La última arremetida del pinochetismo piñeruista

Alfredo Jocelyn-Holt* 

Hace poco más de una semana, La Segunda (vespertino chileno) publicó una nota donde reproducía parte de las impugnaciones que un grupo de expertos le hacen a la propuesta de modificación del MINEDUC a los objetivos y contenidos para la educación básica y media. Tales “expertos” –del Instituto Libertad y Desarrollo, la Pontificia Universidad Católica y la Universidad Adolfo Ibáñez– objetan, por ejemplo, que se hable de “dictadura” en vez de “régimen militar”, o de “resistencia mapuche” en vez de “Guerra de Arauco”. Alfredo Jocelyn-Holt les responde con todo: cuestiona su condición de expertos, no sin ironía repasa las principales objeciones que hacen y concluye tajante: “Mi impresión es que ésta es la propuesta que tiene el Comando de Piñera para el día que lleguen a La Moneda y al MINEDUC”.

Es muy llamativo, pero cada vez que la derecha se pronuncia sobre educación sigue siempre la misma estrategia. Primero arma un escándalo mediático, luego presiona algo más silenciosamente. Ejemplo clarísimo: la histeria con que La Segunda publicitó la semana pasada un documento incendiario de un panel de supuestos “expertos” de LyD, UAI y PUC, crítico del ajuste curricular que está por presentar el MINEDUC al Consejo Superior de Educación en estos días.

A juicio de dichos “expertos” la enseñanza de Historia en Chile está en grave peligro.

Es “tendenciosa”, “sesgada” y no se compadece con “la búsqueda seria de la verdad”, de la que, por supuesto, ellos graciosamente nos intentan iluminar en este magistral documento —una “pièce de résistence” créanmelo— donde se afirma que es mejor no incentivar una contraposición de interpretaciones históricas en la sala de clase (se presta para vaguedades) pudiéndose apuntar derechamente a una “objetividad” más cabal, sin discusión.

Es decir, enseñando la Historia como si fuera tan “científica” como la Aritmética (2 + 2 son siempre = 4) para así no confundir al alumno y sus profesores en el seguro trayecto de Secundaria Pagada o Subvencionada + Preuniversitario + PSU + Carrera Profesional = Bingo. Hasta ahí el planteamiento teórico epistemológico de los “expertos”.

“Predecibles”

La letra chica en cuanto a contenidos y tachas propuestas es aún más esclarecedora. Para tiempos prehistóricos, afirman, no sería conveniente hablar de “evolución” de la Humanidad, prefiriendo –en una de éstas– una versión más tipo “generación espontánea”. Tampoco debería enfocarse la historia de Grecia y Roma en torno a ideas como “democracia” o “república”; fuera de que huele sospechosamente a “educación del ciudadano”, toma demasiado tiempo que bien podría destinarse a temas onda History o National Geographic Channels, como Alejandro Magno y el Imperio Romano de Oriente.

Exigen detenerse largo y tendido en el Cristianismo y en el Medioevo, no sólo en tanto procesos o fases culturales sino realidades religiosas; con canto gregoriano detrás, además, la historia se vuelve incluso acústica, meditativa. Lo que es a Santo Tomás de Aquino y su pensamiento edificante, insisten que debiera prestárseles una atención VIP en el curriculum nacional. Y mejor ni hablemos de “conquista” de América, sostienen, no a menos que se diga que también fue un “encuentro”.

Tampoco se nos ocurra hablar de “resistencia mapuche”; eso sería anacrónico (suena demasiado a ataques a predios de la Papelera). En fin, mejor nos consensuamos, lo dejamos simplemente en “Guerra de Arauco” y sanseacabó muy luego. Sospecho que se han estado inspirando en añosos manuales de Sergio Villalobos Rivera detrás de este último punto.

Sigamos, pues, con este cuento –como ustedes pueden apreciar— súper motivador y novedoso. Para antes de 1810, subrayan lo inapropiado que es referirse al dominio español como “colonial”; a cambio, desempolvan un apolillado término historiográfico de la España franquista: “sociedad indiana”.

A su vez, cuando se llega a la Independencia proponen que no olvidemos a los “Forjadores de la Patria” (textualmente el término que utilizan y que echan de menos en el currículum actual), ni tampoco a quienes sustentaban ideas monárquicas. Muy ecuánime, muy godo. Amunátegui, Barros Arana y Vicuña Mackenna se encresparían.

Respecto al siglo XIX son predecibles. No les gusta que se califique a la Constitución de 1833 como “autoritaria”, y encuentran que se pone demasiado énfasis en el liberalismo, subestimándose el peso del conservadurismo. Curiosa argumentación, porque tradicionalmente los grandes historiadores conservadores (Alberto Edwards, Encina, Eyzaguirre y Mario Góngora) en este punto decían justo lo contrario: quebraban lanzas a favor del carácter “autoritario” del legado portaliano y constitucional de 1833 a la vez que le dedicaban mucha tinta al “frondismo liberal” para plantear cuán pernicioso había sido.

De lo que infiero que los conservadores de LyD, UAI y PUC que redactaron este texto, o padecen amnesia (conservadores amnésicos sí que es una confusión) o peor, son hasta más reaccionarios que sus antecesores más finos. En lo que sí concuerdan es que hay que machaquear, con todo, en “lo nacional”. La historia de Chile sería la historia de una “unidad nacional”, de una “comunidad nacional” y esto habría que taladrárselos en la cabeza a los niños lo antes mejor (en tercero básico). Por suerte, no optaron por la tesis dura de Gonzalo Vial, ex ministro de Educación de la dictadura, que sostiene que hay que enseñar sólo Historia de Chile, nada de Historia Europea.

“Dictadura” o “régimen militar”

Políticamente hablando, creen además que el currículum es demasiado permisivo, modernista y descreído. A su juicio, por ejemplo, la Ilustración debiera enseñarse de manera distinta; por de pronto, admitiendo que “la gran mayoría de los pensadores clásicos de la Ilustración y el liberalismo eran fervientes cristianos” (sic). A los jóvenes no habría que ni decirles de que poseen un “derecho a disentir”; por el contrario, habría que inculcarles un sentido de “responsabilidad”, insistirles en el valor de la familia, y hablarles de “deberes” más que de “derechos”.

No debiera emplearse el término “derechos humanos” porque nuestra Constitución (la de Pinochet) se refiere únicamente a “derechos esenciales que emanan de la naturaleza humana”. Expresiones altamente cuestionables, como cuando el currículum alude a “mecanismos legales para la defensa de los derechos laborales”, debieran tacharse porque son peyorativas para con los empresarios “que son quienes dan trabajo”. De igual modo, debieran borrarse todas las referencias a “derechos sociales, colectivos o de minorías” (solo se deben admitir derechos individuales), aún cuando postulan de que se hable de “cuerpos intermedios en las que las personas son parte”, un evidente desliz corporativista de triste recuerdo.

Es más, les parece “tendencioso” e “ideologizado” enfocar la Revolución Industrial a la luz de la “mecanización, disciplinamiento, sociedad burguesa y de conflictos entre clases sociales”. Y llegan a sostener, incluso, que la crisis económica de los años 1930 no debiera tratarse jamás como “Gran Crisis del Capitalismo”. ¿Qué fue entonces? Respuesta: “Una Gran Depresión”. Réplica: ¿Vale decir, una patología superable con medicamentos comprados en las muy capitalistas neoliberales “farmafias”?

En efecto, en la medida que nos movemos hacia el presente, la cosa se pone bien peliaguda, y bastante más “relativista” curiosamente. Para empezar, nuestros “expertos” estiman que no se resalta suficientemente el papel de “gran malo” de la URSS en relación a la Guerra Fría en Latinoamérica (de EEUU, por supuesto, no dicen nada).

Cuando se trata la Reforma Agraria, según ellos, habría que subrayar que fue un “atentado a los derechos de propiedad legalmente constituidos” (obvio, fue una expropiación). A su vez, la violencia política de los años 1960 habría que equipararla o calificarla como “antecedente de la violencia de Estado” durante la dictadura.

Por cierto, no correspondería denominar “dictadura” al que, en propiedad no es más que el “Gobierno del general Pinochet” o, en su defecto, “régimen militar” que es como les gustaría que apareciera ante la historia. Y, por último, les carga también el sesgo “ecologista” que vislumbran en el actual currículum; de seguro, les suena a “resistencia huinca–mapuche” contra centrales hidroeléctricas, nucleares, etc.

Expertos entre comillas

Y, bueno, ¿quiénes son estos expertos entre comillas? Por Libertad y Desarrollo: Cristián Larroulet quien, si bien es experto en políticas públicas, en historia no se le conoce contribución alguna. Lo mismo sus investigadores: Sebastián Soto, María de la Luz Domper y Pablo Eguiguren, quienes a lo más sacan periódicas columnas de opinión en La Segunda y otros medios, del tenor “Aguas turbias para TVN”, “¿Más que solo un feriado?”, “¿Por qué estudiar una carrera técnica?”, “¿Qué hacemos con Enap?”.

Por la Pontificia Universidad Católica de Chile: Carlos Frontaura, abogado gremialista, a quien le leí hace varios años una tesis sobre Francisco Bilbao que me pareció pasable, incluso filo-radical (Partido Radical), quizá porque entonces no era tan gremialista.

Por la Universidad Adolfo Ibáñez: ahora sí que historiadores: Paola Corti, Diego Melo y Rodrigo Moreno, aunque por los títulos de los artículos que han publicado, juzgue usted lector: “La conversión de San Patricio”; “El monacato cartujano como opción ermitaño-cenobítica en los siglos XI y XII”; “Ceremonial y diplomacia en el palacio Califal de Madinat al–Zahra”; “El sentido misional en San Gregorio Magno” y otras contribuciones parecidas.

Y, por último, el peso más pesado de la UAI, una de sus decanos: Lucía Santa Cruz Sutil, a quien, por supuesto, conozco mucho: miembro de directorios de Nestlé, Banco Santander Chile, Compañía de Seguros Generales y de Vida La Chilena Consolidada, Fundación Minera Escondida…; autora de libros como La Buena Mano (género culinario); periodista, editorialista de El Mercurio; conocida figura mediática (en temporada alta aparece casi todos los sábados fotografiada en las páginas de la Vida Social de El Mercurio); y amiga personal de Charles, Prince of Wales.

Años atrás, recuerdo, como la Lucía nos contó a un grupo de historiadores —Sofía Correa Sutil y Gabriel Salazar entre otros— por qué no podía ser historiadora; textualmente nos dijo: “porque tenía que ayudar con las finanzas familiares”, comentario que nos dejó al resto (que, dicho sea de paso, no vivimos para nada mal ejerciendo este noble oficio) un tanto perplejos.

Pinochetismo censorio

Evidentemente el documento es más político y de trinchera que una crítica seria encaminada a mejorar nuestra educación. Mi impresión es que es la propuesta que tiene el Comando de Piñera, entre mangas, para el día que lleguen a La Moneda y al MINEDUC.

Ahora bien, si es así, llama la atención lo poco “avanzados” y “renovados” que están en estas materias, por no decir lo pegados que se quedaron en el tiempo, en el pinochetismo censorio, nacional-corporativista si no lisa y llanamente católico-tradicional-franquista en estricto rigor historiográfico.

El currículum nacional es efectivamente un asunto delicado y clave. Si la propuesta en comento llegara a prosperar en un futuro gobierno de derecha, apuesto lo que quieran, que no habrá profesores de historia ad-hoc que se atengan a la doctrina con que se pretende impartir la asignatura. Los profesores como Mario Banderas (“¡Usted, no lo diga!”), ex rector de los colegios Tabancura y Apoquindo, ya tuvieron su momento. El país, independientemente de cómo se resuelvan las elecciones presidenciales pendientes, está en otra. Y los anacronismos históricos, que es de lo que más padece este documento, tarde o temprano generan líos.

* Historiador.
Publicado el 10 de Abril 2009 en la revista The Clinic (http://www.theclinic.cl).
 

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1 comentario
  1. ivan dice

    Señores historiadores, tengan ustedes la gentileza de dirigirse un millar de veces al ceno que atravesaran al nacer y que cada uno de ustedes se haga intimidad rectal con un equino. Sin mas que agregar y quedando en espera que los acontecimientos que les propusiera se haga realidad, desde aqui, allende la cordillera los mando a la renegrida vulva materna.

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