Reflexiones. – LO QUE APRENDIMOS DEL VI ENCUENTRO EN LA HABANA.

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Sabemos que la mayoría de las guerras en las últimas décadas tienen
como el factor central el control de fuentes de energía. El consumo
de energía es garantizado a sectores privilegiados, tanto en los
países centrales como en países periféricos, mientras la mayoría de
la población mundial no tiene acceso a los servicios básicos.

El consumo per cápita de energía en Estados Unidos es de 13 000
kilowatts, mientras el promedio mundial es de 2 429 y en América
Latina el promedio es de 1 601.

El monopolio privado de fuentes de energía es garantizado por
cláusulas en Acuerdos de Libre Comercio bilaterales o multilaterales.
El papel de los países periféricos es producir energía barata para
los países ricos centrales, lo que representa una nueva fase de la
colonización.

Es necesario desmitificar

Es necesario desmitificar la propaganda sobre los supuestos
beneficios de los agrocombustibles. En el caso del etanol, el
cultivo y procesamiento de la caña de azúcar contamina los suelos y
las fuentes de agua potable, porque utiliza una gran cantidad de
productos químicos.

El proceso de destilación del etanol produce un residuo que se llama
vinaza. Por cada litro de etanol producido, son generados de 10 a
13 litros de vinaza. Una parte de este residuo puede ser utilizado
como fertilizante, pero la mayor parte contamina ríos y fuentes de
aguas subterráneas.

Si Brasil produce 17.000 ó 18.000 millones de
litros de etanol por año, eso significa que por lo menos 170.000
millones de litros de vinaza se depositan en las regiones de los
cañaverales. Imaginen el impacto en el medio ambiente.
La quema de la caña de azúcar, que sirve para facilitar la cosecha,
destruye gran parte de los microorganismos del suelo, contamina el
aire y causa muchas enfermedades respiratorias.

El Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales de Brasil
decreta casi todos los años en São Paulo –que representa el 60% de
la producción de etanol en Brasil– una situación de emergencia,
porque las quemas han llevado la humedad del aire a niveles
extremadamente bajos, entre 13% y 15%. Es imposible respirar en ese
período en la región de São Paulo donde se cosecha la caña.

La expansión de la producción de agroenergía, como sabemos, es de
gran interés para empresas de organismos genéticamente modificados o
transgénicos, como Monsanto, Syngenta, Dupont, Bass y Bayer.
En el caso de Brasil, la empresa Votorantim ha desarrollado
tecnologías para la producción de una caña transgénica, que no es
comestible, y sabemos que muchas empresas están desarrollando este
mismo tipo de tecnología, y como no hay medios para evitar la
contaminación de los transgénicos en los campos de cultivos nativos,
esta práctica pone en riesgo la producción de alimentos.

Con relación a la desnacionalización del territorio brasileño,
grandes empresas han adquirido ingenios de caña en Brasil: Bunge,
Novo Group, ADM, Dreyfus, además de los megaempresarios George Soros
y Bill Gates.

Como consecuencia de esto, sabemos que la expansión de la producción
de etanol ha generado la expulsión de campesinos de sus tierras y ha
creado una situación de dependencia de lo que llamamos la economía
de la caña, porque no es que la industria de la caña genere empleos,
es lo contrario, genera desempleo, porque esa industria controla el
territorio. Eso significa que no hay espacios para otros sectores
productivos.

Al mismo tiempo, tenemos la propaganda de la eficiencia de esta
industria. Sabemos que se basa en la explotación de una mano de
obra barata y esclava. Los trabajadores son remunerados por
cantidad de caña cortada y no por horas trabajadas.

Más datos, porfiados datos

En el estado de São Paulo, que es donde está la industria más
moderna –moderna entre comillas por supuesto– y es el mayor
productor del país, la meta de cada trabajador es cortar entre 10 y
15 toneladas de caña por día.

Un profesor de la universidad de Campinas, Pedro Ramos, hizo estos
cálculos: en los años ochenta los trabajadores cortaban alrededor
de 4 toneladas por día y sacaban el equivalente a más o menos 5
dólares. Actualmente, para sacar 3 dólares por día, es necesario
cortar 15 toneladas de caña.

El propio Ministerio del Trabajo en Brasil hizo un estudio en el que
dice que antes 100 metros cuadrados de caña sumaban 10 toneladas;
hoy, con la caña transgénica, es necesario cortar 300 metros
cuadrados para alcanzar 10 toneladas. Entonces, los trabajadores
tienen que trabajar tres veces más para cortar 10 toneladas. Este
patrón de explotación ha causado serios problemas de salud y hasta
la muerte a trabajadores.

Una investigadora del Ministerio del Trabajo en São Paulo dice que
el azúcar y el etanol de Brasil están bañados de sangre, sudor y
muerte.

El Ministerio del Trabajo en São Paulo, en el año 2005, ha
registrado 450 muertes de trabajadores por otras causas, como
asesinatos y accidentes»porque el transporte hacia los ingenios es
muy precario» y también a consecuencia de enfermedades como paros
cardiacos y cáncer.

Una investigación

Según María Cristina Gonzaga, que hizo la pesquisa, esta
investigación del Ministerio del Trabajo muestra que en los últimos
cinco años 1.383 trabajadores de la caña han muerto solamente en el
estado de São Paulo.

El trabajo esclavo también es común en este sector. Los
trabajadores son generalmente migrantes del nordeste o de Minas
Gerais, que son seducidos por intermediarios. Normalmente el
contrato no es directamente con la empresa, sino a través de
intermediarios, que en Brasil los llamamos «gatos», que seleccionan
mano de obra para los ingenios.

En el 2006, la Fiscalía del Ministerio Público inspeccionó 74
ingenios, solamente en São Paulo, y todos fueron procesados.
Solo en marzo de 2007, los fiscales del Ministerio del Trabajo
rescataron 288 trabajadores en situación de esclavitud en São Paulo.
Ese mismo mes, en el estado de Mato Grosso se rescataron 409
trabajadores en un ingenio que produce etanol; entre ellos había un
grupo de 150 indígenas. En esa área del centro del país, en Mato
Grosso, hay esta característica de utilizar indígenas en el trabajo
esclavo de la caña.

Todos los años cientos de trabajadores sufren condiciones semejantes
en los cañaverales. ¿Cómo son estas condiciones? Trabajan sin un
registro formal, sin equipos de protección, sin agua o alimentación
adecuada, sin acceso a baños y con viviendas muy precarias; además,
tienen que pagar por vivienda, por comida, que es muy cara, y
necesitan pagar por instrumentos como botas y machetes y, por
supuesto, en caso de accidentes de trabajo, que son muchísimos, no
reciben el tratamiento adecuado.

Para nosotros, la cuestión central es eliminar el latifundio, porque
detrás de esta imagen moderna hay un problema central, que es el
latifundio en Brasil y, por supuesto, en otros países de América
Latina. También es necesaria una política seria de producción de
alimentos.

Con esto quería presentar un documental que hicimos en el estado de
Pernambuco con trabajadores de la caña, que es una de las regiones
donde más se produce la caña de azúcar, y así ustedes van a ver
realmente cómo son las condiciones.

Este documental fue hecho con la Comisión Pastoral de la Tierra en
Brasil y con sindicatos de trabajadores forestales del estado de
Pernambuco.

Así concluye su intervención la destacada y aplaudida dirigente
brasileña.

Testimonios

A continuación expongo las opiniones de los cortadores de caña,
contenidas en el material fílmico entregado por María Luisa. Cuando
en el documental no aparecen identificadas las personas, se indica
su condición de hombre, mujer o joven. No las incluyo todas por su
extensión.

Severino Francisco da Silva.- Cuando tenía 8 años, mi padre se mudó
al ingenio del Junco. Y cuando llegué, yo estaba por cumplir 9, mi
padre empezó a trabajar, y yo ataba la caña con él. Trabajé unos 14
ó 15 años en el ingenio del Junco.

Una mujer.- Hace 36 años que vivo aquí en este ingenio. Me casé
aquí y tuve 11 hijos.

Un hombre.- Hace muchos años que trabajo en el corte de la caña, no
sé ni contar.

Un hombre.- Empecé a trabajar con 7 años y mi vida es cortar caña y
desmalezar.

Un joven.- Nací aquí, tengo 23 años, desde los 9 años corto caña.
Una mujer.- Trabajé 13 años aquí en la Planta Salgado. Yo sembraba
caña, sembraba fertilizante, limpiaba caña, hierba.

Severina Conceição.- Todos estos trabajos del campo yo los sé
hacer: sembrar fertilizante, sembrar caña. Hacía de todo con el
bombo de este tamaño (se refiere al embarazo) y el canasto al
costado, y seguía trabajando.

Un hombre.- Trabajo, todos los trabajos son difíciles, pero la
cosecha de la caña es el peor que hay en Brasil.

Edleuza.- Llego a casa y voy a lavar los platos, a arreglar la
casa, cuidar del servicio doméstico, hacer las cosas. Cortaba caña,
y a veces llegaba a casa y no podía ni lavar los platos, estaba con
las manos lastimadas, llenas de callos.

Adriano Silva.- El problema es que el administrador exige mucho en
el trabajo. Hay días que uno corta caña y cobra, pero hay días que
no cobra nada. A veces alcanza y a veces no.

Misael.- La situación aquí es perversa, el administrador quiere
disminuir el peso de la caña. Dijo que lo que nosotros cortemos
aquí es lo que tenemos y se acabó. Estamos trabajando como
esclavos, ¿entiende? ¡De esta manera no es posible!

Marcos.- El trabajo de la cosecha de la caña es un trabajo esclavo,
es un trabajo difícil. Salimos a las 3:00 de la mañana, llegamos a
las 8:00 de la noche. Es bueno solamente para el patrón, porque
cada día que pasa él gana más y el trabajador pierde, disminuyendo
la producción, y queda todo para el patrón.

Un hombre.- A veces dormimos sin bañarnos, no hay agua, nos bañamos
en un arroyito que pasa por ahí abajo.

Un joven.- Aquí no hay leña para cocinar, cada uno, si quiere
comer, tiene que salir a conseguirse leña.

Un hombre.- El almuerzo es lo que uno trae de casa, trae una
comida, come así no más, en ese sol, va tirando para adelante como
puede en la vida.

Un joven.- Quien trabaja mucho necesita tener una alimentación
suficiente. Mientras que el dueño de la planta azucarera está en la
regalía, tiene de lo bueno y de lo mejor, nosotros aquí sufriendo.

Una mujer.- Pasé mucha hambre. Fui a dormir muchas noches con
hambre, a veces no tenía nada para comer, ni para darle a mi hija;
algunas veces yo buscaba sal, que era lo más fácil de encontrar.

Egidio Pereira.- La persona tiene dos o tres hijos, y si no se
cuida, se muere de hambre; no alcanza para vivir.

Ivete Cavalcante.- Aquí no existe sueldo, hay que limpiar una
tonelada de caña por ocho reales; se gana lo que se logra cortar:
si se corta una tonelada, se gana ocho reales, no hay sueldo fijo.

Una mujer.- ¿Sueldo? Yo no sé nada de eso.

Reginaldo Souza.- A veces ellos pagan en dinero. En esta época
ellos están pagando en dinero; ahora, en el invierno pagan todo con
vale.

Una mujer.- El vale, uno trabaja, él anota todo en un papel, se lo
pasa a la persona para que compre en el mercado. La persona no ve
el dinero que gana.

José Luiz.- El administrador hace lo que quiere con las personas.
Lo que está ocurriendo es que llamé para «sacar la media» de la
caña, no quiso. Es decir: en este caso, él está obligando a la
persona a trabajar a la fuerza. De esta manera la persona trabaja
gratis para la empresa.

Clovis da Silva.- ¡Eso nos mata! Uno se pasa medio día cortando
caña, piensa que va a conseguir algún dinero, y cuando él va a
medir, nos enteramos de que el trabajo no valió nada.

Natanael.- El camión de llevar ganado aquí lleva trabajadores, es
peor que con el caballo del dueño; porque cuando el dueño coloca su
caballo en el camión, él le pone agua, le pone aserrín en el piso
para que el caballo no se arruine los cascos, pone pasto, una
persona para acompañarlo; y los trabajadores, que se las arreglen:
entró, cerró la puerta y se acabó. Ellos tratan a los trabajadores
como si fueran animales.

El «Pro-Álcool» no ayuda a los trabajadores, solamente ayuda a los proveedores de caña, ayuda a los
patrones y los enriquece cada vez más; porque si generara empleo para los trabajadores, para nosotros sería fundamental, pero no genera empleos.

José Loureno.- Ellos tienen todo ese poder porque en la Cámara,
estadual o federal, tienen un político que representa a esas plantas
azucareras. Hay dueños que son diputados, ministros, parientes de
señores de ingenio, que facilitan esa situación para los dueños y
para los señores de ingenio.

Un hombre.- Nuestra lucha parece que no para nunca. No tenemos
vacaciones, aguinaldo, queda todo perdido. Además, un cuarto de
sueldo, que es obligación, no lo recibimos, es con lo que compramos
una ropa a fin de año y una ropa para los hijos. Ellos no nos
entregan nada de eso, y vemos que la situación se pone cada día más
difícil.

Una mujer.- Yo soy trabajadora registrada, y jamás tuve derecho a
nada, ni certificado médico. Cuando quedamos embarazadas, tenemos
derecho a certificado médico, pero yo no tuve ese derecho, garantía
de familia; tampoco tuve aguinaldo, siempre recibía alguna cosita,
después no recibí más.

Un hombre.- Hace unos 12 años que él no paga ni aguinaldo ni
vacaciones.

Un hombre.- No puedes enfermarte, trabajas día y noche arriba del
camión, en el corte de la caña, de madrugada. Yo perdí mi salud, yo
era fuerte.

Reinaldo.- Un día yo estaba con unas zapatillas en los pies;
cuando di un golpe de machete para cortar la caña, me dio en el
dedo, me cortó, terminé el trabajo y me vine para casa.

Un joven.- Botas no hay, se trabaja así, muchos trabajan descalzos,
no hay condiciones. Dijeron que la planta azucarera iba a donar
botas. Hace una semana que él se cortó el pie (señala) porque no
hay botas.

Un joven.- Yo estaba enfermo, pasé tres días enfermo, no cobré, no
me pagaron nada. Fui al médico, pedí certificado y no me lo dieron.
Un joven.- Hubo un muchacho que llegó de «Macugi». Estaba
trabajando, en medio del trabajo empezó a sentirse muy mal, tuvo que
vomitar. El esfuerzo es grande, el sol es muy caliente y la gente
no es de hierro, el cuerpo del ser humano no resiste.

Valdemar.- Trae muchas enfermedades ese veneno que utilizamos (se
refiere a los herbicidas). Causa varios tipos de enfermedad: cáncer
de piel, en los huesos, va entrando en la sangre y daña la salud.
Uno siente náuseas, llega hasta caerse.

Un hombre.- En el período entre las cosechas prácticamente no hay
trabajo.

Un hombre.- El trabajo que el patrón te manda a hacer se tiene que
hacer; porque ustedes saben, si no lo hacemos? Nosotros no
mandamos; quienes mandan son ellos. Si te dan una tarea, hay que
hacerla.

Un hombre.- Estoy aquí esperando que un día pueda tener un pedacito
de tierra para terminar mi vida así en el campo, para que yo pueda
llenarme la barriga y la barriga de mis hijos y de mis nietos, que
viven aquí conmigo.

¿Será que hay algo más?

Fin del documental.

La memoria viva

Nadie más agradecido que yo por este testimonio y la presentación de
María Luisa, cuya síntesis acabo de elaborar. Me conducen a los
recuerdos de los primeros años de mi vida, una edad en que los seres
humanos suelen ser sumamente activos.

Nací en un latifundio cañero, de propiedad privada, rodeado al
norte, el este y el oeste por grandes extensiones de tierra
propiedad de tres transnacionales norteamericanas que, en conjunto,
poseían más de 250 mil hectáreas de tierra. El corte era manual, en
caña verde, no se usaban entonces herbicidas, ni siquiera
fertilizantes. Una plantación podía durar más de 15 años. La mano de
obra era tan barata que las transnacionales ganaban mucho dinero.

El propietario de la finca cañera en que nací era un inmigrante de
origen gallego y familia campesina pobre, prácticamente analfabeto,
a quien primero trajeron como soldado en lugar de un rico que pagó
por eludir el servicio militar y al final de la guerra lo
repatriaron a Galicia.

Volvió a Cuba por su cuenta, como lo hizo un
incontable número de gallegos que viajó hacia países de América
Latina. Trabajó como peón de una importante transnacional, la United
Fruit Company. Tenía cualidades como organizador, reclutó un número
elevado de jornaleros como él, se hizo contratista y compró
finalmente tierras en la zona colindante al sur de la gran empresa
norteamericana con la plusvalía acumulada.

La población cubana en
la región oriental, de tradición independentista, había crecido
notablemente y carecía de tierra; pero el peso principal de la
agricultura oriental, a principios del pasado siglo, caía sobre
esclavos liberados pocos años antes o descendientes de los antiguos
esclavos y sobre los inmigrantes procedentes de Haití. Los haitianos
no tenían familia. Vivían solos en sus míseras viviendas de guano y
tablas de palma, agrupados en caseríos, con la presencia de solo dos
o tres mujeres entre ellos. Durante los breves meses de zafra se
abrían las lides de gallos. Allí jugaban los haitianos sus míseros
ingresos, y el resto lo utilizaban para la compra de alimentos, que
pasaban por muchos intermediarios y eran caros.

El propietario de origen gallego vivía allí, en la finca cañera.
Salía solo a recorrer las plantaciones y hablaba con todo el que lo
solicitaba o deseaba algo. Muchas veces accedía a las solicitudes,
por razones más humanitarias que económicas. Podía tomar decisiones.

Los administradores de las plantaciones de la United Fruit Company
eran norteamericanos cuidadosamente seleccionados y bien
remunerados. Vivían con sus familias en regias mansiones, en lugares
escogidos. Eran como dioses distantes, que los hambrientos
trabajadores mencionaban con respeto. No se les veía nunca en los
cortes, donde actuaban los subordinados suyos. Los dueños de las
acciones de las grandes transnacionales vivían en Estados Unidos o
en cualquier parte del mundo. Los gastos de las plantaciones estaban
presupuestados y nadie podía elevarlos un centavo.

Conozco muy bien la familia del segundo matrimonio del inmigrante de
origen gallego con una joven campesina cubana muy pobre que, como
él, no pudo asistir a una escuela. Era muy abnegada y sumamente
consagrada a la familia y a las actividades económicas de la
plantación.

Los que en el exterior lean estas reflexiones por Internet se
sorprenderán al conocer que ese propietario era mi padre. Soy el
tercer hijo de los siete de ese matrimonio, que nacimos en la
habitación de una casa de campo, muy lejos de cualquier hospital,
asistidos por la misma partera, una campesina dedicada en cuerpo y
alma a su tarea, que solo contaba con sus conocimientos prácticos.

Aquellas tierras fueron todas entregadas al pueblo por la Revolución.
Solo me resta añadir que apoyamos totalmente el decreto de
nacionalización de la patente a una transnacional farmacéutica para
la producción y comercialización en Brasil de un medicamento contra
el SIDA, el Efavirenz, de precio abusivamente alto –igual que otros
muchos–, así como también la reciente solución mutuamente
satisfactoria del diferendo con Bolivia sobre las dos refinerías de
petróleo.

Reitero que sentimos profundo respeto por el hermano pueblo de
Brasil.

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