¿Podrá Obama escapar a la tradición partidaria?: Un pasado demócrata que condena

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Leonardo Montero*

La elección de Barack Obama generó expectativas positivas en todo el planeta acerca del papel de Estados Unidos. Sin embargo, el “afroamericano” tendrá que eludir un pesado lastre histórico.

“Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América”. Barack Obama

La elección de Barack Obama es un hito para la historia de Estados Unidos. Negar esto sonaría incoherente. La llegada a la Casa Blanca de un “afroamericano” es la consecuencia de una ruptura de todos los parámetros socioculturales que atravesaron la existencia del país del norte.

Si se tienen en cuenta las condiciones en las que vivían los negros en Estados Unidos hace apenas unas pocas décadas, la victoria de Obama, resulta una buena señal para Estados Unidos y el mundo. El propio presidente electo vivió en carne propia esas contradicciones sociales en el seno de su familia.

Por estos motivos, se entiende que el mundo entero vea con ojos optimistas la llegada de Obama al gobierno estadounidense. Si a eso se le suma, la salida del poder de George W. Bush, evidentemente el panorama es mucho más alentador que en los últimos diez años, por lo menos.

No es el objetivo del presente artículo lanzar una serie de pronósticos acerca de hechos que podrían acontecer a futuro. Entre otras razones, porque quien lo escribe no ha adoptado aún la capacidad de viajar hacia tiempos venideros. Sin esa magnífica oportunidad al alcance, conviene repasar y volver a analizar algunos hechos históricos.

La frase que titula esta nota puede llevar muy lejos en los acontecimientos históricos. Si de analizar la historia demócrata se trata, el recorrido puede alcanzar hasta los albores de la existencia de Estados Unidos.

Sin embargo, el objeto del presente análisis tiene un caprichoso comienzo en 1945, luego de la muerte del entonces presidente Franklin Delano Roosevelt y la asunción de su vicepresidente, Harry Truman.

La llegada de Truman se dio casi sobre el final de la Segunda Guerra Mundial. Poco antes de que Truman cumpliera cuatro meses en la Casa Blanca, la aviación estadounidense llevó a cabo las masacres de Hiroshima y Nagasaki. Lo que se conoce como un “comienzo arrollador”.

Durante los años de Truman, se desarrolló la Guerra civil griega (1946-1949) que llevó al presidente demócrata a proclamar la Doctrina Truman. Esta política estaba destinada a proporcionar soporte económico y militar a gobiernos que enfrentaban “levantamientos comunistas”. Se trataba, en definitiva, de una formalización del intervencionismo estadounidense.

La mayor puesta en escena de la doctrina durante el mandato de Truman, fue la intervención estadounidense en la Guerra de Corea (1950-1953) a favor de los del Sur y enfrentando abiertamente a China y la Unión Soviética.

El legado de Truman, no sólo fue la doctrina que lleva su nombre, sino también la amenaza latente de que su país en cualquier momento y lugar podría utilizar armas atómicas como lo hizo en Japón.

El siguiente presidente demócrata en ocupar la Casa Blanca, fue el carismático John Fitzgerald Kennedy, quien ocupó el sillón desde 1961 hasta su asesinato en 1963. En ese corto período, JFK tuvo tiempo para continuar con un legado de intromisiones e intervencionismo.

En estos días de euforia por Obama, se lo suele comparar con Kennedy debido a sus atributos de juventud, carisma y habilidad discursiva. Podría mencionarse otro ítem que los relaciona: el legado que reciben. Tanto como Obama deberá enfrentar los problemas generados por la administración Bush, Kennedy recibió la pesada mochila de la “Doctrina Truman” y del gobierno republicano de Dwight Eisenhower.

En ese sentido, Kennedy hizo frente a la Guerra de Vietnam de acuerdo a los postulados mencionados anteriormente. Así, apoyó económica y militarmente al gobierno de Vietnam del Sur. Incluso, se acusa a Kennedy de haber autorizado la utilización de napalm y agente naranja en el conflicto. Además, la Casa Blanca apoyó el golpe de estado contra el presidente de Vietnam del Sur, Ngo Dinh Diem, el 2 de noviembre de 1963.

Por otra parte, JFK continuó con el plan orquestado por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de armar una insurrección contrarevolucionaria para invadir Cuba y derrocar a Fidel Castro. Finalmente, el 17 de abril de 1961 se llevó a cabo la Invasión a la Bahía de Cochinos, resistida por las fuerzas cubanas.

Por último, durante la administración de Kennedy, comenzó a regir el bloqueo económico contra Cuba. Una brutal política contra los habitantes de la Isla, que hoy tiene más de 46 años de existencia. Apenas seis meses menos que Barack Obama. (Ver: “Un ‘Genocidio’ que pisotea las normas internacionales”. APM 18/10/2006)

Tras el asesinato de Kennedy, asumió su vicepresidente Lyndon B. Johnson, quien renovaría su mandato hasta 1969. Por supuesto que el nuevo mandatario continuó la Guerra de Vietnam y abrió otros frentes de conflicto enmarcados dentro de la Guerra Fría.

En 1965, elementos de la CIA dieron apoyo logístico para que el general Suharto diera un golpe de Estado en Indonesia. A partir de ese momento, se instaló una feroz dictadura que culminaría con más de 500 mil personas asesinada y más de un millón de presos políticos. Años más tarde, se conocería que fue la CIA quien elaboró las “listas negras” de sospechosos comunistas.

En ese mismo año, Johnson decidió intervenir en el conflicto de la República Dominicana y envió sus tropas para derrotar al gobierno establecido. El Jefe de Estado justificó la invasión asegurando que su país no permitiría el establecimiento de gobiernos comunistas en el continente americano.

Luego de ocho años de gobierno republicano, en 1977 volvieron los demócratas. La presidencia de James Carter -quien años más tarde sería premiado con el Premio Nóbel de la Paz- estuvo marcada por el conflicto con Irán. Un conflicto que llega hasta la actualidad y que tuvo nacimiento en 1979 cuando la Revolución Islámica derrocó al Sha, Reza Pahlavi, un representante directo de los intereses estadounidenses.

A partir de allí, nació lo que se conoce como la “Doctrina Carter”, muy de moda en los tiempos de George W. Bush. Para Carter, Estados Unidos debería emplear “cualquier medio que sea necesario, incluyendo la fuerza militar” para enfrentar y neutralizar cualquier intento por parte de un poder “hostil” para bloquear los recursos estratégicos del Golfo Pérsico. En 1980, Irak invadió Irán con apoyo logístico de fuerzas estadounidenses y desató una guerra que duró hasta 1988.

Por otra parte, la “Doctrina Truman” siguió al pie de la letra durante los años de Carter. En ese período continuó la ocupación de Timor Oriental por parte de Indonesia, comenzada unos meses antes de la asunción de Carter. Además, Washington prestó ayuda a los Contras nicaragüenses y al gobierno de El Salvador, en distintos conflictos que llegarían hasta la década del 90.

Vale aclarar que durante los años de Jimmy Carter se desarrolló el Plan Cóndor en Sudamérica. Incluso, el dictador chileno Augusto Pinochet visitó a Carter en la Casa Blanca en 1977. Claro, Estados Unidos no intentó derrocar a ninguno de esos dictadores. 
El último de los mandatarios demócratas a recordar es William Clinton (1993-2001), el famoso Bill. En materia diplomática, Clinton puso en vigor la llamada Ley Helms-Burton que endureció el embargo estadounidense a Cuba.

Ya sin el paraguas de la Guerra Fría y la Doctrina Truman, durante el gobierno de Clinton se realizaron diversas intervenciones de los marines en África, Haití, Medio Oriente y la zona de la antigua Yugoslavia.

En 1999 Estados Unidos, bajo el amparo de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), bombardeó Serbia dando inicio a la llamada Guerra de Kosovo. En una intervención que no tenía fundamentos claros, Estados Unidos realizaba un ensayo de las acciones militares futuras, dejando miles de muertos y un número incierto de desplazados.

Para terminar con Bill Clinton, cabe destacar el papel jugado por Estados Unidos en el Genocidio de Ruanda en 1994. En esa oportunidad, Washington insistió en la retirada de las fuerzas de paz de Naciones Unidas, a pesar de tener información acerca del riesgo de una matanza, como la que finalmente ocurrió. Cerca de un millón de personas murieron en un conflicto que aún sigue latente.

Este largo repaso tiene como objetivo entender como ha sido la histórica actuación de los demócratas en materia de política exterior. No obstante, estos datos no son determinantes en cuanto a lo que hará o no el futuro presidente de Estados Unidos. Aunque sí resultan determinantes para asegurar que la llegada de un demócrata a la Casa Blanca, no es garantía de cambio.

Justamente esa palabra, “cambio”, que retumba en todo el mundo y genera esperanzas en tan variados sectores, es el mayor desafío que enfrenta Obama. “Cambiar” el posicionamiento de Estados Unidos en el mundo, es una tarea difícil de imaginar. Lo que no es difícil imaginar, es que si un presidente lo intentara, las reacciones no tardarían en aparecer.

Durante su campaña, Obama prometió retirar las tropas de Irak. Aunque su intención no es que los soldados vuelvan a su país. “Tenemos que salir de Irak porque necesitamos más tropas en Afganistán. No tenemos tropas suficientes en Afganistán porque están en Irak”, sentenció el “afroamericano” en uno de los debates con su contrincante, John McCain.

Para Obama, la política guerrerista debe continuar en Pakistán: “debemos ocuparnos de Pakistán, donde al Qaeda tiene santuarios seguros. Los paquistaníes no han hecho lo que se debe hacer. Hasta que no enfrentemos esto, los estadounidenses no estarán a salvo en casa”. Aunque esas palabras parecen tener el sello de Bush, fueron dichas por el hombre que representa el cambio.

Asimismo, Obama ha hecho público su apoyo a Georgia y ha prometido incrementar su apoyo al gobierno de Mijail Saakashvili, enfrentado a Moscú. Al parecer, las relaciones entre la Casa Blanca y el Kremlin no mejorarán en el futuro inmediato.

En cuanto a la cuestión iraní, el hombre nacido en Honolulu asegura que podría establecer algún tipo de diálogo aunque aclaró que todas las opciones seguirán sobre la mesa. Otra frase con el sello del presidente saliente. Su postura pro israelí es indisimulable. Su alocución frente al Comité de Asuntos Públicos Estados Unidos-Israel (AIPAC), un grupo de lobby con mucho poder en Washington, es una muestra de esa postura. Allí, atacó duramente a Teherán, prometió una millonaria ayuda económica para Tel Aviv y evidenció su reconocimiento de Jerusalén como capital del Estado hebreo. (Ver: “Obama desafía al racismo en las urnas”. APM 02/11/2008)

Para concluir el análisis, es necesario mencionar algunos nombres que se barajan para integrar el gobierno de Obama. Rahm Emanuel ha sido confirmado como el futuro Jefe de Gabinete. Emanuel fue uno de los hombres fuertes del gobierno de Clinton y cuenta con el apoyo de todos los sectores pro israelíes que merodean la Casa Blanca. Emanuel sirvió como voluntario civil del ejército israelí durante la Guerra del Golfo en 1991, su designación fue festejada en Tel Aviv. “Nuestro hombre en la Casa Blanca”, fue el titular del diario Yediot Ahronot, el de mayor tirada en Israel.

Según las previsiones, los asesores en política internacional de Obama, también son antiguos colaboradores de Clinton. En párrafos anteriores se hizo un breve repaso de las políticas llevadas a cabo durante los ocho años de Clinton.

Por otra parte, Obama mantendría a Robert Gates como jefe del Pentágono. Es decir, una parte importante de la política guerrerista de Bush continuaría. Gates es uno de los artífices de las guerras de Afganistán e Irak y uno de los impulsores de los ataques en Pakistán y Siria. Su continuidad pondría en duda el “cambio” promovido por Obama.

En conclusión, el arribo de Obama al gobierno de Estados Unidos ha generado una gran expectativa a nivel mundial. Ayudado por la pésima gestión de Bush, Obama encarna la esperanza de un cambio. A partir del 20 de enero de 2009, el “afroamericano” deberá responder a esa confianza que se deposita en él.

No es la intención juzgar a Obama antes de que cometa sus actos. Sin embargo, la historia estadounidense demuestra que el Partido Demócrata y el Partido Republicano han construido sus administraciones a partir de una misma lógica.

Todo el mundo tiene derecho a pensar que Obama puede venir a romper con esa lógica. No obstante, tanto la historia escrita por sus antecesores demócratas como sus primeras elecciones como presidente, reducen sustancialmente las expectativas. No hay que olvidarse tampoco que, como dijo Obama en su discurso posterior al triunfo, “Somos, y siempre seremos, los Estados Unidos de América”.

*Publicado en APM.

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