Morir un cuarto de siglo después: el veneno de Bophal en India

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Gonzalo Tarrués.

Era un planta que –se suponía– iba a abastecer de plaguicidas a los agricultores, era otro símbolo de la modernidad en la India. Y lo es, pero por razones que muchos prefieren olvidar y otros no pueden dejar de vivirlas a diario. Cuando la actividad industrial juega con la salud y el ambiente es ridículo pensar en "tragedias accidentales". Las personas –esa innominada "gente" de la que hablan los polìticos, dice que sufre. Tal vez sea que no comprenden el precio del progreso…

Hacia 1984 la ciudad de Bophal, en el centro del vasto país, lucía orgullosa los muros y las grandes portones de la planta industrial levantada por la Union Carbide, una antigua y entonces prestigiosa firma dedicada a la producciòn de productos químicos para la industria y agroindustria, d esde 2001 subsidiaria de la también estadounidense Dow Chemical. Union Carboide, una de las madres de la petroquímica, operaba en India desde fines de la década de 1961/70.

El giro de Union Carbide consulta la fabricación de barnices, pinturas, polímeros varios, artículos para uso en medicina, plaguicidas, envases y otros. Nadie sispechaba que ese tres de dicukebre de 1984 se iba a producir el desastre de la planta de Madhya Pradesh, Bhopal, el mayor jamás producido al producirse la emisión y vertido de unas 42 toneladas de gases y productos venenosos.

Más de 500.000 almas aspiraron o tuvieron otro contacto físico con isocianato de metilo y otras sustancias. En un primer informe se reconocieron 2.259 muertos; pronto el gobierno provincial subió el número a 3.787 y 24 horas después el total de víctimas oscilaba entre siete y diez mil. Para el tercer día se había dejado de contarlas. El horror abomina de la estadística que lo domestica. Se calcula que hubo no menos de 25.000 muertos. El asunto no acabó ahí.

Según la Union Carbide se trató de un "infortunado accidente": existían instrucciones y recomendaciones suficientes para el mantenimiento de la planta –destinada a producir persticidas–, por tanto no puede achacársele ninguna responsabilidad por el manejo de la fábrica. Si hubo errores, éstos fueron de los operarios o de algún técnico. ¡Son tan indisciplinados estos habitantes del Tercer Mundo!

La firma cerró el establecimiento. Como antes, al levantarlo, nadie quiso oír a esos cargosos ecologistas y absurdos ambientalistas. a palabra mágica, progreso, operó como altar, dios, rogativa y efecto. Ha pasado un cuarto de siglo y las abandonadas instalaciones continúan envenenando el ambiente. Durante 25 años se convive con un desastre dentro de un desastre: sigue lentamente envenenándose la tierra y  el agua potable de decenas de miles de personas. Todas pobres.

El último estudio, de octubre de este año de 2009, concluye que todavía está en proceso una "toxicidad crónica que supone una continua exposición mínima que lleva al envenenamiento de nuestros cuerpos".

Cáncer, ceguera, problemas respiratorios, malfunciòn del aparato inmunológico, afecciones neurológicas, enfermedades en los órganos reproductivos humanos, deformidades y enfermedades en los niños nacidos desde entonces hasta la fecha son las consecuencias directas. La Union Carbide solucionó su problema "y levantó este enorme basurero", dafirma Rajan Sharma, un abogado que en tribuanls estadounidenses exige a la Dow Chemical –actual propietaria de Union Carbide… que limpie el emplazamiento y desinfecte el suministro de agua.

Dow Chemical, como corresponde, se lava las manos. Afirma el abogado: "Hay miles de toneladas de residuos que no fueron correctamente eliminados y llevan años filtrándose al terreno". Alrededor de 340 toneladas métricas de residuos químicos están almacenados en un almacén dentro de la fábrica.

El gobierno de India recibió, tras un juicio, a título compensatorio por el peor desastre industrial del planeta unos 470 millones de dólares en 1989. Dow Chemical afirma que no tiene respknsabilidad por las acciones de una epresa inexistente hpoy, y que adquitiò diez años despues de la matanza "accidental". Además sostienen sus directivos: "No tenemos conocimiento de primera mano sobre qué elementos químicos, si es que los hay, siguen en el lugar, y qué impacto, si lo hay, pueden tener en el agua de la zona".

Como suele ocurrir con los gobiernos –conservadores o progresistas, y de eso se sabe mucho en América Latina–, el de la India niega la contaminación de los mantos acuíferos del mismo modo como en Costa Rica, Panamá, Chile, Perú, Argentina…. niegan los peligros de la minería a tajo abierto, la destsruicción de glaciares, de bosques, del mar por la pesca de arrastre.

Siempre hay un estudio en curso, una decisión por tomar, pájaros y personas y peces que mueren. En el caso de Bophal, los compuestos de benceno tratados con cloro y pesticidas organoclorados en niveles de 561 veces por encima de lo permitido están ahí. Muestras tomadas a tres kilómetros de la planta tienen elementos químicos tóxicos hasta 38,6 veces por encima de lo permitido. Y no puede haber otra fuente de contaminación que no sea Union Carbide.

Babulal Gaur, ministro responsable de la ayuda y rehabilitación tras el desastre, dijo a Reuters, una agencia de noticias británica, que no. "No hay contaminación, y aunque la hubiera, los monzones se la llevaron hace años".

Sucede que los pobres reclaman. Siempre reclaman, no entienden razones, no consideran la necesidad del progreso, no entienden. ¿Qué mueren personas 25 años después a causa del envenenamiento? ¿Y qué? El ministro debe recordar a Borges: morir, al fin y a cabo, no es más que una costumbre que tiene la gente.

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