Nicanor Parra, poesía y mujeres

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L.N.

Alguna interpretación del fenómeno poético insiste en que la la mayor parte de los poetas escriben lo suyo cuando jóvenes; después, por decirlo de algún modo, se recogen a sus cuarteles de invierno. O sea: esperan la muerte misericordiosa. Esto es falso. Nicanor Parra es una prueba –¡ay, demasiado visible!– de lo contrario. Un poema suyo.

Muy cerca del centenario, cumplió 94, vivo y coleando el poeta asesta humoradas. Como la de atender el timbre de su puerta de su casa en Las Cruces –costa central de Chile– para decir al visitante que estima inoportuno "el señor no está". Le creen. O saben que es otro juego o artefacto e insisten de modo ritual. Un rito que se inventa en cada ocasión.

La única ceremonia, suponemos, de Nicanor Parra es aquella que cumple en una soledad a la que nadie, que se sepa, ha tenido acceso.

Almuerza de vez en cuando en la ciudad-balneario de Cartagena, quizá para saludar al gran poeta muerto: Vicente Huidobro –allí mora en una tumba infame– o puede que para no perder proximidad con la gente que, guste o no, puebla su poesía, la gente del pueblo.

Se escapa a las clasificaciones este vate; pocos creyentes en la poesía, no demasiados intelectuales, escasos críticos toman en cuenta (aficionados al fin y al cabo a los culteranismos en boga) que desde sus, mertafóricamente hablando, antipoemas Parra describió cuando no habían llegado los días que vivimos: los retazos de vida que nos deja el lenguaje de la publicidad, los "manuales de estilo" (o "manuelas" para conseguir estilo) de los grandes diarios que del mundo son, las exigencias de llegar a alguna parte sin tomar en cuenta que la palabra éxito, que lo rubrica, signifca salir.

Quizá el infortunio que quiere la etapa romántica persiga al artista sea que se lo mencione más de lo que se lo conoce, o se lo cite con fruición sin saber qué se cita. Citamos:

La poesía tiene que ser esto:
Una muchacha rodeada de espigas
O no

Tres versos del poema que invitamos a leer esta semana. Y que puede ser descargado a su computadora o leído gratuitamente por gentileza de la Biblioteca Logos.

Si prefiere escuchar la poesía de Parra, en el mismo lugar encontrará el enlace para oírla en voz de Marcela Leonelli, ella también poeta y del Sur de Chile. No se le ocurra olvidar que habla de espigas; para muchos pueden ser espinas.

Pero, claro, esos no cuentan. Ni en poesía ni para mujeres.

 

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