Rashid Sherif / Túnez, raíces de la rebeldía: la mujer al frente
Don Hernando de Magallanes —cuando zarpó en setiembre de 1519 rumbo a la mar océano— dio comienzo físico a lo que hoy llamamos globalización; sólo que la ciudadanía universal corre para órdenes de pago, mercancías, «cointainers» de armas, hambre y bagatelas, no para mujeres y hombres. Este ensayo nos pone en contacto con un país singular, una cultura que batalla y una realidad no tan lejana como parece. Acercarnos a ella es darle otro contenido a la aldeización planetaria. Primera parte.
I. El pasado en tierras lejanas
No deje el tiempo al tiempo. Abusa.
Jean Amadou.
Al nacer, vale recordar, el animal así como el pequeñito ser humano, todos, son definidos por su sexo, hembra o macho, femenino o masculino, en la más absoluta igualdad. Luego y sólo en función de la cultura local de las sociedades, según el momento histórico de su evolución, sólo entonces, se establece el género diferenciado en la desigualdad: niña/niño.
A partir de allí se abre un camino predestinado, con claros patrones socioculturales a desventaja de la niña, adolescente y mujer en el seno de la estructura social patriarcal. No hace mucho a escala de la Historia, en época pre-islámica, un hombre muy enojado enterraba su propia niña con sus ojos abiertos en la arena caliente del desierto de Arabia. No quería ser su padre, sentía vergüenza y una rabia descomunal frente a la familia y el grupo social; sin duda la culpa la tenía la mujer que hizo el chiste de reproducirse a ella misma.
Todavía en algunos países del Oriente [cercano y lejano mirado desde Europa], esa mujer puede ser apaleada o repudiada, sufriendo en el mejor caso una fuerte reprobación familiar. Y con tanta presión del medio ella a menudo llega a interiorizar un extraño sentimiento de culpa, busca nuevos embarazos hasta llegar (o no) al alivio de ver despuntar ese tan anhelado “regalo” de sexo masculino, ¡un “machito”, vale!
En aquella misma región árida y desértica del mundo, a principios del siglo VII, un joven despierto, a la vez gran viajero, por años había recorrido sin descanso con sus camellos alineados en caravana, con preciosa mercancía, los corredores tradicionales entre Arabia y Siria. Era iliterato, más sin embargo culto, reconocido por sus sólidos fundamentos éticos, su conocimiento refinado de las relaciones humanas dentro y mucho más allá de su clan koraishita y su territorio en la Mecca, incluso fuera de su fe todavía pagánica, con una amplia curiosidad y afán por aprender.
Por sus extraordinarios dotes, fue capaz de llevar a cabo un grandioso proyecto visionario unitario en su península arábica y asumió entonces una misión profética a favor del cambio radical de la sociedad animista, clánica y tribal fragmentada, fratricida de su tiempo. En particular, aportó de forma definida y detallada el respeto a la condición humana femenina con derechos sociales novedosos y avanzados para su tiempo. Ese hombre —a la vez común y fuera de lo común— fue Muhammad. Inició una obra genial revolucionaria, sacudiendo la larga noche de Arabia, la que alcanzó luego de su muerte la cima floreciente de una nueva civilización humana musulmana con base patriarcal.
Esta obra del Islam naciente arrancó en la segunda mitad del siglo VII [de la era cristiana]. Hay que destacar el valor y la apertura del espíritu de tolerancia de Muhammad, quien fue el fundador primero y único en la península arábica de un Estado-nación secular, multiconfesional, en la ciudad de Yathreb (hoy Medina) donde estaba exiliado (al hijra), y donde convivían pobladores de fe hebraica, cristiana y animista con los nuevos musulmanes. Era un Estado concebido y realizado dentro de los límites de aquel pequeño territorio urbano con una proyección peninsular.
Con todo, al morir sorpresivamente el líder fundador, sus seguidores lo endiosaron. En vez de honrar su mensaje de paz y humildad, lo tergiversaron, ampliaron a nivel de leyes sagradas sus dichos y hechos. Es así como terminaron los vencedores por escribir la historia a su modo, olvidando con que humildad y para su grandeza aquel líder sólo pretendía ser un rasúl o mensajero (de Dios) y no profeta; demoraron dos siglos antes de recopilar y ordenar el Libro actual: El Corán.
Impusieron normas restrictivas a las mujeres. Al inicio, los llamados compañeros (Sahaba) o seguidores se sucedieron en el poder por consenso, pero rápidamente se desarrollaron luchas fratricidas, con varios asesinatos políticos en serie, autoproclamándose herederos (califas), cada cual estableció su propia dinastía.
A la vez, lanzaron por conveniencia fuera de su territorio y por décadas hordas nómadas rebeldes, conflictivas y fratricidas, gente pobre y fanatizada, en nombre de un nuevo “Jihâd” o compromiso guerrero, lema lanzado por los recién convertidos al Islam durante la lucha contra los koraishita paganos, enemigos de Muhammad (su propia tribu en la Mecca). Se trata pues de una política agresiva para, por una parte, deshacerse de esos grupos tribales rebeldes creándoles el espejismo de ir a buscar riquezas afuera, y, por otra, llevar a cabo una política expansionista por la conquista colonial de tierras ajenas, empezando por su vecindario al norte y finalizando en lo más lejos hacia el oeste africano y europeo como hacia el este asiático.
No descansaron de su afán guerrerista invasor hasta dominar con sangre y fuego otros pueblos, siempre con el uso abusivo y pretexto del Islam —como otros lo hicieron y lo harían a nombre del cristianismo. Es así como luego de pocas décadas lograron establecer el territorio del imperio más amplio jamás alcanzado en la historia.
Al cabo de varios siglos de dominación, ese imperio musulmán —al igual que los demás— siguió el curso conocido de grandeza y decadencia hasta su derrumbe final. De nuevo volvió en caer la larga noche tanto sobre la península arábica como en gran parte de sus antiguas colonias, de poblaciones esparcidas mayormente en áreas del Sur. África del Norte fue envuelta en esa misma noche de la historia.
Y otra vez la mujer fue la que más sufrió por estos altibajos. El poder colonial árabe fue luego desplazado por el imperio otomano, igualmente despiadado, el cual a su vez cuando su decadencia fue sustituido, desde finales del siglo XIX, por los imperios británico y francés —también conocidos en la historia por su genocidio y salvajismo.
Es de notar que Muhammad había utilizado la política y sus dotes de líder popular con la clara y única finalidad de lograr la propagación entre su gente de la nueva fe monoteísta, el Islam, fundamento en una época obscurantista de una verdadera teología de la liberación. En total contraste, sus seguidores —hasta los islamistas de hoy— han operado a la inversa, con uso y abuso de un Islam simplista, opaco y misógino para lograr sus propios objetivos políticos de poder, haciendo verdaderamente de la religión el opio del pueblo.
Más aún, repetimos, mientras Muhammad había creado en Yathrib (Medina) un Estado-nación secular y multiconfesional, sus falsos seguidores (salafi) arropados con un islamismo ideológico dogmatico tienen hoy el objetivo declarado y descarado de desmantelar de una vez el Estado-nación moderno a nombre de un “califato” abstracto, a-histórico. Los agentes del fundamentalismo, elementos violentos y racistas —contrariamente a la enseñanza sabia de Muhammad— atacan la fe religiosa de otras comunidades.
Además, es de notar la obvia convergencia de intereses entre estos islamistas sunitas (hoy a la ofensiva en África y Medio Oriente) y los poderes imperiales occidentales desde el siglo XIX y XX hasta nuestros días, los cuales han buscado afanosamente, y lograron, aliarse con islamistas en varios países a favor de su objetivo estratégico imperial de debilitar el Estado-nación de países del sur para así someterlos y mantenerlos como objetivo “blando” para el saqueo y la explotación.
Estamos en presencia de un poder imperial desesperado y dispuesto para utilizar cualquier medio de violencia y hasta de exterminio genocida para alcanzar la nueva empresa de re-colonización a la antigua. Vivimos a diario estos sucesos trágicos los últimos años desde Somalia, Afganistán, Irak, la invasión de la OTAN a Libia y sus intentos en Siria, junto con los golpes de Estado “suaves” en América Central y Sur.
II. Pasado & presente nuestros
Como dato histórico, Túnez pre-islamizada en tanto como Ifriqya —África del Norte actual— fue parte del territorio de la Numidia (202-46 a-C.). Sus pobladores originarios eran judíos y amazigh (mal llamados berberes —distorsión de bárbaros— desde la época romana y su dominación sobre Cartago). Durante aquellos tiempos de autonomía, se había edificado por largos años un Estado-nación amazigh poderoso con expansión comercial en toda el área de la cuenca mediterránea.
Mucho antes todavía, mencionaremos en la antigua Ifriqya la gran civilización cartaginense con Amílcar Barca (275 a 228 a.C.), el cual se enfrentó valientemente al imperio romano (Guerras Púnicas); fundador de la ciudad actual de Barcelona, en España, nombre derivado del propio Barca. Su hijo Aníbal (247 a 183 ante C.), como se sabe, atravesó primero el estrecho de Gibraltar con sus tropas y sus elefantes, luego pasó heroicamente las alturas nevadas de los Alpes llegando hasta las puertas de Roma.
De paso también vale mencionar la hazaña guerrera de un jefe amazigh convertido al Islam, Tarek Ibn Ziâd, quien a principios del siglo VIII, dirigió con audacia la primera expedición armada (711-718) a favor de los árabes en un territorio ultramar europeo: lo que devendrá la Andalucía árabe, dando su propio nombre al estrecho cruzado como Jabal Tarek (montaña de Tarek), luego transfigurado por la pronunciación occidental en Gibraltar.
La colonización árabe de población tuvo un fuerte impacto genocida [lo mismo hicieron los españoles contra los nativos en Suramérica y el Caribe] sobre los pueblos originarios africanos del norte, y dejó un legado de dependencia cultural hasta el presente en países del Maghreb (significa oeste u occidente en árabe). El nombre original Ifriqya fue sustituido por éstos invasores por el de Túnez (significa en árabe «país sereno y acogedor») —quedando entonces el nombre original para denominar al resto del continente como África. El legado consistió en el idioma árabe dominante (influenciado por la lengua autóctona amazigh sobretodo en Argelia y Marruecos) y la religión musulmana según la secta mayoritaria sunita malekita patriarcal con su tajante diferenciación de género a desventaja de la mujer.
Este rasgo discriminatorio, en todo caso, parece ser más bien una característica general de las religiones monoteístas. Mientras en la cultura autóctona originaria al igual que en África en general, básicamente la mujer mantiene —más aún en el campo— un espacio central en la vida socioeconómica, cultural y espiritual, con una relación más bien armoniosa y libre con su cuerpo, un hecho que todavía se observa en el seno de la población femenina afroamericana desde el tiempo de la esclavitud hasta nuestros días.
La conversión forzosa al Islam de una mayoría amazigh y un grupo limitado de judíos, llegó en cambiar profundamente la relación mujer/hombre haciendo del cuerpo —el de la mujer específicamente— un tabú en vez del sustento físico-orgánico del Ser y su presencia en el mundo. Esta influencia drástica desplazó tanto la práctica animista como las otras religiones monoteístas, judía y cristiana, de muchísimo más antigüedad y arraigo en el país; en definitiva, como bien lo describía Franz Fanon, toda empresa de dominación colonial deriva de un hecho de gran violencia.
A lo largo de los siglos, desde las constantes olas de invasiones árabe (647–711 d.C.), en Ifriqya, los nuevos colonizadores acabaron por integrarse y su reciente fe tuvo que adaptarse frente a la gran resistencia del pueblo judío y amazigh (en parte animista, cristianizado y judaizado) —a través de un largo proceso de asimilación reciproca— produciendo al fin una coexistencia entre por una parte creencias cristiana y judía y por otra parte una tendencia musulmana sunita malekita moderada, sincrética, al fusionarse con prácticas animistas antiguas (transfiguradas luego y hasta hoy en marabutismo alrededor de figuras de “santos” o Sayed locales). Esta es una característica resultante fundamental de la cultura musulmana dominante y del Islam en Túnez: moderado y tolerante.
Volviendo al sistema sociocultural patriarcal: su impacto negativo sobre el género femenino fue reforzado por fundamentalistas dentro de las religiones monoteístas, en oriente y occidente, con mayor gravedad aún en regímenes autocráticos y decadentes del mundo musulmán (donde los árabes representan una minoría) sometido al coloniaje occidental. En ciertos medios sociales de África del Norte, Medio Oriente, Golfo Pérsico y hasta más allá, en Pakistán y países asiáticos musulmanes (Indonesia y demás), más aún cuando son dirigidos por poderes religiosos conservadores, hombres, claro está, la dominación se aplica en primero lugar de forma obsesiva, invasiva, opresiva, represiva y con hostigamiento contra el cuerpo de las mujeres desde la edad de niñas cuando sufren la excisión del clítoris (no en Túnez).
En suma se las percibe e identifica al igual que en aquellos tiempos pre-islámicos: primero por su sexo, hembras. Son objeto de vigilancia constante. Se las obliga a cubrir su cuerpo con velo. Son motivo potencial de escándalo y vergüenza para la familia. Su cuerpo se vuelve tabú, en él proyectan un sinnúmero de negatividades. Son víctimas de secuestro, violencia moral, sicológica y física, violación, lapidación, incluso asesinato en nombre del honor familiar. Por siglos generaciones de niñas y mujeres han sufrido ofensas e injusticias, nacen para una vida sin valor.
La opresión colonial europea ha contribuido a reforzar aún más las tendencias religiosas conservadoras degradantes de la vida social. Es un arma más ésta vez, puesta en manos de los hombres colonizados cómplices, embrutecidos contra su propia sociedad y ellos mismos hasta hundirse en el oscurantismo abismal. Tal es la razón por la cual los patriotas independentistas en Túnez en la primera mitad del siglo XX tenían desprecio profundo hacia los jefes religiosos, Imâm colaboradores y otros “cheikh” impostores, recuperadores de un Islam esclerótico, vendidos al poder autocrático y al colonialismo. Hoy, con los islamistas hemos vuelto a lo mismo.
La complejidad paradojal del asunto hará que el espíritu de justicia —ligado a la teología de la liberación del Islam original en tiempos de Muhammad— específicamente fuera reivindicado con mucha fuerza como ideología y así sirvió de incentivo poderoso y bandera de la lucha independentista, llamando de nuevo al Jihâd emancipador contra el colonialismo francés tanto en África del Norte como en otras áreas del África del Oeste, Centro y al Este. En aquellos tiempos de movimientos independentistas, las mujeres aprovecharon la oportunidad de la lucha frontal de todo un pueblo contra el poder colonial para abrirse paso como dignas combatientes en varios terrenos al lado de los hombres. El Islam constituyó entonces un poderoso estimulo tanto ideológico como espiritual para ambos, mujeres y hombres reconciliados en la misma trinchera patriótica.
Para arriesgar una comparación relativa, sería como evocar la diferencia entre el dogma de una iglesia que instrumentaliza a un Jesús- Cristo a favor de los poderosos, y el verdadero Jesús humilde y rebelde defensor de los pobres, de los explotados, reivindicado en la teología de la liberación por los cristianos revolucionarios de ambos sexos, ésta vez a favor del cambio de época.
Las buenas almas europeas incluyendo aquellas izquierdas sin dientes, se dan el lujo o el cinismo eurocentrista cuando enfocan al Islam de dos modos diferentes e interesados: primero, nunca se cansaron por criticar al Islam de forma sincrética y a través del prisma de la condición femenina en algunas tierras musulmanas —sin mirar la condición de la mujer en países occidentales, la cual dista mucho de ser ejemplar—. Segundo, salen hoy de pronto para aplaudir un supuesto “Islam político moderado”, aliado de las fuerzas imperiales, a la vez fundamentalista y opresor de la mujer.
En definitiva, más allá de nuestras realidades propias, como enfoque global en el mundo contemporáneo, salvando situaciones locales especificas y diferencias culturales, la condición de la mujer está todavía ligada al contexto sociopolítico, económico y cultural opresivo del sistema social patriarcal.
En el caso particular de la sociedad tunecina, ésta llegó a través de los siglos a asimilar a su modo el idioma árabe y la religión musulmana, como hemos señalado, acorde con su propia idiosincrasia milenaria. Sociedades africanas y americanas colonizadas han hecho lo mismo con el cristianismo y las lenguas europeas. De hecho, una de las particularidades de la colonización de población árabe en Túnez ha sido adaptarse ella misma —casi fusionar a la larga— en vez de sólo imponerse tal cual desde afuera según el modo colonial occidental y con fuerza a la sociedad sometida, admitiendo así sin remedio los poderosos sincretismos culturales, lingüísticos y religiosos locales. De allí la gran variedad de la practica del Islam en el mundo con rituales distintos, entre moderación y rigorismos.
También, dado el caso de la gran extensión territorial del imperio árabe, encontramos una diversificación de los acentos del idioma árabe entrelazado con modismos y lenguas locales. Más aún, bajo la dominación de un nuevo imperio ésta vez otomano, Túnez llegó a distanciarse de la influencia árabe medio oriental, desarrollando poco a poco una nueva cultura propia, esencialmente urbana mediterránea y africana, en parte acorde con su entorno físico real. El imperio francés que desplazó al otomano a finales del siglo XIX no ha hecho más que profundizar ésta particularidad tunecina. Sin embargo, Túnez dista mucho todavía por ser un país verdaderamente soberano e independiente, reconciliado al fin con su entorno geográfico y humano africano.
Dicho esto, el legado transgeneracional en Túnez abrió paso —a pesar de haber sido un país colonial hoy todavía dependiente—, hacia un proceso sociocultural evolutivo de las mentalidades, particularmente desde la independencia formal de 1956 gracias a la escuela obligatoria y la proclamación constitucional del Estatuto Personal favorable a la emancipación de la mujer —caso único en país musulmán—. Todo cuanto ha contribuido en modificar de forma relativa a favor de la mujer la vieja y anquilosada relación de género mujer-hombre.
Es precisamente el arraigo de esta originalidad histórica, sociocultural y el modo liberal de concebir la cultura musulmana y la práctica del Islam, lo que está en tela de juicio desde el punto de vista de los islamistas integristas conservadores y reaccionarios hoy en el poder en Túnez gracias al apoyo imperial.
No nos dejemos engañar por su doble discurso: uno fundamentalista orientado hacia sus seguidores y sus padrinos autocráticos medio orientales; el otro moderado y con pretensiones democráticas dirigido hacia el occidente y sus inversionistas capitalistas. Su objetivo político es evidente: acaparar el poder cueste lo que cueste. En el pasado (en los años 70, 80 y 90) lo intentaron por la vía del terrorismo y el golpe de Estado; hoy lo hacen por la vía de las urnas con apoyos masivos externos políticos y financieros. Su objetivo estratégico, coincidiendo con el imperio, apunta hacia la desintegración del Estado-nación, como ya he señalado, a favor de un conglomerado sin particularidad territorial local, con carácter religioso wahabita al estilo autocrático saudita: Nada más alejado de los intereses de la mujer tunecina, de la identidad del pueblo tunecino en su conjunto, combativo y con tradición milenaria.
III. Mujer rebelde y pueblo erguido
Remontémonos un instante medio siglo. Al calor de la independencia formal de Túnez en 1956, un primer gobierno neocolonial tomó la iniciativa de otorgar a las mujeres derechos que aún se desconocen en cualquier país árabe. Fue realizado, cierto, en base a consideraciones electoralistas y también por necesidad de mano de obra femenina barata al servicio de los subcontratistas de empresas extranjeras. Luego ese mismo gobierno apoyó la tendencia vigente de un Islam tolerante separado de la política en gran medida y adaptado cada vez más a la propia evolución de la sociedad, creando mayor acceso a la mujer para su participación social activa, algo que ha sido catalogado como un Estado laico en los hechos. Las mujeres se han de hecho beneficiado de estas medidas progresistas.
El presidente recién derrocado que ha sido el segundo en más de cincuenta años, mantuvo los logros alcanzados por el Estatuto Personal garantizado por la Constitución como derechos adquiridos por la mujer. A la vez, facilitó aún más una economía neoliberal la cual sobre explotaba mujeres y hombres trabajadores, derivada de un sistema neocolonial dependiente del occidente, plagado de corrupción con la complicidad de los gobiernos occidentales.
Por ello, desde un principio, las mujeres tunecinas no lo pensaron dos veces: derechos otorgados o arrancados da lo mismo a partir del momento en que han asumido plenamente esas reformas fundamentales al inicio de la independencia, alcanzando altos niveles de instrucción y capacitación, con independencia financiera y mayor equilibrio en su vida personal y social. Son ellas, así, las que un día salieron a la calle en primera fila con la juventud durante la Intifadha para defender además de sus derechos propios, los anhelos del conjunto de la sociedad oprimida.
Sabemos ya que la lucha del pueblo insurrecto ha sido cooptada y desviada de su curso por la intervención de fuerzas imperiales y sus derivados autócratas del Golfo Arábico. A través del movimiento islámico
y su milicia salafista, han invertido grandes recursos financieros y humanos en captar el voto de los pobres y los abandonados en periferias suburbanas y en el campo, con un mensaje simple derivado del Corán y promesas de mejorar su condición miserable. Contra la alta corrupción del régimen derrocado, oponían su aparentada fe religiosa y su pretendida probidad. Uno de cada cinco electores votó por ellos en un país donde uno de cada cinco adultos es analfabeto.
Existe plena evidencia de que el gobierno dirigido por Ennahdha mantiene sin cambio alguno el sistema de economía dependiente del pasado. A falta de proyecto de país, estos islamistas, con su maquillaje de “Islam político moderado”, si bien ganaron el mayor número de asientos (sin ser mayoría) en la Asamblea Constituyente, tienen como objetivo fundamental “re-islamizar y re-arabizar” al país según las normas conservadoras y autocráticas del fundamentalismo wahabita de Arabia Saudita, su patriarcado arcaico, incluyendo la vestimenta y la forma del lenguaje árabe hablado en esa península.
Esta supuesta vuelta al pasado colonial árabe del siglo VII en busca de seudo raíces ajenas al país, aparece como un absurdo y una violencia abierta contra la sociedad. ¡Y como por casualidad, insistimos, su fuerte ataque inicial ha sido abiertamente contra la mujer tunecina y sus derechos civiles! De allí, el contra-ataque actual de rebeldía de la mujer tunecina en su respuesta hacia la doble agresión: tanto en contra de sus derechos civiles como en contra de la propia sociedad tunecina en su conjunto, denegadas su idiosincrasia y su historia; se trata de un episodio sobredeterminado de rebeldía frente al neo-colonialismo árabe superpuesto al viejo y actual neocolonialismo occidental, obra de las fuerzas imperiales denunciadas como tal en las calles.
Esta nueva raíz de la rebeldía de una mayoría de las mujeres y los jóvenes, se extiende cada día tanto hacia la clase media urbana en vías de pauperización —como las zonas marginales y rurales— donde los islamistas habían buscado el apoyo de sus electores. En definitiva, la sorprendente ofensiva brutal de los islamistas (vía salafistas en las calles y vía sus representantes en la Asamblea Constituyente) están despertando una nueva conciencia política de corte patriótico anti-imperialista contra las agresiones islamistas y sus aliados foráneos.
Esta claridad se ha hecho obvia durante varias gigantescas marchas multitudinarias del pueblo en todas las ciudades en lo que va de año, en particular la marcha del 8 de marzo por indignación en contra de la profanación de la bandera nacional por los salafistas; y la del 9 de abril, Día de los patriotas mártires, la que fue reprimida con excesiva violencia por la policía y las milicias salafistas.
En vez de concentrarse como es debido en la redacción común de la nueva Constitución y armar un gobierno provisional con un programa especifico para tratar asuntos urgentes y corrientes, éste movimiento islámico primero se negó en reafirmar legalmente el acuerdo de un año (a partir del 23 de octubre 2011, día de las elecciones para la Asamblea Constituyente) como límite para el conjunto de esas tareas, dejando sin fecha tope las labores de la Asamblea Constituyente, el mandato del Presidente provisional de la Republica así como el mandato del gobierno provisional, algo único en los procedimientos institucionales normales. Y por supuesto ninguna fecha ha sido fijada para las elecciones que han de seguir a la redacción de la nueva Constitución, luego de la disolución abusiva del órgano independiente de la comisión nacional electoral.
Evidentemente llaman la atención semejante maniobras, las que levantan la sospecha legitima de que ésta gente busca aferrarse en el poder de una forma u otra; no ha hecho más que utilizar los recursos de las elecciones para ganar cierta legitimidad después de su pasado terrorista de los años 70, 80 y 90. Como hemos señalado, sus prioridades han sido de entrada atacar en nombre de la charía (“ley musulmana”) al Estatuto Personal constitucional que garantiza desde hace medio siglo los derechos de la mujer.
Aclaramos: A lo largo de los siglos ha habido varias interpretaciones heterogéneas de la charia, algunas arbitrarias aunque en general pretenden derivar del Corán y la Sunna (tradición establecida en base a dichos y hechos de Muhammad después de su muerte). En todo caso, su aplicación desde luego no cabe en el mundo del siglo XXI.
Con éste viento de terror, Ennahdha trata de enviar un fuerte mensaje de intimidación en particular a las mujeres para significarles que ninguno de sus logros es irreversible en el sistema de la sociedad patriarcal.
Al atacar desde un principio a las mujeres, tratando de inhibirlas, infundir miedo para volverlas de nuevo incorpóreas, invisibles detrás del velo y las paredes, a pesar suyo, éstas fuerzas reaccionarias no han logrado más que el efecto inverso paradójico: por una parte colocaron la causa de la mujer en plena luz pública provocando una reacción en masa en defensa de la mujer tunecina, tanto por las mujeres como por los hombres cuyos atacantes están siendo percibidos como agresores del mismo cuerpo social. Por otra parte, al profanar la bandera nacional, pretender cambiar el himno nacional y el sistema republicano, ellos alarmaron fuertemente a la ciudadanía acerca del peligro real contra la integridad del orden republicano y el Estado-nación.
Hay que destacar que fue una joven mujer estudiante la que trató con valor rescatar la bandera nacional que un salafista —el doble de su talla— había roto y pisado en la Facultad de Humanidades, en la capital. Es todo un símbolo el hecho que haya sido una mujer valiente, muy joven y sola la que encarnó la defensa del signo patrio. La causa de la mujer llega a coincidir con la causa del pueblo y de la patria: esto da la medida del nivel civilizacional alcanzado por la sociedad tunecina donde el 70% del éxito universitario lo detienen mujeres con altos rendimientos académicos. Nada extraño pues cuando vemos una gran mayoría de mujeres invirtiendo su tiempo y capacidades en las nuevas formaciones de la sociedad civil y los movimientos sociales.
El gobierno provisional de Ennahdha a través de sus voceros calló primero, luego trató de minimizar el clamor popular y la gran emoción vivida por aquel acto criminal del salafista arrancando la bandera, lo que indica su complicidad. Sus maniobras de diversión con el uso abusivo del Islam como cortina de humo no llegan en tapar su ineptitud como gobernantes frente a la grave crisis económica y social actual. Es así como el sabio pueblo en sus intensas marchas de protesta ha reflejado ésta nueva conciencia a través de lemas tales como:
“¡Viva Túnez libre, libre y la reacción pa’fuera!”; “¡Ojo, ojo Ennahdhoui que la tunecina te supera!”; “¡Trabajo, Libertad y Dignidad nacional!” “¡Abajo el gobierno reaccionario!” “¡Ni Francia ni Qatar!”; “¡Ni Obama ni Qatar!”
Enarbolando con orgullo la bandera nacional, todo un pueblo desafiante lanza sus gritos con fervor patriótico, en medio de risas y chistes, cantos e himno nacional.
En vez de atender las tareas más apremiantes económicas y sociales, los objetivos legítimos de la insurrección popular en la cual no había participado pero gracias a la cual logró un espacio político, el gobierno provisional de Ennahdha se ha dedicado en tratar de acallar la opinión pública y la prensa, desalentar la nueva esperanza, desmovilizar, agotar y despolitizar a las fuerzas vivas del pueblo, mujeres y jóvenes en primer lugar. Hace uso de las mezquitas como tribuna política; fomenta el terrorismo criminal con sus milicias fascistas; saca a la calle la policía anti-motines contra manifestantes pacíficos al estilo del presidente derrocado; mantiene la policía política y la tortura que se creían abolidas, todo sin lograr intimidar al pueblo quien sigue firme en su larga marcha insurreccional.
Las dictaduras fascistas en Europa y Suramérica empezaron del mismo modo intimidatorio y represivo de las libertades.
Mientras la Asamblea Constituyente, cuya misión fundamental es redactar una nueva Constitución, se encuentra atascada en pugnas absurdas de tipo parlamentario entre mayoría y minoría, Ennahdha sigue con su doble discurso: por una parte repite sin creerlo el cuento fabricado en Wáshington acerca de un “Islam político moderado” supuestamente compatible con la democracia; por otra parte, como decíamos, emprende su ofensiva continua contra las mujeres, la prensa, las universidades, los intelectuales, los jóvenes desempleados, el sindicato UGTT, en fin contra la sociedad tunecina en su conjunto.
En las últimas semanas, algunos elementos salafistas en su gran afán por sustituir la república por un califato —como muy bien lo declaró en público, poco antes de ser nombrado, el jefe del gobierno provisional en la ciudad costera de Sousse—, simplemente buscaron armas en Libia y acto seguido abrieron un frente de combate cerca de la ciudad costera de Sfax. En ese encuentro con el ejército hubo bajas por ambas partes. El asunto ha sido sofocado y no se habla más a pesar de que elementos de al Qaeda estén almacenando armas sofisticadas traídas desde Libia, en su ofensiva actual dentro del vasto territorio del Sahara entre Libia, el sur de Túnez, Argelia, Marruecos, Mauritania hasta implantarse ahora de una vez al norte de Mali.
De pronto, pero siempre según cuentos noticiosos diarios en forma de diversión constante con sobresaltos de eventos, elementos de Ennahdha en la Asamblea Constituyente vuelven con otro globo de ensayo proponiendo la introducción de la charía islámica como base fundamental de la nueva constitución, y de paso cambiar el himno nacional. Mientras tanto, siguen los salafistas con sus provocaciones y agresiones en la calle. Atacaron la emisora de televisión privada Nessma, luego prendieron fuego a la residencia de su director. Los miembros de esa banda criminal arrestados fueron rápidamente liberados mediante una multa ridícula, mientras el director de esa emisora ha sido acusado de “provocación contra el Islam”, pendiente de juicio penal donde se pidió hasta su cabeza.
Por otra parte los francotiradores en los días de la insurrección están en libertad y los torturadores de presos políticos siguen activos. La policía aunque esté presente no se mueve cuando la turba salafista ataca mujeres en las calles, otros ciudadanos acusados de “laicos”, universidades y personal docente. Más, sin embargo, cuando ese personal académico protesta frente a su ministerio de tutela, llega la policía y arremete contra ellos con porras y gas lacrimógeno. Lo mismo hace contra los heridos de bala todavía sin cuidado médico-quirúrgico año y medio después de la insurrección cuando protestan frente a la sede del ministerio de asuntos sociales. Lo mismo también hace cuando los miles de jóvenes todavía desempleados con alto grado académico protestan en la calle.
Hace un par de meses, un serio conflicto entre el gobierno y la central sindical UGTT provocó una manifestación popular masiva de repudio hacia el gobierno y sus amos imperiales denunciados por su nombre. Al finalizar esa marcha salió la policía anti-motines apoyados con milicias, arremetieron con rabia contra los manifestantes pacíficos con bastones y gas lacrimógeno. A la inversa, los salafistas pueden manifestar libremente y sin previo aviso ni permiso de las autoridades, utilizando incluso gritos ofensivos y lemas racistas.
En resumen: Los agentes del terrorismo islamista y fascista imperante hoy en Túnez, hombres todos, casi sin educación y de extracción social humilde, algunos de ellos “jihadistas” de regreso del Afganistán e Irak [algunos fueron luego reclutados de nuevo como mercenarios baratos de la OTAN para engrosar sus filas en Libia y ahora en Siria] después de la insurrección popular en Túnez —en la cual ninguno de ellos tuvo participación— intentan crear el caos con el pretexto de rescatar el Islam originario (salafi). Utilizan con violencia rabiosa y odio la libertad recién conquistada por el pueblo insurrecto contra esa misma libertad y ese pueblo. Declaran incluso que su misión es similar a la de los árabes invasores del siglo VII para imponer un Islam renovado exclusivo puro y duro.
Han atacado brutalmente primero a los derechos humanos de la mujer, empezando por su cuerpo; y con violencia criminal se lanzaron impunemente contra el sistema educativo, los medios de comunicación y las libertades (de pensamiento, expresión y creación) arrancadas por la insurrección popular; profanaron la bandera nacional y renegaron de la república, el himno y las fronteras nacionales. Luego encendieron sedes de partidos políticos acusados de “laicos” y locales del sindicato combativo, UGTT.
No es nada casual si la visión política totalitaria islamista globalizante —como ersatz ideológico— coincide con los intereses de las fuerzas imperiales del capitalismo global a favor de la fragmentación territorial y la desintegración del Estado-nación, hecho ya acabado en Afganistán, en Somalia, en Irak, en el país vecino Libia y lo siguen intentando en Siria —países musulmanes todos—. Se trata de la transformación de nuestro país, Túnez, en mercado abierto para la expansión todavía mayor y el saqueo de riquezas bajo la dominación neocolonial.
No es de extrañar pues que el actual gobierno provisional islamista esté a favor del TLC con Europa y EEUU, y que afinque un pie cómplice en la OTAN contra los pueblos hermanos de Libia y Siria.
No habían pasado ni tres meses después de su instalación cuando a ese gobierno provisional se le cayó la máscara del llamado “Islam político moderado” celebrado en varias ocasiones por la solapada Hilary Clinton y el sionista Senador McCain en sus frecuentes y repudiadas visitas a Túnez.
La segunda parte de este ensayo se publicará el lunes 16 de julio de 2012.