Lula: «Sueño con una América Latina más fuerte»
Carmen Lira Saade*
El presidente de Brasil, Luis Inacio Lula da Silv a, en entrevista con La Jornada, afirmó que la democracia avanza en Latinoamérica, que la izquierda no es golpista en la región, que se puede gobernar sin reunirse con dueños de medios de comunicación y criticó con severidad el muro en la frontera México-Estados Unido. "Soy un hombre de izquierda, de convicciones, de principios…", dijo.
Indicó, asimismo, que sería "mucho más fácil que algunos medios de comunicación asumiesen categóricamente su compromiso partidario. Ahí la gente sabría quién es quién". Sobre las tres elecciones en las que resultó derrotado, expuso: "éramos muy radicales. Si hubiera ganado con un discurso tan duro, no habría durado ni seis meses en el poder".
Desde el punto de vista social, hicimos una revolución que no ha terminado, apuntó Lula, quien criticó a las elites políticas de la región que se subordinaron al imperialismo. "Sueño con la reforma de la ONU y con contribuir al desarrollo de África", dijo
-Señor Presidente, ¿es golpista la elite política de su país y en particular la poderosa elite periodística de Brasil, como insinúan algunos medios que usted ha llegado a acusar?
–Para que un golpe de Estado fraguado desde el exterior tenga éxito –responde– necesita apoyo interno, apoyo que sólo elites políticas nefastas (que toda nación latinoamericana tiene en su seno) pueden dar. Pero hay que diferenciar: dentro de la elite existen varios sectores: uno se encuentra también con empresarios de alta calidad, empresarios con una fuerte visión nacional y desarrollista. Pero cuando yo digo elite política, me estoy refiriendo a aquellos que deciden el destino del país.
Y Lula rememora los momentos en que esos grupos pusieron en jaque a la gran nación brasileña, orillando al suicidio a un primer mandatario, el presidente Getulio Vargas (1954); acosando, casi hasta el derrocamiento, al gobierno de Juscelino Kubitschek (1956-61), y deponiendo a su sucesor Joao Goulart mediante un golpe militar (1964).
Lula es cauto, pero tras los enfrentamientos recientes que ha tenido con los medios, acaba hablando claro:
“Esa misma elite –amplía el presidente brasileño– es la elite de hoy, con sus herederos directos que obtuvieron no solamente el patrimonio (material), sino a veces, también, el mismo comportamiento y conciencia política” de sus antecesores.
Cuando Lula alcanzó la presidencia, esos mismos grupos esperaron su fracaso: apostaron a “que la izquierda y su obrero metalúrgico iban a sucumbir por su incapacidad para gobernar el país. Pero hemos podido demostrar –dice satisfecho– que se puede gobernar sin almorzar, comer o desayunar con los dueños de los medios de comunicación”, dice contundente. "Entiendo y respeto el rol de ellos. Espero que ellos entiendan y respeten el mío".
Sin embargo, en los momentos actuales no puede decirse que el presidente tenga espacios seguros en los diarios, ni tiempos frecuentes en la televisión. Es raro encontrar elogios para él, aunque tampoco lo atacan en demasía, salvo en ocasiones especiales en que el golpeteo deriva en campaña feroz de desinformación en su contra.
No, al presidente de Brasil la elite en el poder de los grandes medios simplemente lo ignora. Y con ignorarlo a él, han olvidado o dejado de lado a grandes sectores de hombres y mujeres trabajadores como los "Sin Tierra", del movimiento social-agrario más grande de América Latina, con alrededor de un millón y medio de campesinos sin tierra organizados que no han sido debida y oportunamente atendidos por el gobierno de Lula, a pesar de que, en su momento, le dieron su apoyo electoral.
–¿No se habrá corrido demasiado al centro?, sospechan algunos.
–Yo me considero un hombre de izquierda y los resultados de las políticas que implementamos son todo lo que la izquierda soñaba que se hiciera– sostiene.
“Nunca me gustó rotularme pero –insiste– sigo siendo de izquierda. Soy un hombre de convicciones, de principios” –ha dicho en reiteradas ocasiones–: "Sé de dónde vengo, quiénes son los amigos verdaderos, quiénes los ocasionales, a dónde voy y a dónde voy a volver".
Si por los medios de comunicación fuera, nadie tampoco en Brasil se habría enterado de que en los últimos ocho años, el gobierno que él encabeza ha sacado de la miseria absoluta a 27 millones de personas; ni que, simultáneamente, ha elevado a la clase media a 36 millones de brasileños pobres, ni que ha creado, en sus dos mandatos de cuatro años –cada uno–, 15 millones de empleos. No es poca cosa y, sin embargo, nadie de la "gran prensa" lo "cacarea".
Quizás lo que produce mayor frustración entre sus detractores es que estaban seguros que un hombre que venía de la izquierda y del sindicalismo no iba a saber conducirse "democráticamente".
"La democracia, para mí, no es media palabra", ataja de inmediato… "La democracia, para mí, es una palabra entera, sólo que algunos entienden por democracia apenas el derecho del pueblo a gritar que tiene hambre, y yo entiendo por democracia no el derecho de gritar sino el derecho de comer. Esa es la diferencia fundamental", remarca. "Democracia para mí es permitir el derecho a la conquista y no permitir sólo el derecho a la protesta."
Luiz Inacio da Silva –"Lula" para todo el mundo–, el humilde obrero que no habla más idioma que su portugués materno; que no fue nunca a una universidad –"no hay universidad, además, que enseñe a gobernar"–, ha creado, sin embargo, en el tiempo que lleva en el poder, 12 nuevas universidades y 105 extensiones universitarias para 545 mil nuevos alumnos, 40 por ciento de ellos negros (pobres de las periferias citadinas). Y gobierna, sin más crédito que el que le dio su pueblo, el país más grande y más poblado (191.5 millones de habitantes) de América Latina, donde lleva adelante la mayor acción social y educativa de que se tenga memoria en el sur del continente.
De acuerdo con encuestas nacionales y extranjeras, a estas alturas y tras ocho años al frente de la nación, el presidente Lula tiene una aceptación ciudadana de más de 80 por ciento. Ningún político en el mundo "democrático" y en medio de la crisis global, cuenta con un reconocimiento siquiera cercano, que a unas horas de las elecciones presidenciales en este su país, ha hecho prácticamente invencible a su ungida candidata Dilma Rousseff, quien puede ganar en una primera vuelta comicial.
A él le costó 12 años y tres elecciones fallidas llegar a la victoria. Cada derrota no traía amargura, pero sí un gran sufrimiento, al que se sobreponía no sin cierta dificultad: "Yo perdía en noviembre y ya en enero estaba de nuevo al frente de mi tropa para levantarle el ánimo y volver a recorrer con ella el país", ha dicho el presidente. "Teníamos que luchar y perseverar. Fue la perseverancia la que me trajo hasta donde he llegado". La sola evocación de aquellos días trae un brillo a sus ojos.
“Hoy pienso –creo– que ahí intervino el dedo de Dios… Sí, fue seguramente el dedo de Dios el que evitó el triunfo a nuestro favor en las tres elecciones, porque no deberíamos haberlas ganado”.
–¿Por qué?
–Porque nosotros éramos muy radicales en ese entonces. Si yo hubiera ganado, con el discurso tan duro como el que tenía, no habría durado ni seis meses en el poder. “Sí, sí –dice en entrevista de hace unos meses con el Canal Encuentro de la televisión argentina–: fue el dedo de Dios el que nos salvó y salvó al país, porque para llegar a ser presidente tiene que haber en el individuo una evolución de la conciencia política”, subraya.
"Ya estaba destinado que yo llegara al gobierno de mi país, más fortalecido y con más conocimientos y sabiduría, aunque fuera después de 12 años de intentos", dice a manera de consolación. Y también, diríamos nosotros, con muchas lágrimas (aunque de júbilo), porque, ¡ah, cómo lloró! aquella noche de su primer triunfo (27 de octubre de 2002), en medio de ese salón cercano a la avenida Paulista, al que acudieron políticos de la nueva y vieja guardia; sindicalistas, artistas, dirigentes y militantes de partidos de todo el continente, para celebrar la victoria largamente anhelada por ese hombre que, luego de pronunciar un brillante discurso, quedó mudo y, sin rubor alguno, enjugaba sus lágrimas.
Para algunos –sobre todo para la tropa periodística que lo acompañaba de costumbre– no era extraño ver llorar en público al nuevo líder de "tamaño" país. "Lula es extremadamente sensible. Es un llorón natural", explicaba un viejo conocido. "¡Pero no un cagón!", aclaraba iracundo, por si había malos entendidos, uno de sus múltiples seguidores.
Hoy, ese hombre que todavía al inicio de los años 80 del siglo pasado detestaba la política y que no se interesaba por otra cosa que no fuera su sindicato o, ya con mucho, por la política sindical, se codea con las más importantes figuras de la escena política internacional de su tiempo, como Fidel Castro, quien, dice, le enseñó a convertir un fracaso en una victoria; o los líderes de Rusia, India y China, con quienes ha formado el BRIC, para llevar adelante una política "multipolar". Son ampliamente conocidos y reconocidos sus esfuerzos en favor de un nuevo orden mundial, tanto en lo geopolítico como en lo económico.
Pese a ello, dice llevar una buena relación con Barack Obama (quien se refiere a él como "un buen tipo").
Antes lo hizo con George Bush (hijo), "un hombre que se la pasaba hablándome de Irak todo el tiempo" y de la guerra que libraba con ese país. "Pero yo no tengo nada contra Irak, señor presidente", le había dicho. "Mi única guerra es contra el hambre."
Brasil es, con Lula, muy popular en el mundo árabe e islámico. Se habla de un BIT, la alianza mediante la declaración de Teherán con Turquía e Irán. En esta nación existe una política bien diseñada hacia África, donde Lula ha abierto más de 30 embajadas (México tiene tres), y, en particular, con las antiguas colonias portuguesas, con las que ha entablado excelentes relaciones económicas. Los primeros socios económicos de Brasil son hoy (en orden descendente) China, la Unión Europea y Estados Unidos. Con China, Lula practica una complementariedad geoeconómica. Se calcula que Pekín invertirá en Brasil, durante el próximo cuatrienio, 40 mil millones de dólares por año.
En un reciente artículo publicado en Le Monde, el canciller Celso Amorim se refirió a los grandes ejes de la política brasileña: la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), la multipolaridad, el BRIC, el derecho a usar en forma pacífica la energía nuclear, etcétera.
En los hechos, Lula inicia la restatización de Petrobras y la creación de una "supraempresa" llamada Petrosal, de propiedad estatal.
El Lula temeroso de los comienzos de sus gobiernos da paso naturalmente a un Lula exultante por tantos éxitos.
A continuación, la versión completa de la entrevista que el presidente Lula concedió a La Jornada, al periódico electrónico de Brasil Carta Maior y al diario argentino Página 12, en el Palacio de Planalto, sede del gobierno brasileño, en la ciudad de Brasilia, pocas horas antes de la asonada policial que intentó deponer al presidente constitucional de Ecuador, Rafael Correa.
"En la presidencia se aprende primero a gobernar"
–¿Qué diferencia hay con el Lula de 2003 y su relación con el Lula de 2010? ¿Qué le ha enseñado, qué ha aprendido, cómo se ha transformado, en qué ha cambiado con el ejercicio de la presidencia?
–Pienso que en la presidencia se aprende primero a gobernar. Cuando se llega a la presidencia de la república, uno se encuentra con la convivencia de muchos años de oposición, en la cual uno va a un debate, a una reunión y dice a sus interlocutores "yo pienso, yo considero, yo creo". Cuando se está en el gobierno, ya no se piensa, no se considera, no se cree; se hace o no se hace. Y el gobierno es una eterna toma de posición.
“No me voy a quedar quejándome, pero sí podrían acompañar (la prensa). Yo no creo que haya habido un presidente que hubiese tratado a la democracia con la importancia con la que la traté, porque yo sé cuán importante es para mí. Pero algunos comprenden de manera diferente… también eso es democracia. Pero es importante entender lo que sucedió en Brasil. El pueblo brasileño levantó la cabeza, la autoestima a un nivel extraordinario, y pienso que eso sólo va a mejorar. Cuando la gente percibe que cuanto más pluralismo hay, cuantas más opciones hay, mejor informado estará el pueblo, porque ahí el pueblo tiene una canasta de informaciones. Por eso es que creo que es importante la revolución de Internet, que mucha gente todavía no comprende, o no quiere comprender. Ahora, todo después de Internet es viejo, todo, porque Internet es tiempo real… No sé cómo es que el mundo va a sobrevivir a esta avalancha de posibilidades de información que la sociedad tiene. La gente interactúa, responde, critica, se siente coautora de la noticia, creo que eso es extraordinario.”
–A su juicio, ¿quién es responsable de los golpes de Estado que ocurren en América Latina: el imperio o las elites nacionales, o ambos?
–Hay que diferenciar que dentro de la elite existen varios sectores. Uno encuentra empresarios brasileños que son empresarios de alta calidad, empresarios con una fuerte visión nacional, con una visión desarrollista. Cuando yo hablo, hablo de elite política, aquellos que deciden el destino del país. Y en América Latina tenemos una mentalidad colonizada. Hasta hace poco, en Argentina, los gobernantes se quedaban discutiendo quién era más amigo de Estados Unidos, quién era más amigo de Europa; aquí en Brasil pasa lo mismo. Con la entrada de (Néstor) Kirchner y de Cristina (Fernández), uno puede estar en desacuerdo –es legítimo el desacuerdo–, pero hubo un cambio en Argentina, con una visión del mundo con más independencia, con más soberanía. Lo mismo pasó en Brasil, en Venezuela, en Ecuador, está pasando en el mundo.
“Nunca acepté la idea de quedarnos sentados sobre nuestros errores, criticando sólo al imperialismo: ‘¡Ah!, somos pobres por culpa del imperialismo estadunidense; estamos enfermos por culpa del imperialismo estadunidense; nos pasó por culpa del imperialismo estadunidense’. Esa es media verdad. La otra verdad es que la elite política de cada país se subordinó cuando no necesitaba subordinarse. Es más fácil criticar a los otros en vez de ver nuestros defectos. Creo que es una vergüenza lo del muro de México y Estados Unidos. Creo que es una vergüenza, después de toda la glorificación de la caída del Muro de Berlín, que haya un muro en México y que haya un muro en Israel. Creo que es muy vergonzoso para la humanidad. Pienso que el único muro que deberíamos asimilar es la Muralla China, que se transformó en algo turístico. El resto son muros segregadores, y nadie dice nada, nadie dice nada. No se ven fotografías del muro que separa a México de Estados Unidos en los medios de comunicación.
"Creo que eso es grave. Uno no puede echarle sólo la culpa a los otros. Tenemos que saber lo siguiente: ¿en qué fallamos, como elite política, como elite intelectual, como pueblo, en qué fallamos? En la construcción de nuestra imagen, de nuestra personalidad, de nuestra riqueza. Creo que esa es la discusión que necesitamos.
Porque es muy fácil, por ejemplo, que Chávez diga que Venezuela era pobre a causa de los yanquis, que estaban explotando ahí a PDVSA (empresa petrolera venezolana). No, Venezuela era pobre porque mucha gente de la elite de Venezuela se beneficiaba con el comportamiento de los estadunidenses. Creo que hace falta decir estas cosas de manera categórica. No eran los yanquis los que llevaron a Bolivia al empobrecimiento. Ellos tuvieron políticas para Bolivia, adoptadas por la elite política de Bolivia, que llevó al pueblo de Bolivia al empobrecimiento. Lo que quiero decir es que la gente no puede sólo criticar a los de afuera sin comprender a los serviciales de adentro."
—Algunas personas elogian al presidente Lula porque es una continuidad del ex presidente Fernando Henrique Cardoso…
–Primero vamos a dejar claro lo siguiente: si yo hubiese continuado la política de Fernando Henrique Cardoso Brasil hubiera quebrado. Nosotros sólo llegamos adonde llegamos porque hicimos las cosas de manera diferente. Sólo quería decirte que cuando yo asumí la presidencia, Petrobras valía 13 mil millones de dólares de su valor patrimonial. Y hoy Petrobras vale 220 mil millones de dólares. Algo cambió.
“Cuando llegué al gobierno la consigna era que el gobierno no podía gastar, no podía hacer inversiones porque todo tenía que garantizar el superávit primario. Y había que cuidar el déficit. ¿Qué sucedió? Nosotros, que estábamos subordinados al FMI, nos libramos del FMI. Nosotros, que no teníamos ninguna reserva, vamos a llegar al final del año con 300 mil millones de dólares de reservas. Nosotros, que éramos deudores, nos volvimos acreedores del FMI. Y la situación de Brasil cambió radicalmente; incluimos a los millones de excluídos que no eran tomados en cuenta. Éramos un país de economía capitalista sin capital, sin crédito, sin inversión.
“Cuando comencé mi vida política en el sindicato, había gente de ultraizquierda que me tildaba de agente de la CIA, sobre todo el personal con buenos empleos. Muchas veces, la gente quería saber cuál era mi perfil ideológico… iba a un debate y la gente: ‘¿Qué eres? ¿Esto o aquello?’. Yo decía: ‘soy tornero mecánico’. ‘¿Eres comunista?’. ‘No, soy tornero mecánico’. Porque a mí nunca me gustó ser etiquetado.
“Cada país tiene sus particularidades. Los Kirchner, tanto Néstor como Cristina, tienen su estilo de gobernar. El dato concreto es que Argentina está mejorando, ese es un dato concreto y objetivo. Nuestro querido Pepe Mujica tiene su modelo de gobierno; el hecho concreto es que Uruguay está mejorando. Yo tengo mi estilo, el hecho concreto es que Brasil está mejorando. Evo tiene su estilo; el hecho concreto es que Bolivia está mejorando, y esto vale para todo el mundo. Eso es lo que me interesa. Esa cosa de la prensa de decir: ‘Lula es el buenito y Chávez el malo’. Chávez tiene que ser bueno para el pueblo de Venezuela, y yo tengo que ser bueno para el pueblo de Brasil, y la verdad es que Venezuela mejoró con Chávez, esa es la verdad. ¿En cuántas elecciones participó Chávez en estos tiempos, eh? Y las ganó todas, acaba de ganar una más: ‘Ah, pero no es la mayoría’. Perfecto, creo que va a ser bueno para Chávez, porque va a tener que ejercitar el debate político con más fuerza, ejercer más la democracia. Pienso que eso es extraordinario.”
–¿Usted continúa siendo un hombre de izquierda?
–Yo me considero un hombre de izquierda y los resultados de las políticas que implementamos son todo lo que la izquierda soñaba que se hiciera. Mire, es un poco una paradoja que yo sea el único presidente que tuvo este país que no tiene diploma universitario, y sea el presidente que más universidades hizo, que llevó más jóvenes a la universidad y que hizo más escuelas técnicas. Fuimos los que más generamos empleos, los que más combatimos la pobreza, los que más practicamos los derechos humanos y los que fortalecimos más la democracia. Este palacio no es un palacio al que sólo entraron príncipes y primeros ministros. A este palacio entraron los sin techo, representantes de las minorías, desempleados, entraron todos los movimientos. Se volvió un verdadero palacio del pueblo brasileño, y creo que esa es una política de izquierda no populista, porque la derecha también puede ser populista: la derecha puede ser populista. El problema es cuando un político es populista o cuando es un político popular. Son dos cosas diferentes.
–¿Cuál es la diferencia?
–La diferencia es que un presidente populista no tiene que tener necesariamente relación con la sociedad, un compromiso con la sociedad. Hace una encuesta de opinión pública, sabe cuáles son las preferencias del pueblo y empieza a hablar de aquello que aparece como resultado de la encuesta. Un político populista no tiene necesariamente una relación muy fuerte con el pueblo. Él decide desde arriba para abajo y piensa que así está bien. Un dirigente popular, va más lento pero prefiere construir desde abajo hacia arriba, haciendo que la sociedad participe de las decisiones. Esa es la forma más extraordinaria que hay de ejercer el gobierno y de ejercer la democracia.
"He dicho que aquí en América Latina, en vez de ser gobernantes, deberíamos ser cuidadores del pueblo. Cuidar, priorizar la fuerza que el Estado tiene para ayudar a aquellos que realmente necesitan del Estado. Pienso que eso está sucediendo en Brasil."
–Las transformaciones para consolidarse y avanzar necesitan, aparentemente, de reformas. Usted está comprometido, con Dilma también, con la idea de una asamblea constituyente autónoma.
–Dos años atrás recibí a una delegación de abogados para discutir la reforma política, y dije que tal vez fuera necesario pensar en una constituyente exclusiva para hacer la reforma política. Porque Brasil necesita una reforma política; es inexorable… tener una fidelidad partidaria, tener un financiamiento público de campaña, tener partidos más fuertes, con los que se pueda negociar. Cuando uno construye una coalición, es una negociación de varios partidos que van a ser parte de un gobierno. Y si los partidos son fuertes, uno negocia con las direcciones del partido las votaciones en el Congreso. Por eso creo que la reforma política es importante.
“Siento que hay mucha dificultad en el Congreso para votar la reforma política. Porque hay gente que prefiere mantener el statu quo. Quien ya es diputado, quien ya es senador se pregunta ‘¿para qué cambiar? Vamos a seguir igual’. Eso es un error para Brasil y un error para la credibilidad del Congreso. Y no puede ser hecho por el presidente de la república, tiene que ser impulsado por los partidos políticos. Una de las cosas con las que puedo colaborar es, primero, convencer a mi partido de que la reforma política es importante, y luego convencer a los partidos políticos aliados de que la reforma política es importante. Si podemos construir una mayoría, se podrá votar la reforma política, diría, en los próximos dos años.”
–¿Piensa que el Estado también debería ser reformado?
–Pienso que necesitamos cuidar que el Estado sea menos burocrático y más ágil. Y eso es muy fácil de decir y muy difícil de hacer, porque hay que mover centenas de corporaciones que, en el fondo, gobiernan Brasil. Porque son las instituciones que tienen su poder, sea el Poder Judicial, la Receita Federal (secretaría de recaudación), la Policía Federal, el Ministerio Público… Hay instituciones poderosas que, en el fondo, son instituciones que tienen poder de presión dentro del Congreso nacional. Yo vi en la constituyente la experiencia de poder de presión de la llamada sociedad organizada. El desafío en que uno pueda proponer una reforma del Estado que no sea una violación, que sea construida a varias manos, y que la gente se dé cuenta de que cada uno tiene que ceder un poco. Creo que hay mucho por hacer, muchas, muchas cosas, redefinir el papel de muchas cosas en Brasil.
“Ese es un proceso en que uno no puede ser tan loco como para pensar que en un mandato de cuatro años lo hará. Hay que construir, diría, casi una acción que envuelva a todos los segmentos de la sociedad, construir un grupo muy grande para ir pensando las reformas necesarias, discutir con el Congreso nacional, discutir con el movimiento social, y cuando uno está listo, hacerlo. Voy a darte dos ejemplos: la cuestión laboral. Creé un grupo de trabajo entre el movimiento sindical, empresarios y gobierno que estuvo próximo, pero no alcanzó a tomar una decisión. La reforma provisional tiene un grupo de trabajo también creado por mí.
“Estoy convencido, por lo que conozco del movimiento social brasileño, que estamos en un proceso de maduración como jamás tuvimos en el país, una relación de confianza establecida entre varios actores de la sociedad, que uno puede dar pasos, y pienso que, ciertamente, va a depender mucho de la definición de prioridades si Dilma es electa presidente. No sé cuándo… porque un gobierno, eso lo aprendí también, un gobierno no puede querer hacer 500 cosas.
"Un mandato es muy rápido. Un mandato dura mucho para la oposición, pero para quien está en el gobierno cuatro años no es nada. Ella tiene que definir correctamente cuáles son sus prioridades y lanzarse a ello, porque si intenta hacer 500 cosas, no lo conseguirá. Mire, Obama perdió el primer año en hacer la reforma en el área de salud. Fue aprobada en el Congreso, pero hasta ser ejecutada va a llevar un año más. Uno no puede perder todo el tiempo sólo en una cosa. El gobierno tiene que utilizar su energía positiva para cuidar de este país 24 horas al día, y esos debates se van haciendo paralelamente en el gobierno con los ministros, hasta que se llega a una propuesta concreta para enviar al Congreso."
–En febrero pasado usted dijo que recorrerá América Latina para mejorar las relaciones entre partidos, movimientos sociales y sindicatos, y también África, ¿cuándo lo hará?
–Es que esa es una parte. Cualquier sindicato de América Latina tiene más reuniones con Alemania o con los estadunidenses que entre nosotros, por lo que conozco. ¿Qué quiero? Primero, que se consolide no sólo una buena relación partidaria, sino una buena relación sindical, una buena relación cultural. De ahí, mi alegría de poder inaugurar la Universidad de América Latina –la Unila–, que creo que es un sueño realizado. La aprobación, por el congreso brasileño, de la creación de la Universidad Brasil-África es otro sueño: tener una universidad aquí para formar gestores, ingenieros, doctores para África. Ese tipo de integración es el que necesitamos y que Brasil puede ayudar a América Latina. Por ejemplo, estamos plantando soya en Cuba. En Venezuela con tecnología brasileña, con conocimiento tecnológico brasileño, estamos ayudando.
“Estamos ayudando a Venezuela a construir cadenas productivas en el área de alimentos, estamos ayudando a hacer sistemas habitacionales como se hace en Brasil, y creo que es en eso que podemos contribuir. Estamos llevando Embrapa, que es nuestra empresa de tecnología, a Panamá, para ayudar en el desarrollo agrícola de Centroamérica.
“Creo que es eso lo que nosotros podemos hacer. No tengo más interés en regresar al partido, no quiero regresar a ser un cuadro del partido, hacer reuniones dentro del partido. Tengo 65 años, estadísticamente puedo tener 10 o 15 años más de vida, creo en la estadística. Sé que, cuando uno llega a los 60 años, cada año, a partir de allí, vale por 10. Entonces, tengo noción del tiempo y tengo noción de que me queda menos de un cuarto del tiempo que ya tuve –o un quinto– para hacer cosas que creo que pueden ser hechas. Tengo entonces que definir y enfocar correctamente una o dos prioridades.”
–¿Usted sueña?, y ¿con qué sueña, señor presidente?
–Soy un eterno soñador. Mire, creo que lo que hicimos en Brasil fue apenas dar inicio al movimiento que consolidó en la conciencia de la mayoría del pueblo brasileño que es posible saber hacer las cosas de manera diferente, que es posible hacer creer a la gente que el gasto en salud no es gasto, es inversión; que cuando uno da dinero a los pobres es inversión, no es sólo cuando uno presta dinero a un rico, cuando uno da dinero al pobre es inversión.
“Yo sueño que si la sociedad brasileña mantiene, en los próximos años, la autoestima que hoy tiene, la credibilidad que tiene hoy en su país y la confianza que tiene en el país, Brasil será un país muy importante en los próximos años, muy importante.
“Yo sueño con esas cosas internas para mejorar, yo sueño con la reforma del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, sueño con una mayor democratización en las instituciones multilaterales y sueño con un mayor compromiso en la toma de decisiones de los países más ricos en este mundo globalizado. Hoy, cuando un país rico tiene que tomar una decisión económica, no tiene que discutir sólo los beneficios y las pérdidas internas, tiene que saber cuál será la repercusión de la decisión en otros países que tienen una economía dependiente, especialmente en este mundo globalizado.
"Sueño con contribuir al desarrollo de África, sueño con ayudar a América del Sur y a América Latina a ser más fuertes, a ser más ricas, y a desarrollarse más rápidamente, o sea, voy a morir soñando que yo no debería morir. Es así."
*Periodista, directora del diario La Jornada de México