Lo extraño y diferente
El Gobernador de Minnesota Tim Walz, candidato demócrata a la vicepresidencia en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, se refirió a sus oponentes republicanos como “gente rara” y, desde entonces, el apodo se ha mantenido vigente y transformado en parte de la campaña publicitaria. Trump respondió… “Ellos son los extraños. Nadie nunca me ha llamado extraño. Puedo ser muchas cosas, pero raro no soy”. Y el candidato a la presidencia en las primarias del partido republicano, Vivek Ramaswamy, escribió en X que los insultos extraños “son un poco irónicos viniendo del partido que predica diversidad e inclusión”.
Todos presumimos que el término tiene una connotación bien peyorativa y nadie quiere ser tildado de “raro” o “extraño”. Desde un punto de vista estrictamente político podemos entender porque ha adquirido un cierto valor estratégico en la campana democrática, pero aun así su uso es bien regresivo. Cuando ambos lados tratan de evitar la calificación, lo “raro”,“extraño” o “diferente”merece cierta consideración, a pesar de su mala fama.
Si no recordamos mal es principalmente en la literatura especulativa en donde reside todo lo extraño, fantástico, amenazante e inusual. Según el escritor H.P. Lovecraft el horror sobrenatural en la literatura es un tipo de relato que desafía nuestra comprensión, que damos por sentada, de cómo funciona el mundo. Y lo hace a través de “una suspensión o derrota maligna y particular de esas leyes fijas de la Naturaleza que son nuestras únicas salvaguardas contra los asaltos del caos y los demonios del espacio inexplorado”.
El extraño relato en esta forma literaria es algo completamente opuesto a las pretensiones humanas de grandeza llamando la atención, en cambio, acerca de todo lo que desconocemos sobre el universo y cuan precaria realmente es nuestra situación en el mundo. La verdad es que sin esos artistas, científicos y pensadores que traen ideas “extrañas” y nuevas formas de ver el mundo, nuestra comprensión de la realidad sería mucho más pobre y limitada de lo que ya es.
Sin exageración se podría decir que todo el progreso que el humano ha logrado es parte de una historia extraña producida por visionarios incomprendidos por su época. Los “raros” son los que introducen grietas en el edificio del statu quo, liberando posibilidades para futuras formas de expresión como las subculturas, las identidades de género, los disidentes, los inadaptados o las formas inusuales de autoexpresión entre tantas otras que el mundo ve negativamente como desviaciones de la norma.
Por supuesto, no todos los bichos extraños cambian las cosas, ni mucho menos Trump y sus seguidores ultra convencionales, que son lo opuesto a toda posible diferencia.
En las capas más profundas de nuestra psique se esconde el temor a lo extraño o lo que es diferente y, a pesar de todos nuestros intentos por privilegiar la normalidad y fijar la identidad, la diferencia es la que siempre reina.
Si tratáramos de hacer un poco de filosofía, la historia iría más o menos así: Frente a la caótica multiplicidad de cosas que encontramos suponemos que hay un ser por debajo de ellas… Dios, la Sustancia, la Idea, la Materia o la Naturaleza que sería el significante trascendental del que dependen todos los otros, digamos, el eje que liga y mueve todo lo que hay. La ultima realidad. Y es de esta identidad de lo que la ontología ha venido hablando por mas de dos mil años… “desde Parménides hasta Heidegger, la ontología ha mantenido la idea de que todos los seres expresan su ser con una sola voz, un solo Océano para todas las gotas, un solo clamor del Ser para todos los seres”. Por tanto, el ser, en buenas cuentas, es unívoco… ¿cierto?
Cierto… el ser es unívoco. Pero la univocidad no implica en ningún sentido uniformidad. Al contrario, la univocidad se afirma como base de una diferenciación primordial e ilimitada. Para que algo sea, es necesario que esté involucrado en un proceso por el cual se convierta en algo diferente o nuevo. Ser es siempre alteración. Según Deleuze no hay ningún concepto más primordial debajo de la diferencia. El único absoluto es la diferencia misma que esta detrás de todo y nada detrás de ella. La diferencia es lo que hay y lo que crea lo nuevo, lo que posibilita la multiplicidad, la causa inmanente de la que emana la existencia.
Si dejamos de lado las nociones de sustancia, esencia, identidad o realidad última, con lo que nos quedamos es con la diferencia positiva sin otra base que sí misma, constantemente creando y nunca igual a sí misma. No sólo la diferencia entre un ente y otro sino la diferencia dentro del ente mismo. No es que haya una vida indiferenciada que luego necesita ser estructurada por la diferencia.
Las diferencias genéticas, por ejemplo, crean diferencias en cada mutación. No es el caso que tengamos un mundo que luego diferenciamos. La vida misma es diferencia y esta diferencia en cada caso es diferente: diferencias genéticas, diferencias químicas, diferencias animales, diferencias lingüísticas, diferencias imperceptibles y diferencias tecnológicas que causan interacciones ajenas a las intenciones humanas.
Si no hay un ser absoluto que se ubica más allá de toda diferencia, con lo que terminamos es con una “pura inmanencia en donde ninguna diferencia es privilegiada, centro o fundamento de otra”. En otras palabras, para poder realmente pensar y afrontar la vida, necesitamos dejar atrás la tendencia a verla en términos fijos e inmóviles. El problema es que pensar la diferencia en términos positivos no es tarea fácil porque va en contra del sentido común y, por eso, la diferencia es un eterno desafío. Cada vez que aparece tendemos a etiquetarla y subordinarla a lo mismo. Grupos, instituciones, sindicatos, gobiernos y partidos políticos en poco tiempo se vuelven escleróticos y apartan y persiguen a cualquiera que desafíe la ortodoxia reinante.
Por mucho que Trump produzca naúsea y Kamala Harris cierta simpatía, la verdad es que la política sigue siendo la política de la elite del poder que maneja los hilos detrás de la cortina. Los manifestantes contra la guerra y el genocidio palestino seguirán siendo vigilados y arrestados, los banqueros y corporaciones cosechando sus ganancias y la maquinaria de guerra nos acercará cada vez más a la catástrofe nuclear.
Los inmigrantes del Sur seguirán siendo maltratados y la policía continuará disparando a personas negras con el mismo ritmo desproporcionado de siempre, mientras los pobres llenan las cárceles.
Ésta es la política interna de Estados Unidos y es cosa de ellos. Otra cosa es la política exterior. Esa es algo que a todos nos concierne. El imperialismo es esencial para la política y el poder de Estados Unidos. Cualquiera diferencia real o imaginaria entre los dos partidos en su política exterior es una fachada que se lleva a cabo con el entendimiento común de mantener y expandir su hegemonía.
Harris, en su discurso, concluyó con los mismos clichés habituales asociados a la política de seguridad nacional. Subrayó que “garantizará que Estados Unidos siempre tenga la fuerza de combate más fuerte y letal del mundo y que tomará todas las medidas necesarias para defender los intereses de nuestra nación”. En el fondo sabemos que esos intereses son los intereses de las corporaciones. Y el ex secretario de Defensa, León Panetta y el senador y astronauta Mark Kelly subrayaron el belicismo nacionalista al afirmar que el ejército de Estados Unidos seguirá siendo la policía del mundo. La política de lo mismo en oposición a una política diferente.
Pero, como dice Deleuze, si la diferencia siempre reina… ¿por qué, entonces, nos encontramos siempre con la misma política capitalista?
La verdad es que, si ponemos atención, las apariencias del capital son siempre cambiantes: capitalismo mercantil, capitalismo monopolista, capitalismo neoliberal y el actual que contiene cierta ambigüedad y no está muy claro como llamarlo… capitalismo de plataforma, capitalismo cognitivo, capitalismo bío político o capitalismo neurotardío, entre otros, que trae diferentes formas de explotación y desigualdad encima de las que ya teníamos.
Lo que hoy padecemos puede que ya no sea capitalismo, sino algo más siniestro. Un número creciente de trabajadores se pasan sentados frente una computadora, mirando el teléfono o asistiendo a reuniones. Una forma diferente de extraer ventaja en beneficio de otro. Si en la época industrial el vampiro era el símbolo de la explotación, hoy es el enchufe el que chupa el cerebro del cliente.
La clase dominante de nuestro tiempo ya no mantiene su dominio a través de la propiedad de los medios de producción, ni de la propiedad de la tierra. Todavía el capitalista los posee, pero lo que ha empezado a perder es su posición dominante dentro del sistema para ser reemplazado por los que ahora poseen y controlan la información. Y esta no es solo una variación del capitalismo sino algo diferente.
Por supuesto que la explotación agrícola e industrial, e incluso la esclavitud, todavía existen. Pero, como la historia muestra, los modos de producción coexisten e interactúan.
La cosa es que uno adicional y diferente ha surgido con una nueva forma de explotación, no a través del control de los medios de producción, que ni siquiera necesitan poseerlos, sino a través de la extracción de la información excedente de los trabajadores y consumidores individuales. La mercantilización ya no significa sólo la aparición de un mundo de cosas sino la aparición de un mundo de información sobre las cosas.
Quienes controlan las plataformas constituyen la nueva clase dominante que posee y controla las patentes que preservan el monopolio de estas tecnologías. Es la clase que produce un mundo por sobre y en contra de nosotros y que trata de subordinar a los capitalistas, como estos subordinaron a la clase terrateniente en el pasado.
Ciertamente la información siempre ha sido una fuerza de producción. La diferencia es que ahora la información se ha transformado en la fuerza dominante en el proceso de producción. Como vemos, la diferencia la encontramos por todos lados, pero no necesariamente para mejor.
* Profesores de Filosofía chilenos graduados en la Universidad de Chile. Residen en Ottawa, Canadá, desde el 1975. Nieves estuvo 12 meses presa en uno de los campos de concentración durante la dictadura de Augusto Pinochet. Han publicado seis libros de ensayos y poesía. Colaboran con surysur.net y el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)
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