Obscena exhibición del cuerpo asesinado de Khadafi

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Muammar Khadafi, el que procuró darle entidad y unidad a la nación Libia, el que le dio a su pueblo las posibilidades de tener las mejores condiciones de vida en lo educativo, en la salud, en lo social y económico, de todo el continente africano, el que –durante décadas- fue portavoz de los pueblos del Tercer Mundo frente al poder colonial del Imperio, el que luego pensó que era bueno reconciliarse con los “dueños” del planeta, ese es el Khadafi que yace –definitivamente inerme- ante la mirada complaciente de los poderosos amplificada al mundo entero por los medios de comunicación que ellos manejan.
Algunos dirigentes mundiales, que ahora se regodean ordenando criticar y ridiculizar ciertas estrambóticas costumbres y vestimentas que Khadafi exhibiera en los últimos años, no titubearon en meter sus manos en los bolsillos del libio mientras lo abrazaban y festejaban sus ocurrencias. De allí salió dinero para las empresas que los sostienen y las campañas políticas con las que ellos ganaron más de una elección.
El mismo Khadafi pareció, durante el año pasado, haber comprendido el error de “bajar la guardia” frente al Imperio. Intentó plantear su salida del área dólar. Algo semejante a lo que propusiera Saddam Hussein en Irak poco antes de ser invadido su país. Para la lógica imperial el petróleo del mundo les pertenece y el dólar es la moneda que todos debemos aceptar.
Por eso frente a legítimas rebeldías tienen estas respuestas.
Occidente está en el centro de una crisis económica, sus valores son cada día más perversos, pero conserva el mayor poder militar del mundo. Desde ese poder está intentando sostener sus privilegios imperiales, la expansión de sus empresas y mantener un nivel de consumo interno que evite la explosión dentro de sus propias fronteras.
Hace algunos meses Muammar Khadafi y su hijo sostuvieron que el ataque de la OTAN iba derivar en miles de muertos en una guerra interna, incentivada por los intereses foráneos. También dijeron que ellos no abandonarían su país. El asesinato de ambos es el testimonio de una dignidad que el pueblo libio le hará recordar al imperio no lejos en el tiempo.

Ya habrá lugar para analizar con detenimiento lo que ocurre en ese rincón de África. En estos días simplemente tendremos que aprender a buscar la verdad en medio de las palabras que los grandes medios tienen preparadas para eventos de este tipo. Desde las usinas ideológicas del “centro del mundo” tienen que evitar que estos hechos aparezcan vinculados a las invasiones y ataques a la soberanía y dignidad de muchos pueblos. Que los crímenes que suponen las invasiones y ocupación de Irak y Afganistán no se recuerden. Que el ataque y bombardeo de la OTAN que destruyó la bella ciudad de Sirte en Libia, no tenga nada que ver con la muerte de Khadafi. Que los preparativos para hacer lo mismo en Siria, Pakistán y –más adelante-Irán, tampoco se relacionen con esta infamia. El hecho tiene que ser presentado como la “consecuencia natural” ante un “gobernante dictatorial”, “autoritario”, que se quería “eternizar en el poder”. Quienes tengan memoria de la propia realidad argentina, sabrán que en Argentina -por ejemplo- también pasó algo parecido. Fue cuando varios medios de prensa omitían referirse al Presidente Juan Domingo Perón, volteado por un golpe militar en 1955 y éste paso a ser el “tirano prófugo”, el “dictador depuesto”.
Juan Guahán, Question

 

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