito hacia usos productivos. Simplemente continuará la era Greenspan-Paulson-Geithner de más y mayores obsequios para sus electores financieros.
 
La idea de "regulación" que tiene la oligarquía financiera es asegurar que los desreguladores estén instalados en posiciones clave y que reciban sólo un personal mínimo y poco financiamiento. A pesar del anuncio del señor Greenspan de que finalmente ha visto la luz y que se da cuenta que la auto-regulación no funciona, el Tesoro sigue dirigido por un funcionario de Wall Street y la Reserva Federal por un lobista de Wall Street. Para los lobistas la verdadera preocupación no es la ideología en sí – es el puro interés propio de sus clientes. Pueden escoger a tontos de buena voluntad, especialmente personalidades prestigiosas del mundo académico. Pero son sólo testaferros, ya que están dirigidos por seguidores de Milton Friedman en la Universidad de Chicago. Tales individuos son colocados para que sirvan de "guardabarreras" en las principales revistas académicas para excluir ideas que no sirvan a los lobistas financieros.
 
Esta excusa para excluir al gobierno de una regulación que tenga sentido pretende que las finanzas son tan técnicas que sólo alguien de la "industria" financiera es capaz de regularla. Para empeorar las cosas, se hace la afirmación adicional contra-intuitiva de que una característica de la democracia es que el banco central sea "independiente" del gobierno elegido. En realidad, claro está, es todo lo contrario de democracia. Las finanzas son el punto crucial del sistema económico. Si no son reguladas democráticamente en función del interés público, son "libres" para ser capturadas por intereses especiales. De modo que esto se convierte en la definición oligárquica de "libertad de mercado."
 
El peligro es que los gobiernos permitan que el sector financiero determine cómo se aplicará la "regulación". Los intereses especiales quieren ganar dinero en la economía, y el sector financiero lo hace de un modo extractivo. Es su plan de marketing. Las finanzas actuales actúan de manera que desindustrializa las economías, no las fortalece. El "plan" es: austeridad para la mano de obra, la industria y todos los sectores con la excepción de las finanzas, como en los programas del FMI impuestos a desventurados países deudores del Tercer Mundo. La experiencia de Islandia, Letonia y otras economías "financializadas" debería ser examinada, como lección objetiva, aunque sólo sea porque están en los primeros lugares de la lista del Banco Mundial en términos de "facilidad para hacer negocios."
 
La única regulación que tenga sentido puede provenir desde fuera del sector financiero. De otra manera, los países sufrirán lo que los japoneses llaman "caída del cielo": reguladores seleccionados de las filas de los banqueros y sus "idiotas útiles." Al retirarse del gobierno vuelven al sector financiero para recibir puestos lucrativos, "compromisos para conferencias" y remuneraciones afines. Como cuentan con ello, regulan a favor de intereses financieros especiales, no del público en general.
 
El problema de los movimientos del capital especulativo va más allá de la elaboración de un conjunto de regulaciones específicas. Concierne el alcance del poder del gobierno nacional. Los Artículos de Acuerdo del Fondo Monetario Internacional impiden que los países restauren los sistemas "de tipos dobles de cambio" que muchos retuvieron durante los años cincuenta e incluso en los sesenta. Era una práctica generalizada que los países tuvieran una tasa de cambio para bienes y servicios (a veces varias tasas de cambio para diferentes categorías de importación y exportación) y otra para "movimientos de capital." Bajo presión estadounidense, el FMI impuso la ficción de que existe una tasa de "equilibrio" que por casualidad es la misma para bienes y servicios como para movimientos de capital. Los gobiernos que no aceptaron esa ideología fueron excluidos de la calidad de miembro en el FMI y el Banco Mundial – o fueron derrocados.
 
La implicación para nuestros días es que la única manera como una nación puede bloquear movimientos de capital es retirarse del FMI, del Banco Mundial y de la Organización Mundial de Comercio (OMC). Por primera vez desde los años cincuenta esto parece una verdadera posibilidad, gracias a la conciencia mundial de que la economía de EE.UU. está inundando la economía mundial con un excedente de dólares de "papel" – y de la negativa de EE.UU. a dejar de viajar gratis. Desde el punto de vista de EE.UU., no sería otra cosa que un intento de limitar su programa militar internacional.
  
* Ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios

 

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