Los hechos y su interprtación – EL 5 DE OCTUBRE Y LA HISTORIA RECIENTE DE CHILE

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

En la tarde de aquel sábado 5 de octubre de 1974 la DINA, el entonces flamante aparato represivo creado por el dictador en persona, irrumpió en la casa de Santa Fe con un despliegue de armamento y hombres poco usuales en los operativos rutinarios de sus agentes. Los cientos de sicarios, apoyados por otro importante número de uniformados que conformaban el segundo anillo, realizaban este despliegue de potencia armada porque dentro de esa casa no estaban los hombres, mujeres y hasta niños que eran raptados en solitario, generalmente en la noche, sin más defensa que los gritos y los ruegos inútiles de los pocos familiares que presenciaban estos atropellos.

Dentro de esa casa había militantes de izquierda temibles para el dictador y sus secuaces. En ese inmueble de apariencia anodina –como debe ser un refugio clandestino– estaba la plana mayor del Comité Central del MIR, entre los cuales la palabra “rendición” estaba excluida si llegaba un momento como el que comenzaban a vivir esa tarde.

Esto lo sabían los “valientes soldados”. Un año antes habían experimentado su primera derrota militar cuando miles de ellos, apoyados por tanques, cañones y bombardeo aéreo, fueron incapaces de penetrar en el viejo edificio de La Moneda defendida por 32 hombres– médicos, abogados, profesionales y funcionarios civile–, que los mantuvieron a raya por más de seis horas hasta que el presidente Allende ordenó terminar la defensa con el fin de evitar las masacres que, a manera de chantaje, comenzaban ya a gestarse en las barriadas pobres de la capital.

“Siempre vencedor, jamás vencido”

Es la frase que le gustó acuñar al dictador para referirse a su ejército, no al Chile, y que aún repiten los parlantes del Parque O’Higgins cada 18 de septiembre. Aplicada a los auténticos soldados, esos que en lejanos tiempos lucharon por la patria de todos los chilenos, tiene visos de innegable verdad si se revisa la historia militar. Pero cuando se trató de la “guerra interna”, esa falacia sangrienta inventada por los dictadores para justificar el asesinato cobarde de sus propios compatriotas indefensos, este ejército consigna su más afrentosa derrota.

Además de la mácula imborrable con la cual la dictadura mancilló la hoja de vida del ejército chileno, en los pocos enfrentamientos reales en que participaron sus efectivos contra militantes armados de la izquierda, el balance muestra un vergonzoso “jamás vencedor, siempre vencido”. Eso ocurrió también ese día memorable de 1974 cuando el joven médico Miguel Enríquez cayera abatido por la tropa que atacó su refugio.

Desde un punto de vista estrictamente militar, y usando como parangón las gestas más señeras del Ejército de Chile, los verdaderos herederos de esa tradición estaban el 11 de septiembre dentro del Palacio de gobierno y el 5 de octubre de 1974 dentro de la casa de Santa Fe 725.

El grupo que atacó esa vivienda se ha calculado en poco más de 200 hombres entre militares y policías, apoyados por un carro blindado y un helicóptero, según consigna el informe Rettig. El “enemigo” en el interior del inmueble estaba formado por tres hombres, Miguel Enríquez, Humberto Sotomayor y José Bordaz, más una mujer, Carmen Castillo Echeverría, compañera de Miguel Enríquez que estaba, además, embarazada.

¿Cuál fue el resultado de este formidable operativo? Sólo una baja, Miguel Enríquez que fue acribillado por más de 10 tiros cuando, ya malherido, protegía la retirada de sus compañeros, y Carmen Castillo, la Catita, que fue alcanzada por una bala en el hombro, siendo luego golpeada en el suelo por los atacantes que ingresaron al inmueble una vez finalizada la refriega.

Esta actitud cobarde que caracterizó a los aparatos represivos del pinochetismo cuando se encontraban frente a mujeres embarazadas, le aportó a los militares su segundo trofeo en esta acción: producto de los golpes propinados a Carmen Castillo que, como se dijo, se encontraba herida y en el suelo, su hijo murió a poco de nacer en Francia, a donde la solidaridad internacional logró sacarla más tarde.

Los otros dos militantes del MIR, Humberto Sotomayor y José Bordaz, lograron abrirse paso a balazos entre el enjambre de atacantes alcanzando las calles aledañas y escapando de un cerco cuya inefectividad sólo se explica por el temor de los militares ante el fuego nutrido con que los dirigentes clandestinos repelieron el asedio desde los primeros minutos.

La valentía de los defensores del Palacio de Gobierno y la de los asediados en Santa Fe 725, son sin duda actitudes que reviven esa tradición de orgullo del soldado chileno que resistió en La Concepción y en el Combate Naval de Iquique ante fuerzas abrumadoramente más poderosas, y que tanto gustan citar los autoridades militares.

Sin embargo hasta hoy, ni un mínimo gesto, ni una modesta frase de reconocimiento que debiera caracterizar la nobleza de un soldado ante el heroísmo de su adversario, como la de ese caballero del mar, el comandante peruano Miguel Grau ante el heroísmo de Prat, se ha escuchado de los actuales jefes de la Fuerzas Armadas en Chile.

¿Cuál fue, en cambio, la respuesta de los jefes castrenses de entonces y que servían de manera incondicional al dictador? En el caso del ataque a La Moneda, asesinaron de manera vil, con las manos atadas con alambres y en la impunidad de sus cuarteles, a los miembros del GAP y a otros civiles que habían resistido en el terreno militar a profesionales de las armas que contaban, además, con recursos formidables para el combate. En los sucesos de Santa Fe 725, se ensañaron golpeando a una mujer herida y embarazada a la que luego continuaron torturando en la seguridad de sus mazmorras, al punto de ocasionar daños irreparables al infante en gestación, todavía más indefenso ante tamaña cobardía.

El alfa y omega de una época diferente

Tales fueron los hechos concretos que llevaron a la muerte a Miguel Enríquez Espinosa ese cinco de octubre. Su alevoso asesinato a manos de la dictadura, no obstante lo dolorosa que ella fue para su entorno, su familia y sus camaradas, lejos de ser una derrota sirvió como vigoroso estímulo a la resistencia que comenzaba a articularse en la profunda clandestinidad.

En el otro 5 de octubre, el de 1988, se producía lo que entonces se consideró como una gran victoria contra la dictadura: el pueblo chileno rechazaba con los votos del plebiscito las pretensiones presidenciales del sátrapa. Mirado así, en sus resultados concretos e inmediatos, había sido efectivamente eso: una victoria. Sin embargo, a la luz de la realidad actual del país y del mundo, ella puede considerarse como la última y gran batalla social y política que dio el pueblo chileno con un objetivo que entonces iba mucho más allá de la salida del tirano.

El contexto internacional en el cual se produce el triunfo del “No” mostraba ya las fisuras premonitoras del poderoso sismo que, apenas un año después, acabaría con el edificio carcomido de los países socialistas liderados por el gran fraude que constituyó la Unión Soviética. La salida de la dictadura representada por ese plebiscito, en lugar de ser el corolario del sueño socialista de un pueblo iniciado en los tres años de la Unidad Popular, el sueño de quienes lucharon y de quienes ofrendaron sus vidas, entre ellos Miguel Enríquez, originó en cambio una coalición política híbrida de administradores del capital privado que rápidamente se apegó al carro del neoliberalismo triunfante.

Naturalmente que la derrota política de la izquierda chilena el cinco de octubre de 1988, iniciada paradojalmente a partir del triunfo plebiscitario del “No” en el que el pueblo juega el papel primordial, no fue sólo consecuencia de errores locales cometidos por los principales partidos populares. El final del sueño socialista chileno lo determinó innegablemente el despertar amargo que siguió a la caída del edificio socialista mundial por lo que la realidad actual de Chile no habría sido muy diferente cualquiera que hubiera sido el ordenamiento político después de la dictadura.

Hay quienes, perdiendo una vez más de vista la realidad objetiva, suponen que la rearticulación de la unidad socialista-comunista en aquellos tiempos hubiera podido cambiar este destino. Pero la realidad fue otra. El oportunismo del Partido Socialista, que con un olfato digno de mejor causa se pasó mucho antes del plebiscito al bando del reformismo, condenó a la izquierda al peor escenario al derrumbarse la entelequia del socialismo real en el planeta.

La situación política interna no ha cambiado de manera significativa en estos 18 años. La incapacidad de la izquierda para ofrecer una alternativa real, provoca que la política del “mal menor” perpetúe estos gobiernos de la Concertación que se empantanaron hace tiempo cazados en el consumismo neoliberal del que tanto gustan nuestros capitalistas globalizados.

Eppur si move

Cierto. No obstante el inmovilismo local de las fuerzas populares en Chile, la realidad mundial, en especial la de América Latina, empieza a moverse de manera inquietante. Ello puede ser un gran aliciente para que la izquierda chilena salga del estupor que la mantiene paralizada, estructurando una política coherente en base a una estrategia flexible, moderna, adaptada a la realidad actual del país, que le permita establecer alianzas a corto y largo plazo, poniendo como prioridad romper el aislamiento social y político en que se encuentra, abandonando de una vez por todas, esa imagen de horda incoherente cuyo único factor de unión es la lógica de la molotov, de la destrucción, del caos y del pillaje, es decir la anarquía en su más equivocada interpretación.

Sólo así nos acercaremos a entender el real significado del sacrificio de un hombre y la gesta de un pueblo, conmemorados ambos este 5 de octubre.

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* Científico y escritor.

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