La última película: el ocaso de una época  

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En 1968, el crítico cinematográfico Peter Bogdanovich realizó su debut en la dirección con una sorprendente ópera prima: Targets, protagonizada por un anciano Boris Karloff. Este film constituía un sólido análisis de la violencia social y mediática en los EE.UU. y se rodó con muy pocos medios y un presupuesto escaso. Sin embargo, una mirada retrospectiva sobre la filmografía de Bogdanovich hecha hoy en día nos permite apreciar que esta película apenas guarda relación con los homenajes al cine clásico norteamericano y a los viejos maestros del Hollywood dorado que le caracterizaron como notable artesano durante la década de los 70.

El prestigio de Bogdanovich se consolidó con obras como ¿Qué me pasa, doctor? (1972), Luna de papel (1973) o Nickelodeon (1976) en las que supo imprimir la poesía nostálgica de John Ford y la alocada comicidad de Howard Hawks o Preston Sturges. El estreno de La última película (1972), su segundo largometraje, confirmó su talento en este sentido y le consagró a nivel de crítica y público –«Oscars» incluidos– convirtiéndole en uno de los autodidactas más capacitados.

La génesis del proyecto fue harto arbitraria. El actor Sal Mineo, amigo íntimo de Bogdanovich, recomendó la novela de Larry McMurtry al cineasta, que vio la posibilidad de adaptar un buen argumento para un film. La novela de McMurtry relataba la vida gris de los habitantes de un pueblecito de Texas y se basaba disimuladamente en los recuerdos de infancia del propio autor. Bogdanovich se puso en contacto con él para la elaboración del guión que debía situarse a principios de los años 50 y decidió que la película se rodara en blanco y negro para transmitir la sensación de tristeza y melancolía que traspúan los personajes. De este modo, nació el escenario en que tiene lugar la historia: Anarene.

fotoExisten películas en las que el entorno juega un papel muy importante. Tal es el caso, por ejemplo, de los westerns, que muestran la desolación de sus protagonistas a través de la aridez del propio medio. Este rasgo tan característico fue asimilado por Bogdanovich a la hora de realizar el retrato del pueblo (curiosamente, el cineasta acabó filmando los exteriores en Archer City, la localidad natal de McMurtry que había inspirado el ficticio Anarene). Por consiguiente, The Last Picture Show describe un modo de vida que está determinado por la propia naturaleza del espacio en que se desarrolla la acción.

Las calles arenosas y secas, sacudidas violentamente por el viento, asisten al despertar sexual de los jóvenes del pueblo. Éstos pasan su tiempo libre deambulando de la sala de billares a la cafetería mientras que esperan a que, en el cine local, se proyecte la última sesión. Es el momento en que las parejas pueden sentarse en las butacas del fondo y evadirse de la realidad que les circunda. Realidad compuesta por un mosaico de personas que arrastran sus frustraciones íntimas entre infidelidades conyugales y aventuras amorosas. La laxitud moral y el hastío son, pues, los principales síntomas de la crisis espiritual de Anarene.

Uno de los grandes atributos del film es su aura nostálgica y crepuscular, deudora de las piezas maestras de John Ford. En ese punto, Bogdanovich demuestra ampliamente su talento para recrear el espíritu del cine que admira y ama. Se nos muestra el paso del tiempo como una aproximación paulatina hacia la muerte: la gente joven se marcha de Anarene mientras que los adultos, sumidos ya en la decadencia, permanecen allí con sus miserias a la espera de la extinción.

Solamente uno de los muchachos, Sonny (Timothy Bottoms), se queda en el pueblo: su mirada se transforma en el punto de vista desde el cual el espectador presencia el fin de toda una civilización.

Por otro lado, Ben Jonson –actor habitual en los films de Sam Peckinpah–encarna a Sam el León, personaje clave que sintetiza el espíritu de la película: es un ser anacrónico, el representante de una época que ha desaparecido. Propietario de los billares, de la cafetería y del cine –los lugares más frecuentados por los jóvenes–, su fallecimiento prefigura la desaparición de un modelo de vida, rústico y salvaje, que no volverá a repetirse a pesar de la admiración que despierta entre los habitantes de Anarene. Su muerte queda, pues, identificada con la muerte del propio pueblo y marca el final de una edad que será recordada por los demás con nostalgia.

fotoDiversos acontecimientos se convierten en reflejo de las ilusiones perdidas: el cierre del cine a causa del éxito masivo de la televisión, el reclutamiento de muchachos para combatir en la Guerra de Corea, la referida desaparición de la leyenda local… Todo ello acaba con los ideales y aspiraciones de la juventud y provoca la consecuente desertización del pueblo. Desertización que puede muy bien identificarse con el estado final de la relación entre Sonny y Ruth Popper (Cloris Leachman), la esposa de su entrenador.

La mezquindad del entorno en que viven conduce a Sonny a buscar amparo nuevamente en la mujer que mejor representa la decrepitud de Anarene. Pero ambos están solos frente a la incertidumbre del futuro que se presenta.

Todo el bullicio y la sensación de vida que se respiraba en la primera parte del film ha desaparecido: no queda rastro de aquellas fiestas de año nuevo en que los jóvenes iban a bañarse desnudos en la piscina, ni tampoco de aquellas citas en el motel de Anarene donde las parejas acudían para perder su virginidad.

La mirada de Bogdanovich sobre los acontecimientos es serena y nostálgica: se trata del punto de vista de alguien que observa el paso del tiempo, evoca con pesar las experiencias vividas y echa de menos el esplendor de una época que nos remite al tópico de que «cualquier tiempo pasado fue mejor».

 

The Last Picture Show es uno de los ejemplos más brillantes del esfuerzo de un cineasta por recuperar el espíritu de un cine que, a principios de los 70, había sufrido ya una drástica transformación: hablamos del Hollywood dorado, que, por aquel entonces, ya andaba encaminado hacia su trágica extinción. Las postreras obras de Hawks, Wilder o Mankiewicz se encargaron de constatar que el gusto de los espectadores había cambiado y que el estilo de cine que se cultivaba tan sólo una década antes había empezado a parecerles añejo.

Su atención se centraba ahora en la televisión o en los subproductos que nacerían a la luz del denominado «cine de consumo». Los 70 fueron, por consiguiente, los estertores del Hollywood clásico, que puso fin a su carrera con las últimas piezas de los viejos maestros. De ese modo, desapareció una época que nos ha dejado infinidad de imágenes grabadas en la retina. Una época cuya pérdida lamenta Bogdanovich y que bien puede identificarse con la muerte del pueblo de Anarene.

En ese sentido, la nostalgia del cineasta trata de volver la cámara simultáneamente hacia ambas cosas y captar el sentido del pasado. Podemos afirmar, como mayor elogio a esta película, que el éxito del realizador en esta empresa es innegable: La última película ha permanecido como una de las obras maestras del cine norteamericano de los 70 y también como el más claro exponente de una olvidada manera de sentir el Séptimo Arte.

Título original: The Last Picture Show.
Director: Peter Bogdanovich.
Guión: Larry McMurtry y Peter Bogdanovich, a partir de la novela homónima de Larry McMurtry.
Nacionalidad: EEUU, 1971.
Intérpretes: Timothy Bottoms, Jeff Bridges, Cybill Sheperd, Ellen Burstyn, Ben Johnson, Cloris Leachman, Eileen Brennan, Clu Gulager, Sam Bottoms, Randy Quaid.
Duración: 120 minutos.
Premios: Oscar al Mejor Actor Secundario (Ben Johnson) y a la Mejor Actriz Secundaria (Cloris Leachman).

 
Bibliografía recomendada:

Giacci, Vittorio. Peter Bogdanovich, Il Castoro Cinema, Milán, 2002.
Yule, Andrew. Picture Shows. The Life and Films of Peter Bogdanovich, Limelight Editions, New York, 1992.

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* Publicado en la revista de culturaEldigoras, número de setiembre/Octubre (www.eldigoras.com/eom03/2004/2/fuego32cgs18.htm
           
© Carlos Giménez Soria.

 
                         

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