México, TLCAN: tratado con la muerte

Eduardo Montes de Oca.*

Quizás haya que cubrirse los ojos con ambas manos, colocarse una capucha y, como si no bastara, enclaustrarse en un recinto sumido en las más densas tinieblas —incluso a prueba de ruido, por acolchonado—, para no ver que las empresas transnacionales han aumentado exponencialmente sus ganancias con los llamados tratados de libre comercio (TLC) a costa de la dependencia de las naciones cuyos gobiernos los han rubricado a espaldas de sus empobrecidos pueblos.

Para argumentar el aserto, si bien sumariamente, tomemos como referente el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN: Estados Unidos, Canadá y México), precursor de los 229 vigentes en el planeta ya en el año 2004, cuando 174 países habían firmado al menos uno. ¿Qué apreciamos en este ejemplo? Pues lo mismo que en el resto.

Como reseña la colega Silvia Ribeiro, en el diario La Jornada –de México–, resultan más que evidentes el acceso casi exclusivo de las transnacionales a los mercados agrícolas y el desmantelamiento de la producción nacional, sobre todo la campesina y la de pequeña escala; así como la protección y los privilegios otorgados a las inversiones de las multinacionales, entre ellos la demanda directa al Estado (de 1996 a 2008 México perdió por este concepto 1.700 millones de dólares del erario). Males estos que, por cierto, no osan orear en público los grandes medios de comunicación, heraldos del sistema.

Heraldos que suelen pasarse con ficha, en desvergonzado juego de dominó, cuando se trata de reconocer asuntos como la obligación de adoptar leyes de propiedad intelectual que dificultan sobremanera la adquisición de medicinas a los países y los sectores más pobres, y se extienden (imponen) al ámbito de los seres vivos (microorganismos, plantas, animales, hasta genes humanos).

En ese orden maquiavélico, hidepútico, entran también la liberalización de los movimientos de capital especulativo; la privatización de la educación, la atención a la salud, los sistemas de agua y energía, las comunicaciones y los transportes; a más de la redefinición de las funciones y los bienes de la biodiversidad y los ecosistemas… como “servicios ambientales” ($).

Es decir: la ampliación desmedida del mundo de las mercancías en menoscabo del ámbito social, a juzgar por análisis de tino, tal uno publicado por Grain Biothal y el colectivo Bilaterals.org.

Pero como la lectura suele ser ancha y nada ajena, democrática, continuemos espigando aquí, allá. Según cálculos blandidos por el analista Hedelberto López Blanch, en la digital Rebelión, alrededor del 80 por ciento de las importaciones mexicanas proviene del Norte, mientras que el 60 por ciento de las exportaciones se dirige hacia esa área geográfica, y geopolítica, que las ha limitado por la grave crisis que padece y disemina en las cuatro esquinas del planeta.

Si antes del TLCAN los agricultores locales proveían a sus compatriotas de arroz, frijoles, leche y maíz, entre otros productos, en la actualidad ven con imaginable amargura cómo el 80 por ciento del abastecimiento de esos renglones ha sido copado por los Estados Unidos, gracias a la imperial liberación de aranceles.

Y eso no es todo. Conforme a Andrés Manuel López Obrador, ex candidato presidencial por el Partido de la Revolución Democrática (PRD): “Se han privatizado más de mil empresas públicas importantes, entre ellas Teléfonos de México, ferrocarriles nacionales, los puertos, los aeropuertos, las minas, los bancos; están entregando la industria eléctrica nacional y ahora lo que más ambicionan es quedarse con la industria petrolera”.

¿Quiénes? Obvio, ¿no? Como obvio resulta el que México está pagando con creces su dependencia del comercio con EE.UU., comercio que se desplomó a causa de la recesión que el vecino afronta, junto con la caída de los ingresos debidos a las exportaciones del crudo. No en balde dos entidades nada críticas para con los TLC como el Grupo de Diarios América y el FMI pronostican que la economía retrocederá este año 7,2 por ciento con respecto al 2008.

A estas alturas, el lector habrá reparado en el encrespamiento del articulista. No solo por el ¿neologismo? hidepútico (por cierto, el término hideputa tiene el inigualable sabor de lo enraizado en la lengua), sino por el enfoque de izquierdista confeso de quien, faltaba más, apuesta por la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América como una de las más importantes vías económicas, sociales y políticas para la integración que borre o atenúe la debacle dejada en el subcontiente, más bien en todo el Sur, por esas artimañas imperiales nombradas TLC.

Artimañas que quizás solo no detectarían aquellos que, mañosamente, se cubran los ojos con ambas manos, apelen a la capucha o se recluyan a cal y canto en un recinto acolchonado… Pero el ALBA es tema para otro palique.


* Periodista.

En www.rebelion.org

 

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