Memoria: Ester Matte la dadora

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Virginia Vidal.*

Muchos escritores jóvenes se preguntarán por qué lleva el nombre de Ester Matte la hoy abandonada Biblioteca de la Sociedad de Escritores de Chile. A ella la conocimos primero como la poetisa cuya delicadeza estampó en sus poesías, cuentos y ensayos. Poco hablaba de su propia obra y nada hacía por divulgarla esta fundadora de revistas como Extremo Sur. Difusora de los poetas jóvenes, a quienes prefería, les daba todo su apoyo y les abría puertas; para ellos creó un sello digno de ser resucitado: El viento en la llama.

 

Una vez Ester Matte fue la directora que obtuvo la más alta votación y no fue elegida presidente, porque según los hoy obsoletos estatutos, no es requisito el mayor número de votos para esta elección que se realiza por acuerdo del directorio electo.
 
La conocimos también como la eficiente profesora asistente de los catedráticos Mariano Latorre y Ricardo Latcham; como la crítica clara, la rebelde dispuesta a no ocultar su predisposición por la defensa de los intereses de los más desposeídos. Cuando nos incorporamos al vecindario de Ñuñoa, supimos de su innovador empeño al dirigir la Casa de la Cultura de esa comuna en una mansión que ya era propiedad de la comunidad ñuñoína, pero que antes fue de uno de sus antepasados.

Allí se impartían clases de folklore, danza, teatro, artes plásticas a gente de todas las edades, inclusive para los párvulos; uno de sus admirables colaboradores era un brillante director de teatro, Víctor Jara, quien cada día se dejaba tentar más y más por la música. Luego, tuvimos el privilegio de estar mucho más cerca de la mujer amable que daba más allá de sus posibilidades. Ese dar suyo empezaba por la sonrisa, seguía por la invitación a su casa donde toda velada estimulaba el acercamiento de distintos intelectuales, la comunicación, el intercambio de muchas manifestaciones de la cultura.

Estercita –como la llamaban con afecto– era un ser social por sobre todo: necesitaba sentirse hermana de los demás. Esa necesidad de grey la encauzó en sus dotes de animadora de tertulias literarias donde se congregaban Ricardo Latcham, Teruca Hamel, Luis Durand, Carmen Ábalos, Mariano Latorre, Humberto Díaz Casanueva, Juan Uribe Echeverría. Ella participó en algunas tan interesantes como la de la Librería Nascimento y cuando ésta languideció, le dio impulso a la de la Librería Universitaria, en la Sala “Arturo Matte”, donde se bebía con el café el amor a los libros.

Las tertulias eran el espacio tradicional para confrontar ideas, discrepando, sin eludir la polémica ni el debate, pero respetándose siempre y ejerciendo las normas de tolerancia y urbanidad, elementales para la convivencia. Constituían el ambiente natural donde se comunicaban los maestros de la literatura con los jóvenes aficionados y allí se fraguaba esa forma indispensable de transmitir diferentes esencias que se resumen como el amor a la literatura.

Su departamento de la calle Phillips Nº 16 —ventanas a la penumbra de cemento y humo; cortinas pesadas; lámparas de luz cernida; en una mesita, el retrato de su abuelo Arturo Alessandri; la evocación de personajes conocidos en libros escolares—, era un ingreso a un aposento de la historia en un ambiente de austeridad. Casa abierta para sus amigos escritores, allí se prolongaba la tertulia.

Después del golpe de Estado de 1973, no temió al riesgo y llegó hasta las sedes diplomáticas y consiguió el refugio para unos cuantos perseguidos. Preocupada por tantos escritores cesantes, se desvivió en los días de Navidad por hacerles llegar un sobrecito cuya tarjeta de saludo se plegaba para guardar la ayuda solidaria.

Sabía ser reservada y secreta. Nada decía de la hospitalidad que su padre le brindó a un periodista de izquierda, mientras se esperaba la ocasión propicia para su partida al exilio. Ni una palabra sobre las desventuras de su primo Luis Matte, ministro de Allende, que debió sufrir la estancia en la isla Dawson y, luego, el ser recluido en otro campo de concentración. Estercita vivía dentro de su familia el reflejo, atenuado, pero reflejo de todas maneras, de la tragedia nacional.

Tal vez, se había fogueado en el dolor años antes cuando padeció intensamente la pérdida, como consecuencia de un accidente, de su hermano Arturo, fundador de la Editorial Universitaria. De él, hablaba como de un espíritu cercano que la acompañaba en todo momento y en quien confiaba sin reservas. Tenía una actitud de sereno estoicismo para arrostrar el sufrimiento impartiendo fuerzas a quienes la rodeaban.

Cuando decidió salir de Chile, después del golpe, se sentía muy desdichada, pero no perdía la ocasión de reunirse con alguna amistad y conversar un botellón en el Black and White, donde agonizaba con música de tango la ya para siempre perdida bohemia santiaguina. No tardó en volver y no disimulaba su tristeza al hablar sobre la desolada vida de los exiliados chilenos.

Su tribulación se combinaba con un melancólico humor cuando hablaba de su tentativa de vivir trabajando como empleada doméstica, cuidadora de niños o bonne, en París, experiencia verdaderamente insólita en una mujer descendiente de magnates de las finanzas. Todas sus dificultades sólo podían atribuirse a su disconformidad para aceptar determinadas normas e imposiciones.

Retornó y pronto supimos que su abatimiento era la manifestación de un grave mal que la aquejaba. Las secuelas la limitaron mucho y ya no fue la misma que recorría con paso menudo y ágil las calles, las poblaciones, llegando a todo lugar donde se la solicitara.

La que fue presidente del Sindicato de Escritores y luego directora de la Sociedad de Escritores, nos sonríe desde su foto colgada en la sala del directorio y en la biblioteca que lleva su nombre, en esta Casa del Escritor, aquí en Almirante Simpson 7. No debemos olvidar que esta casa nuestra —declarada recientemente patrimonio histórico por el Consejo de Monumentos Nacionales— fue obtenida gracias a su empecinado desvelo, durante el desempeño de esa directiva en la que ella formaba parte, presidida por Rubén Azócar.

Ester Matte Alessandri nos legó sus versos, su cortesía, su afabilidad, su legítima demostración de la ira, ese humor rozante que no se hinca en la presa para zaherirla. Nos dio buen ejemplo con su inagotable capacidad de amar a la vida y respetar a los seres humanos esta mujer ajena a la murmuración y nula para emitir juicios sobre las conductas de sus prójimos, pero capaz de comprender todos los pesares y compartir todas las alegrías.

Su poesía tiene dos rasgos relevantes: a veces ofrece la esencia de una meditación sobre la trascendencia y otras, es simplemente una plegaria. Esto se resume en un solo afán: el de armonizar consigo misma, con los demás seres, con la naturaleza; es el fruto de un arduo proceso que va desde el ardimiento hasta la depuración, una poesía que es ceniza de muchas pasiones.

He aquí algunas muestras:

Sonreír al pasado
Los años apaciguaron
las tormentas
de mi ayer inquieto,
que abría surcos en mi alma.

Supe del amor, del desamor,
del vacío interior.
Miré la cordillera,
el cielo y el mar
y logré sonreír al pasado.

Taller
La vida te puso a prueba,
te enfrentaste con el destino,
agujas, telas, alfileres,
creaban todo un mundo.
Siempre serena
diriges con señorial estilo
un rincón femenino,
desde donde nos emergen
hermosos modelos.
Eres inocente de la belleza que entregas,
sólo al atardecer
con el mismo señorial estilo
te recoges con la huincha de medir
enredada entre suspiros.

Bosque de pinos
La luz de la luna
en una vasija de greda,
guarda el secreto
de un bosque de pinos.

Del hacer literario de Ester Matte (1920-1997) nos quedan:
La hiedra (cuentos,1958), Otro capítulo (cuentos, 1963), Desde el abismo (poesía, 1969), Las leyes del viento (poesía, 1977, Premio Academia Chilena de la Lengua 1978), ¿Quién es quién en las letras chilenas? (autobiografía, 1980), Cartas a Tatiana (poesía, 1981), El rodeo y otros cuentos (1983), Poesía (antología, 1987), Leve pasar (poesía, 1994).

* Periodista, escritora.
Dirige la revista de letras y cultura
Anaquel Austral.

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