México: La digna rabia y la otra política

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Marcos Roitman Rosenmann*

Para algunos, el levantamiento del EZLN en 1994 se inscribe dentro de los proyectos fracasados. El adormecimiento de las conciencias y creer vivir en el mejor de los mundos posibles arranca este perfil de crítica fácil, llena de resentimiento. No había motivo para la insurrección y si los hubo se perdieron en el camino. En quince años han cometido muchos errores, han perdido apoyo y mueren de éxito.
 
El mayor, el enfrentamiento entre su dirigencia y el candidato Andrés Manuel López Obrador en las pasadas elecciones presidenciales. No prestaron su colaboración, su militancia no hizo campaña y además utilizó un lenguaje soez. Por ello, son responsables de su derrota. ¿Pero había que apoyarlo? El PRD, junto al PAN y el PRI, traicionó los acuerdos de San Andrés, pero tal acontecimiento pasa desapercibido.
 
Sin embargo, al EZLN se le acusa de todos los males existentes en México. Desde el narcotráfico hasta la violencia terrorista. Para sus detractores, el EZLN ya gozó de sus quince minutos de gloria. Hoy se ha convertido en un tour político para ONG europeas. En esta dirección la ristra de exabruptos es variada y confluyen en un tópico: la obligada disolución. Sólo intelectuales desfasados creen en el colonialismo interno. La lucha de clases está en la mente calenturienta de subversivos, nostálgicos del comunismo o terroristas. Las esperanzas de un mundo sin explotación no forman parte del horizonte histórico de los mensajeros de la derrota.
 
Entre quienes defienden esta postura se afianza la idea mayoritaria de vivir en un mundo tolerante. Nada impide dialogar. Hoy, todo es negociable. Póngale precio a la dignidad, se dice. Los sicarios y las meretrices de la política se especializan en buscar acuerdos. En caso de no hacerlo se bombardea y se aniquila el problema. Gaza, sin ir más lejos. La tolerancia es cero con el diferente.
 
Mientras tanto, la vía para encauzar la paz, son los partidos políticos atrápalo todo, y el espacio reconocido, las instituciones dependientes de la división de poderes. Así, los regímenes liberal-representativos se enorgullecen de poseer un Legislativo que legisla, un Judicial que administra la ley y un Ejecutivo con poder de mando. Por ello, cuando hay conflictos se articulan consensos. Para eso están los entresijos del sistema. No hace falta recurrir a la fuerza bruta; está reservado para los insumisos, los inconformistas. Es de mal gusto, de indios incivilizados, no aceptar acuerdos, aunque después no se cumplan. Por ese motivo se les pueden ningunear sus derechos durante más de quinientos años. Son ariscos, broncos, no atienden a razones; en definitiva, necesitan látigo. Así se justifican matanzas como Acteal, el acoso militar, y se puede imputarles ser indignos de considerarse mexicanos.
 
Es más, son autonomistas, y por ello pueden ser objeto de legítima persecución. Es cuestión de miras. Estos argumentos se utilizan en muchos países. En Chile se aplica la ley antiterrorista impuesta por la dictadura de Pinochet en 1984. Hay doscientos cincuenta mapuches presos en 2008, víctimas de esta ignominia por defender su territorio de la esquilma de las papeleras y las empresas hidroeléctricas. En Colombia, bajo el concepto de la democracia preventiva, el presidente Álvaro Uribe utiliza a las fuerzas armadas para disolver una gran marcha de protesta en diciembre de 2008; la muerte de una decena de dirigentes indígenas del Valle del Cauca es su resultado.
 
Y el EZLN propone y es alternativa, por ello es un peligro. Por el contrario, el capitalismo no tiene salida. Sin embargo, es necesario administrar su fracaso. Por eso es obligado tener políticos capaces de entender y manejarse en sus redes. Para tal efecto, hay que educarlos, formarlos. Se les puede cooptar desde la izquierda; provenir de las guerrillas, entre más revolucionario se haya sido en el pasado mejor, otorga credibilidad ante las cámaras de televisión.
 
El clásico “yo fui” pero ahora “ya no” es un antídoto para no caer en voluntarismos. Es parte del manual. Socialdemócrata, liberal, conservador o nueva izquierda, todos son cortados bajo el mismo patrón. Los únicos díscolos son aquellos que plantean la crítica abierta. Contra ellos se unen todos. No hay fisuras. Se les expulsa. Son los detractores, los anticapitalistas, los socialistas y los humanistas, hay que perseguirlos, encarcelarlos, ponerles grilletes, eliminarlos. Tienen conciencia y dignidad y no forman parte del juego.
 
De esta guisa, llegar a ocupar un cargo público supone invertir millones en campañas electorales y deshacerse de molestos precandidatos por el mecanismo más expedito. Si es el asesinato o la injuria da lo mismo que da igual. Todo vale en esta guerra sucia. La financiación, legal o ilegal, de las grandes compañías multinacionales apoyando a unos y dejando en ascuas a otros; la publicidad engañosa, clave en la formación de la imagen pública de los candidatos, y por último la participación activa de los ideólogos del sistema que dan el visto bueno con sus mensajes en los medios de comunicación social: todo está planificado. Nada excede el ritmo de los acontecimientos. No hay desborde. En este plano, sus hacedores se sienten orgullosos de hacer país, forman una cofradía.
 
Se comunican sus secretos y conocen los trapos sucios del contrincante. Navegan por las cloacas del sistema comprando y vendiendo voluntades. No se dan cuartel. No importa cambiarse de chaqueta. El travestismo político es parte de su existencia.
 
Por lo enunciado, los candidatos, futuros miembros honorables de las cámaras de diputados, senadores, concejales, alcaldes, gobernadores o jueces han pagado peaje, salvo honrosas excepciones. Muchos son analfabetos funcionales. Todos contratan asesores, una especie de fenicio que acaba, la mayoría de las veces decidiendo, la trayectoria política de su asesorado. Incluso hoy licenciados en ciencias políticas y sociología, aspiran a ser “asesores políticos”. Profesionales de medio pelo, aceitados por el sistema. Los mueven la codicia y el consumismo. Escriben discursos ramplones y tienen un vocabulario propio de las ciencias políticas estadunidenses.
 
Gobernanza, gobernabilidad, globalización, desarrollo endógeno, sociedad de la comunicación, desregulación, privatización, etcétera, su diccionario político no contempla conceptos como clases sociales, autodeterminación, soberanía, dignidad, explotación, alienación, socialismo o igualdad social. Ellos son igualmente víctimas, marionetas en manos de un reducido club de grandes banqueros y de una elite de la clase dominante que prefiere manejar los hilos tras bambalinas.
 
La lucha es hoy, como apunta la Sexta Declaración de la Selva Lacandona, “hacer un acuerdo con las personas y organizaciones mero de izquierda, porque pensamos que es en la izquierda política donde está la idea de resistirse contra la globalización neoliberal, y de hacer un país donde haya, para todos, justicia, democracia y libertad. No como ahorita que sólo hay justicia para los ricos, sólo libertad para sus grandes negocios y sólo hay democracia para pintar las bardas con propaganda electoral. Y porque pensamos que sólo de la izquierda puede salir un plan de lucha para nuestra patria, que es México, no se muere”.
 
El noble camino elegido por el EZLN define la diferencia. Presupone sentirse parte de la condición humana, donde se respetan y ejercen las libertades y se reconocen en igualdad para todos. Es otra manera de entender y hacer política. Conlleva el retorno de la ética. Es abrir caminos de dignidad, espacios transitados desde perspectivas no hegemónicas, no coloniales, que rompen la dinámica del capital y el neoliberalismo. Éste ha sido el sendero por donde discurre el hacer del EZLN y ello tiene el valor de arriesgar propuestas y convivir con la incertidumbre de ver plasmado el proyecto. Por esta razón hay tanto que perder si no llega a realizarse. Sus enemigos son muchos y acechan en cada esquina, su forma es variada, acá sólo se visualiza la del dinero y sus cómplices.
 
Como señaló Pablo González Casanova, el levantamiento de Chiapas el 1º de enero de 1994 no fue última revolución del siglo XX, sino la primera del siglo XXI. Su triunfo no es cuestión de marketing electoral, sino de articular conciencias y dignidad, y ello se ha producido. Ahora es cuestión de perseverar y no dejarse avasallar por el poder del dinero ni por el canto de sirenas de la sociedad de consumo.
 
*Sociólogo chileno radicado en Madrid

 

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