Pedro Castillo, la emergencia de una izquierda nacional y popular
Pedro Castillo, el maestro de Perú Libre, no es solo la “sorpresa de las elecciones peruanas” es también un emergente de los sectores populares que desde el retorno a la democracia en los años 2000 ha tenido intentos fallidos de resurrección. Por su parte, Keiko Fujimori de Fuerza Popular, representa el último intento del fujimorismo por retornar al poder luego de la década del 90.
Los clivajes de izquierda y derecha no son los más significativos en esta elección. Castillo no agota su representación en los sectores de izquierda, su parteaguas más significativo es el de la expresión popular y regional. El intento de presentar los comicios de junio en clave ideológica no se corresponde con la realidad, sino con las necesidades del fujimorismo de identificar un enemigo que justifique su controversial presencia en la arena política -tal como otrora fuera Sendero Luminoso el antagonista perfecto de Alberto Fujimori-.
Algo similar había ocurrido en las elecciones de 2016, donde Keiko arrasó con un discurso de mano dura a la delincuencia pero perdió por la mínima frente al aglutinamiento popular en torno a las consignas No a Keiko y Fujimorismo Nunca Más. Desde entonces el fujimorismo jugó en el Congreso al “juego de la gallina”, estrategia en la que cada una de las partes retrasa hacer concesiones hasta que el final, el todo o nada terminó haciendo chocar de frente y a toda velocidad al Congreso con el Ejecutivo. Los presidentes, el Congreso y ella misma estallaron por los aires, los que no fueron separados del cargo fueron judicializados o, en el peor de los casos, se suicidaron como Alan García y el APRA.
La larga crisis de representación que enfrenta Perú, se agudizó con la pandemia y no logró volver a dormirse luego del despertar de las movilizaciones de 2020. La indignación ciudadana era contra la corrupción, contra la clase política y condensó la bronca frente a un Congreso a quien veía como el principal enemigo. Castillo es un auténtico representante de la valentía de esas protestas, saliendo del anonimato dirigente de las huelgas docentes.
Lo radical de su propuesta no es solo su proyecto político inclusivo sino la forma en que Castillo ha construido su candidatura, por fuera de toda maquinaria electoral, apuesta a los discursos en público, a las bases y a la movilización ciudadana. Un día tomó un caballo y comenzó a andar, recorrió regiones y también desembarcó en Lima para encarnar su contracara, la misma que la gran ciudad invisibiliza tras sus muros.
En las elecciones de este año las expresiones del fujimorismo fueron divididas en tres, lo que le permitieron a Keiko mostrar un perfil más moderado y alejarla de su accionar asesino de las instituciones democráticas, de este modo Hernando De Soto y Rafael López Aliaga constituyeron la corriente economicista y de ultra derecha respectivamente, permitiendo a Keiko situarse en el centro con un perfil más moderado.
Con su consagración de cara al balotaje, su candidatura logró una unidad inusitada, a tal punto que el propio Mario Vargas Llosa -hasta el 2021 acérrimo antifujimorista- avaló su candidatura, lo siguió la mayoría del espectro político, unos pocos prefirieron no posicionarse.
Antes de Castillo hubo otros intentos, Alejandro Toledo “Choledo” en 2001, Ollanta Humala en 2011, las candidaturas de Gregorio Santos -también cajamarquino- y de Antauro Humala. Todos tienen en común haber intentado representar regionalmente una alianza de los sectores periféricos y de intentar construir un modelo de desarrollo alternativo.
El único apoyo partidario que logró acaparar Castillo fue el de los partidos de izquierda: Juntos por el Perú de Verónika Mendoza y el Frente Amplio de Marco Arana, ambos sectores no lograron representar a los sectores populares marginados quienes consagraron a Castillo como el candidato más votado en abril, de modo que aceptaron acompañar al ungido por el pueblo.
Tal vez el primero en notar la efervescencia popular y la potencia transformadora de la candidatura de Perú Libre haya sido Evo Morales, no en calidad de ex presidente boliviano sino en función de haber sido nombrado como Apu Mallku por varios pueblos indígenas de Los Andes.
Castillo es la esperanza de resurrección de la utopía andina o Inkarri, la unión de las partes desmembradas de Tupac Amaru I y la señal de un nuevo tiempo donde, con la cancha inclinada en contra, sin financiación, sin mayoría parlamentaria y a fuerza de pura épica, David logre por fin vencer a Goliat. Para ello deberá vencer a quienes por 30 años han sido uno de los principales cómplices del fujimorismo: los medios de comunicación.
Los medios no solo fueron clave para garantizar el consenso mediante operaciones psicosociales que lograban presentar estudiantes universitarios como guerrilleros en las masacres de Cantuta y Barrios Altos, o presentar con el eufemismo de “programas de planificación familiar” las esterilizaciones forzadas de más de 300.000 mujeres y varones, campesinos e indígenas. Aún hoy bombardean sistemáticamente con información, opinión e infoentretenimiento para erosionar la candidatura del cambio.
La última encuesta del Instituto de Estudios Peruano arroja luz en el asunto: el 59% de los entrevistados considera que los medios de comunicación favorece la candidatura de la hija del ex dictador, quien por un lado busca victimizarse en su condición de mujer y por otro promete eliminar la educación sexual en las escuelas a la que descalifica como “ideología de género”. A pesar de las constantes y múltiples embestidas en su contra, hasta el momento ninguna encuesta ha logrado arrebatarle “al profe” el primer lugar de cara a la segunda vuelta.
La emergencia de este nuevo movimiento nacional, popular, periférico, campesino, mestizo y subalterno expresa una rebeldía revitalizada. Perú Libre ha roto todos los manuales de campaña modernos, no ha tenido una fuerte presencia en redes sociales y se negó a participar en debates realizados en los grandes estudios de televisión limeños para devolverlos a las plazas públicas.
El próximo 6 de junio, en Perú se enfrentarán dos coaliciones: los de arriba y los de abajo. De momento, las dudas sobre el recién llegado no lograron superar las certezas sobre el carácter autoritario del fujimorismo y el miedo no logró doblegar a la rebeldía de la utopía, tal vez todavía haya lugar para grandes hazañas.
*Socióloga y maestrando en Gobierno en la Universidad de Buenos Aires. Colaboradora del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)