Quitarse la careta
“Nuestro mundo civilizado no es más que una mascarada donde se encuentran caballeros, curas, soldados, doctores, abogados, sacerdotes, filósofos, pero no son lo que representan, sino solo la máscara, bajo la cual, por regla general, se esconden especuladores de dinero». — Arthur Schopenhauer filósofo alemán 1788–1860
El carnaval como sistema de vida parece perpetuarse a nivel mundial, hacerse definitivo, volverse cotidiano. Vivimos, en efecto, un carnaval perenne, en medio de un creciente fingimiento en que se da al mundo una cara que disimula y enmascara a la latente y se aparenta ser lo que no se es. Se observa, por doquier, una constante y general suplantación en que una máscara oculta, sustituye al ser autentico y se disfraza de lo genuino y la verdad. Se crea en derredor, una alarmante y peligrosa confusión y una tolerada estafa en que muchos convierten su facción en ficción y no sabemos ya cuál es careta, cuál la verdadera faz, cual la realidad. Y a fuerza de vivir entre objetos, situaciones y personas falsas, falsificadas, fraudulentas y adulteradas, sentimos la vida como una comparsa de mascaras.
Debido a que tenemos debilidades, fallas y miedos, cosas que creemos que nos hacen menos agradables o deseables, preferimos esconderlas de otras personas. Entonces, usamos máscaras. El peligro de usar una máscara es que nos tergiversa. Lo que otras personas ven es una mentira
Los etnólogos sitúan el nacimiento de la máscara en el momento en que se produce la autoconciencia. Su uso se remonta a la más lejana antigüedad encontrándose entre los egipcios, griegos y romanos, durante las lupercales y las saturnales, además en las representaciones escénicas.
Se utilizan en funciones rituales, sociales y religiosas donde los participantes la emplean para representar las figuras espirituales o legendarias.
El uso de las máscaras en la Grecia antigua se desarrolló con propósitos ceremoniales. Son también una característica que define el Teatro Noh de Japón.
El ser humano posee una serie de anhelos que no se atreve a compartir con los demás. Para los investigadores de las ciencias sociales, las máscaras son simples medios para alterar la realidad aunque solo sea por un corto periodo de tiempo. El objetivo es acercarse un poco a ese ideal de uno mismo que habita en los corazones de todos los hombres y permite a cualquier individuo mostrar diferentes facetas de su personalidad.
Ocultar el rostro bajo una máscara es una vía de escape que permite a grandes y pequeños mostrarse tal y como son realmente.
Convivimos en el planeta, entre escenarios y personas artificiales, falsificadas, fraudulentas y adulteradas, sentimos la vida como una comparsa de máscaras, colectiva simulación y permanente engaño.
La máscara es una pieza de material generalmente con forma de rostro, usada sobre la cara. Se han utilizado desde la antigüedad con propósitos ceremoniales y prácticos. La palabra tiene origen en el masque francés o masquera en español.
La máscara es una representación cargada de intenciones y simbolismos, convertidos en arquetipos que son parte del inconsciente colectivo e individual y representa los temores y aspiraciones de una civilización.
Dentro de este contexto está, el antifaz, tela, de un solo color, sin nota jocosa alguna, con la que se cubre el rostro. Usada por el Zorro, Batman y Robin, héroes que se dedicaban a combatir la injustica, para ocultar su verdadera identidad.
Tiene, además un sentido figurado equivalente a disimulo, excusa o pretexto, que son actitudes del espíritu humano, semejantes a las materiales, con las que se quiere encubrir el motivo real y verdadero de una conducta determinada, para que nuestra persona, nuestro yo, desaparezca y sea irreconocible; en que jugamos a desconocernos hartos de conocernos demasiado.
Convivimos en escenarios y personas artificiales, falsificadas, fraudulentas y adulteradas, sentimos la vida como una comparsa de máscaras, colectiva simulación y permanente engaño.
Es una burla: la lucha contra la corrupción, las sanciones a las infracciones, la eficiencia administrativa a todos los niveles, la independencia de los Podres Públicos; el diálogo.
Pantomima resultan las imágenes que se quieren proyectar cuando no son genuinas, auténticas, verosímiles, coincidentes ni congruentes. Farsa grotesca es la que protagoniza algún acomplejado resentido cuando enmascara el saberse poco con alardes fanfarrones de importancia, de grandeza, de señorío. Esta la máscara social, que se traduce en sonriente hipocresía.
Debemos volver a ser lo que somos, fabricarnos una existencia auténtica, representando cada quien su verdadero personaje, insustituible e inalienable, quitarnos las caretas, definirnos, pronunciarnos.
Son pocos los que dan la cara, dicen lo que sienten, actúan como piensan y se muestran tal como son.