No hay Plan B

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Lo que hoy hagamos determinará el destino de la humanidad y de otras incontables especies que ahora estamos destruyendo a un promedio no visto desde que la Tierra fue golpeada por el inmenso asteroide que terminó con los dinosaurios. Las guerras, las torturas, las masacres, la explotación y el abuso de los derechos de los más débiles es una constante en la historia humana. Nada nuevo aquí. Pero, lo que es nuevo y único en nuestra historia es la crisis ambiental que amenaza con la destrucción de la civilización humana.

Estamos en tremendas dificultades. Todo el resto pierde sentido si no tenemos futuro, ni Tierra en donde vivir. Y el hecho trágico es que los Estados más poderosos y responsables de la crisis están bajo la dirección política de una tropa de criminales que nos lleva directamente al abismo. Otro encuentro internacional, el numero 26, con una retórica llena de promesas que en la práctica nunca se han cumplido.

Según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático “debemos llegar a cero emisión de carbono y rápido”. Gracias al calentamiento de efecto invernadero la temperatura hoy día es de 1,2 °C más que en la era preindustrial. 1,5 °C es el límite para mantener las condiciones actuales. El consenso más conservador de la ciencia del clima dice que el mundo debe reducir para el año 2030 las emisiones de gases de efecto invernadero en un 45 por ciento con respecto a los niveles del 2010, a fin de tener un 66 por ciento de posibilidades de evitar una cascada de eventos climáticos extremos que serían imparables.

En la actualidad, los países se han comprometido a reducir las emisiones mundiales en un total de 0,5% para el 2030, lo que nos coloca muy por debajo de donde deberíamos estar. De acuerdo al informe de la ONU del 2019 sobre las emisiones, vamos en camino sin retorno a un catastrófico calentamiento de 3,2 °C para finales de siglo. A esa temperatura difícilmente los humanos podríamos sobrevivir. Es imperativo parar la emisión de gases. Pero… ¿es esto políticamente posible?

Los planes para reducir las emisiones a cero para mediados de siglo contemplan el reemplazo total de la energía fosilizada por fuentes de energía solar y eólica. Este es el plan. El problema, sin embargo, es que la construcción de nuevas instalaciones de energía alternativa no mantendrán el petróleo y el gas en el suelo ni los gases de efecto invernadero fuera de la atmósfera. La evidencia muestra que las soluciones técnicas, la competencia en el mercado, el impuesto al carbono, las acciones individuales y otras soluciones aparentemente simples, no son suficientes para prevenir la catástrofe ecológica ni la desestabilización social.

Cualquier instalación industrial, como los parques solares y eólicos, perturban profundamente el lugar en que se edifican y para satisfacer completamente la demanda energética del mundo actual se requeriría cubrir cientos de millones o miles de millones de acres de la superficie terrestre con equipos de recolección de energía causando un daño ecológico inevitable. La fabricación de paneles solares, plantas de energía eólica, redes eléctricas respaldas por baterías y flotas de vehículos eléctricos requieren insumos inmensamente grandes de metales como litio, cobalto, plata, cobre, aluminio, níquel, hierro y una gran cantidad de elementos exóticos de tierras raras y arena.

La industria de la energía solar y la de la electrónica digital, por ejemplo, se construyen a base de silicio y su extracción y procesamiento, que requiere energía intensiva y técnicas químicas, desmienten la popular concepción verde de una energía alternativa. El refinamiento de una libra de silicio genera una libra y media de emisión de dióxido de carbono. Y, como si esto no fuera poco, los paneles requieren grandes cantidades de plata pura para sus marcos, además de los soportes de aluminio.

La fabricación, instalación, operación y, finalmente desmantelamiento y eliminación de una instalación solar al final de su vida útil de 25 años promedio incluyen el potencial de calentamiento global, el agotamiento del ozono, la eutrofización de los cuerpos de agua y toxicidad para humanos y no humanos. La otra fuente energética de la que se habla es la hidroeléctrica que tendría que expandirse extraordinariamente lo que inevitablemente aumentaría el daño a los ríos, los ecosistemas y el desplazamiento de comunidades humanas.

Incluso, si aceptamos el daño, sólo hay un número limitado de ubicaciones adecuadas para este tipo de energía que impone un límite relativamente bajo en la cantidad que se pueda obtener por esta ruta. Por eso el Panel Internacional considera la biomasa como una fuente flexible de energía basada en carbono que, como el carbón, se podría almacenar y luego quemar cuando fuera necesario. Su producción, recolección y procesamiento, sin embargo, requeriría tal cantidad de energía que cancelaría entre el 25 al 100 por ciento la energía producida por la planta procesadora.

El cultivo de la biomasa causaría, otra vez, daños sociales y ecológicos de gran alcance al igual que la producción de baterías para vehículos eléctricos que tan entusiastamente se propone como solución. Su producción necesitaría una inmensa cantidad de energía en minas, fundiciones y fábricas mucho antes de que pudieran materializarse los ahorros de energía anunciados y durante los primeros 10 o 20 años la gran parte de la electricidad utilizada para fabricar y conducir los vehículos eléctricos seguiría siendo proporcionada por combustibles fósiles.

Paradójicamente, entonces, la energía verde, en lugar de evitar la devastación ecológica, a la larga la mantendría.

Por supuesto, dicen los ambientalistas con una gran cuota de optimismo, debemos ser pragmáticos. Si vamos a dejar el carbón, el petróleo y el gas en el suelo para siempre, va a ser necesario expandir la capacidad de energías verdes, aunque eso cueste algún daño ecológico. Obviamente, según ellos, esto debe hacerse con prudencia, minimizando los impactos ecológicos y apuntando a una capacidad energética mucho más modesta, con menos producción industrial que la que hoy tenemos. Debemos adaptarnos a una vida socialmente más equitativa con un suministro de energía mucho más pequeño y con límites en el crecimiento económico, evitando el saqueo a la Tierra y la cinta industrial ecológicamente destructiva.

No suena mal ¿cierto? Cierto… Pero, ésta es la cosa: las fuentes energéticas con que cualquier planeta cuenta, según las leyes físicas y químicas, son combustión, hidro/Viento/mareas, geotermia, solar y nuclear. Fuera de éstas, no tenemos otras opciones. Es todo lo que hay. La segunda ley de la termodinámica dice que la energía no se puede convertir perfectamente en trabajo útil. Siempre hay algún desperdicio.

Por lo tanto, cualquier forma de energía que usemos inevitablemente va a producir desperdicios. El dióxido de carbono, por ejemplo, es un tipo de desperdicio producido por nuestra civilización. Todos los desechos, no importa la forma que adopten, de una u otra manera afectan al planeta. Todos ellos contienen un costo ambiental. En buenas cuentas, no hay nada gratis.

Según los modelos matemáticos, el cambio de un recurso energético de alto impacto a uno de bajo impacto no cambiará nada si el cambio se hace demasiado tarde, cuando el planeta ya avanza hacia un nuevo territorio climático. Este es el instante en que la maquinaria interna de la Tierra se hace cargo dejándonos sin posibilidad de retorno. El calentamiento incontrolado del efecto invernadero no nos deja mucho tiempo para progresar antes de enfrentarnos al colapso Antropoceno. El mundo está evolucionando hacia algo diferente de lo que era y lo seguirá haciendo de una manera mortal para nuestro proyecto civilizatorio.

Hoy día hay un tercio más de carbón en la atmósfera que en ningún otro momento en los últimos 800.000 años y, tal vez, en los últimos 15 millones. Para permanecer por debajo de 1,5 °C la emisión de gases de efecto invernadero, como CO2, necesita disminuir 15% por año desde ahora en adelante y estamos bien lejos de lograrlo, a pesar de las declaraciones y promesas de los líderes mundiales de limitar la emisión de gases.

El Protocolo de Kioto, por ejemplo, no logró nada. Y en los 20 años siguientes, a pesar de la defensa del clima y la legislación y progreso en la energía verde, hemos producido más emisión que en los 20 años anteriores al Protocolo. Estados Unidos, Europa, Japón y Australia juntos son responsables del 61 por ciento de todos los contaminantes de efecto invernadero que la humanidad ha bombeado hasta ahora a la atmósfera. Si agregamos India, China y Rusia el aumento es del 85 por ciento. Los países económicamente más pobres del mundo son responsables sólo por el 15 por ciento de las emisiones globales de efecto invernadero y son trágicamente los que sufren los peores impactos del cambio climático.

Los datos son claros. Un gran número de climatólogos dicen que para evitar el punto de no retorno la emisión de gases de efecto invernadero debe llegar a cero en los próximos 10 años… ¿Cómo lograrlo si la energía verde continua emitiendo gases y, al mismo tiempo, no podemos vivir sin grandes cantidades de energía?

Si nuestro proyecto de civilización colapsa por un tiempo o permanentemente, la Tierra seguirá su curso sin nosotros. Después de todo, nuestra urgencia con lidiar con el cambio climático no tiene nada que ver con “salvar el planeta”. Winona LaDuke, una indígena del pueblo Anishinaabe, citando a los profetas de su tribu, dice que “hay un camino bien transitado, pero quemado. El otro, no muy transitado, todavía esta verde”. Los líderes políticos del mundo posindustrial ya han elegido el camino quemado.

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