Peligro de agresión inminente contra Venezuela, con migrantes como rehenes
Estamos en medio de una turbulenta, implacable y por demás preocupante ofensiva para la recuperación del territorio americano como base hemisférica de los intereses estadounidenses, a la vez que entramos en una fase peligrosa de agresión inminente contra Venezuela, con los migrantes como rehenes.
Varias situaciones paralelas dan señales claras que justifican la preocupación: la securitización del tema migratorio, la manipulación de un tema socioeconómico para convertirlo en un asunto de paz y seguridad regionales, las amenazas militares de la portavoz de la casa Blanca, Sarah Sanders; la gira del jefe del Pentágono James Mattis por la región, la reunión de Kurt Tidd –jefe del Comando Sur estadounidense- con los comandantes de los ejércitos sudamericanos en Argentina.
Súmele los movimientos militares de Brasil, Temer diciendo que Venezuela rompe la armonía regional, el canciller colombiano asegurando en la ONU que el impacto migratorio en salud y educación es también un impacto en su seguridad; los ejercicios militares y las amenazas de los ejercicios navales frente a Cartagena; las declaraciones de Luis Almagro pidiendo más y más sanciones contra Venezuela; las amenazas de corte de ventas petroleras de EU a Venezuela, la declaración de incapacidad para pagar deuda de Brasil a Venezuela…
El argumento cartelizado es que se trata de un estado fallido que es incapaz de actuar sobre su propio territorio y genera una crisis humanitaria que desestabiliza a la región y solo puede ser frenada con una intervención humanitaria. Y por eso la demanda de abrir un canal humanitario, controlado desde el exterior, desconociendo al Estado venezolano: no les importa que pueda hacer Venezuela sino lo que ellos puedan hacer sobre y contra Venezuela.
Una docena de países han confirmado su participación para el encuentro “técnico” que tendrá lugar el lunes y martes en Quito sobre migración venezolana (Venezuela fue excluida de la reunión), citado por la cancillería ecuatoriana. Confirmaron su presencia Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y, por supuesto el anfitrión, Ecuador.
El temor de varios países es que se pacte allí un inicio de hostilidades, como amenazas de uso de la fuerza militar con carácter preventivo, con el pretexto de defender la seguridad de los países vecinos y de EU. La cancillería ecuatoriana viene presionando para que representaciones del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados y de la Organización Internacional de Migraciones participen de la reunión y avalen acciones militares disfrazadas de “humanitarias”.
Toda esta fase fue preparada meticulosamente para imponer un imaginario colectivo en la región sobre el peligro de los migrantes venezolanos, con fotos montadas y editadas, noticias falsas, en medio de una nueva ofensiva del terror mediático de la prensa hegemónica cartelizada, en una nueva demostración de que estamos en medio de una guerra de quinta generación.
La idea principal de esta guerra de quinta generación, también conocida como guerra sin límites, es que el Estado ha perdido su monopolio de la guerra, y a nivel táctico incluye desde el aspecto armamentista al psicológico y neurológico. No interesa ganar o perder, sino demoler la fuerza intelectual del enemigo, obligándolo a buscar un compromiso, valiéndose de cualquier medio, incluso sin uso de las armas. Se trata de una manipulación directa del ser humano a través de su parte neurológica
Cuadro de situación
Naves de guerra de una decena de países en aguas del Caribe colombiano, sede de las maniobras navales anuales Unitas LIX 2018 que este año reúnen a representantes de las armadas de Argentina, Brasil, Canadá, Colombia, Costa Rica, Ecuador, EU, Honduras, México, Panamá, Perú, Reino Unido y República Dominicana.
La armada de Ecuador, que durante once años no asistió a Unitas por órdenes de Rafael Correa, ahora envió la corbeta misilística Los Ríos CM 13, que zarpó el 23 de agosto desde Guayaquil , el mismo día el gobierno de Lenín Moreno anunció su decisión de desvincularse del ALBA. ¿Es la fachada para imponer un bloqueo marítimo a Venezuela?
Mientras, el influyente senador estadunidense Marco Rubio evocó la opción militar en Venezuela al decir que las circunstancias han cambiado y que actualmente existen argumentos para considerar que el gobierno de Nicolás Maduro amenaza la seguridad nacional de Estados Unidos y la región, y la estabilidad de Colombia y la de otros países, tras discutir el tema con el asesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, John Bolton.
“Y si se le ocurre a Maduro invitar a que el presidente ruso, Vladimir Putin, mande aviones militares, por ejemplo, o que abran una base militar, esto va a escalar. Yo creo que las circunstancias han cambiado, y lo dejo ahí”, añadió.
La Unión Europea destinó un paquete financiero por 35 millones de euros (unos 40.85 millones de dólares) a la región latinoamericana para ayudar con la crisis migratoria de venezolanos, anunció este jueves el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, durante su visita a Colombia, donde se atrevió a calificar la crisis en Venezuela como similar a la que ocurre en Europa con los inmigrantes.
Venezuela y más allá
La intensidad y variedad de movimientos, operativos, posicionamientos y acuerdos militares, policiaco-militares y económico-financieros con que se recolocan los poderes hegemónicos con fachada o entretelones estadounidenses y adherentes, aliados y voceros locales, no ha cesado de desplegarse para mantener el cerco y el agobio sobre Venezuela, pero también para avanzar en una escala mucho mayor.
La política de inducción al sometimiento regional y/o de reconstrucción de los disciplinamientos hegemónicos, se basa en un amplio abanico que incluye golpes parlamentarios, colaboraciones militares permanentes y/o específicas; entrenamiento, capacitación y adoctrinamiento, señala el Observatorio Latinoamericano de Geopolítica.
También cambios normativos que facilitan la consolidación y ejercicio de estados de excepción dirigidos a combatir al real, potencial o imaginario enemigo interno, patrullajes militares, instalación, refuncionalización o modernización de bases militares, aumentos en los presupuestos de seguridad y defensa militares; sistemas cooperativos de defensa; fuerzas especiales con oficiales o contratistas mercenarios; ejercicios militares conjuntos; creación de fuerzas de tareas combinadas y grupos de choque.
Asimismo entran en ese amplio abanico el bloqueo comercial y financiero, la desestabilización monetaria; la deuda externa; operativos de lawfare y hasta la utilización de catástrofes naturales para rediseñar territorialidades y controles.
No solo en Venezuela ocurren simultáneamente una cantidad de ataques, intervenciones o provocaciones de distinto tipo y en sectores y geografías diferentes, sino que puede observarse una situación similar desde una perspectiva macrocontinental, Venezuela es indudablemente el epicentro de la estrategia de recuperación y disciplinamiento continental, de un tsunami que se replica en todos los otros países o regiones, adecuándolo a las condiciones específicas.
La combinación de mecanismos, ritmos, intensidades y sectores implicados en esta clase de ofensivas no tiene freno. Siempre puede agregarse algo más para potenciar los resultados deseados y para complicar la comprensión del fenómeno y la capacidad de respuesta del pueblo afectado.
La idea, señala Ana Esther Ceceña, es ocupar espacios al ritmo y las característicasy condiciones de cada uno y, a la vez, no dejar resquicios desde donde la resistencia a esta intervención pueda levantarse. Y prueba de la creciente militarización de la política regional es el activo protagonismo del Comando Sur de las Fuerzas Armadas estadounidenses con sus reuniones con jefes militares de los países del área, en una “diplomacia” de la seguridad y la guerra.
Las visistas de emisarios civiles disminuyeron radicalmente y cedieron especio a las tres líneas principales de intervención del Comando Sur. Una, ampliar y profundizar relaciones con los gobiernos (restablecimiento de convenios militares y de seguridad con Ecuador). Dos, contrarrestar las redes criminales o terroristas trasnacionales, consideradas como una amenaza difícil de detectar ya que se mueven en espacios no institucionales (con estos criterios catalogan al gobierno venezolano para justificar las agresiones).
Tres, en el terreno operativo preparar formas de respuesta rápida en casos de desastre y asistencia humanitaria, que consiste en el entrenamiento de mandos y tropas estadounidenses.
Ofensiva
La coordinación conservadora de varios presidentes suramericanos lograron desmontar los más importantes avances de la integración de los países de América del Sur que conformaron la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) como bloque referente de las relaciones mundiales marcadas por la multipolaridad de potencias y de proyectos integracionistas regionales y declararon a la región como zona de paz.
La potencia económica y política de los gobiernos de Argentina y Brasil, respaldados por los presidentes de Perú, Chile, Colombia y Paraguay (el denominado Grupo de Lima), comenzó su tarea destructiva en abril pasado, cuando determinaron “suspender su participación” en el organismo, tras dos años de sigilosos movimientos de debilitamiento y parálisis de todos los proyectos integracionistas construidos al margen de la influencia y predomino de Estados Unidos: Mercosur, ALBA, CELAC y Unasur.
Desmantelados los organismos de integración horizontal, vuelve el poder del panamericanismo monroista -América para los (norte)americanos- dejando en pie a la Organización de Estados Americanos (OEA), bajo la tutela de Washington. Pero no logran consenso, porque Nicaragua, Venezuela y Bolivia, al menos, se oponen a la injerencia en asuntos internos de otros países. Y por eso, EU trata de desestabilizar sus gobiernos con todos los medios posibles,
La Unión de Naciones Suramericanas (Unasur), creada en 2008, auspició el Consejo de Defensa Sudamericano, integrado por 12 países, que entre sus propósitos principales tuvo consolidar a la región como zona de paz y servir de contrapeso a los afanes intervencionistas del Pentágono en los ejércitos locales, con fines de alineamiento y adoctrinamiento.
Pero la contraofensiva conservadora y del Comando Sur del Pentágono siguió adelante. En mayo último, Juan Manuel Santos anunció que Colombia – con siete bases estadounidenses en su territorio- se sumaba como “socio global” de la Organización del Tratado del Atlántico Norte, máximo exponente de las intervenciones militares, abiertas y encubiertas, después de la guerra fría. Ahora Chile quiere seguir el mismo camino.
Y ahora, de la mano del embajador de EU en Bogotá, Kevin Whitaker el nuevo presidente colombiano, Iván Duque, apadrinado por Álvaro Uribe, sindicado como genocida y unido al narcotráfico y el paramilitarismo, quiere ser protagonista del “Golpe Maestro” e insiste en manejar la guerra encubierta del Pentágono contra Venezuela, desde la frontera colombiana.
Este plan fue diseñado por el almirante Kurt Tidd, jefe del Comando Sur, quien aspira a que el gobierno bolivariano sea derrocado a través de una “operación militar bajo bandera internacional, patrocinada por la Conferencia de los Ejércitos Latinoamericanos, bajo la protección de la OEA y la supervisión, en el contexto legal y mediático de su secretario general, Luis Almagro”.
En Colombia se respira una atmósfera de zozobra e inestabilidad social, tras el asesinato de 343 líderes sociales, la amenaza permanente a periodistas y el temor a que Iván Duque, el nuevo mandatario, se aventure en dos guerras: una interna y otra contra su vecino, Venezuela. La única forma de unir a la nación es inventando un enemigo externo, para apelar al nacionalismo, una guerra contra los “castrocomunistas” venezolanos, desviando la atención de la continuidad del genocidio interno y la crisis social, económica y financiera.
A inicios de julio y antes de asumir la presidencia, negoció en Washington con el vicepresidente Mike Pence, el secretario de Estado, Mike Pompeo, la directora de la Agencia Central de Inteligencia, Gina Haspel, el zar antidrogas James Carrol, y el asesor de Seguridad Nacional, el superhalcón John Bolton.
A Pence, “preocupado” por la supuesta amenaza a Colombia de la “dictadura” de Maduro –como ya se lo había manifestado a Santos en su visita a Bogotá y en la reunión cuando la Cumbre de la OEA en Lima- le solicitó apoyo en materia militar, de inteligencia y seguridad.
El 10 de agosto, tres días después de asumir la Presidencia, anunció el retiro “irreversible” de Colombia de Unasur y abogó por la aplicación de la Carta Democrática de la OEA contra Venezuela, tras prometer que llevaría a Maduro ante la Corte Penal Internacional, la misma “justicia” internacional, donde Uribe, está acusado por crímenes de lesa humanidad, y donde hacen cola los mexicanos Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto.
El nuevo ministro del exterior, Carlos Holmes Trujillo, se reunió con Julio Borges, sindicado como uno de los coautores intelectuales del frustrado magnicidio del presidente venezolano Nicolás Maduro, para expresarle el “apoyo incondicional” del gobierno de Duque para “rescatar la democracia y la legalidad en Venezuela”.
La periodista María Jimena Duzán recordaba las declaraciones del general retirado Leonardo Barrero (“Prepárense porque vuelve la guerra”) y se preguntaba cuál será el blanco principal de esta nueva guerra anunciada: ¿los líderes sociales que están cayendo como moscas, los ocho millones de ciudadanos que votaron por Petro, los once millones de personas que votaron por la consulta anticorrupción, los diez millones de personas que votaron por Duque y que aún creen en ‘pajaritos en el aire’?
Paralelamente, desde junio está en Cúcuta y Maicao, poblaciones fronterizas con Venezuela, un contingente de “cascos blancos” de la cancillería argentina. Gabriel Fucks, extitular de estos “contingentes de paz”, señaló que la misión en la frontera colombiano-venezolana, más que una acción de asistencia sanitaria, forma parte de una política de presión contra Venezuela.
No es de extrañar que el gobierno de Mauricio Macri se haya sumado a los planes estadounidense-colombianos, dada su posición subordinada en la OEA. Macri, además, aceptó desplegar en el territorio argentino una nueva red de bases militares estadounidenses: una en Neuquén, en el estratégico sur patagónico, cerca de la reserva gasífera de Vaca Muerta, financiada por el Comando Sur con “ayuda humanitaria” y dos en Tierra de Fuego, la de Tolhuin y la de Ushuaia.
Hoy la producción de coca alcanza en Colombia niveles record, grupos armados ilegales luchan por territorios en los que el Estado tiene escasa o nula presencia y una oleada de 330 asesinatos de activistas sociales en los últimos meses, mostró que la paz sigue siendo un término relativo. Y los narcotraficantes necesitan el paso por Venezuela parra llevar su droga a EU.
Durante cuatro períodos presidenciales, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos, quien además fue ministro de Defensa del primero en epócas de los “falsos positivos” –campesinos asesinados y vestidos con ropa de guerrilleros para mostrar a la prensa victorias militares-, la hipótesis del conflicto siempre estuvo en al aire, en guerras de micrófonos o con injerencia directa en asuntos internos del vecino del noroeste.
Y, los mentideros políticos señalan que Santos quiso despedirse del gobierno apoyando el intento (frustrado) de magnicidio del presidente Nicolás Maduro, el 4 de agosto último. Pero esta última jugada del benemérito Nóbel de la Paz, no le salió bien. El atentado buscaba que el poder fuera transferido sin demora a las “autoridades civiles legítimas, miembros de la Asamblea Nacional” presidida por Julio Borges, tras “liberar” una zona del país e instalar allí un “gobierno paralelo” que ejerciera funciones de hecho, con el respaldo de Washington, sus socios de la OTAN y el Grupo de Lima.
James Mattis, secretario de Defensa de los Estados Unidos visitó a mediados de agosto Brasil, Chile, Colombia y Argentina, con una agenda que insistía en el tema de la inestabilidad política y la supuesta crisis humanitaria de Venezuela, que podría afectar el escenario regional. La gira buscó asegurar los vínculos de Washington con lo que considera su patio trasero, ante los alarmantes signos de multilateralismo de las relaciones comerciales con China y Rusia (invasiones de otros países, según Mattis), gracias también a las medidas proteccionistas de Trump.
Las alianzas panamericanas han sido punto focal de las visitas, este mismo año, del exsecretario de Estado Rex Tillerson, su sucesor Mike Pompeo y del vicepresidente Mike Pence a la región.
Mattis auscultó la influencia y presencia en Sudamérica de dos rivales, China y Rusia. Y al respecto señaló que “hay más de una forma de perder la soberanía en este mundo. No es sólo por las bayonetas. Puede ser con países que llegan ofreciendo regalos, préstamos amplios que acumulan deudas masivas en otros países a sabiendas de que no podrán repagarlas, es lo que parecen ser los préstamos chinos a naciones como Venezuela y Filipinas”.
El ministro brasileño de Defensa, Joaquim Silva e Luna, preocupado por la presión estadounidense para el desmantelamiento de la producción local de armas y aviones, dijo que entendió bien lo que quiso decir Mattis, “pero eso es una disputa comercial, de mercado” y señaló que es posible que Brasil se beneficie de una guerra comercial entre EU y China. Pero de todas formas, anunció que 3.200 soldados del Ejército brasileño reforzarán la seguridad en el estado de Roraima, fronterizo con Venezuela, ante la supuesta llegada masiva de inmigrantes venezolanos.
Otra preocupación del mandamás del Pentágono es la reunión en Argentina del G-20, donde el anfitrión tiene responsabilidades en defensa y seguridad de los líderes del mundo “desarrollado”, que permitan la asistencia de Donald Trump: cómo participar de manera discreta sin resentir las pasiones nacionales. La propuesta de Mattis fue la posible cesión de equipos para un área específica; la prevención de ciberataques, con “inhibidores” de circulación de drones.
La visita de Mattis a la región se produjo tras el encuentro del titular de la Armada estadounidense con sus pares de Argentina, Brasil y Chile en Cartagena, Colombia, en el marco de la 28 Conferencia Naval Interamericana que congregó a los jeraracas navales de Argentina, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú y Uruguay.
Si Iván Duque, el nuevo presidente -que quiere reformular el acuerdo de paz con la guerrilla de las FARC que su antecesor Juan Manuel Santos se abstuvo de implementar- no logra llevar el Estado a las zonas rurales, hoy en manos de narcotraficantes y paramilitares (o no está interesado en ello), poco cambiará en Colombia, que registró al menos 260 mil muertos, 60 mil desaparecidos y más de siete millones de desplazados.
Generar tensiones con Venezuela sirve para desviar la atención de la violencia de seis décadas en Colombia, parte de la normalidad en ese país y que contrasta en las últimas dos décadas por la existencia de sistemas sociales, económicos y políticos contrapuestos. El mensaje de la conducción política colombiana y los medios de comunicación hegemónicos, no ha cambiado: su lenguaje es agresivo, belicoso, xenófobo y permanentemente amenazante.
Durante todo su mandato, Juan Manuel Santos, sibilino y de la aristocracia bogotana, intrigó en organismos internacionales y en gobiernos de la región al frente de la campaña consistente en afirmar que con motivo de la elección de la Asamblea Nacional Constituyente, Maduro había acabado con la democracia venezolana. Y con su supuesto afán pacificador, logró desarmar y traicionar a las FARC, que constituían un muro de contención para cualquier aventura de agresión del establishment colombiano.