Llamen a Kissinger, por favor

Muchos estadounidenses deben sentir nostalgia al recordar los buenos malos tiempos. Ya saben. Esos tiempos en los que Estados Unidos organizaba un golpe militar, descabezaba un país y luego repartía muerte y torturas a diestro y siniestro mientras sus empresas se hacían con todo cuanto tuviera valor. Como los asaltadores de carruajes. Eran los tiempos de Henry Kissinger.

En aquella época nada se interponía en el camino y si algo lo hacía, se destruía, se eliminaba o se ejecutaba. Y punto. Se hacía añicos hasta que no quedara nada. Sí, eran los buenos tiempos del Tío Sam. Chile o Argentina son recuerdos tan gratos para algunos… Entonces había generales como Dios manda, como los que busca Guaidó, como los Pinochet y Videla. Resultado de imagen para pinochet y videla

Generales que si hacía falta hacían desaparecer a opositores —rojos comunistas— por miles. Y antes les daban su merecido, con electrodos, ahogamientos y torturas. Eso sí eran democracias, esos países sí respetaban los derechos humanos. No la diabólica Venezuela, que tanto dista del país serio y respetable que es Arabia Saudí en estos días.

Pero los tiempos han cambiado y Venezuela resiste. Erre que erre y que no cae. Y las empresas norteamericanas nerviosísimas, desesperadas por hacerse con su petróleo. Las reservas más grandes del planeta, imaginen. Ahí está Guaidó, que va y viene, con una decena o poco más de militares por el país, mientras intenta convencer al resto-más de 300.000 entre militares y agentes de seguridad— para que se alíen con él. Le queda un trecho aún.

Y la verdad, da pena, transmite una imagen pésima de un buen futuro dictador dispuesto a vender los recursos del país a Estados Unidos y después limpiar el país de opositores —recuerden, los rojos comunistas—.

Porque para los golpes de estado hay que estar preparado. Ya saben. Unos carros de combate, unos militares, unos planes elaborados, unos centros de tortura y cañonear bien. Henry Kissinger lo sabe muy bien, sabe cómo se juega a esto, cómo se juega a muchas cosas. Pregúntenle también por sus tejemanejes en Cuba, Panamá, Colombia, India, Pakistán, Angola, Indonesia, Laos, Camboya… Es una persona mayor, no sé si recuerda, quizás no olvidó que recibió el Premio Nobel de la Paz en 1973. Ya saben, Occidente y la Paz. Un matrimonio ejemplar con una bellísima hija llamada Democracia.

Y el caso es que no parece que Guaidó haya venido al evento, el golpe de estado, preparado. Es cierto que Estados Unidos y todo Occidente, desde Europa hasta Canadá, están más que deseosos de las reservas petrolíferas venezolanas, las mayores del mundo, pero…

Oh, no, perdonen, Occidente acudió a Venezuela por la democracia, los derechos humanos, la sanidad y la educación de la gente. Por el pueblo. Sobre todo por este último, para salvarle del malvado comunismo. Como cuando Pinochet. Ya saben, ya todos recordamos, aquello también era una prioridad para Occidente.

Pero la culpa no es del pobre Guaidó, la culpa de esta semana de embrollo mediático telenovelero es de Estados Unidos. Porque que Guaidó use súplicas y resurrecciones mediáticas como si fuera un telepredicador en lugar de carros de combate para dar un golpe de estado, no se le puede achacar a él, se le tiene que adeudar a quien le maneja. Al titiritero. A Estados Unidos.

Y queda muy feo el homenaje que le están haciendo a Kissinger. Los golpes de estado, por favor, se dan bien, que al final, las chapuzas terminan ocasionando una guerra civil o un conflicto armado con su correspondiente derramamiento de sangre. Pero hasta 300.000 barriles de petróleo a cinco litros de sangre por individuo, hay margen, sobre todo porque si hay guerra, también la industria armamentista puede hacer negocio. Y la farmacéutica. Y la dedicada a la seguridad. De hecho, los Blackwater ya quieren hacer negocio ofreciendo varios miles de mercenarios para resolver el jaleo.

En fin, ¡qué pereza! Por favor, que alguien llame al bueno de Henry Kissinger y le explique tanto a Trump como a Guaidó que los gobiernos no caen por tuits, pero que si siguen manteniendo las sanciones y provocando el hambre, claro que caerá Venezuela. Pero a la manera del toro acuchillado decenas de veces por mal torero, que muere ya de rabia e impotencia y no de certeras estocadas. Que llevamos ya con esta vaina unos cuantos años.

Y para entonces el espectáculo será tan dantesco que me temo que no habrá merecido la pena. Eso sí, Trump y Guaidó salen de esta con Nobel de la Paz. Y si no, al tiempo.

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