Manipulación patriarcal: las muertes que importan (¿y las que no?)

Murió Agustín. Se suicidó a raíz de una falsa acusacion de acoso por parte de su amiga. Era un joven de 18 años de Bariloche, provincia argentina de Río Negro, que se quitó la vida el 22 de diciembre, semanas después de haber sido acusado por una amiga suya de abuso sexual en una marcha feminista.

Tremendo. Injusto. Lo que más indigna es la cantidad de personas (hombres sobre todo) que ahora manifiestan su «indignación» por redes digitales y medios de comunicación hgemónicos, por la muerte de este muchacho, señalando, acusando, a todos los colectivos feministas como si fueran una cosa sola, monolítica.

Los señaladores son las mismas personas que hacen mutis por el foro ante los femicidios: más de 40 ocurrieron en Uruguay en el 2018, señor. Dudo que estas personas hayan concurrido a alguna alerta feminista, dudo de que hayan caminado por 18 de julio (NE: principal avenida montevideana) el 8 de mayo.

Son los mismos que salieron a despotricar por redes sobre la supuesta agresión a unos periodistas. En caso de que halla sido así, es repudiable. No se respetó a una familia de rodillas, en la calle, llorando la pérdida de un ser querido.

Y mientras ocurría eso, nos enterábamos de que una tercera mujer en menos de 24 horas había sido asesinada por otro hijo del patriarcado: incinerada por si hace falta recalcar y subir el grado de espectacularidad a ver si mueve alguna fibra.

Ese mismo «periodismo» que pone en el grito en el cielo ante ciertas acusaciones, que piden que no se generalice. Son los mismos que se abroquelaron y cerraron filas para defenderse a ellos mismos. El corporativismo brotó como el mejor retoño de primavera. El sistema inmunológico del cuarto poder funciona a la perfección. Parece que la libertad de expresión solo se ejerce por televisión o a través de medios gráficos hegemónicos.

La hipocresía con que se lanzan a las redes los machos y las mujeres impregnadas de patriarcado es algo vomitivo. Pareciera que están esperando agazapados para ver por dónde falla la teoría, para ver por dónde se persigue gente o intentan equiparar los femicidios a los hombres que mueren en las guerras.

Luego están los otres, los que se asombran y escandalizan ante un femicidio, una violación. Es lo más fácil sentirse atravesado por lo escandaloso, lo asombroso, lo morboso. La punta del iceberg la vemos todos, pero hay toda una estructura mucha más grande y consolidada que la sostiene.

Cartel de Antel ArenaPero vayamos un poco más allá. Este primer grupo de gente son los mismos que se indignan cuando roban y/o asesinan a un trabajador. Y está perfecto. Pero tienen la indignación sesgada. Sumamente recortada y direccionada hacia un lugar solo. Porque cuando por ejemplo en Uruguay se accidentó un obrero en el Antel Arena, no se preocuparon por el trabajador. Se preocuparon por sí el sindicato le iba a iniciar una demanda al Estado por la ley de responsabilidad empresarial. Ley a la cual se opusieron. Pero siempre marcando el error ajeno y tratando de que los demás tengan una coherencia y una ética que seguir, ya que parece que ellos carecen de las mismas.

Por eso cuando matan a un taxista en Montevideo por unos pocos pesos salen iracundos. Es compartible. A nadie le gusta y nadie está a favor. Pero cuando murieron unos jóvenes en un depósito clandestino de pirotecnia, poco ruido hubo por esos lares.

Entonces la pregunta que surge es si urge la preocupación por la salud y la vida de los trabajadores o interesa solamente todo lo que sirva para pegarle a colectivos feministas, sindicatos y todo lo relacionado al cambio, al campo popular. Y, además, parece que están defendiendo a la propiedad privada y a los patrones de manera encubierta.

No importa la vida entonces, parece. Parece que la muerte (ciertas muertes) en determinadas circunstancias, son vehículos y excusas para pegarle a un determinado gobierno de determinado corte ideologico, o a determinados colectivos y organizaciones que pretenden cuestionar un poco esta sociedad conservadora.

Asesinaron a Marielle Franco en Brasil y no se enteraron. De Berta Caceres tampoco. Lo de Lola Chomnalez sirvió para pegarle al Ministerio del Interior. Mataron más de 40 mujeres en (el pequeño) Uruguay y ni se inmutaron. Un famoso jugador de futbol golpeó a su esposa, y sigue todos los domingos jugando. Un político cansado de subir y bajar escaleras, apodado por su caracter belicoso hacia las mujeres nos quiere quitar el miedo con unas firmas.

¿Vivir sin miedo? Las mujeres quieren vivir sin miedo. Transitar por la calle sin miedo. Llegar a sus casas sin miedo. Y están “las privilegiadas” que pueden tener a su casa como reducto y refugio de protección porque otras ni siquiera eso. La calle no es nada agradable para una mujer y para otras tantas la casa es peor, es un infierno.

Estan los que piden pruebas, los que demandan una rigurosidad científica ante tamaña situación. Las que no le creen a las pibas y si no aparecen con la cara amoratada y ensangrentada, dudan. ¿Tendrán que llegar al extremo de que le pase a un ser querido para dimensionar lo que nos esta pasando a todos como sociedad y que tiene a la mujer como principal víctima?

¿Les importa la vida realmente? Entonces, ¿importan todas las muertes por igual? O dicho de otro modo: ¿cuánto vale cada vida? ¿Hay ciudadanos clase A y clase B?

La mezquindad humana no tiene limites. Tomar este caso de Agustín para enchastrar luchas de décadas, cientos y miles de mujeres asesinadas de las formas mas brutales y por las razones mas ilógicas que uno pueda conocer es de una bajeza exasperante. De los defensores del actor-violador argentino Juan Darthes, de los cómplices silenciosos de tanta putrefacción. Y todos debemos hacer el ejercicio cotidiano de la deconstrucción. Uno como hombre debe de hacerlo si pretende una sociedad más justa.

¿Cómo conservar la ecuanimidad ante la maniquea postura de especular con la vida? ¿Cómo sortear esas publicaciones y minutos en televisión que en nombre de las buenas costumbres y los valores, lo único que hacen es catapultar odio y más odio? “Hoy ya no se puede decir nada”, espeta el macho por ahi. “Todo parece acoso” rebuzna un veterano de 60 mientras tuerce las cervicales para mirarle el culo a una niña que podría ser su nieta.

No solo tienen que cambiar las estructuras socio-económicas de este sistema, sino la cultura y los valores, los vínculos de este capitalismo también. Y allí radica y fermenta el peor de los machismos. El patriarca de todas nuestras compañeras muertas. De nada sirve un sistema social donde no haya explotados ni explotadores si se sigue matando mujeres, si las siguen matando “porque era mía”.

Tampoco sirve que no exista el patriarcado si se sigue explotando trabajadores y trabajadoras. No caigamos en esa trampa discursiva ni esa falsa dicotomía. El capitalismo y el patriarcado se sirven uno de otro y se potencian, se necesitan para ser y dominar. Vayamos por todo: Ni una menos, ni un explotado más.

* Estudiante de Licenciatura en Psicología, Universidad de la República, Uruguay. Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la)

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